Manuel Casal
Martes, 07 de Abril de 2020

Esperanza

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He decidido, en este tiempo de ausencia de vida exterior, no pensar más allá del día a día. Creo que el objetivo debe ser el de llenar de vida cada día, cada momento, pero no adentrarse en futuros más o menos inciertos y hasta improbables. Hay que acabar con los miedos y con las fantasías temibles. La mente lo agradecerá haciendo aparecer el sosiego en el ánimo.

 

Lo cual no quita para que hagamos un ejercicio de análisis de lo que está ocurriendo y de cómo afectará a nuestras vidas cuando volvamos a la sociedad, al mundo en el que vivimos y del que formamos parte todos.

 

Tengo la impresión de que el maldito virus -no lo llamo por su nombre porque no quiero ninguna familiaridad ni cercanía con él- puede esta vez tener más impacto en la sociedad que las proclamas políticas, los boletines oficiales, las homilías o los recursos a las tradiciones de toda la vida.

 

Por ejemplo, ¿habrá a partir de ahora alguien en su sano juicio que se coma un aperitivo que ha estado expuesto en la barra del bar, a la altura de las bocas de los clientes, o que beba en un vaso que no esté perfectamente limpio?, ¿no habrá que exigir en cualquier cola que quien se sitúe detrás guarde una distancia prudente?, ¿no tendremos que reivindicar el espacio vital que todos necesitamos?, ¿deberíamos llamarle la atención a esas personas con escaso sentido de la higiene que van repartiendo toses y estornudos sin taparse la boca o la nariz con un pañuelo o con el codo?, ¿sería conveniente que las administraciones públicas pagaran anuncios en televisión mostrando e inculcando las medidas de higiene más elementales en una sociedad civilizada?

 

Estos son posibles impactos de esta pandemia en el terreno de lo social, pero estoy seguro de que en el campo económico también los habrá. Y pongo algunos ejemplos. ¿Vamos a tolerar más recortes en sanidad, en educación y en atención a personas mayores y dependientes?, ¿seguiremos igual que ahora para que el maldito virus -o un primo hermano, que los tiene- haga una segunda aparición  y nos encuentre con las mismas carencias?, ¿mantendremos las dolorosas desigualdades actuales -aunque solo nos fijemos ahora en las económicas- para que los pobres, los ancianos, las mujeres o los que no tienen hogar sufran más o mueran antes o nos infecten, mientras haya pudientes que desoigan las normas de las autoridades y hagan lo que les dé la gana?, ¿permitiremos que se sigan destinando más fondos a lo privado que a lo público para que nos encontremos de nuevo en la misma situación que en la actualidad?

 

Me parece que ahora tenemos tiempo suficiente para pensar no en cuándo vamos a salir a la calle, sino en cuál deberá ser nuestra actitud, como seres humanos civilizados, como ciudadanos, cuando salgamos al mundo de todos. Yo espero y deseo que algo cambie a mejor, pero para ello sé que muchas personas deberían tomar conciencia profunda y crítica de la situación en la que estamos, asunto difícil siempre. Espero que mi esperanza no me haga en este caso caer en la ingenuidad. El maldito virus disfrutaría mucho si así fuera.

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