Pilar Blanco
Sábado, 22 de Febrero de 2020

Hipérbole de incendios y cenizas

 

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                                                                                           Nunca venció tribu sin poeta.

                                                                                                        Mahmud Darwix

 

A partir de determinada edad la visión de cerca empieza a enturbiarse. Por el contrario, la mirada a distancia multiplica su alcance, sobre todo hacia atrás, y los recuerdos intervienen cada vez más activamente en nuestras opiniones: vivimos el presente con las raíces en lo que fuimos.

 

La estudiante que fui hacía las traducciones de griego o latín mientras escuchaba “Ateneo”, el programa cultural de Radio Nacional dirigido por Alfonso Gil y Aurora Andrés que en los años ochenta entrevistaba a pensadores, artistas y escritores, y cuyo asesor de la sección de poesía, ‘la poesía que ama José Hierro’, era el mismísimo José Hierro; recreo como si hubiese sido ayer la luz amarillenta del flexo, la lluvia al otro lado de la ventana y el aroma de la manzanilla con que endulzaba mis agresiones a las lenguas clásicas.

 

La joven que fui pasaba la sobremesa frente a ‘Tal cual’, un programa cultural de RTVE presentado por Manuel Hidalgo. Desde la pantalla se metieron en el salón de casa, codo a codo conmigo en el sofá, Lourdes Ortiz, Álvaro Pombo, Luis Antonio de Villena, Umbral y otros autores de los que hasta entonces no sabía nada. De sus animadas conversaciones se nutrió lo que era ya por entonces un hambre literaria que terminaría por convertirse en mi pasión más duradera.

 

No era difícil. Bastaba con encender la radio, con conectar la televisión. Públicas, sin complejos, sin interés comercial, share, y otras servidumbres del zoco multimedia actual. Porque aunque también existíamos las minorías, se aspiraba a que mediante la educación al alcance de todos se convirtieran en mayoría. Porque el espíritu mamachicho aún no se había hecho carnaza y habitado entre nosotros.

No tardaría mucho.

 

Y con él estos lodos. La poesía y sus oficiantes casi han desaparecido o se han reducido a imitaciones made in China, vistosas, baratas, de mala calidad y posibles efectos cancerígenos de desarrollo lento pero letal. Mientras, fuera de la polis sobreviven aún bandas de poetas cimarrones que arrastran sus versículos harapientos, acarician las páginas desencuadernadas de tristes libros que fueron un tiempo Itálica famosa, entonan salmos de Celan, Quevedo, Wallace Stevens o Aleixandre. Claman en el desierto y mueren de olvido, aferrados a un mundo que ya no existe ni en el humo de los incendios que lo arrasaron.

 

Somos el resultado de generaciones de ratones de laboratorio a los que se les ha enseñado a apretar botones de satisfacción instantánea. Hasta en el sexo, ese universo de múltiples matices, se fomentan relaciones sin relación, fricciones virtuales sin imaginación y el nuevo orgasmatrón acelerado para no perder tiempo, ese oro devaluado en oropel consumista tal y como los alimentos precocinados llenos de estimulantes del sabor, o el arte y la literatura llenos de estimulantes del entretenimiento y la emoción que dejan, una vez usados, el espíritu reseco y la mente por estrenar.

 

Del mismo modo que nos dan perca por mero, vaca vieja por buey, congelados preelaborados por delicias ‘de la abuela’, triturados de nada con sabor a todo y facilidad rasa para el estómago, el pensamiento o la sensibilidad. Del mismo modo que se ha ido devaluando la educación experimento tras experimento y rebaja tras rebaja, le ha tocado el turno a la poesía, que se confunde ya con estos balbuceos (o balbulelos) romos cuyos palotes han sido diseñados, dicen, para silenciar esas conciencias elitistas que se creen mejores que los demás y siguen defendiendo, con gañidos cada vez más inaudibles, la lectura, la serenidad, el tiempo lento, el amor por el conocimiento y el lenguaje bruñido, cuando alrededor todo es prisa y vuelo rasante de gallinas obesas que se fingen azores a base de parabenos, colorantes y gurús de la publicicamelidad.

 

Seguramente la culpa la tengan la poesía y los propios poetas. Quienes antaño contribuían a la victoria de la tribu son vistos ahora con recelo, como algo distinto y exquisito que no encaja en una realidad que exalta lo vulgar y casi gutural.

 

Los datos son demoledores: las editoriales subsisten a duras penas, los libros de poesía no se venden, los espacios culturales se llenan de pseudosía y los poetas de hogaño, para subsistir, combinan su poetidad con juegos malabares, instalaciones sorprendentes, híbridos artísticos, maravillas audiovisuales o excrecencias soeces que captan seguidores, espectadores, megusteadores, pero rara vez LECTORES, pues al parecer la palabra no basta, el lenguaje ya no supone vuelo y desafío sino que repta entre lo ínfimo y resulta más rentable bajar a las cabañas a ver si entre sus habitantes se rasca algún lector, ahora que en los palacios andan a cosas de mayor sustancia.

 

Con semejantes pertrechos a la espalda se va y se viene, cómicos de la legua -y a veces de la lengua- muy siglo XXI, de librería-taberna-catacumba-plaza pública-solar abandonado con cascotes y gatos en librería-taberna-catacumba-plaza pública-solar abandonado con cascotes y gatos de las Españas todas, apurando cálices y esfuerzos de todo tipo para garantizar al menos la asistencia recíproca y prolongar con cuidados paliativos una agonía de siglos. Mientras, los blogueros, raperos, influencieros y triunfiteros son captados con puntilloso celo empresarial por unas editoriales reconvertidas en agencias de publicidad y mercadotecnia para emperadores desnudos.

 

La culpa la tiene la poesía, definitivamente. Confiada en que la Iglesia lleva con el mismo discurso desde la noche de los tiempos y ahí sigue, llenando procesiones y colegios concertados, guiando políticas y condicionando la justicia, se creyó que “lo bueno si bueno mejor” y que, por una vez, la montaña se acercaría a Mahoma. Pero no, la montaña, ay, sigue en su eterna, impasible inmovilidad.

 

Crecí con libros y literatura al alcance de mis ojos, de mi curiosidad y mi entusiasmo. Lo que ahora sea yo procede de la tierra y del abono con que tuve oportunidad de fertilizarla.

 

Pero hace tiempo que llegaron la agricultura intensiva, los herbicidas y el monocultivo para dar de comer mal a muchos y arrasar la riqueza, la variedad y a la larga nuestra existencia sobre el planeta.

 

Ojalá estemos aún a tiempo de salvarlo, de salvarnos. Lo creamos o no, nos va la vida (del cuerpo, el alma y la inteligencia) en ello.

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