Roberto Prada Gallego
Sábado, 13 de Junio de 2020

El Mundo Nuevo

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De un tiempo a esta parte cada vez me interesa menos la política. Más por pereza que por falta de representatividad. Puesto que lo único que me separa de Sánchez es el pudor. Tanto que nunca lo he votado. Pero representado por él sí que me siento. Compartimos miedos y facilidad para mentir. Somos dos impostores.

 

A la pereza se suma mi menor entendimiento sobre lo que ocurre, quizá por eso también me interese menos y me vea más representado por incapaces. No comprendo que se declaren progresistas, y mucho menos que los vean como tales, a quienes defienden el privilegio fiscal del País Vasco y no la igualdad de todos los ciudadanos. No comprendo que ser progresista consista en defender las identidades y no la redistribución de la riqueza. Tampoco que ser progresista sea ofrecer ayudas para rotular los establecimientos en euskera –como en el Ayuntamiento de San Sebastián- e, incluso, no alcanzo a descifrar que se tenga como progresista ese empeño contraproducente de intentar acabar con los ricos y no con los pobres. Soy de los que piensan que sería mucho más progresista un Gobierno de PSOE y PP que uno apoyado por populistas e independentistas. Pero también pienso que a día de hoy nadie representa mejor los valores republicanos que Felipe VI. Así que igual el equivocado soy yo, como aquel del chiste que conduce en dirección contraria, escucha el aviso por la radio y corrige a los gritos: “¡Uno solo no, miles!”.

 

De todos modos, no pretendo pontificar ni convencer a nadie, ni siquiera eso tan pretencioso de hacer pensar a alguien, me conformo con que este texto se lea de modo ligero y natural. Que suene bien y las palabras pesen.

 

Ojalá también esté equivocado cuando pienso que estamos ante el fin de la primacía de la civilización occidental para dar paso de nuevo a la china. China, la mayor de las dictaduras actuales. Niall Ferguson explica mucho mejor que yo las diferencias existentes entre instituciones capitalistas o liberales y las instituciones comunistas:

 

“El siglo XX realizó una serie de experimentos, imponiendo instituciones completamente distintas a dos conjuntos de alemanes (del Oeste y del Este), a dos conjuntos de coreanos (del Norte y del Sur) y a dos conjuntos de chinos (de dentro y de fuera de la República Popular). Los resultados fueron sorprendentes, y la lección, de una claridad meridiana. Si se coge a un mismo pueblo, con más o menos una misma cultura, y se imponen instituciones comunistas a un grupo e instituciones capitalistas a otro, casi de inmediato se producirá una divergencia en su modo de comportarse.”

 

 La divergencia consiste en saltar el muro siempre desde el mismo lado.

 

Pero si incluso ni lo más elemental de nuestro pasado más reciente hubiéramos aprendido, ustedes saben que la civilización occidental clásica ya resurgió una vez, concretamente en Italia con el Renacimiento. Por lo tanto, aunque muchos destrocen monumentos, deterioren las democracias liberales, dañen el Estado de Derecho y contribuyan a la progresiva pérdida de confianza por parte de los ciudadanos siempre habrá bibliotecarios en Bizancio, monjes en Irlanda, papas y sacerdotes de la Iglesia Católica y califas abasíes que protejan y cuiden el conocimiento y patrimonio de Occidente.

 

Newton se lo decía de esta manera a Robert Hooke: "Si he podido ver más lejos que los demás, solamente es porque me encuentro sobre los hombros de gigantes.”

 

Aunque en estos momentos, nosotros, los enanos, ni los veamos ni oigamos.

 

 

 

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