El Marqués, Leopoldo María y Mi Suegra.
![[Img #48274]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2020/3609_desade2_650.jpg)
Pin Parental (PP): en esta columna no hay sexo. Sólo palabras.
No sé si es una sospecha, una creencia, una convicción o incluso un deseo, pero pienso que mi suegra me ha robado mi única copia de Juliette del Marqués De Sade. Me pregunto si es un acto sádico, pero luego se me ocurre que es, posiblemente, una acción masoquista: no por ser mujer ella sino porque es una traducción al inglés de un licenciado de Harvard que se llama Austryn Wainhouse, y mi adorable suegra no controla ni el inglés de Aravaca. También es cierto que jamás había visto yo la palabra Austryn. Suena a una practica sexual prohibida en Utah. O en Pozuelo.
Me lo compré en París por casualidad y por capricho. Siendo la primera versión en inglés de Estados Unidos editada ¡por primera vez! (1968) con ¡seis tomos en uno! no podía resistir la oferta ni aguantar mi curiosidad. Además, esa sentimentalidad ‘infocomercialera’ en letras grotescas sobre la portada me provocó una sonrisa enorme y más ganas aún iban acumulándose alrededor de mi voluntad al anticipar el placer de explorar el inglés norteamericano en unos campos léxicos que normalmente uno no encuentra en The New York Times ni en sus blogs underground.
Pero lo compré por otros motivos también. Y se los confieso abiertamente: no lo había leído con mi pobre francés ni tampoco podía superar mi debilidad irlandesa por los libros prohibidos.
Tengo una magnífica colección de libros, que, en su día, estaban prohibidos, censurados, o modificados y por lo tanto, archiconocidos si no famosos… en el sentido de que los famosos de ahora no podrían nombrarlos. De hecho, tengo una colección de libros sobre libros prohibidos. Tantos, que pienso que han prohibido aquellos libros de antaño y no de hace tanto para favorecer el mercado de los que versan sobre el tema: la creatividad del capitalismo siempre me asombra.
Volviendo a la substracción del libro (o al fenómeno de una cosa extraviada de forma improcedente): Por supuesto que no tengo evidencia. Ella, mi suegra, a menudo se queja del polvo acumulado en mi biblioteca y yo me niego a exprimir más coña de esta frase. Lo más probable es que el libro esté ahí todavía, pero en otro sitio de la estantería, y esa es otra: mi manera ridícula de ordenar mis libros.
Pero a pesar de ser un poco pesado, soy una persona cortés. Jamás iría corriendo a preguntarle directamente:
-Suegrita, ¿has visto por ahí el libro Juliette del Marqués de Sade, seis tomos en uno?
Porque no quiero desafiar o poner en duda sus conocimientos sobre la literatura francesa del siglo dieciocho, ni insinuar que no sepa desempeñar sus labores domésticas de manera eficaz, labores que lleva a cabo no porque no las pueda hacer yo, sino porque no somos capaces de concluir de forma satisfactoria el debate sobre un tema tan universal y, por lo tanto, problemático en todos los campos de la conducta: ¿la frecuencia procede de la necesidad? Además, ella me dice que le encanta recoger en casa porque le proporciona una buena hora de ejercicio y le ahorra los costes que supondrían las visitas al gimnasio con Héctor, su entrenador macizo a quien le van más las libras que los libros. Cado uno… etc.
Tampoco quiero leer ese libro (un tocho de 1190 páginas sin contar las del preámbulo) estos días, o sea, no me urge encontrarlo: sólo quería consultarlo. Por cierto, acabo de tener una idea nueva para la clasificación de mis libros. Veamos: los que volveré a leer, ojear, o consultar; los que no valen ni la molestia; y los que han sido tan placenteros que no quiero ni contemplar un regreso a la escena del crimen por si me muero de vergüenza.
Quería consultar el libro Juliette por culpa de otro libro que encontré en el estante dedicado a los libros que quiero vender a las librerías de segunda mano de mi barrio para mantener sus niveles de bazofia / llenar las cestas exteriores de la acera de faux gangas. Me di cuenta en seguida de mi desliz. Hay libros tan malos que mola conservarlos. Pero me había despistado con éste. Sería por haber sido interrumpido por Súper-Abuela. A continuación, un retrato (pobre) de la cubierta de éste que sí encontré:
Marques De Sade
(espacio y renglón seguido)
Cuentos, historietas y fábulas
Sic, y sin tilde sobre la ‘e’ de la palabra Marqués ni con el artículo delante del rango del señor, por mucho fantasma de gimnasia intelectual que fuese… un poco de rigor, porfa.
Es un libro de bolsillo de una colección Clásicos De Siempre de la casa Volumen Extra - me parto el bulo- (que resulta ser M. E. Editores S.L.). Es del año 1994 y nos pone a la vista, con una transparencia insólita: Impreso en España. ¿Acaso España estaba tan vaciada entonces que no tenía ciudades?
En resumidas cuentas, es una edición mala, remala, somala, sin notas a pie de página y, peor aún, ni nos informa del nombre del traductor ni el nombre del pintor cuyo cuadro magnífico en la portada está deformado por esa presentación de información lingüística vertida como una pintada para tontos en un muro abandonado detrás de una estación de tren o un tebeo apurado de Roy Lichtenstein hecho con güisqui japonés del año 1973 y aguarrás de toda la vida. Un libro feo, un propósito malparido de chapuceros espabilados o sinvergüenzas radicales.
Como soy un desastre aunque majo, tampoco gozo de mucha coherencia o constancia a la hora de inscribir la fecha o el lugar de la compra en las solapas de los ejemplares novedosos, las nuevas adquisiciones que entran en la guarida. En este caso me habría gustado tener unas pistas para averiguar los porqués de la introducción de tal libro en casa: me arrepiento y tarde, como suele ser.
Pues me puse a explorarlo, esta vez con paciencia. Tiene un índice. El índice no me dice nada de prefacios ni de prólogos. Pero resulta que la primera entrada en el índice se titula Sade o la imposibilidad y exclamo en voz muy alta, casi aguda, como una niña feliz: ¡La leche! ¡Esto suena a ensayo del ABC Cultural!
Voy pasando las páginas y al llegar a la quinta descubro que hay un ensayo de 42 páginas firmado, pero sin fecha ni lugar, por Leopoldo María Panero. No hay ni en la portada ni en la contraportada – no hay solapas - mención ninguna al invitado estrella.
¡Carray, María! (como dicen unos conocidos míos americanos disléxicos, aficionados a la pachanga).
Todavía no me atrevería a afirmar que lo haya comprado por este motivo, o sea, por el ensayo incrustado. No sé. No me acuerdo (como dicen los profesionales del blanqueo de dinero).
El ensayo es difícil, pero a la tercera lectura menos, y merece la concentración de la cabeza y el tesón del espíritu. Podría, en el contexto de esta columna, clasificarlo como una paja mental, pero no en el sentido de rizar el rizo (que también) - lo redacta como todos los genios que van de críticos literarios, es decir, pasa del público y del propio libro (no es reseña) en aras de desarrollar su propio Ars poética - sino por la distancia que hay entre el pensamiento del poeta y los contenidos del libro, que son en su inmensa mayoría de usar (poco), tirar y olvidar (mucho). Pero estoy convencido (sobre todo los jueves) de que Edgar Allen Poe ha robado algo de aquél.
Es que El Marqués también es tatarabuelo (mínimo), entre otras cosas, del pop posmoderno, así que no me sorprende que no se ocupara de un concepto tan conservador como el control de calidad. No obstante, el ensayo de Panero sobre la vida humana en sociedad y la locura individual fuera de ella (y viceversa, el muy genial) me alimenta suficientemente para paliar el desconcierto que he sentido al principio de este escrito por haber inventado el personaje de la suegra sin su permiso. Eso sí, Juliette permanece desaparecido en inacción como cualquier libro acostado durante mucho tiempo bajo la invisibilidad de su triste irrelevancia en un estante que no toca.
Tal vez esté debajo de la cama de mi hijo. ¡Qué logro sería hoy día ver a tu hijo leyendo a escondidas un libro entero…! Eso sí, siempre que no acabe en un manicomio por ser un raro o un payaso en paro sin un relato de moda.
![[Img #48274]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2020/3609_desade2_650.jpg)
Pin Parental (PP): en esta columna no hay sexo. Sólo palabras.
No sé si es una sospecha, una creencia, una convicción o incluso un deseo, pero pienso que mi suegra me ha robado mi única copia de Juliette del Marqués De Sade. Me pregunto si es un acto sádico, pero luego se me ocurre que es, posiblemente, una acción masoquista: no por ser mujer ella sino porque es una traducción al inglés de un licenciado de Harvard que se llama Austryn Wainhouse, y mi adorable suegra no controla ni el inglés de Aravaca. También es cierto que jamás había visto yo la palabra Austryn. Suena a una practica sexual prohibida en Utah. O en Pozuelo.
Me lo compré en París por casualidad y por capricho. Siendo la primera versión en inglés de Estados Unidos editada ¡por primera vez! (1968) con ¡seis tomos en uno! no podía resistir la oferta ni aguantar mi curiosidad. Además, esa sentimentalidad ‘infocomercialera’ en letras grotescas sobre la portada me provocó una sonrisa enorme y más ganas aún iban acumulándose alrededor de mi voluntad al anticipar el placer de explorar el inglés norteamericano en unos campos léxicos que normalmente uno no encuentra en The New York Times ni en sus blogs underground.
Pero lo compré por otros motivos también. Y se los confieso abiertamente: no lo había leído con mi pobre francés ni tampoco podía superar mi debilidad irlandesa por los libros prohibidos.
Tengo una magnífica colección de libros, que, en su día, estaban prohibidos, censurados, o modificados y por lo tanto, archiconocidos si no famosos… en el sentido de que los famosos de ahora no podrían nombrarlos. De hecho, tengo una colección de libros sobre libros prohibidos. Tantos, que pienso que han prohibido aquellos libros de antaño y no de hace tanto para favorecer el mercado de los que versan sobre el tema: la creatividad del capitalismo siempre me asombra.
Volviendo a la substracción del libro (o al fenómeno de una cosa extraviada de forma improcedente): Por supuesto que no tengo evidencia. Ella, mi suegra, a menudo se queja del polvo acumulado en mi biblioteca y yo me niego a exprimir más coña de esta frase. Lo más probable es que el libro esté ahí todavía, pero en otro sitio de la estantería, y esa es otra: mi manera ridícula de ordenar mis libros.
Pero a pesar de ser un poco pesado, soy una persona cortés. Jamás iría corriendo a preguntarle directamente:
-Suegrita, ¿has visto por ahí el libro Juliette del Marqués de Sade, seis tomos en uno?
Porque no quiero desafiar o poner en duda sus conocimientos sobre la literatura francesa del siglo dieciocho, ni insinuar que no sepa desempeñar sus labores domésticas de manera eficaz, labores que lleva a cabo no porque no las pueda hacer yo, sino porque no somos capaces de concluir de forma satisfactoria el debate sobre un tema tan universal y, por lo tanto, problemático en todos los campos de la conducta: ¿la frecuencia procede de la necesidad? Además, ella me dice que le encanta recoger en casa porque le proporciona una buena hora de ejercicio y le ahorra los costes que supondrían las visitas al gimnasio con Héctor, su entrenador macizo a quien le van más las libras que los libros. Cado uno… etc.
Tampoco quiero leer ese libro (un tocho de 1190 páginas sin contar las del preámbulo) estos días, o sea, no me urge encontrarlo: sólo quería consultarlo. Por cierto, acabo de tener una idea nueva para la clasificación de mis libros. Veamos: los que volveré a leer, ojear, o consultar; los que no valen ni la molestia; y los que han sido tan placenteros que no quiero ni contemplar un regreso a la escena del crimen por si me muero de vergüenza.
Quería consultar el libro Juliette por culpa de otro libro que encontré en el estante dedicado a los libros que quiero vender a las librerías de segunda mano de mi barrio para mantener sus niveles de bazofia / llenar las cestas exteriores de la acera de faux gangas. Me di cuenta en seguida de mi desliz. Hay libros tan malos que mola conservarlos. Pero me había despistado con éste. Sería por haber sido interrumpido por Súper-Abuela. A continuación, un retrato (pobre) de la cubierta de éste que sí encontré:
Marques De Sade
(espacio y renglón seguido)
Cuentos, historietas y fábulas
Sic, y sin tilde sobre la ‘e’ de la palabra Marqués ni con el artículo delante del rango del señor, por mucho fantasma de gimnasia intelectual que fuese… un poco de rigor, porfa.
Es un libro de bolsillo de una colección Clásicos De Siempre de la casa Volumen Extra - me parto el bulo- (que resulta ser M. E. Editores S.L.). Es del año 1994 y nos pone a la vista, con una transparencia insólita: Impreso en España. ¿Acaso España estaba tan vaciada entonces que no tenía ciudades?
En resumidas cuentas, es una edición mala, remala, somala, sin notas a pie de página y, peor aún, ni nos informa del nombre del traductor ni el nombre del pintor cuyo cuadro magnífico en la portada está deformado por esa presentación de información lingüística vertida como una pintada para tontos en un muro abandonado detrás de una estación de tren o un tebeo apurado de Roy Lichtenstein hecho con güisqui japonés del año 1973 y aguarrás de toda la vida. Un libro feo, un propósito malparido de chapuceros espabilados o sinvergüenzas radicales.
Como soy un desastre aunque majo, tampoco gozo de mucha coherencia o constancia a la hora de inscribir la fecha o el lugar de la compra en las solapas de los ejemplares novedosos, las nuevas adquisiciones que entran en la guarida. En este caso me habría gustado tener unas pistas para averiguar los porqués de la introducción de tal libro en casa: me arrepiento y tarde, como suele ser.
Pues me puse a explorarlo, esta vez con paciencia. Tiene un índice. El índice no me dice nada de prefacios ni de prólogos. Pero resulta que la primera entrada en el índice se titula Sade o la imposibilidad y exclamo en voz muy alta, casi aguda, como una niña feliz: ¡La leche! ¡Esto suena a ensayo del ABC Cultural!
Voy pasando las páginas y al llegar a la quinta descubro que hay un ensayo de 42 páginas firmado, pero sin fecha ni lugar, por Leopoldo María Panero. No hay ni en la portada ni en la contraportada – no hay solapas - mención ninguna al invitado estrella.
¡Carray, María! (como dicen unos conocidos míos americanos disléxicos, aficionados a la pachanga).
Todavía no me atrevería a afirmar que lo haya comprado por este motivo, o sea, por el ensayo incrustado. No sé. No me acuerdo (como dicen los profesionales del blanqueo de dinero).
El ensayo es difícil, pero a la tercera lectura menos, y merece la concentración de la cabeza y el tesón del espíritu. Podría, en el contexto de esta columna, clasificarlo como una paja mental, pero no en el sentido de rizar el rizo (que también) - lo redacta como todos los genios que van de críticos literarios, es decir, pasa del público y del propio libro (no es reseña) en aras de desarrollar su propio Ars poética - sino por la distancia que hay entre el pensamiento del poeta y los contenidos del libro, que son en su inmensa mayoría de usar (poco), tirar y olvidar (mucho). Pero estoy convencido (sobre todo los jueves) de que Edgar Allen Poe ha robado algo de aquél.
Es que El Marqués también es tatarabuelo (mínimo), entre otras cosas, del pop posmoderno, así que no me sorprende que no se ocupara de un concepto tan conservador como el control de calidad. No obstante, el ensayo de Panero sobre la vida humana en sociedad y la locura individual fuera de ella (y viceversa, el muy genial) me alimenta suficientemente para paliar el desconcierto que he sentido al principio de este escrito por haber inventado el personaje de la suegra sin su permiso. Eso sí, Juliette permanece desaparecido en inacción como cualquier libro acostado durante mucho tiempo bajo la invisibilidad de su triste irrelevancia en un estante que no toca.
Tal vez esté debajo de la cama de mi hijo. ¡Qué logro sería hoy día ver a tu hijo leyendo a escondidas un libro entero…! Eso sí, siempre que no acabe en un manicomio por ser un raro o un payaso en paro sin un relato de moda.






