Mario Paz González
Jueves, 09 de Julio de 2020

Weimar hoy

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En febrero del año pasado se celebró en la alemana ciudad de Weimar el primer centenario de la república que lleva su nombre y, aunque los medios se hicieron eco en su día de los actos conmemorativos, el recuerdo de aquella época podría servirnos para reflexionar también hoy.

           

Al final de la Gran Guerra, el Reich alemán, constituido por Otto von Bismarck casi cincuenta años antes, sufrió una crisis interna que forzó su inevitable capitulación. Ante la inminencia de la derrota, muchos soldados y oficiales se negaron a obedecer a una élite que los enviaba al sacrificio en una guerra ya sin sentido. A ellos se unieron obreros de ciudades como Kiel, constituyendo asambleas y reclamando el fin de la contienda y un cambio político hacia un régimen democrático. Debido a los graves disturbios que recorrían todo el país, especialmente en Berlín, un grupo de elegidos para redactar la nueva constitución se retiró a Weimar, la ciudad en la que habían vivido Goethe o Schiller, dando así nombre a la nueva república. El documento se elaboró entre enero y agosto de 1919 y dos de sus logros fundamentales fueron la declaración de la igualdad entre hombres y mujeres (ellas habían tenido un papel vital en las fábricas durante la contienda) y una regulación del trabajo que establecía salarios dignos y una jornada laboral de ocho horas, así como prestaciones por desempleo, tan criticadas en su día como la renta social mínima hoy.

           

Se produjo entonces una revolución que abarcaría diversos ámbitos de la vida cotidiana, algunos de los cuales hoy pueden sorprendernos, como la creación de viviendas sociales dotadas de agua corriente, calefacción, cocina de gas y cuarto de baño. Otros fueron la libertad de prensa, las nuevas formas más emancipadas de entender la sexualidad y una enorme creatividad y experimentación en un ámbito cultural que representaba el advenimiento de los tiempos modernos y cuya importancia sigue vigente. Hoy día seguimos leyendo con pasión a Bertolt Brecht o a Thomas Mann o escuchando la música de Kurt Weill. Y es imposible negar la todavía visible influencia de artistas como George Grosz en las artes plásticas, de Walter Gropius y la Bauhaus en el diseño y la arquitectura o de Fritz Lang o Walter Ruttmann en el cine de hoy en día.

           

El sueño no duraría mucho. Aunque se suele citar la sombra de la Gran Guerra y las consecuencias del Tratado de Versalles como razones que contribuyeron al hundimiento de la república de Weimar, hay otras. Una de ellas, que los socialdemócratas mantuvieran en sus puestos a la élite social alemana conservadora, antidemocrática y antisemita. Otra, las sucesivas crisis económicas, como la hiperinflación de 1923, en la que el marco perdió todo valor, y el famoso crac de la bolsa de Nueva York de 1929, que dejó en el paro a un tercio de la población activa. A ello se sumó un mapa político diverso, lleno de partidos desnortados, salvo los más extremistas. La derrota de la democracia fue posible gracias a los continuos ataques de la derecha tradicional a la que se unieron, legitimados por ella, los del partido nazi y sus violentas soflamas vocingleras.

           

En su luminoso libro La Alemania de Weimar. Presagio y tragedia, reeditado el año pasado, el historiador Eric D. Weitz, del City College de Nueva York, nos cuenta todo esto y, al leerlo, es casi imposible no ver un paralelismo entre nuestro tiempo y aquel. Sobre todo al ver la forma en que se expresan algunos medios y algunos ciudadanos contagiados por ellos y por la clase política. La historia de Weimar debería servirnos como señal de alarma para recordar la fragilidad de los sistemas democráticos y las consecuencias a las que puede llevar el ataque y el cuestionamiento sistemático e implacable de las instituciones en períodos de crisis como el actual. De lo que puede ocurrir si la política se convierte en una lucha tribal por el poder, que solo busca, en el ataque arbitrario, la satisfacción partidista y electoralista. Si no hay un consenso para hacer frente a las crisis futuras y cualquier cuestión, por nimia que sea, se convierte en arma arrojadiza que busca desencadenar enfrentamientos entre la ciudadanía. Lo que traerá el futuro, no lo sabemos. Lo que vino después de Weimar, sí y sería mejor no repetirlo.

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