Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 09 de Mayo de 2020

La aventura de vivir

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No soy especialmente aficionado a la literatura de divulgación científica. No la entiendo. Siempre he sido del mundo de las letras, aunque mi bachillerato fue de Ciencias atendiendo a los criterios utilitaristas de las posteriores salidas profesionales. Era una opinión dominante hace cincuenta años;  no cambian las cosas tanto ni tan rápido como creemos. Y aquí me tienen: sobre mis espaldas una profesión de Letras ejercitada durante más de cuatro décadas, y al pie del cañón, aún en la condición de emérito.

 

Unos pocos días antes del encierro me hice con un libro de sucinto título El Cuerpo Humano, de un autor, Bill Bryson, poco conocido, para mí, en España, aunque tiene amplia obra traducida. Había leído una reseña, en forma de entrevista con el autor,  en el suplemento cultural de un diario. Me enganchó a la primera y, recién inaugurado el confinamiento en un quiosco de periódicos, de esos devenidos a librería de urgencia, por la crisis galopante de la prensa escrita, me di de bruces con el tomo. De Bryson debo añadir que es un autor de cierto renombre en el mercado editorial estadounidense y padre de la novela Un Paseo por el Bosque, llevada al cine en sus papeles protagonistas por Robert Redford, Emma Thompson y Nick Nolte, una buena terna, sin duda.      

 

Una primera ojeada me llevó directo al capítulo del mundo microbiano. Fue casual; pero era una especie de llamada del destino, ante lo que se empezaba a vislumbrar. Quería venirse conmigo y me ofreció el atractivo de la actualidad. Ningún periodista está preparado para ignorar semejante tentación.  No había mención al coronavirus, pues habría sido un prodigio de inmediatez adivinatoria, pero sí un contenido muy revelador para empezar a entender lo que nos iba a pasar, y cómo nuestro organismo trabaja ante invasiones que tienen mucho de esa dualidad defensa-ataque de toda acción bélica. Al momento supe que era libro de inmediata lectura.

 

Terminada la misma me ha dejado el mismo sabor que haber dado cuenta de una creación de Julio Verne o de Jack London o de Joseph Conrad. He leído una odisea con  miles, millones, miles de millones, hasta billones, de héroes y villanos que transitan por nuestro organismo con la precisión de una máquina que, ahora más que nunca, dudo pueda superar cualquier ingenio robotizado que se nos presenta como solución final a todos nuestros males y carencias. Eso, partiendo de la pedestre especulación del comienzo de la obra, de que los principales materiales de los que se compone el cuerpo humano se pueden adquirir en una droguería de barrio ¡¡¡por no mucho más de cinco euros!!! ¡¡¡Menudo imán para seguir!!!    

 

Es una ¿novela? que no se apea de la atrayente clave de la serendipia que tanto ha jugado en los grandes descubrimientos científicos y que nos han ayudado en la mejora de nuestras expectativas de vida, no siempre bien acompasadas con la necesaria calidad. Tienen cabida intuiciones prodigiosas y experimentaciones con las caprichosas dosis de la épica y miseria que conceden el altruismo y el mercantilismo, respectivamente. Mucho nombre propio de investigadores sometidos al azar de estar en el lugar apropiado en el momento oportuno, o de padecer la incomprensión de tiempos supersticiosos, que necesitaron siglos para ser reconocidos, evidentemente, a título póstumo. Nuestra prodigiosa aventura orgánica camina siempre de la mano de la condición humana, bipolar como tantas de nuestras características propias de entes racionales.

 

Pero de este libro me quedo primordialmente con nuestra ignorancia hacia todo lo que entendemos cercano, y su corrección será asignatura básica en esa nueva normalidad, que empieza a penetrar como eufemismo lleno de sospechas, como suele acontecer con todo lo que llega al oído como cajón de sastre. Siempre me ha costado entender esa atracción por todo lo lejano y exótico, en forma de países y costumbres, y la indiferencia que se profesa a nuestro entorno propio y folklórico. Esa forma de actuar  ha sido como una tarjeta de visita de la modernidad dejada atrás por este sopapo del destino. Presumimos de viajar a las antípodas, y no se nos cae la cara de vergüenza de desatender las maravillas que aloja nuestro país.

 

Maltratamos nuestro cuerpo con excesos como el sedentarismo, el tabaquismo, el estrés, la mala alimentación, y nos viciamos con debates sobre equiparación (incluso superación) de los derechos de los animales con respecto a nosotros, los humanos. Dice esto un amante sincero de todas las especies del planeta y enemigo absoluto de aplicarles cualquier crueldad sádica e innecesaria que acabe con su vida o sus hábitats. Bien está la prisión para esa gente despiadada. Que los árboles dejen ver el bosque. Este libro aturde con el dato de que los patógenos que pueden saltar de una especie animal al hombre con efectos devastadores, el proceso oficial de la COVID-19, se elevan a 800.000. Cuando nos creíamos invencibles, en 430 páginas, en un relato de la maravillosa aventura de lo que nos hace vivir y morir, nos sacan los colores de lo peleles que somos ante el enemigo infinitesimal.

                                                                                                                            

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