Una historia increíble
![[Img #49604]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/05_2020/9441_74481239_10217665600369225_3774486949864144896_o.jpg)
En los días del confinamiento sin duda ha habido muchas. Como la de aquella médico que se encontró su coche rotulado con insultos por estar casada con un chino o la de aquella madre que por sacar a la calle a su hijo pequeño autista para contener sus ataques era insultada desde los balcones por sus vecinos. Yo puedo contar esta. Unos amigos tenían un chat en el que compartían sus cuitas y sus chanzas. En estos días este chat adquirió un protagonismo especial pues les permitía compartir su encierro y asomarse a esa ventana para vivir la amistad reconociendo las penalidades porque como se dice las penas compartidas son menos.
Ocurrió que entre los comentarios que se compartían algunos se deslizaron hacia la crítica política interesada, es decir desafortunada. Hubo quienes se quejaron y los que lo habían hecho lo captaron y más o menos se callaron, comprendiendo que no podían seguir la senda de la crispación de los malos políticos. A uno le tocó dar alguna mala noticia sobre muertos en su entorno y la dio y los demás compartieron con él su aflicción. Por lo demás a partir de lo sucedido su participación era la de contar chistes y bromas para hacer reír a sus amigos o al menos sonreír, que en aquellos momentos, como diría el Mariano Rajoy agudo, no era mérito menor. El se daba buena maña, eso que era neófito en el uso del móvil, como un niño con una caja de pinturas que descubriera de repente su capacidad innata para la pintura.
En la misma buena actitud siguieron algunas amigas, aunque en alguna ocasión se les escapaba alguna angustia, pues ya se sabe que quienes viven entre bulos no siempre pueden librase de su efecto, como el que atraviesa un campo de ortigas acaba con urticaria. Pero su actitud en la amistad compartida fue bien intencionada.
Hubo una excepción. Uno de los amigos siguió campando a sus anchas y siguió metiendo el remo de las asechanzas cuando podía. Le volvieron a caer las críticas y el pidió disculpas, es decir que las captó, pero enseguida volvió a las andadas. Cuando imperaba la confinación él salía a la calle todos los días a caminar. Solitario como un perro callejero recorría las calles de Astorga, pues si salía al campo le veían y le llamaban la atención. Gracias a estos paseos pudo descubrir que las funerarias habían dejado de poner las esquelas por las calles como acostumbran y lo denunció en el chat. Estaba clara la intención de la autoridad en ocultar a los muertos, argumentó, dejándose llevar por la moda de la lucidez personal y la parida sin límites. No pensó que como la gente no salía no podía verlas y por lo tanto era inútil que las funerarias las pusieran.
Siguió colando asechanzas por lo que recibió nuevas peticiones para que desistiera. Volvió a pedir perdón y argumentó que él no lo hacía con mala intención y con cinismo añadió que él era apolítico. Disculpas que le fueron admitidas con la incongruencia de que él no fuera político cuando era el que la hacía… y así siguió.
Ante la imposibilidad de callarle las cosas que contaba, bulos que asumía y disparates “que le enviaban hijas y yernos”, algunos amigos le pidieron al administrador que le echara del chat. Este argumentó que le limitaría la libertad de expresión. Sin entender que lo que habría hecho era cortar el incumplimiento de la ley, por el delito que comete tanto el que crea un bulo como el que lo transmite, participando en la desinformación, que es lo que son muchos bulos, calumnias o difamaciones recogidas en los códigos que son por tanto legalmente perseguibles.
El libertino continuó en las andadas, haciendo verdad aquel chiste que circuló por la red explicando porque no se debía cocinar la cabeza del pulpo. Porque dentro estaba llena de mierda y ponían como ejemplo la cabeza del presidente Chorra. Ante la incapacidad del amigo del chat para callarse hubo quien lamentó que si lo que pasaba es que tenía la cabeza llena de mierda mejor era que no la compartiera y la lavara en casa. Menos mal que el confinamiento perpetrado por el Gobierno ‘socialista-comunista’, como afirman con rintintón los fascistas, para seguir en el argot, acabó.
Como él lo hizo cuando alguien más atinado le dijo:
-Manolo, para el carro.
El respondió aliviado:
-Ya era hora. No podía más.
Se lanzó a la calle con su adorable mujer y volvió a ser quien era. Un hombre amable, educado y cumplidor. Amigo de sus amigos y de hacer favores. Yo comprendí algo más que la crisis del coronavirus me enseñó. Que la confinación no nos afectaba a todos por igual y hay quienes necesitaban rebelarse para superarla y sobrevivir. Él lo había conseguido y volvía a ser el hombre encantador que era. La desescalada, aún en fase 0, nos lo había devuelto.
En los días del confinamiento sin duda ha habido muchas. Como la de aquella médico que se encontró su coche rotulado con insultos por estar casada con un chino o la de aquella madre que por sacar a la calle a su hijo pequeño autista para contener sus ataques era insultada desde los balcones por sus vecinos. Yo puedo contar esta. Unos amigos tenían un chat en el que compartían sus cuitas y sus chanzas. En estos días este chat adquirió un protagonismo especial pues les permitía compartir su encierro y asomarse a esa ventana para vivir la amistad reconociendo las penalidades porque como se dice las penas compartidas son menos.
Ocurrió que entre los comentarios que se compartían algunos se deslizaron hacia la crítica política interesada, es decir desafortunada. Hubo quienes se quejaron y los que lo habían hecho lo captaron y más o menos se callaron, comprendiendo que no podían seguir la senda de la crispación de los malos políticos. A uno le tocó dar alguna mala noticia sobre muertos en su entorno y la dio y los demás compartieron con él su aflicción. Por lo demás a partir de lo sucedido su participación era la de contar chistes y bromas para hacer reír a sus amigos o al menos sonreír, que en aquellos momentos, como diría el Mariano Rajoy agudo, no era mérito menor. El se daba buena maña, eso que era neófito en el uso del móvil, como un niño con una caja de pinturas que descubriera de repente su capacidad innata para la pintura.
En la misma buena actitud siguieron algunas amigas, aunque en alguna ocasión se les escapaba alguna angustia, pues ya se sabe que quienes viven entre bulos no siempre pueden librase de su efecto, como el que atraviesa un campo de ortigas acaba con urticaria. Pero su actitud en la amistad compartida fue bien intencionada.
Hubo una excepción. Uno de los amigos siguió campando a sus anchas y siguió metiendo el remo de las asechanzas cuando podía. Le volvieron a caer las críticas y el pidió disculpas, es decir que las captó, pero enseguida volvió a las andadas. Cuando imperaba la confinación él salía a la calle todos los días a caminar. Solitario como un perro callejero recorría las calles de Astorga, pues si salía al campo le veían y le llamaban la atención. Gracias a estos paseos pudo descubrir que las funerarias habían dejado de poner las esquelas por las calles como acostumbran y lo denunció en el chat. Estaba clara la intención de la autoridad en ocultar a los muertos, argumentó, dejándose llevar por la moda de la lucidez personal y la parida sin límites. No pensó que como la gente no salía no podía verlas y por lo tanto era inútil que las funerarias las pusieran.
Siguió colando asechanzas por lo que recibió nuevas peticiones para que desistiera. Volvió a pedir perdón y argumentó que él no lo hacía con mala intención y con cinismo añadió que él era apolítico. Disculpas que le fueron admitidas con la incongruencia de que él no fuera político cuando era el que la hacía… y así siguió.
Ante la imposibilidad de callarle las cosas que contaba, bulos que asumía y disparates “que le enviaban hijas y yernos”, algunos amigos le pidieron al administrador que le echara del chat. Este argumentó que le limitaría la libertad de expresión. Sin entender que lo que habría hecho era cortar el incumplimiento de la ley, por el delito que comete tanto el que crea un bulo como el que lo transmite, participando en la desinformación, que es lo que son muchos bulos, calumnias o difamaciones recogidas en los códigos que son por tanto legalmente perseguibles.
El libertino continuó en las andadas, haciendo verdad aquel chiste que circuló por la red explicando porque no se debía cocinar la cabeza del pulpo. Porque dentro estaba llena de mierda y ponían como ejemplo la cabeza del presidente Chorra. Ante la incapacidad del amigo del chat para callarse hubo quien lamentó que si lo que pasaba es que tenía la cabeza llena de mierda mejor era que no la compartiera y la lavara en casa. Menos mal que el confinamiento perpetrado por el Gobierno ‘socialista-comunista’, como afirman con rintintón los fascistas, para seguir en el argot, acabó.
Como él lo hizo cuando alguien más atinado le dijo:
-Manolo, para el carro.
El respondió aliviado:
-Ya era hora. No podía más.
Se lanzó a la calle con su adorable mujer y volvió a ser quien era. Un hombre amable, educado y cumplidor. Amigo de sus amigos y de hacer favores. Yo comprendí algo más que la crisis del coronavirus me enseñó. Que la confinación no nos afectaba a todos por igual y hay quienes necesitaban rebelarse para superarla y sobrevivir. Él lo había conseguido y volvía a ser el hombre encantador que era. La desescalada, aún en fase 0, nos lo había devuelto.