Aidan Mcnamara
Sábado, 16 de Mayo de 2020

Hipnoticiado pero esperanzador

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La risa no tiene la culpa. Es meramente una connivencia para proteger el alma. Me enfrento a tres posibilidades:

 

 1) No escribir sobre el nuevo clip humano/ covideo 19 y su banda sonora: casi todos los pensamientos de las últimas ocho semanas.

 

2) Escribir algo sobre EL TEMA y rezar por A) no decir bobadas y B) no repetir (peor) las bobadas de los demás – que no tengo 800 horas para repasar la red y las redes sociales, y C) saber fingir plasmar algo que ustedes no hayan pensado.

 

3) Escribir algo divertido sobre la actualidad sin mencionar LA GRAN SOMBRA y ser acusado de ser irreverente, poco serio, inútil e irrelevante.

 

Tras meditar durante un par de cafés, me decanto por no pensar en ninguna de esas categorías, porque ya me basta con el confinamiento físico, o por lo menos en cuanto a viajar a otra provincia.

 

Es verdad que las cosas bonitas de esta vida no tienen precio: una sonrisa, el afecto, o una manifestación legal.

 

Estos días me estoy llamando homo artilugio. Pero no por las cazuelas primitivas, totalmente sin estrenar, de El Corte Inglés de la madrileña calle Goya.

 

Tengo el móvil encima siempre, por si me muero en un lugar raro; tengo un termómetro en la americana, por si algún amigo me invita a cenar en una habitación pequeña; tengo guantes para agarrarme a la barra del autobús y la famosa mascarilla para cumplir con mi deber de ciudadano responsable, con o sin tos; y tengo algo de papel y lápiz en otro bolsillo, por si me falla la batería del teléfono. Bueno, llevo encima el cargador, pero su uso en lugares públicos (que Dios bendiga a los camareros majos) puede depender de la fase de desescalada o de la falta de enchufes en las terrazas. Y, se me olvidaba, también tengo la petanca llena de solución hidroalcohólica, y un ratoncito que se llama Horacio sobre el hombro, por si alguien no respeta las distancias.

 

Ya ven, estoy preparado para dar un paseo, preparado para el nuevo mundo. Ahora bien, entiendo que este nuevo caos es duro y todavía no se puede estudiar ni en Harvard ni en Wuhan, ni en El Barrio de Salamanca. Es que el presente es así de contingente como la vida misma, pero con la consternación a tope. No obstante, me conformo.

 

Vivir en el pasado suele implicar otro tipo de molestias, como la sharía o la inquisición. Por cierto, nunca me sedujo ningún documental sobre las selvas ni los nobles pueblos desnudos que salen en ellos. Me preguntaba: y ¿si ellos quieren ver un documental, tocar el piano, comer un helado u ocultar su pasta en Andorra?

 

El progreso conlleva dos tipos de angustia, dos tipos de caos: el caos conocido (la vida) y el caos a la vuelta de la esquina (los frutos nuevos, buenos o malos, del progreso). El primer caos ya está garantizado antes de venir cualquier crisis. No controlas nada hasta los 14 o 15 años. Luego tienes que elegir cosas sin tener todos los datos (y apenas te conoces, a menos que sepas mentir a los colegas igual de inocentes y de engañarte por completo). Por ejemplo, no puedes probar un piso de la misma manera que te dejan probar un coche. Y sigues empeñado en confundir el instinto con el amor.

 

Ahora, al progreso humano que forma parte de nuestra esencia, que va de generación en generación, de vacuna en vacuna, de guerra fría a Guantánamo, se le añade que te das cuenta de que el segundo caos no era en absoluto predecible, sobre todo cuando de repente salta desde los titulares de la Historia a los hogares de todo el planeta, sin distinguir marcas de vaqueros. Doble preocupación.

 

Así de rápido cambian los tiempos. Justo cuando por fin te haces vegetariano (en sentido no vegano), te dicen que los percebes vienen maquilados de plástico, casi tanto como las bandejas en el supermercado. Vaya mundo. Pero ¿cuándo no?

 

Es que el progreso a menudo nos aleja de lo natural, dicen. Pero era natural morir con 30 años hace muy pocos siglos… o sea, dos. No sé lo que es natural. ¿Un pájaro muele? ¿Un cocodrilo pinta sus uñas? ¿Hay perros célibes?

 

Y siempre hemos sido seres de artilugios, aunque algunos siguen pensando que no, ya que no hay ninguna referencia al paraguas en La Biblia.

 

El caos de nuestros días, como la buena risa, es inmaculado. Es fresco, novedoso e imprevisible. También es peligroso y un desafío. (La risa también. Lo sabe bien Salman Rushdie). Pero no es culpa de nadie, porque, hasta la fecha, sigo sin creer que nadie haya dicho: “vamos a soltar un virus a ver qué pasa”. Y si hubieran llegado a pensar algo tan espantoso, habrían diseñado algo más versátil, algo para meter en el agua potable, por ejemplo, o comprado un par de bombas atómicas en el mercado negro.

 

Es verdad que la frustración es inmensa, pero también es verdad que hay muchísima gente honrada y preparada, incluso muchos políticos en muchos países, involucrados en la lucha contra la nueva muerte y el sufrimiento económico que muchos estamos experimentando, claro, todavía con los callos molestos provocados por el caos de 2008.

 

Total, yo digo que tengamos paciencia. Culpar sin pesquisas exhaustivas es cosa de otros siglos, otros tipos de caos. Criticar es más fácil que trabajar en un hospital. De todos modos, algunos tienen más conocimiento y derecho a juzgar que otros. La paciencia, en caso de agobios extremos (no poder preparar la segunda casa para el verano) se puede emplear sin ningún tipo de artilugio: contar hasta diez se puede hacer aún con los dedos, ya naturalmente entrenados tras los aplausos. Salud.

 

 

 

 

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