Eloy Rubio Carro
Domingo, 16 de Febrero de 2020

'Sepia', mirar a la Gorgona a la cara

Néstor Rojas. Sepia; Fundación Rómulo Gallegos. Venezuela 1992

 

 

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Estamos ante un poema existencial y metafísico, producto de una experiencia fuerte de transformación. Es metafísico, pues indaga en el ser, en la identidad y la desmenuza para reorientarla en sus múltiples posibilidades. Es existencial, porque narra la propia experiencia y la vincula con una vida previa vivida sin apenas consciencia y proyecta un futuro.


Dice, Néstor Rojas, que ‘Sepia’ y el otro poemario titulado ‘Ocre’ son el resultado, la cuenta o el descuento de una experiencia chamánica, donde una especie de resonancia unísona lleva al iniciado a la conciencia, a las enumeraciones impostadas de lo que hay, del todo; pues la conciencia rompe, delimita, desgaja aquello que nunca había dejado de estar unido, donde el dolor, la tragedia de la supervivencia del mundo se compensaría con el placer, la satisfacción de las partes que dominan. Pero esto no dejaría de ser más que una representación del mundo que se da ya a una conciencia. Esa suma o resolución que la conciencia efectúa no puede hacerse, pues ya estuvo hecha antes de la fragmentación de las partes.


La experiencia chamánica de iniciación consiste en una experiencia límite de negación de la muerte, una experiencia del continúo renacer. La negación en el lenguaje animal se ejerce mediante una posibilidad mostrada pero no llevada a efecto, en un como sí, pero no. Al contrario de la paranoia de autorreferencia, que sería un no, pero sí. Mordisquea el mastín, el lobo domesticado, tus tobillos y su dentadura de dentellada no termina de morder: podría destrozartelos pero no muerdo, afirma al tiempo que niega.


El lenguaje de la iniciación es así: sí, pero no. Un lenguaje de la ‘autodesreferencia’. La muerte la propicia una serpiente de cascabel que te pica, pero es un jugueteo, instantáneamente le dan a beber un ‘tabacazo’ como antídoto, como soma de resurrección. Dará vueltas y más vueltas abrazando el mundo todo ya no contra sí, sino para esa construcción unísona y a la vez multiforme. Cae al suelo para estar en la inconsciencia y el rodar del mundo. Es su rodamiento.

 

 

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Los poemas de este único poema deslindado por las páginas no llevan título, a veces hace las veces el primer verso. Me referiré a esos fragmentos por la paginación del libro.



En (12) se cuenta esa experiencia de desnudamiento: "Doy vuelta en torno / a mí mismo: sueño que me quito el disfraz / y que giro / alrededor de una llama que nunca / Se disuelve // que es torbellino / caracol / relámpago / hundiéndose / en la página."


Por ello el poemario es en todo momento, como en el caso de ‘Un coup de des’ de Mallarme, una calcografía del universo. El poema será un calco de la totalidad dinámica del cosmos en el momento de la escritura a partir de la explosión original, la jugada del azar que lanza Dios en sus dados. Es por eso un poema cósmico, simbólico, adivinatorio: la noche, el laberinto, Teseo, el ojo celeste, la incandescencia, estelar, la ola del viento, cielo, plenitud del rayo, otra vez la noche, el fuego, la piedra que sueña, la rosa celestial.


La experiencia es un rayo que ilumina instantáneamente y otra vez nos deja en la oscuridad, anonada la nada. Sensación de irrealidad, de vaivén, de estar perdido en el laberinto: "¿Acaso sueño / despierto / en otro círculo?" (13)


Sensaciones luminiscentes, fosfénicas, quizás seguidas de escotoma: "La incandescencia de la estrella (no me alcanza) / No veo / lo que me transparenta." (14). De renacimiento: "voy de comienzos en comienzos / Que no tienen fin." (14)


Esta experiencia extática, abismática, infernal es iluminada de una significación poética y teófora que empoza todo lo vivido en un sentido poético. Entonces el poema que se persigue y nunca se alcanza, la horma platónica de la palabra en éxtasis se encuentra participado en la escritura. En (15) se manifiesta, en los poemas sucesivos se irá mostrando.

 

 

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Pero en esta resonancia todavía vibra un alma, un yo, un alma que se tiene contenta con los flujos de imágenes de recuerdos inconexos que la asedian: " Y otra vez veo mi infancia. / en mi / casa sepultada” (16) continúa en vaivén, apoyado en la nada, pero ha encontrado cierto sentido: de la sombra la luz. (Aunque sea la del relámpago instantáneo)


En (18) manifiesta: "Estoy en el reino de la palabra". Versos desoladores en el reino de la desolación, de la muerte: "Soportaré el peso del olvido / los extremos / de la ausencia." (18) "Todo ha huido para siempre". "Mi alma ya no tiene descanso." "Y nada regresa de la noche" (19). Incluso contra toda esperanza: " Pero nadie regresa / (aunque regrese)" (20) Una mística que retoma sus figuras en préstamo de visiones religiosas de inseguridad ontológica, de un sufrimiento insoportable: "Esa casa es de nubes", de nubes de no saber. Certeza sin saber, luterana, como una forma de superación de conflictos de la propia vida, a la que contraría con la completa seguridad de toda negación de la esperanza: "El exilio no es un reino." (22)


Da vueltas y revueltas en un espacio de círculos, que parte del sí mismo hasta lo desconocido: "Soy ola que se lleva el mar que no es azul / vuelvo/ girando / a tientas." (32) Un mundo y libro de las mutaciones: "Soy remolino"(...) del que se vuelve zamuro". (34)


Continuamente, en este infierno con más círculos que el de Dante, será la escritura lo que le salve de la confusión. Repitiendo los vaivenes, el mareo, los círculos en el poema en denodados esfuerzos para evadir las disolución del Yo en la experiencia alucinógena, muecas expresivas que más que expresar pretenderían disuadir, fijarse, reconocerse ante el deterioro disruptivo de la experiencia. Ya hemos dicho que escribe una calcografía del universo: "Donde el que se hace en mí / se levanta / para verme nacer / y al mismo tiempo morir / en la trampa de signos / y versiones." (35) Casi como volver al comienzo donde la conciencia deslinda, separa, artificializa, donde el ordenamiento es uno posible, limado de las asperezas de los otros que podrían ser, ya que todos unísonos hacen algarabía intolerable.


Esta escritura conduce a un nuevo centro, le saca de los sucesivos círculos del abismo, de la pérdida: " Y otra vez amanezco / en mí mismo / (o en el otro)". "Me sé / tinta / palabra / verbo / lenguaje que va creciendo / que se hace ser / texto / carne / alma / de una escritura que refleja / los signos y sueños del que sueña / soñándome." (37) Reflejo de un reflejo, sueños del soñador que le sueña. Conciencia, tras el viaje, de la finitud, de la ilusión, de la inestabilidad (...)

 

 

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Aquí comienza lo que podríamos llamar el diario de una resurrección: "Vuelven a abrirse las puertas" (38) "Vislumbrar otro tiempo es nacer / despertar / del destierro." (38)


La distribución de los versos como de los espacios es significativa, no se colocan los versos en columnas ajustadas, los espacios interestrofales dan pábulo a la reflexión, al detenimiento. Nuestra mente no está en el secreto y tiene dificultades para interpretar lo indecible, el silencio interversal. La escritura es el camino de la resurrección, del rehacerse en el modelo calcográfico, del rehacerse por ser el que escribe, Él, en renuncia a las posibilidades que harían imposible vivir como humano, disperso en el desnudo perdido. La letra de la escritura es en dos tipos: la versalita es contundente, de perlas encontradas, la redondilla sugiere y explícita.


Esta resurrección renueva el asombro, como el de la primera infancia, pero con la conciencia adquirida, una conciencia negativa, de no, de no separación. Asombro y conciencia fusionados en un modo poético de habitar el mundo: "Me inclino sobre mi propio asombro: / la claridad me cubre / fluye / carnívora / y es temblor que se desata." (39)


Pero esa experiencia de renacer contiene también el recuerdo de lo vivido y la desesperanza de finalmente ser derrotado en cualquiera otra opción, un pesimismo existencial, pues como ya sentenciaba Gaston Bachelard: "En el hombre todo es camino perdido." "Es inútil todo esfuerzo: ya no hay nada / que ganar ni sitio adónde ir." (45)


Un mundo propio concebido como una casa en la que seguiría a la intemperie: "Ahora estoy sin estar / y giro y me busco / y no me encuentro." (46)


La inconsciencia de la consciencia es haber olvidado la comunión originante, el desgajamiento que produce la palabra enhebra la identidad, la palabra constituye esa identidad desmembrada por la iniciación. Toda seguridad le ha sido arrebatada: "¿En qué asombro me apoyo / para no caer?" (47)

 

 

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Tras este viaje se renace viejo y se muere niño, como si se invirtiera el curso del tiempo, pues no es posible no volver ni tampoco "(...) hay orillas / ni meta que me procure el reposo / después de la batalla." (49)


La transformación, la confusión y el exceso pueden representar para su memoria y deseo el tiempo de las emociones intensas y de las metamorfosis de su ser. Se siente incapaz de tomar partido por cualquiera de ellas, renacer a una nueva vida, parece imposible: "Aquí no puedo comenzar de nuevo." (51)


Sin embargo tras anticipar las nuevas amenazas y tentar las sucesivas alucinaciones metamórficas se decide: "La candela de sus ojos me persigue / Tengo que romper el cerco / trazar el círculo." (52) "Un relámpago atraviesa mis ojos / y de nuevo soy pájaro  / cayendo." (53) "Mi corazón saeta azul / rompe el  cerco / las ataduras / y deja atrás al que fue // Asciendo / en el fulgor del día."(55) 

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