Pilar Blanco
Sábado, 16 de Mayo de 2020

Auténtico

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Tenía que suceder tarde o temprano. Como el paso lento de las estaciones, como la pérdida de los seres queridos, como la llegada de una vejez que siempre se imagina sabia y apacible.

 

Su anticipo fue la noticia que nos sacudió en 2016 y que puso fin a una aventura vital vertiginosa que, a partir de esa fecha, se hundió en un silencio apenas roto por lo que entre unos y otros nos íbamos transmitiendo entre el abatimiento y la esperanza. Nadie como él para soslayar la fría mueca con la larga cambiada del humor, el mismo humor que rebosa en muchas de sus letras y ‘poemigas’, como REMquiem:

 

Si la vida es sueño,

la muerte debe ser

puro insomnio

 

eterno.

 

Ahora ya se ha adentrado en ese insomnio eterno que pone límite al sueño de la vida. El pasado cuatro de abril, el niño que miraba al mar se sumergió definitivamente en su espuma y nos dejó sin su latido; no es fácil hacerse a la idea.

 

Seguramente le haya supuesto un alivio, el fin de una condena que mantenía su alma noble y generosa prisionera de un cuerpo que siempre termina por traicionarnos. Pero pronunciar ‘muerte’ hiere labios y lengua con agujas de despedida y nunca más. Y la esperanza, como una flor ajada de tanta belleza, se deshoja pétalo a pétalo hasta volcar ceniza en la ceniza, allá donde no bastan ni siquiera dos o tres segundos de ternura.

 

Se nos ha muerto Aute y no quiero pasar aquí revista a mi ‘todalavida’ personal en la que no he dejado ni un momento de escuchar sus canciones, de admirarlo y quererlo por encima de la fugacidad de otros amores que cruzaron su ruta con la mía para un día levar anclas e irse con la marea.

 

Pues querer a Eduardo es asunto del corazón, esa víscera ciega; pero es también ejercicio de la razón sin sinrazón que valga (la certidumbre es la lógica del loco).

 

Corría el verano de 1984. Una joven filóloga confinada en su pueblo berciano intentaba elaborar temas de oposiciones y borrar de su alma los últimos lamparones de un primer fracaso, la eterna canción. En la madrugada silenciosa escuchaba Tris Tras Tres, programa de Radio 3 que trababa vínculos emocionales con sus oyentes a través de la música, los relatos, las propuestas y retos con ayuda de la arrolladora personalidad de sus locutores, en particular Carlos Faraco.

 

Uno de estas propuestas fue solicitar a la devota audiencia que escribiera una carta para Aute, que estrenaba disco. La más original recibiría como premio un LP de “Cuerpo a cuerpo” firmado por él. Y yo, que pasaba por allí, elegí la locura.

 

La elaboración de aquella carta-río me acompañó durante muchas noches del verano. Fue diario de a bordo, chistera de maga y desaguadero de soledades, collage, poema interminable, recuento de invenciones y de pétalos, de bromas, reflexiones y dibujos que finalmente arrojé con su botella lacrada a la aventura de la radio océana.

 

Para mi sorpresa gané. Y recibí mi disco con una carta manuscrita de quien solo era hasta entonces la voz que susurraba espumas y ritos en mi oído. Así, por arte del amor y las ondas se convirtió en Eduardo.

 

Resulta peligroso acercarse a las figuras cuya obra admiramos. En las distancias cortas se les cae con frecuencia el pan de oro del mito, y a la mayoría no le sienta bien la ropa de andar por casa. Y es que la purpurina deslumbra, pero no suele añadir valor alguno a quien se oculta debajo, humo sobre humo de algún fuego que no fue.

 

Siendo poco dada a endiosamientos y reverencias, he de reconocer que en su caso no solo no me defraudó sino al contrario, tratarlo transformó la atracción adolescente por aquellas canciones que horadaban con mil alfileres mi sensibilidad a flor de oído en el más profundo y fundado de los afectos.

 

Luego hubo muchos más años, muchas más cartas, varios encuentros. Conocí el calor de su humanidad, su cercanía, la generosidad de quien sabía darse a quien lo requería sin escatimarse, su cultura, su gracia, su enorme talento.

 

El presentimiento se cumplió. Tras la noche vino la noche más larga y nos abandonó para siempre al alba. Este amanecer de la vida sin él.

 

Yo quiero y querré siempre a Luis Eduardo Aute, al artista y a la persona que lo albergaba.

 

Pero queda el amigo. Queda la música.

 

¿Y cómo componer con levadura

y harina y agua y sal esta cantiga

de amiga que ya lleva varias vidas

fuera de sí y adentro,

a la intemperie

y al horno amigamándote?

 

(Poesía amiga y otros poemigas para Aute. Neverland Ediciones, 2014; Aute, un perro llamado Nunca, Luna de abajo Poesía, 2018).

 

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