Gracias abuelos, muchas gracias
![[Img #49272]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2020/2505_valle-barcelona-viernes-234.jpg)
Hoy quisiera referirme a esos superhombres y supermujeres que huelen a hogar, a ternura y cariño. Personas a las que el paso de los años ha teñido de plata su pelo y convertido sus corazones en oro. Aquellos que disfrazados de abuelos, pintan con su riqueza emocional nuestra historia de colores cálidos, de huellas imborrables, de carisma y amor.
Sus recuerdos nos saben a gozo, al rincón de los abrazos, a ternura. Sus miradas sabias siguen grabadas en nuestros pensamientos, sus enseñanzas, los juegos inacabados, los besos que sanaban cualquier dolor y la propina del domingo.
Ancianos que en su juventud lucharon por su supervivencia durante la guerra o la posguerra, que provocaron la transición y se empeñaron en remodelar este país con el que ahora se sienten frustrados, porque la sociedad de hoy somos un fruto truncado que ha fracasado en sus expectativas.
Los que hemos tenido la fortuna de compartir parte de nuestra vida con nuestros abuelos, hemos podido apreciar que han sido el mejor espejo donde poder mirarnos cada día, el apoyo durante nuestro camino y el hombro donde confiar nuestras lágrimas. Es nuestro deber aprovechar la huella imborrable que han dejado en nuestro corazón, cada guiño que nos hacen los recuerdos y reconocernos en los valores que ellos promulgaron. Dar mayor importancia al respeto, al amor y al cuidado que a lo efímero y lo banal.
Ahora nuestros mayores están en el centro de las noticias que depara la crisis del coronavirus, casi siempre como víctimas, ya que son el colectivo de riesgo al que con más virulencia y agresividad está azotado la pandemia. Eso les obliga a llevar un confinamiento más severo, con la incertidumbre sobre su futuro y ansiosos por intentar superar esta situación.
Un aislamiento que no es como el de otros grupos de población hiperconectados, acostumbrados a entretenerse con las redes sociales y organizar maratones de series o películas. Ahora que su cuerpo no es el que era, les cuesta incorporarse, subir escaleras, oír o ver con facilidad. Olvidan datos y les cuesta memorizar una información. Debemos hacerles ver, y ellos ser conscientes, que siguen poseyendo unas cualidades increíbles que les deben hacer confiar en ellos mismos: una mente cargada de anécdotas, unas manos rebosantes de experiencia y unos ojos que tienen tanto que decir. Para ellos el contacto humano es esencial.
Ahora esos héroes cotidianos que han sido capaces de cualquier cosa por ayudar a sus hijos y nietos, nos necesitan y es más necesario que nunca “estar a su lado”, aunque sea en la distancia, tienen que saber que hay personas pendientes de que estén bien, aguardando a tener noticias suyas y a compartir con ellos su día a día. Que deben confiar en las manos que los cuidan y no tener miedo. Que si el maldito virus gana su batalla, lloraremos su adiós aunque sea desde la lejanía impuesta por esta situación que nos ha venido grande a todos, pero de forma muy especial a nuestros gobernantes.
Es el momento de pedirles perdón, por silenciar su voz con demasiada frecuencia. Por no tener la paciencia adecuada en los momentos precisos. Por no haberles dicho las suficientes veces que los queremos. Quizás debamos pedirles perdón por tantas cosas.
Estoy convencido de que, en la situación de fragilidad compartida que estamos viviendo, descubriremos la fuerza del cariño a nuestros mayores. Por todo ello y con la seguridad de hablar en nombre de muchos, quisiera darles las gracias por su sabiduría, por regalarnos su tiempo sin pedir nada a cambio, por malcriarnos lo justito para que no se notara, por saber mejor que nadie cómo apagar los incendios familiares, por sus enseñanzas de valor incalculable, por su apoyo, dedicación y amor incondicional, por ser el mejor tesoro que nos habremos encontrado. Gracias abuelos, muchas gracias.
![[Img #49272]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/04_2020/2505_valle-barcelona-viernes-234.jpg)
Hoy quisiera referirme a esos superhombres y supermujeres que huelen a hogar, a ternura y cariño. Personas a las que el paso de los años ha teñido de plata su pelo y convertido sus corazones en oro. Aquellos que disfrazados de abuelos, pintan con su riqueza emocional nuestra historia de colores cálidos, de huellas imborrables, de carisma y amor.
Sus recuerdos nos saben a gozo, al rincón de los abrazos, a ternura. Sus miradas sabias siguen grabadas en nuestros pensamientos, sus enseñanzas, los juegos inacabados, los besos que sanaban cualquier dolor y la propina del domingo.
Ancianos que en su juventud lucharon por su supervivencia durante la guerra o la posguerra, que provocaron la transición y se empeñaron en remodelar este país con el que ahora se sienten frustrados, porque la sociedad de hoy somos un fruto truncado que ha fracasado en sus expectativas.
Los que hemos tenido la fortuna de compartir parte de nuestra vida con nuestros abuelos, hemos podido apreciar que han sido el mejor espejo donde poder mirarnos cada día, el apoyo durante nuestro camino y el hombro donde confiar nuestras lágrimas. Es nuestro deber aprovechar la huella imborrable que han dejado en nuestro corazón, cada guiño que nos hacen los recuerdos y reconocernos en los valores que ellos promulgaron. Dar mayor importancia al respeto, al amor y al cuidado que a lo efímero y lo banal.
Ahora nuestros mayores están en el centro de las noticias que depara la crisis del coronavirus, casi siempre como víctimas, ya que son el colectivo de riesgo al que con más virulencia y agresividad está azotado la pandemia. Eso les obliga a llevar un confinamiento más severo, con la incertidumbre sobre su futuro y ansiosos por intentar superar esta situación.
Un aislamiento que no es como el de otros grupos de población hiperconectados, acostumbrados a entretenerse con las redes sociales y organizar maratones de series o películas. Ahora que su cuerpo no es el que era, les cuesta incorporarse, subir escaleras, oír o ver con facilidad. Olvidan datos y les cuesta memorizar una información. Debemos hacerles ver, y ellos ser conscientes, que siguen poseyendo unas cualidades increíbles que les deben hacer confiar en ellos mismos: una mente cargada de anécdotas, unas manos rebosantes de experiencia y unos ojos que tienen tanto que decir. Para ellos el contacto humano es esencial.
Ahora esos héroes cotidianos que han sido capaces de cualquier cosa por ayudar a sus hijos y nietos, nos necesitan y es más necesario que nunca “estar a su lado”, aunque sea en la distancia, tienen que saber que hay personas pendientes de que estén bien, aguardando a tener noticias suyas y a compartir con ellos su día a día. Que deben confiar en las manos que los cuidan y no tener miedo. Que si el maldito virus gana su batalla, lloraremos su adiós aunque sea desde la lejanía impuesta por esta situación que nos ha venido grande a todos, pero de forma muy especial a nuestros gobernantes.
Es el momento de pedirles perdón, por silenciar su voz con demasiada frecuencia. Por no tener la paciencia adecuada en los momentos precisos. Por no haberles dicho las suficientes veces que los queremos. Quizás debamos pedirles perdón por tantas cosas.
Estoy convencido de que, en la situación de fragilidad compartida que estamos viviendo, descubriremos la fuerza del cariño a nuestros mayores. Por todo ello y con la seguridad de hablar en nombre de muchos, quisiera darles las gracias por su sabiduría, por regalarnos su tiempo sin pedir nada a cambio, por malcriarnos lo justito para que no se notara, por saber mejor que nadie cómo apagar los incendios familiares, por sus enseñanzas de valor incalculable, por su apoyo, dedicación y amor incondicional, por ser el mejor tesoro que nos habremos encontrado. Gracias abuelos, muchas gracias.






