Comprensión
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Se puede entender algo cuando tomamos conciencia de la razón que hay detrás de ese algo. Por ejemplo, podemos entender que una casa sea mayor que otra porque las hemos medido y vemos que una tiene mayor superficie que la otra.
Hay, sin embargo, asuntos que no podemos entender, bien porque no sabemos nada de ellos o bien porque no logramos encontrar una razón que nos los explique. Lo normal es que cuanto más sepamos de un tema, nos resulte más fácil entenderlo. Por ejemplo, es probable que un ingeniero aeroespacial entienda qué tiene que hacer un satélite artificial para volver a la tierra. Pero hay otros asuntos de los que es difícil saber algo, lo cual hace problemático que los podamos entender. Y, sin embargo, conviene que, por algún motivo, los aceptemos, que los comprendamos. Por ejemplo, hay veces que no entendemos por qué un chaval hace una tontería, pero lo podemos comprender si consideramos que está en una edad en donde la razón es difícil que sea la que domine su comportamiento. O puede que no entendamos por qué, en lugar de que cada cual opine aportando sus razones, alguien dé un golpe en la mesa, se levante y se vaya. Podemos comprender esa reacción, si, antes de juzgarlo, nos ponemos en su lugar y procuramos sentir su posible cansancio, su hastío o su poca paciencia.
Estoy convencido de que estamos viviendo unos momentos en los que la comprensión es muy conveniente, casi indispensable, diría yo. Son unos momentos complicados, difíciles, con problemas que nunca antes habíamos vivido, con la vida de muchas personas inesperadamente en juego, sin los medios materiales necesarios para reaccionar adecuadamente y sin todos los conocimientos científicos que podrían ayudarnos a salir airosos y pronto de esta situación. Estamos confinados en casa. Unos saben por qué deben estar en casa, en su casa. Otros no lo saben o no lo quieren saber. Nadie había estado obligado antes a estar tanto tiempo recluido, con su libertad mermada y su actividad truncada. Nuestras mentes, las de todos, están sufriendo una situación nueva, opresiva, que nos puede producir estrés, cansancio y cierta alteración. Los hospitales están sobrellevando una situación inesperada para la que no estaban preparados. Ningún gobierno de ninguna región, de ningún país, de ningún continente se esperaba una situación así. Tampoco la esperaba ninguna organización supranacional, ni la Organización Mundial de la Salud, ni la Unión Europea, ni nadie. Estamos viviendo una revolución mundial, vital, producida por un ser invisible y con unos efectos nunca vistos.
¿Cómo reaccionar ante una situación así? Como siempre, lo más fácil, y también lo peor, es dejarnos llevar por el miedo o por el odio y juzgar y condenar a quienes más rabia nos dan. Por ejemplo, en China condenaron al médico que descubrió la enfermedad. Luego se condenó a la Organización Mundial de la Salud, al 8M y a los partidos de fútbol. En nuestro país muchísima gente parece ignorar todavía que las competencias en Sanidad están transferidas a la Comunidades Autónomas y que son ellas las que contratan a todo el personal sanitario, y las que tendrían que tener dispuesto el material necesario en los hospitales y en los centros de salud. Y, sin embargo, un determinado número de ciudadanos y de partidos a quien han castigado es al gobierno de la nación. Creo que son pocos quienes se han dado cuenta de que esta actitud destructiva, partidista, interesada, no solo no colabora en la mejor salida de la crisis, sino que entorpece y dificulta una labor en la que está en juego nuestra propia salud. Imaginemos un avión averiado que está intentando realizar un aterrizaje de emergencia y alguien que está insultando al piloto, poniéndolo nervioso y evitando que esté en las mejores condiciones posibles para salvar a los pasajeros. O un cirujano que, en medio de una operación, está recibiendo los reproches de los ayudantes. Creo que algo así es lo que está ocurriendo en España.
Por eso digo que es muy necesaria hoy una actitud de comprensión, no de juicio ni de condena. Es conveniente una crítica que aporte algo positivo, pero no un entorpecimiento destructivo. Estamos viviendo una situación que va a cambiar drásticamente el mundo y nuestras propias vidas. Y esto hay que comprenderlo porque aún no estamos en situación de entenderlo.
Y para comprender, lo primero que hay que hacer es ponerse en el lugar del otro, sentir como siente el otro, procurar conocer noblemente lo que está viviendo el otro. En otras palabras, hay que empatizar con el otro. Esto es más difícil que juzgar y que condenar, pero es lo que necesitamos. El juicio fácil y la condena rápida son propios de mentes endurecidas, que aún no han empezado a enterarse de lo que está pasando ni de lo que se nos viene encima, de quienes creen que al salir de esta situación las cosas van a ser como eran antes. Esta actitud parece suicida y no lleva más que a la soledad.
Hay que empatizar, esto es, suspender por un momento nuestras ideas y nuestra visión de las cosas para procurar ver lo que está ocurriendo, lo que les ocurre a los otros, lo que están viviendo muchas personas que no conocemos, pero que son tan reales como nosotros mismos. Se trata de ver las dificultades de todo tipo con las que se están encontrando los gobiernos y también las personas. Si nos paramos a pensar en cómo pueden estar viviendo estos días las mujeres maltratadas, encerradas en casa todo el día con sus maltratadores, los pequeños y medianos empresarios o los autónomos, que no se esperaban esta situación ni en broma, los contratados a tiempo parcial, los que, llevados cualquiera sabe por qué, se han endeudado hasta las cejas, los que viven en la calle, los migrantes o los que no tienen más que una habitación para que viva en ella toda la familia, si sentimos lo que pueden estar sintiendo todas estas personas, me parece muy duro que la reacción de un ser humano sea la de juzgar y condenar a alguien o a quienes están intentando mejorarles la vida con los recursos que tenemos.
El miedo y el odio son los recursos más primarios que tiene el ser humano para defenderse de una situación adversa. Yo propongo la comprensión porque me parece la manera más humana de que podamos vivir todos de la mejor manera posible.
Se puede entender algo cuando tomamos conciencia de la razón que hay detrás de ese algo. Por ejemplo, podemos entender que una casa sea mayor que otra porque las hemos medido y vemos que una tiene mayor superficie que la otra.
Hay, sin embargo, asuntos que no podemos entender, bien porque no sabemos nada de ellos o bien porque no logramos encontrar una razón que nos los explique. Lo normal es que cuanto más sepamos de un tema, nos resulte más fácil entenderlo. Por ejemplo, es probable que un ingeniero aeroespacial entienda qué tiene que hacer un satélite artificial para volver a la tierra. Pero hay otros asuntos de los que es difícil saber algo, lo cual hace problemático que los podamos entender. Y, sin embargo, conviene que, por algún motivo, los aceptemos, que los comprendamos. Por ejemplo, hay veces que no entendemos por qué un chaval hace una tontería, pero lo podemos comprender si consideramos que está en una edad en donde la razón es difícil que sea la que domine su comportamiento. O puede que no entendamos por qué, en lugar de que cada cual opine aportando sus razones, alguien dé un golpe en la mesa, se levante y se vaya. Podemos comprender esa reacción, si, antes de juzgarlo, nos ponemos en su lugar y procuramos sentir su posible cansancio, su hastío o su poca paciencia.
Estoy convencido de que estamos viviendo unos momentos en los que la comprensión es muy conveniente, casi indispensable, diría yo. Son unos momentos complicados, difíciles, con problemas que nunca antes habíamos vivido, con la vida de muchas personas inesperadamente en juego, sin los medios materiales necesarios para reaccionar adecuadamente y sin todos los conocimientos científicos que podrían ayudarnos a salir airosos y pronto de esta situación. Estamos confinados en casa. Unos saben por qué deben estar en casa, en su casa. Otros no lo saben o no lo quieren saber. Nadie había estado obligado antes a estar tanto tiempo recluido, con su libertad mermada y su actividad truncada. Nuestras mentes, las de todos, están sufriendo una situación nueva, opresiva, que nos puede producir estrés, cansancio y cierta alteración. Los hospitales están sobrellevando una situación inesperada para la que no estaban preparados. Ningún gobierno de ninguna región, de ningún país, de ningún continente se esperaba una situación así. Tampoco la esperaba ninguna organización supranacional, ni la Organización Mundial de la Salud, ni la Unión Europea, ni nadie. Estamos viviendo una revolución mundial, vital, producida por un ser invisible y con unos efectos nunca vistos.
¿Cómo reaccionar ante una situación así? Como siempre, lo más fácil, y también lo peor, es dejarnos llevar por el miedo o por el odio y juzgar y condenar a quienes más rabia nos dan. Por ejemplo, en China condenaron al médico que descubrió la enfermedad. Luego se condenó a la Organización Mundial de la Salud, al 8M y a los partidos de fútbol. En nuestro país muchísima gente parece ignorar todavía que las competencias en Sanidad están transferidas a la Comunidades Autónomas y que son ellas las que contratan a todo el personal sanitario, y las que tendrían que tener dispuesto el material necesario en los hospitales y en los centros de salud. Y, sin embargo, un determinado número de ciudadanos y de partidos a quien han castigado es al gobierno de la nación. Creo que son pocos quienes se han dado cuenta de que esta actitud destructiva, partidista, interesada, no solo no colabora en la mejor salida de la crisis, sino que entorpece y dificulta una labor en la que está en juego nuestra propia salud. Imaginemos un avión averiado que está intentando realizar un aterrizaje de emergencia y alguien que está insultando al piloto, poniéndolo nervioso y evitando que esté en las mejores condiciones posibles para salvar a los pasajeros. O un cirujano que, en medio de una operación, está recibiendo los reproches de los ayudantes. Creo que algo así es lo que está ocurriendo en España.
Por eso digo que es muy necesaria hoy una actitud de comprensión, no de juicio ni de condena. Es conveniente una crítica que aporte algo positivo, pero no un entorpecimiento destructivo. Estamos viviendo una situación que va a cambiar drásticamente el mundo y nuestras propias vidas. Y esto hay que comprenderlo porque aún no estamos en situación de entenderlo.
Y para comprender, lo primero que hay que hacer es ponerse en el lugar del otro, sentir como siente el otro, procurar conocer noblemente lo que está viviendo el otro. En otras palabras, hay que empatizar con el otro. Esto es más difícil que juzgar y que condenar, pero es lo que necesitamos. El juicio fácil y la condena rápida son propios de mentes endurecidas, que aún no han empezado a enterarse de lo que está pasando ni de lo que se nos viene encima, de quienes creen que al salir de esta situación las cosas van a ser como eran antes. Esta actitud parece suicida y no lleva más que a la soledad.
Hay que empatizar, esto es, suspender por un momento nuestras ideas y nuestra visión de las cosas para procurar ver lo que está ocurriendo, lo que les ocurre a los otros, lo que están viviendo muchas personas que no conocemos, pero que son tan reales como nosotros mismos. Se trata de ver las dificultades de todo tipo con las que se están encontrando los gobiernos y también las personas. Si nos paramos a pensar en cómo pueden estar viviendo estos días las mujeres maltratadas, encerradas en casa todo el día con sus maltratadores, los pequeños y medianos empresarios o los autónomos, que no se esperaban esta situación ni en broma, los contratados a tiempo parcial, los que, llevados cualquiera sabe por qué, se han endeudado hasta las cejas, los que viven en la calle, los migrantes o los que no tienen más que una habitación para que viva en ella toda la familia, si sentimos lo que pueden estar sintiendo todas estas personas, me parece muy duro que la reacción de un ser humano sea la de juzgar y condenar a alguien o a quienes están intentando mejorarles la vida con los recursos que tenemos.
El miedo y el odio son los recursos más primarios que tiene el ser humano para defenderse de una situación adversa. Yo propongo la comprensión porque me parece la manera más humana de que podamos vivir todos de la mejor manera posible.