Sol Gómez Arteaga
Sábado, 18 de Enero de 2020

Año nuevo

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El Año Nuevo, no muy distinto del que acabamos de dejar, aviva la ilusión tan espuria como inevitable de vida nueva. Es en este momento cuando nos hacemos una serie de propósitos de enmienda que tienen que ver con aquellos aspectos de nuestro día a día que queremos mejorar -aquí viene al pelo el dicho de renovarse o morir-. Aunque también puede darse el caso de que lo único que queremos, virgencita, es quedarnos como estamos. 

 

Recapitulando sobre ello, he elaborado una lista de cosas sencillas que me gustaría seguir cultivando y acaso conseguir en este año bisiesto y un poco disléxico que tenemos por delante.

 

Cosas como zarandear la pereza y enfrentarme a nuevos retos aunque para ello tenga, a veces, que respingarme un poco. Empezando, como dice mi sabia madre, por aquello que más  cuesta. 

 

Ejercitar la paciencia, ésa que tuve un día y se esfumó como un caro perfume derramado sin dejar ni rastro. Hacer primero una cosa, luego otra y otra más, sin prisa, sin pausa, poniendo la mirada solo en el camino que hay antes de la curva.

 

Potenciar el sentido del humor, sonreír aunque la vida hiele y reírme, sobre todo y por encima de todas las cosas, de mí misma.

 

Potenciar la autoestima porque podemos mudar de amigos, de pareja, de lugar de residencia, de trabajo, de país, hasta de aspecto físico, pero, en palabras de Cavafis, no hay barco que nos arranque de nosotros mismos. Aunque también es verdad que querernos a nosotros mismos no sirve de nada si no somos capaces de darnos a otros.

 

Alimentar los pájaros de mi cabeza pues sus trinos y piares me ayudan a soñar. Hacer locadas, perder el juicio, la verecundia, romper un plato o cinco y, de cuando en cuanto, desaparecer al doblar la esquina en un acto de escapismo para reaparecer en un mundo paralelo y propio, tal vez el más propio y genuino que existe, que se haya al otro lado del espejo, en la línea de sombra.

 

Meter en fardelillos los errores pasados (culpas, resentimientos, omisiones, deseos no realizados…) y soltarlos por tandas en la mar que los llevará a otros puertos de lugares ignotos o los devolverá, transmutados en amables olas, a la misma playa en la que fueron vertidos.   

 

Asombrarme al contemplar una gota de lluvia enredada en la rama de un árbol, la escarcha que envuelve la carcasa de un caracol fenecido, la huida en vuelo libre de un pájaro que súbitamente sale de un matojo, o esos zapatos que penden de los cables de la luz de una calle poco transitada de una ciudad cualquiera.

 

Integrar en el día a día el dolor y la alegría, la dureza y suavidad, los procesos de vida y de muerte, tan difíciles de integrar. Porque lo cierto es que la vida nos viene así, entreverada, y en medio de momentos duros y terribles surgen otros que son como flores.

 

Entregarme, en definitiva, a vivir cada instante para que cuando el cuerpo ya cansado claudique y ponga en la balanza mi existencia toda, consiga aprobarme. No soy ambiciosa en eso de las notas y con un cinco raspado me basta, pues con un cinco raspado habré conseguido mi cielo en esta tierra.

 

Porque de eso, y no de otra cosa, se trata.

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