Andrés Martínez Oria
Lunes, 09 de Marzo de 2020

En la muerte de J. Jiménez Lozano

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Hace un rato, en un receso para ir a la cocina a desayunar, mientras leía precisamente su Guía espiritual de Castilla, acabo de enterarme del fallecimiento de José Jiménez Lozano. He sentido una inmensa pena, y me he visto un poco más huérfano y desvalido. Cuando se pierde uno de los buenos, somos más pobres. Y nos quedamos más solos. El último clásico, decía de él Gabriel Albiac. No sé si el último, pero clásico, sin duda. Una de las voces esenciales de nuestro tiempo. Hondo, claro y con la frescura de los elegidos, el estilo suyo. Había nacido en Langa —Ávila— en 1930 y residía en Alcazarén —Valladolid—. Ensayista, narrador y poeta, había recibido el Premio Castilla y León de las Letras, el Nacional y el Miguel de Cervantes entre otros. Fue uno de los más finos catadores de la poesía de Fray Luis de León y San Juan de la Cruz; lo más puro y elevado de nuestra poesía mística. Estudioso de las culturas y religiones que convivieron en España durante la Edad Media, nos dejó un ensayo imprescindible sobre la heterodoxia —Los cementerios civiles— y bellas y sagaces observaciones sobre la convivencia e intolerancia entre cristianos, judíos y musulmanes. Sobre las estancias interiores de la casa judía «donde pasan las cosas de mucho secreto» estaba leyendo, cuando una voz en la radio dijo algo así, "Ha muerto José Jiménez Lozano". Y recordé cuanto de él había leído. Ahora me siento, ya digo, más solo. ¿Será verdad que algunos que nos parecían como la costumbre a nuestro lado, eternos, puedan llegar a morir?

 

 

 

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