José N. Fuertes Celada
Domingo, 14 de Junio de 2020

El paraíso recobrado de un pueblo minero

Ángel Fernández Fernández. La huerta de los manzanos; XXIX Accésit Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma; Colección Visor de Poesía , 2019

 

 

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‘La huerta de los manzanos’ es el título del poemario de Ángel Fernández Fernández, galardonado con el XXIX accésit ‘Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma’. El primer poema también lleva ese título y es zócalo para el libro. Enseguida el ensueño, el viático es una foto de la madre, una mediación a la memoria, un lugar de paso al temblor de lo que somos: "Solo tiene que entrar en la foto que tiembla entre sus manos / y seguir a esa niña de trenzas en corona; / y avivarle el color y la sonrisa." (11)


Desde ella accederemos a la infancia de la madre: "Para llegar a la huerta de los manzanos." (La huerta de los manzanos, 11). Ya tenemos el lugar y el tiempo de la memoria. Una imagen idílica de la madre cuidando vacas y el poeta también milagrosamente en ese cuidado, con su madre, siendo todavía no nato. Imagen milagrosa y ficcionada de un tiempo imposible que aquí se torna real. De seguido los miedos, la aventura, el hambre, el maná del Paraíso: "Pasáis por debajo de la cerca y todos los miedos posibles. / Los frutos de los árboles se arrojan contentos a vuestros / brazos." (11)


Ya está planteado el poemario, no haría falta ir a más.


El poemario es pobre en su expresión, no baila la palabra en el fraseo; a menudo parecen pequeñas narraciones que compondría un mosaico evocativo de la época y la niñez de la madre. Hay unas cuantos ejemplos de narraciones cerradas en sí mismas como: "Víspera de Reyes" (33), "Primer día de verano" (53): "Mi madre se pone dos pendientes de cerezas blancas / y un prendedor de colibrí // No es ella si no se pinta como una vieja egipcia. / Y se viste con blusas de flores y leopardos." (53).


Esta narratividad en detrimento del ritmo es muy propia de la poesía de línea clara, postura dominante en los círculos del poder poético español, un intento vano de hacer poesía para los que no leen poesía y que jamás consegurá acceder a los jóvenes con la facilidad de Defreds, Marwan o Irene X.

 

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Entonces cabe preguntarse dónde radica aquí la poesía, si no radica en la expresión lingüística. Radica como en los poemas que acabo de citar en la emoción, en la reconstrucción evocativa de un modo de vida que se ha perdido.


Se trata de una poesía semántica, casi discursiva. La reconstrucción de emociones de manera vicaria al incorporárselas las retorna poéticas: "En la muñeca es de cartón", (13) la madre que se solapa con el yo poético siente y sabe que siente, percibe y apercibe, la monada abre una ventana en su sentir mediado. La niña abraza su muñeca de cartón: "La aprieta contra sí, porque es pequeña / y por lo tanto necesita cariño, / porque hace frío / y llueve. // porque intuye que es así / como se da el amor.” (13)

 

La madre es viático no solo en la infancia sino en el poema para llegar a muchas cosas, es faro que indica a la evocación lo que hay que ver. A la niña de la madre se entra por sus ojos de ahora, por sus arrugas hasta llegar a jugar con ella en el pradico. Ella le muestra el mundo y toda la belleza del mundo: "La lluvia le ha escarchado las coletas / y barnizado el rostro. / Y camina por el monte / para que tú veas desde allí / la luna." (Asómate, 14)


Ese mundo de la infancia de la madre es un mundo de pobreza, con los sueños elementales de la pobreza: los dulces, los pasteles, hasta la reprensión del deseo de lo que no puede ser. (Mirada ladrona 15)


Desfilan por el libro una serie de personajes como la abuela azul, una difunta que adecenta las tumbas con Sidol y Vim, la otra abuela y tía Honorina, etcétera. Los poemas se cierran con remates lapidarios: "Cuando el sol aparece vuelve a meterse en su tumba." (La abuela azul, 20)", “A ninguno de los dos nos daba vergüenza / querernos tanto." (Desde la casa de tía Honorina, 21), "Y a ella se le olvida otra vez llorar"(32) o “No sospecha que el tiempo le persigue" (35)


Se evoca un pueblo minero y se nos dejan ver sus costumbres, los garitos y tascas que frecuentan, el niño que iba casi como un robot a buscar al padre: "Que dice mamá que bajes... / que dice mamá que bajes." ( El robot de mamá, 23)


En estos poemas el significado lo devora todo con un lenguaje de andar por casa sin búsqueda de placeres plásticos ni sonoros, aunque sobreabunden los valores afectivos y significativos, como en la prosa. El fraseo tiene un predominio semántico sobre la respiración.

 

 

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En ‘La huerta de los manzanos’ no son las inscripciones de las tumbas, como en la ‘Antología de Spoon River’, de Lee Masters, pero el proyecto tiene un cercano parecido, una reconstrucción de un pueblo, Sabero, desde la evocación de familiares y personajes: la nieve camino de la escuela, las mujeres sujetas, seducidas por la Iglesia, las canciones de Sara Montiel oídas por la radio, el personaje de Dionisia, chivo expiatorio de los niños, César el niño ahogado en el pozo donde todo lo que vive se siente culpable y rehúsa mirar: "¡Qué frío de piedras y de caracolas! / Qué vergüenza de Dios y sus recursos!" (César, 36), los juguetes de la niñez: "Mi madre me había dejado en la cocina un regalo sorpresa: / al abrir la puerta contemplé / a todos los animales recortables de los chicles 'Fiesta' / desayunando", los fantasmas rurales, los muertos y la relación cercana con la muerte: "Hay un grupo de ancianas tomando el sol / en el esqueleto de la Iglesia incendiada. / Dos están muertas. (Lagartos y lagartijas, 38). No falta el accidente minero: "Una sirena interminable levantó las cabezas / de madres, esposas e hijas." (Silencio, 66). Se recuperan los decorados del día a día de aquellos años 60 y 70, lo cual puede provocar añoranza en quienes lo vivieran. Douglas Sirk como modelo de hombre o el calendario de las 'pinups' en la tasca donde juegan al mus y cuyos cagamentos llegan hasta intimidarlas. En ocasiones el poema se vuelve surreal: "Un papagayo se posó en el vestido de Puri, / puesto a quedarse allí para siempre. // Sus plumas se le salían por el escote / para darle un aire tropical." (El papagayo de Puri, 47) También los otros niños, los hijos de los ingenieros son vistos con extrañeza: "Cuidaban niños de plástico, impolutos, / que jugaban sin mancharse y sin salir / de pequeños invernaderos donde el sol / apenas se atrevía a refugiarse." (Las criadas de los ingenieros, 58) Es frecuente el alcoholismo que en ‘La arrancadera’ se ejemplifica con una botella de Terry: "Mi padre reza ante una botella de coñac Terry / vestida con la malla de su devoción.(59) etcétera, etcétera.

 

 

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Un último aderezo lo componen los localismos, que es verdad que pueden despertar los propios: la cantina de Vidal, la tienda de Alí Babá, el bar de Leoncia, etcétera.


Aunque los poemas sean inexplicables por un procedimiento argumentado, hay un poema especial entremetido en el libro, se trata de ‘El Protegido’. Se refiere al niño interior del propio poeta. Vía regia a la evocación de ‘La huerta de los manzanos’, trasunto de un paraíso perdido, aunque solo sea por ser la infancia del que escribe. El poeta-niño compone desde aquí la realidad de su propia existencia. Y desde ella trata de reconstruir el modo de vida de un pueblo para que no se olvide: "Lo he protegido... etc" " Nos llamamos igual... etc" (el protegido, 48)

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