A una puta indecente y ciega
No es que quiera decir que no te echo mucho de menos, pero, la verdad, pequeña, te has hecho desamar muy rápido. Me fui de ti con la esperanza puesta en ultramar, como un naúfrago de ideales caídos a tus pies. Me fui con miedo por el absoluto desconocimiento de lo que había más allá de 13 horas de vuelo transatlántico. Te abandoné igual. Sentí ya que no me esperabas, que no podías darme nada de lo que yo aguardaba de ti. Creí que lo más cabal era buscarte desde afuera, rondarte con nombres exóticos, satisfacerte tal vez un día lejano, hacerte creer que fui, que soy, que era.
Y no echo de menos la patria, maldita, tu construcción desatenta, tu venderte al mejor postor, tu creerte puta de altos vuelos cuando no te acercabas ni un poquito al primer escalón de tacón de aguja de la menos experimentada de las meretrices. Cómo te has dejado ir, cómo has permitido que te gobiernen los traidores, cómo concedes que se rían de ti, que te tomen por estúpida y, encima, como haciéndote la sorda, te dices sonriente. Debes sacudirte, ciega, debes irrumpir en esa desmesura de indignidad. Cuando sueño tu despertar, tu decir basta y tu salvación. Si tus acólitos supieran, si tus hijos conocieran lo que es la falta de sanidad, la venta de la salud, el que pase por caja si quiere sobrevivir, lo que supone perder las infraestructuras, los caminos que llevan al trabajo, la vida, el mar, la huida, la mierda. Si todos tus suicidas supieran del significado de la muerte de las cosas que no se ven, maldita, si apenas atisbaran la catástrofe entonces, estoy segura, quiero pensar, que no te dejarían vestir un minuto más ese ropaje de vergüenza y arrogante decrepitud. Y romperían la pantalla, esa desde la que te miente como un letanía tu propio gobernador.
Pero más allá de tus dueños, España, sí me duele tu ausencia medida en brazos de donde caí mil veces y volví a retomar el vuelo. Sí añoro el fragmento de tierra que supiste hacer mío, rinconcito de espacio extraño donde me enseñaron a crecer. Me desalienta aquí la falta de calma, de verde fatigoso apenas haciéndose agua frente a tus dorados impuestos. Campos de trigo y cebada me hieren en la memoria. Eso sí lo deseo. Amaría construir un rescoldo de esa luz de anochecida, de ese esconderse el sol tras los negrillos. Eso sí, amor, eso sí lo hecho en falta en esta vorágine de tráfico, de atragantada megalópolis en el desorden de Latinoamérica. Y te pienso, como un latido distante, como un techado de agua y azúcar, como una lejana voz que te suspira y te siente.
Buenos Aires y España como puente entre los que perdieron la esperanza, como un extravío a la luz, como recuperación de la decencia: como vuelo de calor sobre el hielo de tus hachas.
Buenos Aires, agosto de 2013
No es que quiera decir que no te echo mucho de menos, pero, la verdad, pequeña, te has hecho desamar muy rápido. Me fui de ti con la esperanza puesta en ultramar, como un naúfrago de ideales caídos a tus pies. Me fui con miedo por el absoluto desconocimiento de lo que había más allá de 13 horas de vuelo transatlántico. Te abandoné igual. Sentí ya que no me esperabas, que no podías darme nada de lo que yo aguardaba de ti. Creí que lo más cabal era buscarte desde afuera, rondarte con nombres exóticos, satisfacerte tal vez un día lejano, hacerte creer que fui, que soy, que era.
![[Img #5180]](upload/img/periodico/img_5180.jpg)