Samuel Yebra Pimentel
Domingo, 25 de Agosto de 2013
De Ulises a Tintín
Si entre los poetas españoles contemporáneos destaca alguno por haber sabido conectar con el público lector ese es sin duda Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Sus versos han logrado cautivar tanto al círculo restringido de lectores habituales de poesía como a aquellos que habitualmente no leen libros de este género literario. Su sabia dosificación de elementos cultos y populares ha dado lugar a una obra de rasgos inconfundibles, en la que prima el humor, la ironía, el lenguaje sencillo —incluso coloquial— y la ambientación realista; y, a la vez, la elegancia expresiva, la métrica regular (en especial, el soneto y los versos blancos: heptasílabos, eneasílabos, endecasílabos, alejandrinos…) y las referencias culturales (entre las que se engloban no solo las manifestaciones cultas sino también otras procedentes de ámbitos más populares como el cine, los tebeos o la literatura de género).
Todos estos rasgos definen un estilo que el propio poeta —tomando el término del lenguaje de los tebeos— ha denominado de línea clara y que comprende todos los libros publicados desde los años ochenta: Necrofilia (1983), La caja de plata (1985) —libro fundamental en la historia de la poesía española contemporánea—, El otro sueño (1987), El hacha y la rosa (1993), Por fuertes y fronteras (1996; 2ª edición ampliada 2002), Sin miedo ni esperanza (2002), La vida en llamas (2006) y El reino blanco (2010).
Ciertamente no siempre su poesía fue así. En los años setenta había publicado Los retratos (1971) y Elsinore (1972), poemarios de estilo novísimo —Luis Alberto de Cuenca pertenece por edad a la generación de Gimferrer, Carnero y otros poetas que cobraron relevancia a partir de la célebre antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970)— típico de la época en que se escribieron, caracterizado por su lenguaje culto y refinado, lleno de imágenes irracionalistas, por la métrica libre y por las numerosísimas y, a veces, desconcertantes referencias culturales, lo que convertía a los poemas en extremadamente herméticos y alejados del lector común. Algunas de esas características aparecerán todavía en Scholia (1978), que marca ya una etapa de transición hacia su poesía de los ochenta. Era un tipo de poesía sin duda muy distinta —e incluso para muchos completamente opuesta— a su línea actual, pero en la que Cuenca se forjó como poeta y en la que dio muestras de su capacidad creativa, y que, por tanto, tampoco conviene olvidar, aunque hasta para muchos de sus lectores resulte hoy casi desconocida.
Al poeta madrileño dedica la revista Litoral —heredera de la que crearon en 1926 Emilio Prados y Manuel Altolaguirre— su último número. Entre la nómina de colaboradores que se han sumado al homenaje hay que destacar la amplia presencia de poetas (Jaime Siles, Juan Antonio González Iglesias, Amalia Bautista, Almudena Guzmán, Ana Merino, Roger Wolfe, Luis Antonio de Villena…) y representantes de otros ámbitos de la cultura como Loquillo, José Luis Garci, el gran dibujante Ibáñez (pp. 133), que le dedica un hermosa viñeta de homenaje, etc.
Editado con la pulcritud y el esmero característicos, y primorosamente ilustrado, este monográfico ofrece al lector dos tipos de textos. Por un lado una serie de artículos, en general breves, que ofrecen una interesante y completa aproximación a su poesía desde múltiples ángulos: Un texto del propio Cuenca 'La alegre brisa de la literatura' (pp. 9-17) a modo de poética; una excelente introducción general a cargo de Javier Letrán (pp. 19-24), consumado especialista en la obra luisalbertiana; sendos análisis de cada uno de sus libros —entre los que destacaríamos, entre otros, el de Jaime Siles (pp. 43-52), sobre la primera etapa del poeta madrileño—; estudios de distintos aspectos destacados de su obra —la presencia del cine, de los tebeos, del arte, de la mitología y del mundo clásicos, del humor, del amor, de su ciudad, Madrid…; de su obra ensayística, de la traducción de su poesía al itialiano, etc.—, un paseo por su nutrida (y casi borgiana) biblioteca, y, en fin, diversas aproximaciones al perfil humano del poeta evocados siempre desde la entrañable amistad… Añadamos como curiosidad otro texto del propio Cuenca (pp. 152-156) en la que cometa sus cinco cuadros favoritos del Museo del Prado.
Por otra parte, se recoge una amplia selección poética agrupada en diversos apartados, que alternan con los anteriormente citados de análisis crítico: 'Autorretratos poéticos' (pp. 32-39), contiene diez poemas de carácter más o menos autobiográfico (conviene no olvidar que su poesía adopta con frecuencia la forma de una ficción autobiográfica); 'El falsificador de moneda y otros poemas' (pp. 81-91) tiene el interés de ofrecernos una decena de textos inéditos; y por último en “los mundos y los sueños” (pp. 190-234), la sección más amplia, se seleccionan, agrupadas temáticamente (con rótulos bilingües —en castellano y latín— tan dispares como “Beatus amor / amor feliz”, “Amor spinosus / Amor con espinas”, “Litterae / Literatura”, “Paralleli universi / Mundos paralelos”, “Facticismus / Fetichismo”, “Bestiarium / Bestiario”, “Religio / Religión”….), setenta composiciones que ofrecen una panorámica antológica bastante completa de su poesía. Lógicamente casi todas pertenecen a su obra de madurez, es decir, de “línea clara”, pero se incluye asimismo, como mínima muestra de su primera etapa, 'South Wabash Avenue' de Elsinore, y 'Alicia Lidell abandona el País de las Maravillas para contraer matrimonio', de Scholia. Y no faltan tampoco en otra sección, “Aquellos días en que fuimos tan felices” (pp. 188-189), dos conocidas canciones, 'Caperucita feroz' y 'Viaje con nosotros', que el poeta escribió en 1980 para la Orquesta Mondragón.
El número se cierra con una completísima bibliografía (pp. 256-263) de su extensa y variada obra literaria (que incluye, además de sus libros poéticos exentos, numerosas antologías, cuadernillos y ediciones para bibliófilos, así como ensayos, fragmentos narrativos, libros de artículos periodísticos y de reseñas críticas, etc. En definitiva, este magnífico número monográfico de la revista Litoral constituirá sin duda una gozoso festín para todos los lectores y estudiosos de la obra de Luis Alberto de Cuenca, y una estupenda invitación a su lectura para todos aquellos que aún no estén familiarizados con ella.
![[Img #5106]](upload/img/periodico/img_5106.jpg)
Si entre los poetas españoles contemporáneos destaca alguno por haber sabido conectar con el público lector ese es sin duda Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950). Sus versos han logrado cautivar tanto al círculo restringido de lectores habituales de poesía como a aquellos que habitualmente no leen libros de este género literario. Su sabia dosificación de elementos cultos y populares ha dado lugar a una obra de rasgos inconfundibles, en la que prima el humor, la ironía, el lenguaje sencillo —incluso coloquial— y la ambientación realista; y, a la vez, la elegancia expresiva, la métrica regular (en especial, el soneto y los versos blancos: heptasílabos, eneasílabos, endecasílabos, alejandrinos…) y las referencias culturales (entre las que se engloban no solo las manifestaciones cultas sino también otras procedentes de ámbitos más populares como el cine, los tebeos o la literatura de género).
Todos estos rasgos definen un estilo que el propio poeta —tomando el término del lenguaje de los tebeos— ha denominado de línea clara y que comprende todos los libros publicados desde los años ochenta: Necrofilia (1983), La caja de plata (1985) —libro fundamental en la historia de la poesía española contemporánea—, El otro sueño (1987), El hacha y la rosa (1993), Por fuertes y fronteras (1996; 2ª edición ampliada 2002), Sin miedo ni esperanza (2002), La vida en llamas (2006) y El reino blanco (2010).
Ciertamente no siempre su poesía fue así. En los años setenta había publicado Los retratos (1971) y Elsinore (1972), poemarios de estilo novísimo —Luis Alberto de Cuenca pertenece por edad a la generación de Gimferrer, Carnero y otros poetas que cobraron relevancia a partir de la célebre antología de Castellet Nueve novísimos poetas españoles (1970)— típico de la época en que se escribieron, caracterizado por su lenguaje culto y refinado, lleno de imágenes irracionalistas, por la métrica libre y por las numerosísimas y, a veces, desconcertantes referencias culturales, lo que convertía a los poemas en extremadamente herméticos y alejados del lector común. Algunas de esas características aparecerán todavía en Scholia (1978), que marca ya una etapa de transición hacia su poesía de los ochenta. Era un tipo de poesía sin duda muy distinta —e incluso para muchos completamente opuesta— a su línea actual, pero en la que Cuenca se forjó como poeta y en la que dio muestras de su capacidad creativa, y que, por tanto, tampoco conviene olvidar, aunque hasta para muchos de sus lectores resulte hoy casi desconocida.
Al poeta madrileño dedica la revista Litoral —heredera de la que crearon en 1926 Emilio Prados y Manuel Altolaguirre— su último número. Entre la nómina de colaboradores que se han sumado al homenaje hay que destacar la amplia presencia de poetas (Jaime Siles, Juan Antonio González Iglesias, Amalia Bautista, Almudena Guzmán, Ana Merino, Roger Wolfe, Luis Antonio de Villena…) y representantes de otros ámbitos de la cultura como Loquillo, José Luis Garci, el gran dibujante Ibáñez (pp. 133), que le dedica un hermosa viñeta de homenaje, etc.
Editado con la pulcritud y el esmero característicos, y primorosamente ilustrado, este monográfico ofrece al lector dos tipos de textos. Por un lado una serie de artículos, en general breves, que ofrecen una interesante y completa aproximación a su poesía desde múltiples ángulos: Un texto del propio Cuenca 'La alegre brisa de la literatura' (pp. 9-17) a modo de poética; una excelente introducción general a cargo de Javier Letrán (pp. 19-24), consumado especialista en la obra luisalbertiana; sendos análisis de cada uno de sus libros —entre los que destacaríamos, entre otros, el de Jaime Siles (pp. 43-52), sobre la primera etapa del poeta madrileño—; estudios de distintos aspectos destacados de su obra —la presencia del cine, de los tebeos, del arte, de la mitología y del mundo clásicos, del humor, del amor, de su ciudad, Madrid…; de su obra ensayística, de la traducción de su poesía al itialiano, etc.—, un paseo por su nutrida (y casi borgiana) biblioteca, y, en fin, diversas aproximaciones al perfil humano del poeta evocados siempre desde la entrañable amistad… Añadamos como curiosidad otro texto del propio Cuenca (pp. 152-156) en la que cometa sus cinco cuadros favoritos del Museo del Prado.
![[Img #5107]](upload/img/periodico/img_5107.jpg)
Por otra parte, se recoge una amplia selección poética agrupada en diversos apartados, que alternan con los anteriormente citados de análisis crítico: 'Autorretratos poéticos' (pp. 32-39), contiene diez poemas de carácter más o menos autobiográfico (conviene no olvidar que su poesía adopta con frecuencia la forma de una ficción autobiográfica); 'El falsificador de moneda y otros poemas' (pp. 81-91) tiene el interés de ofrecernos una decena de textos inéditos; y por último en “los mundos y los sueños” (pp. 190-234), la sección más amplia, se seleccionan, agrupadas temáticamente (con rótulos bilingües —en castellano y latín— tan dispares como “Beatus amor / amor feliz”, “Amor spinosus / Amor con espinas”, “Litterae / Literatura”, “Paralleli universi / Mundos paralelos”, “Facticismus / Fetichismo”, “Bestiarium / Bestiario”, “Religio / Religión”….), setenta composiciones que ofrecen una panorámica antológica bastante completa de su poesía. Lógicamente casi todas pertenecen a su obra de madurez, es decir, de “línea clara”, pero se incluye asimismo, como mínima muestra de su primera etapa, 'South Wabash Avenue' de Elsinore, y 'Alicia Lidell abandona el País de las Maravillas para contraer matrimonio', de Scholia. Y no faltan tampoco en otra sección, “Aquellos días en que fuimos tan felices” (pp. 188-189), dos conocidas canciones, 'Caperucita feroz' y 'Viaje con nosotros', que el poeta escribió en 1980 para la Orquesta Mondragón.
El número se cierra con una completísima bibliografía (pp. 256-263) de su extensa y variada obra literaria (que incluye, además de sus libros poéticos exentos, numerosas antologías, cuadernillos y ediciones para bibliófilos, así como ensayos, fragmentos narrativos, libros de artículos periodísticos y de reseñas críticas, etc. En definitiva, este magnífico número monográfico de la revista Litoral constituirá sin duda una gozoso festín para todos los lectores y estudiosos de la obra de Luis Alberto de Cuenca, y una estupenda invitación a su lectura para todos aquellos que aún no estén familiarizados con ella.