Mercedes Unzeta Gullón
Sábado, 11 de Julio de 2020

Desconfinados pero no desconfiados

[Img #50169]

 

 

Estamos deconfinados pero no desconfiados. Las mascarillas cuelgan de una oreja o se arrebujan en el bolsillo para sacarlas en cuanto nos llama la atención algún prudente. Hace calor y no hay quien aguante ir embozado por la calle. Nos ahogamos. Nos destapamos la boca y la nariz en cuanto despistamos a la consciencia, que es muy a menudo. Vamos tomando la confianza del ‘destape’ con un “ya pasó” en respiro profundo. Las distancias cortas se acortan, nos vamos tomando la licencia de abrazos. ¡Qué ganas teníamos de abrazar!, y abrazamos como si viniéramos del ‘más allá’.

 

Ya hemos podido recuperar las reuniones con los amigos. Qué falta nos hacían para reírnos, para sostener discusiones entre ‘azules y rojos’, para dar rienda suelta al think tank (tanque de ideas) y derrochar genialidad con proyectos a corto plazo.

 

Tenemos un pie afuera de tanta estadísticas y tanto acoso mediático, y eso libera a nuestros  pensamientos de la congoja, la ansiedad, la presión, la amargura…, y el ánimo se nos vuelve festivo, como el de un ‘no cumpleaños’ de Alicia en el país de la maravillas.

 

Pero, a pesar de tanto regocijo inmediato, existe un inquieto mirar más allá del día a día. No queremos pensarlo pero nos están avisando los entendidos de que cabe la posibilidad de que estemos en un paréntesis, en un alto en el camino de este dichoso coronavirus, como si el maldito bichito estuviera en un descanso para reponer fuerzas y volver al ataque. Qué pesadilla si tuviéramos que volver a confinarnos, a las estadísticas, al temor, a la confusión, a la desazón, a las diversificaciones de los síntomas, a la fatiga, al caos.

 

El plazo del nuevo ‘acoso viral’ se vislumbra gris, como  de prietos nubarrones de tormenta en la lontananza, amenazando con broncos rugidos, que podrían en cualquier momento acercarse y descargar su furia, o quizás pasar de largo y seguir rumbo hacia otros horizontes.

 

Esta incertidumbre de ataque futuro, más o menos cercano, nos tiene un poco acobardados a la hora de pensar algo más lejos del mañana. ¿Cómo organizar nuestra vida ante esa gran amenaza? La idea de una posible nueva envestida vírica entumece  el ímpetu del caminante.

 

Hay quien tiene proyectado casarse en octubre y quisiera celebrar una gran boda pero las múltiples incertidumbres del futuro a tres meses hacen mella en el ánimo. ¿Cuánta gente se podrá reunir entonces? ¿Volverá el virus a fastidiarnos la vida? ¿Habrá de nuevo pandemia, restricciones, confinamientos? ¿Se podrá viajar para que pueda venir la familia que vive en Francia? ¿Cómo contratar el evento de la boda y con qué ánimo se puede preparar si no hay certeza de que se pueda celebrar? La pobre novia está desesperada. Acaba pensando con ansiedad y desesperación en claudicar de su anhelado proyecto, “estoy pensando en retrasar la boda un año”. Pobre novia.

 

A esta novia sin boda  le pasa los mismo que a la hija del príncipe Andrés de Inglaterra, que preparaba una boda por todo lo alto, con gran boato para epatar al reino y hacer gran ostentación de su  valor como princesa de sangre, y tratar de desmerecer de paso a la princesa advenediza que se llevó toda la atención mediática a pesar de ser tan sólo una  plebeya actriz americana. Pero entre el coronavirus 19 y las andanzas oscuras de su padre, que por más que quiera ocultarlas bajo las alfombras del palacio no hay manera de esconderlas y está cada vez más cerca de que se destapen sus muchas supuestas implicaciones de muy feo calibre, la triste princesa ha tenido que ir rebajando sus extravagancias hasta tener que dejar finalmente la gran boda para alguna otra ocasión, si es que se presenta.

 

El castillo donde se ha refugiado su padre, el príncipe Andrés, empieza a desmoronarse como si fuera de naipes, y parece que dentro de poco el hijo de Ia reina Isabel II, la reina de grandes costumbres tradicionales, va a quedar despojado de sus vestiduras principescas y su desnudo no va a ser muy agradable de contemplar. ¡Qué personaje este, el príncipe Andrés de Inglaterra!, parece que entre sexo ilícito y manejo de dineros no claros ha ido pasando por la vida ‘tan pichi’, con la alegría, desparpajo y blindaje de ir vestido con los ropajes de ‘príncipe’. Ahh pero cuando consigan quitarle la vestimenta y se quede en pelotis, veremos de qué material está hecho el royal, si de maderas nobles o de contrachapado. Yo apuesto por el cartón piedra.

 

Esto me lleva a pensar en el campechano  Juan Carlos I. Pero lo de nuestro rey emérito es otra historia. Sí, también va de una exhaustiva querencia por el sexo pero, según parece, se trata de otro tipo de sexo. Al príncipe inglés se le acusa de abusos sexuales a menores y en el caso del rey español no se habla de abusos sino de excesos sexuales con mayores. Son adicciones insaciables en los dos casos pero de gustos diferentes. En cuanto al dinero también parece que coinciden ambos royals en ambiciones insaciables, aunque en este caso no sé si existe alguna diferencia.

 

Y volviendo al tema de los virus con el que he comenzado este pensamiento, pienso que quizás existe algún tipo de virus principesco que enloquece las facetas sexo/dinero de algunos de los habitantes de esos grandes palacios con numerables y amplias alfombras que pueden esconder bajo sus tejidos todos los secretos de sus ansiosos moradores. Es un tema que se le podría trasladar al Fernando Simón para su estudio en sus ratos libres. Porque parece que  este virus que vemos que se da en palacio se mueve también alegremente por otros ambientes fuera de las salas alfombradas. Podría tratarse de un virus  elitista, y siendo así ese frente lo tenemos ganado nosotros, los de a pie.

 

Pienso que para este tipo de virus de élite debería haber también mascarillas obligatorias, para las manos, para ‘sus partes’ (aquellas que se ocupan del sexo y del pensamiento) y para el campechanismo (qué simpático soy, qué guapo soy y qué listo soy; todo en un paquete de distracción). Habrá que proponérselo a los chinos, a ver qué se les ocurre inventar.

 

Pero el puñetero coronavirus 19 sigue siendo nuestro enemigo oculto y traidor (el de todos nosotros incluidos también a Ellos). A pesar de que el calorcito del verano nos anima a la expansión, a las risas en unión y compañía como si no hubiera un mañana, el mañana vendrá y dicen que el virus atacará. No nos queda más remedio que la prudencia en los besuqueos, abrazos, cercanías y demás manifestaciones de sentimientos a las que nosotros, los españoles, somos tan dados por nuestro amistoso carácter. Los nórdicos y los japoneses tienen mucho menos problemas en ese sentido, se tocan poco y se besan menos.

 

Nos hemos confiado en que todo ha pasado a pesar de que nos alertan de que todo puede volver pero el “que me quiten lo bailado” seguirá siendo siempre nuestro leitmotiv. No lo podemos remediar, somos jaraneros por naturaleza y las amenazas no nos frenan ni el miedo que hemos pasado tampoco.

 

O témpora o mores

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.