O somos el tiempo que comemos...y al revés
Varios autores. Cronófagos. Marciano Sonoro Editores; San Román de la Vega, 2019
![[Img #47209]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/12_2019/8192_1574786648_866546_1574786727_noticia_normal_recorte1.jpg)
Cuando leo, establezco un alto el fuego con el tiempo, (que la lectura también es, a su vez una tregua con la acción a pesar de la acción de leer). Me meto en su zulo siempre que me dé el servicio de un hotel de siete estrellas y sin la obligación de quedarme. Desde luego, nunca leo para pasar el tiempo. Leo para charlar con la vida.
Últimamente, en esta época, vivimos ratos en vez de tiempos y soy indulgente con los que leen para pasar el rato, pero les tengo envidia porque creo que saben dominar la concentración con más habilidad que yo. Yo necesito tiempo para tener tiempo. (No puedo llegar del súper y en seguida ponerme con Borges). Para olvidarme del reloj.
La vida es un juego de dos tiempos: dormir, soñar y actuar. Ya, ya: sí que sé contar, pero no como el tiempo cuenta. Si tuviera más tiempo u oro, que me daría más ocio, escribiría un diálogo entre Henri Bergson y Marcel Proust sobre la memoria y la duración, porque todavía no entiendo la búsqueda del tiempo perdido (si tal búsqueda me conduce a frenar la vida), ni la duración del olvido si todavía me acuerdo.
Tengo la convicción, desde hace bastante tiempo, de que no se pierde nada, sino que se transforma todo… con el tiempo. Todo esto para decir que no será ninguna pérdida de tiempo, aunque haya tardado tiempo en escribir esta reseña, el pasar una tarde o un mes o el tiempo que sea con Cronófagos, un libro que pretende (y lo consigue) examinar poética y filosóficamente (me refiero a actitudes literarias), pero en prosa creativa (la ficción va de Sabelotodo según las coordenadas de su mundo, lo cual mola, mientras el ensayo ensaya, lo cual provoca) nuestra relación con el tiempo: cómo somos tiempo, cómo el tiempo nos devora y cómo devoramos el tiempo.
En el prólogo seductor de Miguel Martínez Panero, quien, por su formación profesional y su erudición sabia (pero no pesada), nos pide disculpas con un guiño al concepto del coste de oportunidades, otra manera de medir el tiempo, para introducirnos al tiempo del libro y nos asegura que su prólogo no es un prelogo, sino un vestíbulo necesario para examinar y explicar, y encaminarnos al tiempo al que vamos a ser, mientras exploramos los cuentos (y sus cuentas), en los cuales nos vamos a alojar sin prisas, que el placer es atemporal cuando no es la muerte pequeña que va de tanto en veces, pero sin límites.
Cronófagos, cuyo subtítulo es Devoradores de Tiempo, es un compendio (ideado por José Miguel López-Astilleros) de veinte piezas que tratan de la vida (la realidad, la existencia etc.) desde el punto de vista del tiempo: o bien vestido de la historia (el tiempo narrado, documentado; el cuento, el relato), o bien vestido por la contemplación, la metaficción, el humor, el sexo… esta última máscara siendo la única forma de perder el tiempo para dárselo a la vida (en términos clásico - no estoy hablando de todas sus manifestaciones actuales, que son las de nuestros tiempos contemporáneos, independientemente de su quehacer reproductivo, que es burlarse del tiempo, recreándoselo al otro).
Participan los siguientes escritores (aquí escritor quiere decir persona que se expresa con la palabra y la plasma de cara optimista a la permanencia; otro desafío al tiempo): en el libro hay poetas, narradores, novelistas, periodistas, intelectuales y, por supuesto, algunos individuos que pasan de tales categorías o etiquetas, en pos de la libertad expresiva que, sin embargo, es una cualidad que veo en todos):
Mario Paz González
Isabel llanos
José Miguel López Astilleros
Bruno Marcos
José Luis Puerto
Eloy Rubio Carro
Tomas Sánchez Santiago
Antonio Toribios
Alberto R. Torices
El lector precoz se habrá dado cuenta de que son nueve autores y veinte cuentos, es decir, algunos autores han contribuido con varios cuentos. Aquí no pretendo entrar en los contenidos de cada escrito, sus quides, porque el libro está lleno de diversidad y de focos exentos de hilos uniformadores, estéticamente hablando (no hay ni escuela ni Ars Poética reivindicativo), sin que esto signifique que sean carentes de calidad bella uniformadora.
Quedan tres cosas por decir porque tengo espacio que me deja despreocuparme del tiempo:
El libro es bonito como objeto, y yo defiendo y celebro el libro en formato papel, porque se deja leer sin las interferencias que nos asesta el mundo digital, que a menudo nos distrae con su abundancia innecesaria y nos agobia con la manía de querer saber, en vez de animarnos al placer de vivir con la contingencia (que diría John Keats), que es la forma de perder el miedo al tiempo.
El libro contiene un enlace que nos invita a escuchar los cuentos leídos por sus autores. No obstante, esto no contradice lo que digo en A: Escuchar no es leer. Es otro tipo de encuentro artístico válido, pero uno donde el lector no controla el tiempo. Yo he pasado un día entero leyendo una página de Joyce sin perder el tiempo.
Uno de los poderes del crítico es determinar cuánto su glosa debe revelar. En Cronófagos dejo la sorpresa intacta para los lectores, porque el arte también es sorpresa, y hay tiempo de sobra cuando el fin es pasar del tiempo.
Varios autores. Cronófagos. Marciano Sonoro Editores; San Román de la Vega, 2019
Cuando leo, establezco un alto el fuego con el tiempo, (que la lectura también es, a su vez una tregua con la acción a pesar de la acción de leer). Me meto en su zulo siempre que me dé el servicio de un hotel de siete estrellas y sin la obligación de quedarme. Desde luego, nunca leo para pasar el tiempo. Leo para charlar con la vida.
Últimamente, en esta época, vivimos ratos en vez de tiempos y soy indulgente con los que leen para pasar el rato, pero les tengo envidia porque creo que saben dominar la concentración con más habilidad que yo. Yo necesito tiempo para tener tiempo. (No puedo llegar del súper y en seguida ponerme con Borges). Para olvidarme del reloj.
La vida es un juego de dos tiempos: dormir, soñar y actuar. Ya, ya: sí que sé contar, pero no como el tiempo cuenta. Si tuviera más tiempo u oro, que me daría más ocio, escribiría un diálogo entre Henri Bergson y Marcel Proust sobre la memoria y la duración, porque todavía no entiendo la búsqueda del tiempo perdido (si tal búsqueda me conduce a frenar la vida), ni la duración del olvido si todavía me acuerdo.
Tengo la convicción, desde hace bastante tiempo, de que no se pierde nada, sino que se transforma todo… con el tiempo. Todo esto para decir que no será ninguna pérdida de tiempo, aunque haya tardado tiempo en escribir esta reseña, el pasar una tarde o un mes o el tiempo que sea con Cronófagos, un libro que pretende (y lo consigue) examinar poética y filosóficamente (me refiero a actitudes literarias), pero en prosa creativa (la ficción va de Sabelotodo según las coordenadas de su mundo, lo cual mola, mientras el ensayo ensaya, lo cual provoca) nuestra relación con el tiempo: cómo somos tiempo, cómo el tiempo nos devora y cómo devoramos el tiempo.
En el prólogo seductor de Miguel Martínez Panero, quien, por su formación profesional y su erudición sabia (pero no pesada), nos pide disculpas con un guiño al concepto del coste de oportunidades, otra manera de medir el tiempo, para introducirnos al tiempo del libro y nos asegura que su prólogo no es un prelogo, sino un vestíbulo necesario para examinar y explicar, y encaminarnos al tiempo al que vamos a ser, mientras exploramos los cuentos (y sus cuentas), en los cuales nos vamos a alojar sin prisas, que el placer es atemporal cuando no es la muerte pequeña que va de tanto en veces, pero sin límites.
Cronófagos, cuyo subtítulo es Devoradores de Tiempo, es un compendio (ideado por José Miguel López-Astilleros) de veinte piezas que tratan de la vida (la realidad, la existencia etc.) desde el punto de vista del tiempo: o bien vestido de la historia (el tiempo narrado, documentado; el cuento, el relato), o bien vestido por la contemplación, la metaficción, el humor, el sexo… esta última máscara siendo la única forma de perder el tiempo para dárselo a la vida (en términos clásico - no estoy hablando de todas sus manifestaciones actuales, que son las de nuestros tiempos contemporáneos, independientemente de su quehacer reproductivo, que es burlarse del tiempo, recreándoselo al otro).
Participan los siguientes escritores (aquí escritor quiere decir persona que se expresa con la palabra y la plasma de cara optimista a la permanencia; otro desafío al tiempo): en el libro hay poetas, narradores, novelistas, periodistas, intelectuales y, por supuesto, algunos individuos que pasan de tales categorías o etiquetas, en pos de la libertad expresiva que, sin embargo, es una cualidad que veo en todos):
Mario Paz González
Isabel llanos
José Miguel López Astilleros
Bruno Marcos
José Luis Puerto
Eloy Rubio Carro
Tomas Sánchez Santiago
Antonio Toribios
Alberto R. Torices
El lector precoz se habrá dado cuenta de que son nueve autores y veinte cuentos, es decir, algunos autores han contribuido con varios cuentos. Aquí no pretendo entrar en los contenidos de cada escrito, sus quides, porque el libro está lleno de diversidad y de focos exentos de hilos uniformadores, estéticamente hablando (no hay ni escuela ni Ars Poética reivindicativo), sin que esto signifique que sean carentes de calidad bella uniformadora.
Quedan tres cosas por decir porque tengo espacio que me deja despreocuparme del tiempo:
El libro es bonito como objeto, y yo defiendo y celebro el libro en formato papel, porque se deja leer sin las interferencias que nos asesta el mundo digital, que a menudo nos distrae con su abundancia innecesaria y nos agobia con la manía de querer saber, en vez de animarnos al placer de vivir con la contingencia (que diría John Keats), que es la forma de perder el miedo al tiempo.
El libro contiene un enlace que nos invita a escuchar los cuentos leídos por sus autores. No obstante, esto no contradice lo que digo en A: Escuchar no es leer. Es otro tipo de encuentro artístico válido, pero uno donde el lector no controla el tiempo. Yo he pasado un día entero leyendo una página de Joyce sin perder el tiempo.
Uno de los poderes del crítico es determinar cuánto su glosa debe revelar. En Cronófagos dejo la sorpresa intacta para los lectores, porque el arte también es sorpresa, y hay tiempo de sobra cuando el fin es pasar del tiempo.