Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 27 de Junio de 2020

El 'pensamiento mágico'

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Llamo por teléfono a mi ‘amigo entrañable’ que está enfadado porque hace unos días le dije algo que no le gustó oír. No, no fue un insulto ni algo grosero ni ofensivo, simplemente le analicé una situación vivida y le afeé un comportamiento inadecuado que consideré era importante hacérselo ver. Bien. No me cogió el teléfono. Bueno estará ocupado, ya me llamará. No llegó la respuesta a mi llamada así que pensé que no había visto la llamada e insistí unas horas después porque quería resolver la tensión que se había forjado con aquellas “palabras espejo” que en un arranque le había puesto ante sí y que parece que no le habían gustado. Nada, suena, suena, suena y se corta. Bueno, no lo oye, ya me llamará cuando vea que le he llamado.

 

El día siguiente pasa sin que reciba su llamada así que sigo pensando que las circunstancias no se lo permiten y que en cualquier momento me llamará y hablaremos. Transcurre otro día sin noticias y entonces mi pensamiento me lleva a considerar que lo que pasa es que me quiere dar una sorpresa y se presentará en cualquier momento en mi casa, con un estupendo ramo de olorosas flores, para llevarme a comer a aquel restaurante que sabe que me gusta. Pero no, han pasado ya muchos días y no ha sucedido nada de lo que mi pensamiento había proyectado. El ‘amigo entrañable’ sigue sin afrontar ‘un espejo’ por lo tanto sigue sin querer hablar conmigo, y yo sigo esperando que tenga la lucidez de reconocer que le he hecho un importante favor y que me lo va a agradecer con excelentes atenciones.

 

Ahora me doy cuenta de que soy una mujer con una gran dosis de “pensamiento mágico”. Pues resulta que según una psicóloga chilena llamada Pilar Sordo, una de las características de lo que ella llama “pensamiento mágico” consiste en el hecho de  esperar que: mis expectativas ocurran tal y como yo las pienso.

 

Según la psicóloga el ‘pensamiento mágico’ es una estructura específica de las mujeres por la que normalmente esperamos unos ideales de perfección que no ocurren en la realidad (yo creo firmemente que eso también les pasa a los hombres, pero con otro tipo de pensamientos quizás). Ella también dice que el ‘pensamiento mágico’ lleva a las mujeres a querer que nuestro pensamiento sea adivinado y como eso pocas veces ocurre por ahí nos llega la infelicidad (también creo que esto es extensible a todos los géneros humanos).

 

Para que lo entendamos Pilar Sordo pone un ejemplo. Va una pareja caminando y charlando alegremente por la calle un sábado por la tarde. De pronto ella se para ante un escaparate de zapatos y le dice a él: “mira Miguel que zapatos tan bonitos esos de ahí, los marrones, ¿no te parecen muy bonitos?”;  Miguel, “Ah, sí, son bonitos”; ella, “si, son preciosos, me combinarían muy bien con el traje de gasa azul ¿no crees?”; Miguel, “pues supongo que sí”;  ella, “huy… ya lo creo, me irían perfectos para ese traje y para la falda marrón esa que te gusta tanto” ; Miguel, “Ya”; ella, “pues no parecen muy caros para lo bonitos que son”; él, “no sé”. Ella sigue pegada al escaparate y Miguel se impacienta, “bueno, vamos, que llegamos tarde al cine”. Ella echa a andar con paso desganado. Él continúa ligerito y retoma la conversación que llevaban antes de parón del escaparate. Ella no interviene, va caminando callada, como ensimismada. Él se sorprende del cambio de ánimo y le pregunta “¿te pasa algo?”, “no”, dice ella, “¿qué me va a pasar?”, y sigue muda. Él cada vez más sorprendido por el cambio de actitud insiste en preguntarle qué le pasa, ella no contesta y sus gestos se ha vuelto más firmes, bruscos. Finalmente llegan al coche y él ya no puede más con esa actitud arisca y la enfrenta a ella con vehemencia “¡Me puedes decir qué te pasa!, ¡¿qué te ha pasado de repente que te has vuelto tan huraña?! Veníamos tan felices y de pronto estás intratable!”. Ella no aguanta más y explota “¡Qué me va a pasar, qué me va a pasar, pues que no me has comprado los zapatos!”, “¿Qué zapatos?” pregunta él sorprendido. Ella, “pues los que te enseñé en el escaparate”. Él, “Ah, pero querías que te los comprara?” Ella, “pues claro”. Él, “Y por qué no me  dijiste que los querías y que te los compara? Ella, “ya te dije que me gustaban”. Él, “sí, me dijiste que te gustaban pero No que querías que te los comprara”. Ella, “Bueno, es lo mismo, ya podías haberlo adivinado, no hace falta que te lo dijera, estaba claro ¿no?”. Y así la discusión sobre el desentendimiento  de pensamientos entre él y ella sigue enzarzándose hasta el punto de olvidarse de que tenían un plan estupendo para pasar la tarde.

 

A ella le ha perdido su pensamiento mágico esperando que él le comprara los zapatos sin necesidad de tener que pedírselo verbalmente, considerando que sólo con el pensamiento era suficiente. Pero, para disgusto general, esa trasmisión de pensamientos no es fácil que funcione.

 

Pues eso. Siguiendo la analítica psicológica de esta mujer chilena yo llego a la conclusión de que mi vida ha estado inmersa en un gran pensamiento mágico y no sólo ahora con esta respuesta esperada de mi ‘amigo entrañable’.

 

Pensándolo un poco creo que he vivido en un constante pensamiento mágico. 

 

Con el marido, por ejemplo, que creía que era el compañero perfecto y encantador para afrontar el futuro y el destino juntos, pero resultó que le había puesto al proyecto más imaginación que realidad.

 

O con el sentido de la amistad, en el que nunca pensé que podría entrar la traición, y entró.

 

O con el significado de ‘la familia’, que creía idílicamente que era el refugio perfecto, seguro y feliz en la vida y resulta que los lazos de sangre se deshacen en luchas fraternales en cuanto hay ‘cuatro perras’ de herencias.

 

O que las personas somos nobles y dignos y generosos por naturaleza sin tener en cuenta que ‘la naturaleza’ es como un prisma con muchas caras y no todas brillan al mismo tiempo, ni sólo brillan las caras buenas.

 

O que hay un amor incondicional más allá del de la madre. O que la lealtad es incuestionable. O que los políticos luchan por el bien de la sociedad y no por el suyo propio. O… o… o…

 

Vivo, por tanto una decepción constante. Ahora sé que casi todo mi pensamiento es ‘mágico’. Me salva el ‘casi’. Ese ‘casi’ lo pongo en el pequeño paraíso personal que me he construido para sobrevivir y en donde hago realidad mis pensamientos porque los satisfago yo conmigo misma (aunque alguna vez también me decepciono, ¡la naturaleza!).

 

Ya sé, ya sé, se trata del ‘pensamiento mágico’, pero sigo esperando a que mi ‘amigo entrañable’ ejerza de ‘entrañable’. Todavía no pierdo la esperanza de que lo mágico se haga realidad algún día. ¿Seré demasiado ingenua?

 

O témpora o mores

 

 

 

 

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