Luis Miguel Suárez Martínez
Domingo, 24 de Noviembre de 2019

La plenitud de Cervantes

José Manuel Lucía Megías, La plenitud de Cervantes. Una vida de papel, Madrid, Edaf, 2019, 311 pp., 24 €.

 

 

 

 

 

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Con La plenitud de Cervantes. Una vida de papel (2019) culmina José Manuel Lucía Megías su biografía del autor del Quijote, iniciada con La juventud de Cervantes. Una vida en construcción (2016) y continuada con La madurez de Cervantes. Una vida en la corte (2016). Abarca este tercer volumen los últimos años del escritor (1604-1616), periodo en el que publica lo fundamental de su obra, incluidas las dos partes del Quijote, sin las que no ocuparía el lugar que ahora alcanza en la historia de la literatura. Desde el prólogo (pp. 11-16), insiste el autor en lo que ha sido el planteamiento fundamental de su trabajo, despojar la figura de Cervantes de sus aditamentos míticos, que no afectan solo a su peripecia biográfica, sino también a su obra literaria.

 

En el primer capítulo (pp. 17-54) se esboza el contexto histórico y cultural de comienzos del siglo XVII, con los cambios políticos —traslado de la corte y ascenso al poder de un nuevo valido— y los cambios económicos que, en el terreno de la escritura, trae consigo el desarrollo del teatro o de la imprenta. Ya en el plano personal, se aborda el traslado de Cervantes a la nueva corte en Valladolid, lo que sirve a su vez de contexto al llamado asunto Ezpeleta (pp. 34-48), único documento que nos permite acercarnos a la vida cotidiana del escritor. Se cuestionan aquí algunas ideas tradicionales sobre la escandalosa vida de su familia —empezando por el supuesto apelativo de las «Cervantas», que no parece muy ajustado a la realidad— y sobre la amargura y el deshonor que este episodio dejó en su espíritu. También se examina brevemente (pp. 48-54) la posibilidad de un encuentro —en absoluto documentado— entre Cervantes y Shakespeare en Valladolid en 1605, con motivo de las celebraciones del acuerdo de paz entre Inglaterra y España.

 

El segundo capítulo (pp. 55-138) se dedica a la primera parte del Quijote. Para contextualizarla, se analiza la difusión de los libros de caballerías en España, tema en el que el profesor complutense es un reconocido especialista. Además de destacar la existencia de distintas líneas que desmienten la supuesta uniformidad del género a lo largo del tiempo, se refutan aquí otras ideas recibidas, como la paulatina decadencia de este tipo de novelas a partir de la segunda mitad del XVI, decadencia que, según el profesor Lucía Megías, no se debe tanto a la pérdida de lectores como al declive de la industria editorial a consecuencia de la crisis económica (p. 66). Precisamente a los lectores de estos libros es a los que se dirige Cervantes, porque son los que mejor pueden entender su novela. Se analiza luego la génesis del Quijote —para el que se postula primero una difusión manuscrita en forma de novela corta (los seis primeros capítulos (pp. 91-92)—, y los avatares de su impresión y recepción posterior. En este último aspecto, se cuestiona el rotundo éxito que se le ha atribuido, para dejarlo en un éxito bastante relativo. Curiosamente, el verdadero triunfo es el del personaje que pronto pasará a formar parte de las fiestas populares, mientras que su creador cae en el olvido.   

 

«Sombras y silencios de la plenitud de Cervantes» (pp. 139-206) examina el periodo de llamativo silencio que sigue al Quijote hasta la aparición de las Novelas ejemplares (1613). También aquí se vuelve al núcleo familiar, para desmentir una vez más ciertas imágenes tradicionales, y se indagan, por ejemplo, sus fuentes económicas (sus probables negocios, sus más que posibles trabajos para Francisco Robles, etc.). Por otro lado, se nos muestra a un escritor plenamente integrado en la sociedad literaria de su momento, desterrando esa imagen de un Cervantes marginado y despreciado por sus contemporáneos. Además, se estudian otras cuestiones como la nueva edición del Quijote de 1608, los mecenas del escritor, etc.

 

En la cuarta sección, «La vida en papel de Miguel de Cervantes» (pp. 207-260) se repasa el resto de los libros cervantinos, salvo la segunda parte del Quijote. En este apartado hay que destacar las Novelas ejemplares, que constituyeron el verdadero éxito de su autor, pues superaron en ediciones al Quijote, y sobre todo le dieron una fama como novelista reconocida, entre otros, por ingenios de la talla de Lope, Tirso o Quevedo. Pero también el Persiles, obra con la que Cervantes quería pasar a la posterioridad, y que gozará en su tiempo de mayor notoriedad en el extranjero (p. 250) El teatro, en cambio, constituirá un sonoro fracaso que se extiende hasta la nuestros días, pues, como aquí se recuerda, algunas comedias —La casa de los celos y El gallardo español— ni siquiera han sido representadas todavía en salas españolas, mientras que otras apenas han subido a las tablas en una o dos ocasiones (p. 240). Se dedica asimismo un breve apartado a las «últimas obras en el tintero, atribuciones y falsificaciones» (pp. 257-260).

 

El último capítulo (pp. 261-268) se consagra a la segunda parte del Quijote (1615), sin duda su obra culmen como escritor, pero, paradójicamente, el mayor fracaso editorial de todas sus novelas en su momento, con una única edición en el reino de Castilla. Según el profesor Lucía Megías, entre las prioridades literarias de Cervantes no figuraba escribir la continuación del Quijote. Es más, «su escritura y su publicación se la debemos en última instancia a la publicación en 1614 de la segunda parte apócrifa» (p. 266). A la continuación de Avellaneda se consagran asimismo algunas páginas (267-274), aunque el catedrático complutense prefiere no profundizar en la cuestión de la autoría —que tantas hipótesis ha generado, y que hasta dado pie a una novela tan amena como Ladrones de tinta de Alfonso Mateo Sagasta—, y se limita a señalar la existencia de dos manos diferentes, una en el prólogo y otra en el texto. Quizás hubiera sido interesante añadir algo sobre la responsabilidad de Lope y de su entorno en el asunto Avellaneda. En cualquier caso, lo que se destaca es el papel fundamental que el Quijote apócrifo desempeñó para que Cervantes finalizara la segunda parte y, con su respuesta a aquel dentro de su auténtico Quijote —borrando así los límites entre verdad y ficción—, creara la novela moderna.

 

En el epílogo —«Del hombre al mito: “written in imitation of de manner de Cervantes”» (pp. 287—296), se tratan sucintamente cuestiones como la muerte de Cervantes y la iconografía que inspiró (muy cercana por lo demás a la que suscitó el personaje de don Quijote), las diferencias entre las dos partes de su gran novela y su recepción en Inglaterra a finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII, donde su lectura e imitación la convierten en el centro de la narrativa moderna. En definitiva, esta biografía cervantina que ahora se cierra ha pretendido rescatar de su mito, como se insiste en este epílogo, al «Cervantes hombre» (p. 295) y situarlo en el contexto histórico cambiante que le tocó vivir. Ese esfuerzo de contextualización constituye sin duda una de las aportaciones fundamentales de este trabajo, que ayuda al lector a comprender mejor la figura del escritor alcalaíno.

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