Esteban Carro Celada (*)
Domingo, 15 de Septiembre de 2013

Un arriero maragato que fue alcalde de Madrid

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No es un caso extraño de longevidad. Desde luego los leoneses contamos con el de la señora Fermina, antigua vecina de Folgoso del Monte residente ahora, en Madrid. Ella no llega aún a 110 años.

Santiago Alonso Cordero tendría ahora poco más o menos esa edad, si viviera. Es un personaje de evidente interés, del que habla Benito Pérez Galdós, en uno de sus ’Episodios Nacionales’. Había nacido en Santiago Millas. Era un maragato de un solo tramo, pero como un rascacielos. Su pupila para los negocios fue fabulosa. Se supo erguir en la accidentada sociedad del siglo XIX, merced a una sola cosa: su honradez. Era honrado como de aquí a Tokyo. Era proverbial, casi de refranero en el siglo XIX: desde luego escribo esta cosilla, porque manejo ahora documentación sobre este maragato. Por eso deseo vulgarizar alguno de sus rasgos.

Por tentar, su figura, captó hasta a Ramón Gómez de la Serna. Un escritor como Mesonero Romanos, a quien no le se escapaban los tipos costumbristas, lo colocó en una de sus páginas. Y hasta Manuel del Palacio no ahorra comentario para hablar de Santiago Alonso Cordero. Manuel del Palacio tiene mucho que ver con la Maragatería. Pero esa es harina de otro costal.
Por de pronto la figura de Santiago Alonso Cordero, que nació en 1792, tuvo un hermano deán de la Catedral de León. Fundó una especie de agencia de arriería para toda España. Muchos gobiernos depositaron, en su honradez absoluta, la confianza del traslado de millones de reales, hasta la capital de la corte.

Se hizo rico. Fue un multimillonario. La fantasía popular le hace condecorar, enlosar, una habitación de su casa en Santiago Millas con peluconas de oro, incrustadas de canto. Un día por las buenas, por amor a la libertad, se lanzó a los campos de España. Otro día tuvo que prestar su consentimiento para transportar acémilas. Eran necesarias para el ejército del Norte, contra los carlistas. Y así Alonso Cordero prestó una importante moción al Gobierno.

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Si, en la guerra de la Independencia aprisionó desde Gijón a un cuerpo de ‘Gabachos’, en Santiago Millas hizo frente al guerrillero absolutista López, años más tarde, sobre todo, Alonso Cordero, nacido de la nada, hizo amigos. Era un convencido de las ideas liberales del siglo XIX. Cuando murió en 1865 pertenecía al partido progresista. Y siempre hizo lo que pudo por salvar a España de su problemática extraña. El maragato Cordero que era un católico cumplidor, estuvo siempre en la brecha en los momentos difíciles de la nación, en los bienios liberales, en las revoluciones, en los pronunciamientos. Sin embargo su figura no es la de un cabecilla, ni la de un conspirador a lo Avinareta. Era un gran financiero, con buena imaginación de números, fiel, consecuente con su palabra, que valía por una firma reconocida. Construyó en Madrid las casas más elegantes. Él hizo aquella ‘torre de Madrid’ del siglo XIX, que son las ‘casas de Cordero’, que aún existen en la calle Mayor, 1, con sus cien vecinos, las habitaciones decoradas a lo neoclásico con unos altos hornos, una sala de baños, a donde en calesa llegaba el Madrid más ‘chic’.

Sobre todo, amó a su patria, a quien defendió en todo momento. Hasta acaudilló una especie de pronunciamiento, salvando la vida de muchos.

Bueno, eso de salvar la vida a los otros, fue en él una constante. Murió en la peste de 1865, cuando medio Madrid se había ausentado por el peligro, cuando los ministros unionistas se esfumaban, y la reina Isabel encontraba razones para seguir en la Granja. Alonso Cordero subió escaleras en las buhardillas más altas. Hasta se sabe las siete u ocho personas a quienes socorrió la tarde anterior a su muerte, 22 de octubre. El mismo 18 le escribe a su hijo, que estaba en Santiago Millas: creo que me salvaré. No me ha sucedido nada. Su mujer estaba en Cerecinos de Campos.

Pero Santiago Alonso Cordero tenía varios amigos inseparables: Olózaga, Mendizábal, Linagr, La Sersa. Como ellos estuvo en el exilio, durante años. A mi lado tengo una carta de Mendizábal fechada en París, y que se la escribe a Cordero, que por entonces reside en Lisboa. De esta manera, con el sufrimiento y el alejamiento de la patria, Alonso Cordero, el buen santiagomillés está llenando los bolsillos de los emigrados, los liberales, fuera de las fronteras.

Uno de ellos le hace un espléndido grabado en París. Con Baldomero Espartero mantiene una correspondencia firme. Hasta le quiere proporcionar dinero, cuando aquel ya está en España. El manchego ex-regente se lo agradece. Junta con otros, cuando ya está de regreso en la patria, trabaja para reorganizar el partido progresista, y se presenta, ante algunos ministros para procurar la vuelta de los últimos exiliados, allá por el año 48 del pasado siglo.

Alonso Cordero iba a las Cortes, al Congreso, al Senado con sus bragas de maragato. Y Esquivel lo retrató de esta forma en el año 1842. Pero también llevaba sus largas patillas, casi fernandinas, o quizá de bandido, a lo Sierra de Ronda, pero honradas, en otra épocas.

Asistió a dos cortes constituyentes. Y allí manifestó la pureza de sus convicciones liberales, tratando de que las leyes se acercaran en lo posible a los principios de las Cortes  de Cádiz.

La figura de este maragato excede estas simples líneas de toma de contacto. Su jovialidad, su campechana presencia, su acogimiento de todos los que con él trataron, fue provervial. Se dedicó también a la especulación de la bolsa, y tuvo que ver algo con la lotería.

Pero querer reducir su alta humanidad, su inalterable concepto de la palabra dada, de la amistad, es empequeñecer su figura.

Con esta toma de contacto, solamente quiero decirles que este leonés, presidente progresista de la Diputación de Madrid y alcalde de la villa del oso y el madroño, no es un chiquitajo, sino un hombre de origen humilde que creó la alta estirpe de la honradez. Y era arriero.


(*) Publicado en ‘Diario de León’. Martes, 21 de enero 1969

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