Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 16 de Mayo de 2020

La gran mentira o una media verdad

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De esta pandemia todos queremos sacar grandezas en forma de detergente que limpie el futuro de alguna roña del inmediato pasado. De no ser así, creo que nos quedaría la amargura de un sufrimiento gratuito por inútil. De hecho, reconquista posiciones el predominio de la seguridad sobre la libertad, que tan evidente se hizo tras el atentado de las Torres Gemelas, y que vuelve a las andadas acerca de términos que se pretende convertir en antitéticos cuando, correctamente analizados, son complementarios. Ley y orden, por ejemplo, fue uno de los pivotes sobre los que gravitó el intento de  legitimidad de los excesos de la dictadura franquista. Aunque la seguridad combate mejor el coronavirus, jamás podrá menoscabar el gran valor de la libertad que tan mal sienta a los fundamentalistas de nuevo cuño que empiezan a asomar en el detritus de este microbio. Son conceptos que pueden tener dominios alternativos, pero nunca ser aniquiladores o perpetuarse el uno del otro.

 

La tragedia vivida en este ahora de miedo y sobresaltos tendrá el paso al siguiente acto. Dejadas atrás las urgencias sanitarias, habrá que abordar, sí o sí, los destrozos en el tejido socioeconómico. Bueno será mirar por el retrovisor. La Gran Recesión de 2008 fabricó sus axiomas a la perfecta medida de una ideología neoconservadora que hizo del triángulo conceptual  privado-empresa-mercado la Santísima Trinidad de la ciencia económica sin los arcanos de su misterio: todo estaba claro. Los gurús del final de la historia borraron de un plumazo la legítima pata social de todo negocio. La llamada recuperación de aquella crisis se transformó en una silla coja y mal encolada, a punto de desvencijase al primer contratiempo. Y así ha sido.

 

El tráiler de la próxima película a estrenar sobre los efectos de la pandemia muestra ya las imágenes de los enormes errores de cálculo de hacer únicamente de las empresas el motor de la opulencia. Hartos estamos de oír que sin empresarios no se puede generar riqueza. Inapelable, pero incompleto. Y los trabajadores, empleados, obreros...¿qué papel juegan? Imposible concebir esa media verdad sin la completa veracidad de una simbiosis.  Con semejante aserto intentaron – y consiguieron- derecho de pernada sobre otras escalas, para nada inferiores del tejido productivo. Vemos ahora, con la cámara cinematográfica de la COVID-19, cómo esas sociedades solo producen telarañas, porque la fuerza laboral está en sus casas a resguardo del maléfico bichejo. Vemos ahora, cómo muchas de esas compañías guardan en los registros mercantiles domicilios y razones sociales que son ceros a la izquierda porque el objeto social, la parcela del trabajador, está totalmente vacía de contenido.

 

Como en toda moneda, a cada cara se superpone una cruz. Curiosamente viven y colean las actividades despreciadas, las que han podido mantener en pie de guerra a su plantilla de empleados cara al público; o los autónomos, ese híbrido de empresario y trabajador que no se oculta en las altas moquetas de las grandes corporaciones.

 

Ese, negocia día a día, incluso hoy, en el hostil entorno de la calle, su convenio colectivo en jornadas inacabables y prodigiosas adaptaciones a las dificultades. Ellos son la valentía pura en una cotidianidad para salir huyendo. Categorías laborales despreciadas porque la tecnología en marcha sí iba a ser, definitivamente, el fin de la historia, la caída del telón de la manufactura tal como se conoce. En la retaguardia, una amenazadora robótica, dulcificada con el caramelo de una hipotética Renta Personal Universal, o como quiera que se llame.

 

En la nueva guerra del vocabulario se llama a capítulo a las palabras. Bien se preocupó la vanguardia neoliberal de hallar el término amable del emprendedor, sustitutivo del ya peyorativo empresario. De la palabra dice la RAE: (el) que emprende con resolución acciones o empresas innovadoras. La definición no tiene trampa ni torticería alguna, pero sí la interpretación, que sirvió para distinguir, con vocación manipuladora, los sujetos activos del capital frente a los pasivos del trabajo. Vil propaganda maniquea de clichés.

 

Que el necesario y esperado detergente de la pandemia blanquee las recurrentes manchas sociales de desigualdad que dejó la huella de la gobernanza unísona y desreguladora de Mr Reagan y Mrs Thatcher  (digno título para un relato bufo de relaciones de pareja del gran Wodehouse) , resucitando los demonios del capitalismo despiadado, denunciado por gigantes literarios como Charles Dickens y Víctor Hugo.

 

Que desde la otra acera, la izquierda tome conciencia de que su progresismo está maniatado por buenas dosis de espejismos y utopías anacrónicas. Que esa nueva normalidad, destinada a olvidar  la pandemia, abandone los subterfugios de su letra cursiva y se escriba en la negrita tradicional de las afirmaciones y negaciones. Para ello, en la aventura con ribetes de epopeya que demandará la recuperación económica, nada ni nadie debe ser discriminado en los aportes a la causa. Empresa y trabajo deberán convivir con la verdad y honradez del contrato social. Basta de mentiras, o lo que es peor, de medias verdades.

                                                                                                                                                                         

 

 

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