Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 30 de Mayo de 2020

La Kultura

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Cultura debería escribirse con k, de kabuki, Kafka, Kant, que tiene más peso que la C de cazurro, calabaza, carnero.

 

Hablando con mi amiga Lidia, el otro día, discurría nuestra conversación por los derroteros, tan importantes en estos tiempos, de la supervivencia en el encierro nacional. Ella lee a lo largo del día y al caer la tarde ve películas en ruso, porque es rusa. No tiene televisión. No es que no tenga posibilidades de tenerla es que creo que se quedó saturada de los veinte o treinta  televisores (quizás exagero un poco pero no mucho) que tenía su marido colocados de arriba abajo forrando una gran pared con  todas las pantallas en marcha en distintos canales con sus correspondientes variados programas. Naturalmente no todas con sonido sino que controlaba la imagen y subía el sonido según su interés del momento.  Era una excentricidad puramente de su marido de la que ella no participaba. Es comprensible que cuando su marido falleció, y una vez pasado el duelo, ella cogiera todo aquel material de pantallas, cables y mandos y los desterrara con gran alivio a la basura. Desde entonces se nutre de noticas por la radio y sus entretenimientos los disfruta con la tranquilidad y el silencio de su casa. 

 

Un silencio que al haberse propagado más allá de las paredes de su hogar ha conseguido aumentar la intensidad del suyo propio. Precisamente me decía ayer que en sus largas meditaciones y contemplaciones interiores en la galería de su casa ha llegado a transcender a un estado casi místico. Le gusta Santa Teresa de Jesús.

 

Como siempre, me derivo.  Lidia y yo hablábamos de la dificultad de las personas en general de soportar el parón del ajetreo de sus vidas diarias y, además, la reclusión en espacios limitados, tan poco acostumbradas  a parar, a pensar, a meditar, a volver los ojos hacia adentro, en fin, tan poco dada al ensimismamiento. 

 

Encontramos muchos ejemplos alrededor nuestro de los distintos niveles de pesadumbres, de irritaciones, de amarguras, peleas, hastíos, berrinches y tensiones que han aflorado en el ánimo de los recluidos.

 

Pero convinimos las dos  que una de las grandes protagonistas de la salvación humana en este terrible confinamiento  ha sido La Cultura. La Cultura, sí, La Cultura con mayúsculas ha salvado a muchos de la locura, la desesperanza o de la inanición espiritual.

 

La Cultura, esa asignatura olvidada siempre en los planes educativos, menospreciada a la hora de repartir el dinero de los presupuestos del Estado, ninguneada en los programas sociales, postergada en propósitos, desatendida, arrinconada. .. La Cultura, sí la Cultura, la cenicienta de los valores de esta sociedad neoliberal donde la economía es el principal motor de desarrollo, ha sido el flotador anímico, espiritual y vital de este ‘Estado de Alarma’ que hemos y estamos viviendo.  La dinámica de la prepotente economía entró en parón  y el mundo se alarmó,  se tambaleó, y en medio de la angustia  apareció con su modestia La Cultura para salvarle.  Y sí, le salvó, nos salvó.

 

Ha sido nuestro salvavidas.

 

La Cultura se ha manifestado en todas sus vertientes con la fuerza de la primavera para salvarnos de sucumbir en el abismo del miedo, la desesperación y la tristeza.

 

Muchas  personas han derivado su tiempo a la lectura de esos libros que tenían pendiente pero que nunca encontraban el tiempo de sentarse para abrir sus tapas y empezar a leer con toda tranquilidad. Y los medios de comunicación se han ocupado de recomendar lecturas para aquellos que no tuvieran  un libro esperándoles en el polvo de la estantería. Los libros han sido un buen atractivo para las soledades de los encierros. Otros mundos, otras teorías y otros personajes han sido la espita fantástica para derivar el monotema vírico.

 

Las redes se han volcado en ofrecernos un montón de variedades culturales como opción a nuestras ocupaciones en el tiempo gris de encierro. Los museos nos han abierto sus puertas gratuitamente  con recorridos virtuales fantásticamente bien producidos. Muchos museos importantes del mundo nos  han ofrecido generosamente sus fondos artísticos para que nos deleitemos  y nuestro espíritu disfrute, se entretenga y  se enriquezca.  Qué gentil idea.

 

Los grandes teatros también han puesto a nuestra disposición, para elevar nuestro espíritu, las  grandes obras y óperas. Ha sido un gesto muy generoso que ha  permitido disfrutar, desde el sillón de nuestras casas, las importantes producciones teatrales  a la carta. Un respiro cultural más para un buen pasar el tiempo confinado.

 

El cine nos lo han brindado las distintas cadenas de televisión con una oferta muy variada y continua para compartir las estancas horas del día.

 

Pero creo que la música ha sido la reina cultural de esta calamidad mundial. Hemos cantado, hasta la saciedad, desde balcones, terrazas, ventanas, hospitales, camas… el proclamado himno del coronavirus Resistiré. Aquella canción del dúo dinámico a la que le colocábamos intenciones amorosas o de rebeldía al sistema y  bailábamos en los rompedores guateques  (hoy terriblemente carcas) de antaño. La canción Resistiré resucitada nos ha insuflado el ánimo de rebeldía al virus puñetero, nos ha hermanado a los buenos y malos, listos y tontos, marqueses y podemitas, todos hemos cantado al unísono esa canción que nos hacía más fuertes y valientes a todos, a muchos enfermos asustados y a muchísimos  candidatos a serlo.

 

Además la creatividad musical de un sinfín de personas espontaneas ha conseguido un número incontable de canciones en torno al virus que corren como liebres por las plataformas online. La gente se ha echado al ruedo con la música y hasta muchos han descubierto esa ‘gracia’ que se desconocían. Una variedad musical sin límites, desde ‘El regetón del coronavirus’ a una ‘La cumbia del coronavirus’ que además de animarnos nos han impulsado al baile.  Una buenísima terapia para salir de la espiral vírica.

 

También los más consagrados en lo musical nos han deleitado con estupendas canciones cantadas entre varios en un alarde de conexión y tecnología que los wasaperos se han encargado de distribuir. Cuánto de agradecer a estas personas que se han volcado en hacernos la vida más fácil, alegre y satisfactoriamente llevadera en estos momentos.

 

O sea, La Cultura  para nuestros políticos  es el último mono en el qué pensar y en el que invertir dinero pero, sin embargo,  ha demostrado ser el ‘mono’ más necesario para salvarnos de nosotros mismos en una crisis. Demostrado queda que con el miedo el dinero se paraliza pero con ese mismo miedo La Cultura crece.  La Cultura pone color a nuestras vidas, las enriquece y alegra (dice mi hijo que a ‘los de arriba’ no les interesa que estemos alegres y que hacen todo lo posible por conseguirlo, no sé). La Cultura es tan importante como el comer porque nos alimenta el espíritu.

 

Todas estas consideraciones intercambiábamos Lidia y yo en esta larga conversación de media tarde, por teléfono, claro, porque todavía no estábamos en fase 1. Naturalmente acabamos hablando mal de los gobiernos sordos y ciegos y mediocres que no ven más allá de sus narices o de sus sillones, pero contentas y agradecidas a este bullicio cultural que nos ha nutrido estos meses.

 

Ella se fue a su película rusa y yo a ver y escuchar las últimas y reiteradas noticias esperando con desesperanza algo nuevo.

O témpora o mores

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