José Manuel Carrizo
Sábado, 04 de Julio de 2020

A propósito de los ojos

 

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                                     “Hay países, hay ríos                                                          en tus ojos,                                                                           mi patria está en tus ojos”. 

                                                                   (Pablo Neruda )

 

 

Hay ojos redondos y ojos ovalados, incluso hay ojos rasgados. Están los ojos oscuros, casi negros, y los ojos claros, llenos de luz, que fulguran. Ojos azules como el cielo y ojos verdes como el océano: ojos de cielo, ojos de mar.

 

Hay ojos que son espejos. Espejos donde nos podemos mirar, donde se pueden ver otros ojos. Otros ojos prisioneros de esos ojos. Ojos imán, que te llevan, que te arrastran,y que te hacen naufragar en ellos. Ojos en los que uno no hace pie, se hunde, se ahoga, muere.Ojos que se recuerdan siempre. Ojos poderosos.

     

En cambio, otros ojos no pueden tanto. Son ojos apagados, sin brillo, turbios, medio muertos. Ojos anhelantes, que te encogen el corazón y te dejan sin palabras. Son ojos tristes. Ojos que tarde o temprano se acaban olvidando, y es como si nunca se hubieran visto.

 

Después, están tus ojos, que yo no sé cómo son, ni qué tienen, para qué sirven. No sé nada de esos ojos con los que me miras. No sé nada, salvo que estoy a gusto viéndolos, viéndome en ellos.

 

Pero todos –también tus ojos– son el punto en el que convergen, se tocan, se mezclan, y hasta se confunden el cuerpo y el alma. Los ojos son la ventana de nuestro interior, la ventana del alma. A través de nuestros ojos se nos escapa el alma en forma de miradas.

     

Y las miradas son muchas y diversas, y todas hablan; solo hace falta saber leerlas, aprender su lenguaje. Las miradas pueden ser rectas y pueden ser oblicuas, y limpias y sucias. Pueden ser de perdón, pero también de odio, que cortan, que hielan. Hay miradas que es mejor no mirar. Hay miradas que valen un mundo, incluso un cielo. Más aún, hay miradas que no se sabría lo que habría que dar por ellas. Son las miradas de donde brota el amor. Cuando dos miradas se encuentran es como si se encontraran dos almas, dos corazones. Y también hay miradas que acarician, que envuelven, que abrigan. Miradas que te dicen: tranquilo, no pasa nada, todo va a salir bien. Y miradas cargadas de deseo, que arrebolan, que debilitan las piernas, que desnortan. Miradas capaces de desatar en tu interior la mayor tormenta, una tempestad.

     

Por último, queda tu mirada. Con tu mirada me pasa, como con tus ojos, que no sé decir nada de ella. Comprendo que no tiene nada especial, nada que la haga inolvidable, eterna. Y sin embargo, no es una mirada más, otra entre otras. Sin embargo, soy feliz si me has mirado, y si no me has mirado, me quiero morir. Cada noche, antes de dormirme, pienso en tu mirada. Sueño con tu mirada. Me levanto con el deseo de que me mires, con la esperanza de que vuelvas a mirarme. No quiero ver más que tus ojos mirándome.

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