Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 15 de Febrero de 2020

Amores enquistados

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Acaba de pasar el día de San Valentín. En casi todo el orbe de la Tierra se celebra ese curioso estado emocional que es el de ‘estar enamorado’.  Realmente el estar enamorado es algo para celebrar pero, como diría Alicia (en el país de las maravillas), los enamorados deberían celebrar su amor todos los días que no son San Valentín, es decir los 364 días restantes del año.

 

El estar enamorado es algo más que el querer o el cariño o la admiración hacia una persona, es todo eso o parte de eso o nada de eso. El componente principal del estado de enamoramiento es la aparición de un fluido gaseoso que invade las entrañas, acelera la circulación y noquea el pensamiento del enamorado. Estar enamorado es estar en una especie de éxtasis de contento y plenitud. Es como si de pronto desaparecieran las pesadas gravitaciones de la vida y nos sumergiéramos en un estado de plácida embriaguez, de júbilo, de optimismo y complacencia. Todo es bueno, alegre y bonito alrededor del enamorado.

 

Este maravilloso estado de exaltación, en el que el enamorado se siente el centro del universo, por desgracia es un estado efímero, con más o menos duración, pero con obsolescencia. Si ese estado de gracia pudiera ser permanente el mundo sería un lugar radiante de felicidad, extraordinario.

 

El beatífico estado de ‘enamorado’, una vez pasados los momentos ‘celestiales’, va transformándose en diversos humores. A partir de esa lenta derivación ya hablamos de otra afección, hablamos: de cariño, de querer, de simpatía, de compañía…, otra cosa.

 

A mí me parece una cursilería eso de los corazoncitos enlazados con orlas de flores y esas manifestaciones tan utópicas típicas de este celebrado día. Un ramo de flores siempre es bienvenido pero no necesariamente en esa fecha, más valor tiene en un día corriente. Las flores siempre son un bonito regalo a tiempo de destiempo.

 

San Valentín ha sido importante para mí por otra razón, mi primer amor de adolescente y algo más de tiempo, se llamaba Valentín. El amor de esa época de nuestra vida no lo olvidamos nunca quizás porque es cuando se nos despierta la sensualidad, el deseo, la empatía, la inocencia del querer, la idea de futuro compartido…,  o quizás porque ese primer amor queda enquistado en el tiempo, sin desarrollarse, por lo que no tiene la oportunidad de desgaste y siempre que miramos hacia atrás lo encontramos impecable, y podemos volver s a recordar y sentir las mismas sensaciones de entonces tan puras, tan limpias, tan esperanzadoras. Siempre felicité a Valentín por su santo, ocasión de intercambiarnos acontecimientos de nuestras vidas.

 

Y hablando de amores enquistados tengo un buenísimo ejemplo de lo que supone un amor suspendido en el tiempo.

 

Esto de la Red da para mucho, ya sabemos, también para encontrar a viejos amores. Un buen día recibo un correo electrónico diciéndome algo así como: “Hola soy Pierre Cosnul. No sé si te acuerdas de la familia francesa que veraneaba a lado de vuestra casa en Santander”. Claro que me acordaba, cómo no iba a acordarme, Fueron varios años de convivir tres meses en verano y formar una divertida pandilla. Guateques, excursiones en bicicleta, meriendas, romerías, playa diaria… todo entraba dentro de las actividades interminables del verano.

 

A su prudente pregunta le respondí con gran entusiasmo. Habían pasado más de cuarenta años desde la última vez que nos habíamos visto. Y así empezó: “¿Y te acuerdas cuando le pedí permiso a tu madre para poder llevarte a la romería de Güemes? ¿Y te acuerdas cuando te subí a hombros para coger unas manzanas de un árbol y nos caímos rodando por un terraplén? ¿Y te acuerdas cuando te tumbaste una noche a mi lado en la pradera para ver las estrellas? ¿Y te acuerdas de esto y de lo otro? A decir verdad no me acordaba de nada pero poco a poco se me fue despertando la memoria y de lo que su prodigiosa memoria me transmitía y empezaba a recordar pinceladas. Me admiró que acumulara tantos recuerdos después de tantos años. Yo hacía enormes esfuerzos para acordarme de su físico pero igualmente me aparecía desfigurado. Me dio mucha rabia no ponerle cara así que empecé a rebuscar en el cajón de los recuerdos y, sí, finalmente encontré alguna foto donde aparecía  él y pude avivar así mi memoria.

 

Poco a poco las confidencias fueron haciéndose más cercanas. El hurgar en la memoria nos supuso recuperar sensaciones y vivencias de una época feliz.   

 

A mí me resultaba una expedición, muy agradable y sugestiva, al baúl de un pasado dichoso y prácticamente olvidado. Para mi amigo Pierre estaba significando un revulsivo emocional pues reflotaba, en esa marejada de impresiones y emociones en las que nos habíamos puesto a bucear, el gran amor que se había quedado enquistado, desde aquella época, en las zonas pelágicas del océano de sus sentimientos.

 

Compartir conmigo las evocaciones del pasado le recolocaron emocionalmente en aquellos cálidos tiempos y resucitaron en él el sentir de su clandestino amor, amor que ahora me confiesa que entonces sentía por mí y que siempre había sentido por mí. Como anécdota sorprendente y muy graciosa para mí, y muy sentida para él, me revela que toda la vida había tenido coches de la marca Mercedes en mi honor.  Un detalle muy tierno ¿no?

 

Las emociones despertadas por los recuerdos se han ido transformando, poco a poco, en aquel apasionado y secreto amor que nunca me pudo transmitir y que ahora tiene la oportunidad de sacarlo del fondo de su alma y declarármelo con vehemencia por teléfono. La agitación sentimental es grande y va creciendo día a día, en los mensajes y mensajes, con la ansiedad de volver a verme. Con su ardoroso entusiasmo consigue transmitirme la soñadora idea de un encuentro sideral y empiezo considerar el romántico proyecto de un encuentro, después de cuarenta años, en algún lugar apetecible en sí mismo como una isla griega. Pero, oh inconveniente, él tiene mujer en circunstancia de gran sorpresa y mosqueo ante la novedosa y repentina exaltación anímica de su marido. Pierre acaba confesando a su mujer el encendido amor de juventud que quiere vivir en su madurez.

 

A la mujer, como es lógico, no le parece pertinente que su marido tenga que resolver esa ‘asignatura pendiente’ y monta en cólera y amenaza (los detalles no me llegan). Pierre recul, lo que significa que Pierre se acojona ante el drástico y conflictivo final de su acomodo cotidiano y corta toda comunicación con el proyecto revival.

 

No hubo encuentro, ni remate final, pero el hecho de haber sajado ese quiste emocional que le había estado oprimiendo un rinconcito de su corazón, con la sola actuación de comunicarme su secreto tan bien guardado, para Pierre ya  había sido suficiente. Había resuelto algo que había dejado inacabado en su juventud. Consiguió declarar su gran amor a la persona amada y con ello liberarse. Cierre de círculo.  

 

Con el sólo hecho de expresar lo que por miedo, prudencia o pudor, no supo o no pudo expresar en su momento le sirvió para soltar el lastre emocional que se le había quedado enquistado durante cuarenta años. Fin de la historia.

 

Es una bonita historia de amor con final feliz. Pierre por fin habló de su amor desde el pasado y yo entendí el amor de su pasado.

 

¡Feliz día de NO San Valentín! para todos los enamorados y para los que no lo están ¡feliz encuentro del amor!

 

O témpora o mores

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