Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 09 de Mayo de 2020

Pobres niñas

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Pobres niñas estas Leonor y Sofía. Qué pena me dan. Siempre la misma cara con una media sonrisa como forzada,  sin ganas, como estacionada desde siempre en un gesto angelical tal que si formaran parte de una pintura al temple de Botichelli. Con esa cascada de melena tan blonda, tan impecablemente cepillada y bucleada, tan abundante y larga, tan para ser admirada. No, no dan imagen de unas niñas normales para su edad, unas niñas que sientan, que padezcan, que rían a carcajadas o que lloren irritadas, que ese pelo pueda despeinarse con los vientos o tan sólo con los movimientos de cabeza. Da la sensación que el peso de la melena les impide un movimiento natural del cuello, de la cabeza, de la mirada. Son  niñas atemporales, como detenidas en la época del Renacimiento, como de decoración. Parece que las conmociones de la adolescencia están a años luz de su temperamento.

 

Claro que esta es la imagen que nos dan en sus escasas apariciones. No podemos saber si se despeinan o si patalean porque todo lo que no se ve es puro secretismo de Palacio.

 

Inmutables, como si no corriera sangre por sus venas, o tuvieran sangre de horchata (como nos decía mi madre cuando no estábamos vitales). Siempre pegaditas y con vestimenta combinada. Una vestimenta forzada como la melena y la sonrisa y el gesto y la actitud y la puesta en escena. Todo se ve forzado en estas pobres niñas. Dan un poco de yuyu.

 

Claro que la cultura familiar va por esa línea. Su madre también da yuyu.  Letizia no consigue emitir buen rollo. No sé si se lo propone o no, pero el hecho es que no emite más que tensión, mucha tensión, lo que es bastante incómodo de ver. Una mujer cuyo papel en la vida que ha elegido es social no es de recibo que haga lo que haga lo haga con una rigidez de cuerpo y de gesto que resulta muy  poco agradable.

 

Su cuerpo, a pesar del gimnasio con  los ‘compiyoguis’, no ofrece una naturalidad de compostura, una elasticidad propia, siempre aparece forzadamente tieso, como si se hubiera tragado una escoba. Ya cuando estaba en televisión se mostraba tensionada, con la típica tensión de la fijación ambiciosa del oportunismo. Y, ahora que ha subido al escalafón social de reina, su tensión, en lugar de relajar, ha subido de voltaje.

 

Esa falta de naturalidad, de empatía con el mundo que la rodea, como si siempre estuviera a disgusto o forzada en lo que le toca hacer, la hace muy antipática a los ojos de los mortales que la miramos. Parece como si no acabara de encajar eso de que tiene deberes que hacer no sólo derechos que disfrutar, como si el vivir en Palacio y poder hacerse los innumerables retoques físicos que le da la gana y vestir todos los modelitos ad hoc y  tratar de ser ‘la más bella’ entre las bellas fuera un regalo de los dioses y no tuviera la contrapartida del trabajo. Un trabajo social para lo que se requiere una actitud amable y agradable.

 

Que si es muy perfeccionista, que si es controladora, que si esto, que si lo otro… pero ella por lo que se ve, no se controla ni  perfecciona su talante y su puesta en escena. Un error.

 

Error también el papel flemático de su marido. El ‘rey preparado’ que ha sustituido al ‘rey campechano’ y que o parece que por preparado vaya a salvar ‘el trono’. No se hace el gran simpático como su padre, no hace falta, pero tampoco en su seriedad nos ha demostrado esa preparación alardeada ni algún movimiento inteligente de hombre de Estado. Parece un hombre callado, distante, sumiso y condescendiente, con algún gesto laudatorio pero eso, sólo gesto.

 

Bien es verdad que, al pobre, le toca ventilar la mochila de su padre, una cuestión de pocas risas. Mochila bastante pesada, por cierto, como la del resto de su familia acostumbrada a satisfacer campechanamente sus caprichos económicos y de toda índole. Bien, no lo tiene fácil. Pero si quiere salvar el pellejo, séase, el sillón, debería ser bastante más activo, empático, natural y cercano con la ciudadanía. Esa es su única y verdadera función: la representación.

 

Las imágenes de los reyes en su despacho para mostrarnos lo que trabajan en estos días de drama me parece penosa. Encuentro que es una puesta en escena tan forzada que no hay quien se crea que están trabajando. Mirando una pantalla con cara obligada de atender a algo pero de tener la mente en otro lado,  dos vasos de agua sobre la mesa, alguna cuartilla y algún lápiz. Parece que se tratara, más bien, de ‘una instalación’. Puro arte para el Reina Sofía.

 

Como cuando nos muestran a la reina en su, se supone, despacho que más que despacho parece la estancia donde hace los ejercicios de yoga con sus compiyoguis. Ningún indicio hace suponer que aquello sea un despacho de trabajo. Estancia blanca, pareces blancas, persianas blancas,  mesa redonda blanca y vacía, con vaso de agua y una cuartilla blanca. Puro minimalismo. Ni libros, ni agendas, ni papeles, ni las cosas típicas de una mesa de trabajo como todo tipo de cachivaches de escritorio, ni nada. La única nota de color una gran pantalla al otro lado de la mesa, y un lápiz.

 

La cara de la reina mirando la pantalla es notable. Una cara de pasmo como si le acabaran de explicar una lección de la que no ha entendido nada, con lápiz en mano para coger apuntes pero no le ha dado tiempo a escribir.  Parece una alumna en una clase que le viene grande.  Y con esta imagen nos quieren hacer creer lo  que trabaja la reina durante el drama nacional. Por favor. Las imágenes repetidas diariamente para reforzar el mensaje no conquistan ni predisponen a  alguna confianza en su labor. A mí, todo lo contrario.

 

Y, para rizar el rizo de la naturalidad familiar, y forzada la situación por la reclamación publica,  las encantadoras niñas aparecen artificiosamente impecables con su larga melena y combinadas en su impecable vestuario, estudiadamente sentadas en un blando sofá leyendo un discursito o unos párrafos del Quijote, con una enorme falta de espontaneidad. Qué repelús.  Las tienen escondidas y cuando las sacan las enseñan como trofeos de marfil para poner en la repisa de la chimenea. Pobres niñas, tan encorsetadas siempre.

 

Quizás pretendan salvar la situación real con el muestreo de las niñas, pero no vale. No sirve. De momento se ve que no sirve. Empiezan a levantarse las alfombras de palacio, tan sólo empiezan, y ya sale demasiada basura acumulada como para que dos niñas angelicales las tapen.

 

Puff. Del rey emérito, campechano y  trapichero, abajo ninguno.

 

¿Y qué hacemos con esa inviolabilidad medievalesca que protege tanto desatino? Qué pensaban los gloriosos Padres de la Constitución cuando se les ocurrió que el rey era inviolable y tenía todo el derecho a ser irresponsable? ¿Pensaban que Juan Carlos iba a ser un chico bueno a pesar de que ya apuntó maneras al trapichondear con el Sahara Occidental a cambio de apoyo internacional a su corona ya antes de ponérsela en la cabeza?

 

Si el hijo lo hiciera mejor quizás podría superar el pésimo efecto de su padre, pero ‘el preparado’ parece que no está dando la talla y las últimas encuestas le dan negativo. Qué desdicha, no aprueba. ¿Le habrá regañado su mujer por el suspenso?, posiblemente.

 

Pobre, parece que el camino se le va empedrando, casi adoquinando. Habrá que esperar a ver si haciendo gala de su preparación logra pavimentar su senda con sabiduría.

 

O témpora o mores 

 

 

 

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