Ya pasaron las felicitaciones
![[Img #47762]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2020/5348__dsc0822.jpg)
Ya pasaron las felicitaciones, los buenos deseos, los vinos espumosos, los mariscos, las sonrisas continuas y las alteraciones anímicas.
Este tsunami festivo que estamos despidiendo llegó precedido de grandes perturbaciones naturales que sacaron a los ríos de sus cauces invadiendo a su torrentero paso campos, cosechas y casas. Después del agua invasora llegó el viento devastador, con una poderosa velocidad, arrancando de cuajo grandes árboles ya debilitados en sus raíces por las inundaciones. Los ruidos broncos del viento tumbando los árboles que cayendo en cadena crujían con estrépito, hacían pensar en los sonidos de las trompetas de Jericó anunciando la llegada del fin del mundo. Pero no, no llegó por fortuna el fin del mundo, tan sólo el fin de la chopera. En realidad nos anunciaban la llegada de las fiestas. Supongo que por aquello de la armonía de los contrarios: catástrofe/ festejos.
Alegres fiestas las domésticas, porque a nivel nacional la fiesta política se unía a la naturaleza y se transformaba un una bronca apocalíptica. Los insultos y las amenazas y las irritables y coléricas palabras y equívocas afirmaciones cruzadas han sido los cánticos navideños políticos más destemplados, desapacibles y desagradables que pudiéramos haber deseado. Ni el Portal de Belén, ni las comidas de colegas (que supongo que tendrían), ni los vinos, ni las langostas, ni los Reyes Magos consiguieron amainar la convulsión política en la que los señores de este colectivo estaban metidos durante estas fiestas.
En las casas, como cada año, se decora, se cocina, se recibe a los hijos, familiares, amigos, se come mucho, se bebe más, se canta y hasta se baila. Los niños se disparan, enloquecen un poco con tanto trajín y regalos y tanto dulce que llevarse a la boca, también alguna que otra rabieta y desesperación de los jóvenes padres, pero todo dentro de los cauces habituales de estas intensivas fiestas hogareñas que tanta satisfacción nos dan cada año (y tanto afán).
Los adornos navideños están ahora de retirada. Con qué alegría, y esperanza de alegría, se sacan de los baúles, o cajas, y se colocan por la casa decorándola como el año anterior pero renovando algún motivo. Y con qué pereza y desidia se obliga uno a desmontar las lucecitas, los árboles y todos los elementos decorativos para guardarlos para el año próximo. Porque los decorados navideños fuera del tiempo adecuado producen una sensación francamente deprimente.
Ya pasamos las fiestas y habemus gobierno. Bien. Es 11 de enero. Empezamos bien el año. Parece que con ilusión de que algo cambie, por lo menos un mayor bienestar social, lo más importante, porque si todos somos felices la economía, que es lo que mueve el mundo (por desgracia) irá mucho mejor, las personas trabajarán con alegría y gastarán con alegría. Los políticos si son felices les desaparecerá el ansia de poder personal sobre todas las cosas que exhiben continuamente sin pudor y aunarán sus fuerzas, y sus ocurrencias, para conseguir el bien común. Y España lejos de romperse como anuncian los coléricos estará unida con vainica doble y adornada con bodoques como un bonito mantel de Navidad. No habrá broncas que aporten malestar, ni rencores, ni hostilidades ni enemigos. Viva el bienestar social.
En fin. Las aguas torrenteras retomaron su cauce, una tranquilidad. La familia se ha ido, cada uno a su lugar de procedencia, una pena y un descanso. El gobierno ha venido, serenidad y esperanza.
La vida sigue esperemos que más feliz y más contenta.
O témpora o mores
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Ya pasaron las felicitaciones, los buenos deseos, los vinos espumosos, los mariscos, las sonrisas continuas y las alteraciones anímicas.
Este tsunami festivo que estamos despidiendo llegó precedido de grandes perturbaciones naturales que sacaron a los ríos de sus cauces invadiendo a su torrentero paso campos, cosechas y casas. Después del agua invasora llegó el viento devastador, con una poderosa velocidad, arrancando de cuajo grandes árboles ya debilitados en sus raíces por las inundaciones. Los ruidos broncos del viento tumbando los árboles que cayendo en cadena crujían con estrépito, hacían pensar en los sonidos de las trompetas de Jericó anunciando la llegada del fin del mundo. Pero no, no llegó por fortuna el fin del mundo, tan sólo el fin de la chopera. En realidad nos anunciaban la llegada de las fiestas. Supongo que por aquello de la armonía de los contrarios: catástrofe/ festejos.
Alegres fiestas las domésticas, porque a nivel nacional la fiesta política se unía a la naturaleza y se transformaba un una bronca apocalíptica. Los insultos y las amenazas y las irritables y coléricas palabras y equívocas afirmaciones cruzadas han sido los cánticos navideños políticos más destemplados, desapacibles y desagradables que pudiéramos haber deseado. Ni el Portal de Belén, ni las comidas de colegas (que supongo que tendrían), ni los vinos, ni las langostas, ni los Reyes Magos consiguieron amainar la convulsión política en la que los señores de este colectivo estaban metidos durante estas fiestas.
En las casas, como cada año, se decora, se cocina, se recibe a los hijos, familiares, amigos, se come mucho, se bebe más, se canta y hasta se baila. Los niños se disparan, enloquecen un poco con tanto trajín y regalos y tanto dulce que llevarse a la boca, también alguna que otra rabieta y desesperación de los jóvenes padres, pero todo dentro de los cauces habituales de estas intensivas fiestas hogareñas que tanta satisfacción nos dan cada año (y tanto afán).
Los adornos navideños están ahora de retirada. Con qué alegría, y esperanza de alegría, se sacan de los baúles, o cajas, y se colocan por la casa decorándola como el año anterior pero renovando algún motivo. Y con qué pereza y desidia se obliga uno a desmontar las lucecitas, los árboles y todos los elementos decorativos para guardarlos para el año próximo. Porque los decorados navideños fuera del tiempo adecuado producen una sensación francamente deprimente.
Ya pasamos las fiestas y habemus gobierno. Bien. Es 11 de enero. Empezamos bien el año. Parece que con ilusión de que algo cambie, por lo menos un mayor bienestar social, lo más importante, porque si todos somos felices la economía, que es lo que mueve el mundo (por desgracia) irá mucho mejor, las personas trabajarán con alegría y gastarán con alegría. Los políticos si son felices les desaparecerá el ansia de poder personal sobre todas las cosas que exhiben continuamente sin pudor y aunarán sus fuerzas, y sus ocurrencias, para conseguir el bien común. Y España lejos de romperse como anuncian los coléricos estará unida con vainica doble y adornada con bodoques como un bonito mantel de Navidad. No habrá broncas que aporten malestar, ni rencores, ni hostilidades ni enemigos. Viva el bienestar social.
En fin. Las aguas torrenteras retomaron su cauce, una tranquilidad. La familia se ha ido, cada uno a su lugar de procedencia, una pena y un descanso. El gobierno ha venido, serenidad y esperanza.
La vida sigue esperemos que más feliz y más contenta.
O témpora o mores






