La linea recta
![[Img #49345]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2020/7369_max-narafront.jpg)
Para moverse en el caos de la confusión de la política no hay mejor solución que trazar la línea recta de las ideas Así se puede entender el fenómeno Trump, un líder que llega a la presidencia de los EE.UU. y se declara el mejor presidente de su país y del mundo, pero es la historia y no él la que definitivamente le podrá en su sitio.
Si el ganó las elecciones Hitler también las ganó y ya se ve lo que ha dicho la historia. Ganó las elecciones no porque tuviera más votos populares, que en eso le superó su contrincante Hilary Clinton, sino más votos de delegados. Una de esas perversiones, formalmente legales, de la democracia. Tiene todo derecho a ocupar la presidencia, es la base de la democracia. Lo que haga es otra cosa.
Su victoria llegó acompañada de un hábil uso, lo que no quiere decir que sea legal aunque lo parezca, de las redes sociales, en las que se cree que tuvo un papel destacado Rusia, aunque no esté demostrado. Un sistema que también utilizó el Brexit y que le permitió a Nigel Farage, con cinismo democrático, afirmar que sus argumentos para la victoria no eran verdad, pero que ya habían ganado. Trump también utilizo la publicidad en televisión y curiosamente su equipo la programaba en donde había espectadores de series de zombis.
El periódico The Washington Post cuantificó en un promedio de 14 diarias las mentiras, exageraciones o declaraciones engañosas de su presidente. En lo que llevaba de mandado hasta el 20 de enero pasado había sumado la cifra de 16.241. Esa es la gran cuestión que está en el alero. La verdad ya no importa.
Esta es la realidad en la que estamos y tiene que obligar a revisar no la democracia, sino las vías y recursos que se siguen para organizarla. Trump se atribuye la bonanza económica lograda en su mandato. Hace suyo un bienestar que había llegado con Obama. Como ocurrió en España con Aznar y Rato, cuando la mejora económica se había iniciado en el mandato de Felipe González. Pero ellos se la atribuyeron y los zombis se lo tragaron.
La nueva realidad es que se han perdido valores tan elementales como la verdad, Si algo está fracasando con estrépito es la oposición. Emplea como estrategia la confrontación, las noticias falsas, los ataques a la persona, no a las ideas, y hasta un vocabulario grosero sin argumentos, ni pensamientos, manteniendo un Parlamento vergonzosamente hosco en el que acuden hasta el chantaje para decidir su voto. No ha sabido dar la talla y estar a la altura de las circunstancias de la tragedia y mercadean con los muertos, porque esa es la gravedad: la gente muere.
En tiempos de Rajoy se manejó otra gran mentira: La culpa es de Zapatero y tan bien funcionó que sigue siendo culpable de lo del coronavirus, sin necesidad de cambiar a Sánchez. Es la gran mentira goebbelliana que funcionó con Hitler y que de la mano de los republicanos norteamericanos ha funcionado para cargarse a los presidentes demócratas y colocar a los Bush, Reagan, Nixon o Trump por encima de Kennedy, Carter, Clinton u Obama.
Que a nadie se le ocurra decir que Reagan o Teacher con su exaltación del neoliberalismo fueron culpables de la crisis que se siguió. Ellos solo fueron buenos gestores, repiten los papagayos. Que a nadie se le ocurra negar que Aznar y Rato fueron los artífices del milagro económico y no de la crisis del ladrillo o de la crisis política por la guerra de Irak, que entre otras cosas nos costó a los españoles cerca de 200 muertos en los atentados del 11 M. Eso no se puede decir, sino que hay que mantener las tesis conspiranoicas contra una autoría avalada por la instrucción policial, la sentencia de la Audiencia y la confirmación del Tribunal Supremo. Es decir, la verdad del Estado. Lo mismo que no se reconoce que no era verdad que Sadam Husein tuviera armas de destrucción masiva, como justificación de una guerra preventiva. Era falso, como han reconocido Bush y Blair y sigue sin reconocerlo el líder español, Aznar, subido a su enorme pedestal de la soberbia.
Aunque el 95 % de los españoles se manifestaran en contra, el impuso su voluntad y seguirá echando las culpas a ETA y a Rubalcaba, antes que reconocer que él es humano y tiene errores. Con otro 95 % de españoles, que casualidad, que quieren los Pactos de Construcción y Aznarín, como Chuky el muñeco diabólico, sigue negándolos, echado la culpa a quien sea menos a sí mismo.
Esta es la línea recta que hay que trazar. De Hitler a Trump y de Trump a Aznar, que siempre ha estado a ese lado de la raya y lo sigue imponiendo a través de su títere. Es quien inspira el odio y los recelos que dan como buena estrategia lo que es mala política de confrontación y golpes bajos, de la que el PP, por mucho que lo publiciten, no sale limpio sino confundido con Vox a través de sus mamporreros y malos políticos.
![[Img #49345]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2020/7369_max-narafront.jpg)
Para moverse en el caos de la confusión de la política no hay mejor solución que trazar la línea recta de las ideas Así se puede entender el fenómeno Trump, un líder que llega a la presidencia de los EE.UU. y se declara el mejor presidente de su país y del mundo, pero es la historia y no él la que definitivamente le podrá en su sitio.
Si el ganó las elecciones Hitler también las ganó y ya se ve lo que ha dicho la historia. Ganó las elecciones no porque tuviera más votos populares, que en eso le superó su contrincante Hilary Clinton, sino más votos de delegados. Una de esas perversiones, formalmente legales, de la democracia. Tiene todo derecho a ocupar la presidencia, es la base de la democracia. Lo que haga es otra cosa.
Su victoria llegó acompañada de un hábil uso, lo que no quiere decir que sea legal aunque lo parezca, de las redes sociales, en las que se cree que tuvo un papel destacado Rusia, aunque no esté demostrado. Un sistema que también utilizó el Brexit y que le permitió a Nigel Farage, con cinismo democrático, afirmar que sus argumentos para la victoria no eran verdad, pero que ya habían ganado. Trump también utilizo la publicidad en televisión y curiosamente su equipo la programaba en donde había espectadores de series de zombis.
El periódico The Washington Post cuantificó en un promedio de 14 diarias las mentiras, exageraciones o declaraciones engañosas de su presidente. En lo que llevaba de mandado hasta el 20 de enero pasado había sumado la cifra de 16.241. Esa es la gran cuestión que está en el alero. La verdad ya no importa.
Esta es la realidad en la que estamos y tiene que obligar a revisar no la democracia, sino las vías y recursos que se siguen para organizarla. Trump se atribuye la bonanza económica lograda en su mandato. Hace suyo un bienestar que había llegado con Obama. Como ocurrió en España con Aznar y Rato, cuando la mejora económica se había iniciado en el mandato de Felipe González. Pero ellos se la atribuyeron y los zombis se lo tragaron.
La nueva realidad es que se han perdido valores tan elementales como la verdad, Si algo está fracasando con estrépito es la oposición. Emplea como estrategia la confrontación, las noticias falsas, los ataques a la persona, no a las ideas, y hasta un vocabulario grosero sin argumentos, ni pensamientos, manteniendo un Parlamento vergonzosamente hosco en el que acuden hasta el chantaje para decidir su voto. No ha sabido dar la talla y estar a la altura de las circunstancias de la tragedia y mercadean con los muertos, porque esa es la gravedad: la gente muere.
En tiempos de Rajoy se manejó otra gran mentira: La culpa es de Zapatero y tan bien funcionó que sigue siendo culpable de lo del coronavirus, sin necesidad de cambiar a Sánchez. Es la gran mentira goebbelliana que funcionó con Hitler y que de la mano de los republicanos norteamericanos ha funcionado para cargarse a los presidentes demócratas y colocar a los Bush, Reagan, Nixon o Trump por encima de Kennedy, Carter, Clinton u Obama.
Que a nadie se le ocurra decir que Reagan o Teacher con su exaltación del neoliberalismo fueron culpables de la crisis que se siguió. Ellos solo fueron buenos gestores, repiten los papagayos. Que a nadie se le ocurra negar que Aznar y Rato fueron los artífices del milagro económico y no de la crisis del ladrillo o de la crisis política por la guerra de Irak, que entre otras cosas nos costó a los españoles cerca de 200 muertos en los atentados del 11 M. Eso no se puede decir, sino que hay que mantener las tesis conspiranoicas contra una autoría avalada por la instrucción policial, la sentencia de la Audiencia y la confirmación del Tribunal Supremo. Es decir, la verdad del Estado. Lo mismo que no se reconoce que no era verdad que Sadam Husein tuviera armas de destrucción masiva, como justificación de una guerra preventiva. Era falso, como han reconocido Bush y Blair y sigue sin reconocerlo el líder español, Aznar, subido a su enorme pedestal de la soberbia.
Aunque el 95 % de los españoles se manifestaran en contra, el impuso su voluntad y seguirá echando las culpas a ETA y a Rubalcaba, antes que reconocer que él es humano y tiene errores. Con otro 95 % de españoles, que casualidad, que quieren los Pactos de Construcción y Aznarín, como Chuky el muñeco diabólico, sigue negándolos, echado la culpa a quien sea menos a sí mismo.
Esta es la línea recta que hay que trazar. De Hitler a Trump y de Trump a Aznar, que siempre ha estado a ese lado de la raya y lo sigue imponiendo a través de su títere. Es quien inspira el odio y los recelos que dan como buena estrategia lo que es mala política de confrontación y golpes bajos, de la que el PP, por mucho que lo publiciten, no sale limpio sino confundido con Vox a través de sus mamporreros y malos políticos.






