Luis Miguel Suárez
Sábado, 21 de Marzo de 2020

Epistolario entre dos buenos amigos: Ricardo Gullón y Guillermo de Torre

Pablo Rojas y Carlos García (ed.), Epistolario de Ricardo Gullón y Guillermo de Torre (1934-1970), Madrid, Fundación Universitaria Española, 2019.

 

[Img #48793]

 

 

Ricardo Gullón y Guillermo de Torre fueron dos de los críticos españoles más sobresalientes del siglo XX en el campo del arte y de la literatura. Ambos estuvieron unidos por una entrañable amistad de la que dan fe un buen número de cartas intercambiadas a lo largo de casi cuarenta años. La parte que se conserva de ese epistolario, doscientas dieciséis cartas y postales —depositadas en la Biblioteca Nacional, en la Universidad de Texas y en la Biblioteca Municipal de Astorga—, se recoge ahora en un volumen preparado por Pablo Rojas y Carlos García, especialistas en la obra de Torre.

 

El volumen va precedido por un prólogo (pp. 7-14) del catedrático de literatura de la Universidad Complutense Javier Huerta Calvo —en el que espiga algunas notas de interés de este epistolario y reivindica a Gullón y Torre como modelo de críticos literarios— y una breve introducción de los editores (pp. 15-21), que incide sobre todo en las afinidades biográficas e intelectuales entre sus protagonistas. Las cartas se agrupan por años y van acompañadas de notas y algunos comentarios más extensos —por ejemplo, sobre la revista Literatura (pp. 31-36); o sobre los avatares de ambos críticos en el periodo de la guerra (pp. 59-65), etc.— incorporados al cuerpo del texto. Se añade al final también una carta de Gullón a Norah Borges, viuda Torre.

 

Ya en las primeras cartas, datadas entre 1934-1935, aparecen los temas más recurrentes: intercambios de libros, encargos mutuos de artículos y reseñas, noticias y comentarios sobre sus trabajos y proyectos, que incluyen, junto a los elogios, reparos sinceros, etc. Los años de la guerra no interrumpen el intercambio epistolar: las dramáticas circunstancias dificultan la realización de sus trabajos literarios; sin embargo, ni en estos momentos renuncian a su vocación: el astorgano incluso se entrega a la escritura de novelas y de poemas (pp. 84-85). Y, como es lógico, aparecen las cuestiones más acuciantes: su propios avatares —como recuerdan los editores en sendos comentarios, Gullón se traslada de Madrid a Alicante en donde, entre otros cometidos, ha de investigar quién dio la orden de fusilar a Primo de Rivera (p. 63); mientras que Torre, inseguro incluso en zona republicana, ha de partir para el exilio (p. 73)— y la de los amigos comunes, de los que se solicitan y se dan noticia.

 

De la inmediata posguerra (1940-1941), apenas se conservan un par de cartas. Luego la correspondencia se interrumpe hasta 1946. Desde entonces y hasta la partida de Gullón para Puerto Rico, en 1953, el epistolario cobra, si cabe, todavía mayor interés, pues constituye, sin duda, una de las vías de comunicación más fructíferas entre la España interior y la del exilio: se intensifica el intercambio de libros (a lo que contribuye de manera destacada Torre, desde su puesto en la editorial Losada) y revistas, se solicitan artículos para publicaciones de ambas orillas (Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos, Sur..), se reseñan mutuamente sus trabajos, contribuyendo también de este modo al intercambio cultural entre España y América —el propio Torre subraya que la reseña de Gullón de su libro sobre Menéndez Pelayo es «el primer comentario público que en España se hace de un escritor español emigrado» (p. 102); y no faltan comentarios diversos —alguno que otro desaprobatorio— sobre autores y obras de uno y otro lado, etc.

 

Una nueva etapa se abrirá cuando Gullón se traslade primero a Puerto Rico y luego —abandonada ya la carrera fiscal para entregarse a su verdadera vocación— a la universidad de Texas. La correspondencia da cuenta entonces de su trabajo frenético, con continuos viajes —«gran saltarín de meridianos» (p. 370) lo llamará el crítico madrileño—, clases, congresos, conferencias... Algunas empresas concebidas en común —como el proyectado libro de don Ricardo para la benemérita colección «El Puente; o su empeño de aquel para que Torre imparta clases en su misma universidad— resultarán al final, por diversas circunstancias, frustradas. Sin embargo, el afecto —«mi mejor amigo» (401), llama Torre a Gullón— y el mutuo aprecio como críticos literarios, a pesar de puntuales discrepancias, no decaerá nunca. Como tampoco el interés de sus cartas.

 

Unas cartas que serán realmente el vehículo fundamental para mantener a lo largo de tantos años su amistad, pues el azar quiso que sus encuentros personales, tras el estallido de la guerra, fueran escasos y casi siempre fugaces: «Curiosa jugarreta del destino —se queja el crítico astorgano— que nos ha tenido separados casi siempre, cuando juntos de seguro hubiéramos hecho cosas interesantes» (p. 408).

 

El volumen se completa con un apéndice que incluye lo trabajos y reseñas que cada uno dedicó a los libros del otro. Entre ellos, destacan la de Torres sobre Galdós novelista moderno (pp. 455-461); el largo y documentado prólogo de Gullón a La aventura estética de nuestra edad y otros ensayos (pp. 463-485), o su recensión de Historia de las literaturas de vanguardia (pp. 495-503). Cierra este apéndice el emotivo recuerdo (pp. 504-506) que Gullón publicó en Ínsula tras la muerte de su entrañable amigo.

 

En conclusión, este epistolario, de grata y amena lectura, resulta del máximo interés, pues ilumina destacados aspectos no solo de la vida y obra de sus protagonistas, sino también de la cultura española del siglo XX.

 

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.