Cuidar
![[Img #50446]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2020/5384_escanear0049.jpg)
Cuidar, del latín cogitare (=pensar), que significa poner atención en algo o alguien, tal vez sea la más necesaria de las conductas en estos tiempos que corren. Y las conductas, si son buenas, hay que cultivarlas, regarlas, mimarlas, para que germinen como las flores. Y se hagan hábito, costumbre.
Ese detenerse, preocuparse, ocuparse, escuchar activamente, poner los sentidos todos en el otro, se puede extender a una gran variedad de campos: Cuida la madre a los hijos y, al revés, cuida el hijo a sus progenitores, esos que lo dieron todo y ahora, en el último tramo de su vida, requieren de nuestra atención y un ingrediente esencial del cuidado, que es el cariño. Se cuida a las personas enfermas, dependientes que, de forma provisoria o duradera, no se valen por sí mismas, -en este sentido hay cuidadores que son ángeles sin alas, yo los he visto-; se cuida el ganado y los cultivos que nos proporcionan el sustento; se cuidan a los animales domésticos que nos dan calor en la soledad; se cuidan las plantas, los caminos, la naturaleza, que debemos mirar, como dice J. Llamazares en su hermoso libro “Distintas formas de mirar el agua” y referido a ésta, con respeto y emoción; se cuidan los detalles que, al fin y al cabo, son los que marcan la diferencia; se cuidan las relaciones interpersonales, la amistad, el amor, el cuerpo, las emociones, el trabajo, sea de la índole que sea; se cuidan los recuerdos, el tiempo, los tiempos, la paz, el presente, la casa de uno, la hacienda, -el que la tenga, dice el refrán, que la atienda y si no que la venda-; se cuida el arte, la cultura, la historia, el pasado, los encuentros, las despedidas, las letras, las palabras -hace unos días un gran lector y amigo me descubría el verbo atalantar precisamente como sinónimo de cuidar, sacado del libro del filósofo Joaquín Araujo, “Los árboles te enseñarán a ver el bosque”; se cuidan las aficiones, esos pequeños intereses y gustos que nos llenan de vida la vida… En este sentido, mi cuidadosa madre tiene la máxima de que hay que hacer las cosas muy bien -no importa el tiempo que nos lleven, eso nadie nos lo va a preguntar- para que parezcan regular.
Respecto al más primigenio de los cuidados, el de la madre al hijo, mi compañera Liliana me contaba hace meses en uno de esos desayunos que tanto echo de menos, que durante los primeros años de crianza, tu identidad como persona desaparece para dedicarte en exclusiva al ser que has engendrado. “Te vuelves invisible, te desdibujas, y tu cabeza está modo naranja, pera, manzana; o manzana, pera, plátano, en función de lo que en ese momento le toque comer a tu hijo…, y si alguien te dice qué niño tan hermoso, babeas, sin importarte llevar la blusa llena de lamparones por sostenerlo en tu regazo”.
Con los mayores pasa otro tanto, solo que en este caso es un cuidado menos gratificante y mucho más doloroso, al ver cómo la persona que cuidamos pierde facultades, y en vez de mejorar, se dirige a un camino sin retorno.
Ocurre que a costa de cuidar, a veces, nos descuidamos a nosotros mismos. Acaso entonces toque vaciarse, vacacionarse, distanciarse, para luego volver, seguir cuidando. Hay momentos en los que se ayuda mejor en la distancia.
Cuidar implica también cuidarse, pilar o basamento de la autoestima, que no es otra cosa que quererse y atenderse a uno mismo como se quiere y atiende a lo que más se quiere. Ya el Talmud (escrito en los siglos III y V) planteaba una serie de cuestiones:
Si no soy para mí mismo, ¿Quién será para mí?
Si soy para mí solamente, ¿Quien soy yo?
Y si no ahora, ¿Cuándo?
Yo, los otros, ahora, y ese compromiso personal de tratar las cosas importantes, que no grandes, como quien asara un pez pequeño, tal vez sean una de las claves más importantes de la vida.
![[Img #50446]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2020/5384_escanear0049.jpg)
Cuidar, del latín cogitare (=pensar), que significa poner atención en algo o alguien, tal vez sea la más necesaria de las conductas en estos tiempos que corren. Y las conductas, si son buenas, hay que cultivarlas, regarlas, mimarlas, para que germinen como las flores. Y se hagan hábito, costumbre.
Ese detenerse, preocuparse, ocuparse, escuchar activamente, poner los sentidos todos en el otro, se puede extender a una gran variedad de campos: Cuida la madre a los hijos y, al revés, cuida el hijo a sus progenitores, esos que lo dieron todo y ahora, en el último tramo de su vida, requieren de nuestra atención y un ingrediente esencial del cuidado, que es el cariño. Se cuida a las personas enfermas, dependientes que, de forma provisoria o duradera, no se valen por sí mismas, -en este sentido hay cuidadores que son ángeles sin alas, yo los he visto-; se cuida el ganado y los cultivos que nos proporcionan el sustento; se cuidan a los animales domésticos que nos dan calor en la soledad; se cuidan las plantas, los caminos, la naturaleza, que debemos mirar, como dice J. Llamazares en su hermoso libro “Distintas formas de mirar el agua” y referido a ésta, con respeto y emoción; se cuidan los detalles que, al fin y al cabo, son los que marcan la diferencia; se cuidan las relaciones interpersonales, la amistad, el amor, el cuerpo, las emociones, el trabajo, sea de la índole que sea; se cuidan los recuerdos, el tiempo, los tiempos, la paz, el presente, la casa de uno, la hacienda, -el que la tenga, dice el refrán, que la atienda y si no que la venda-; se cuida el arte, la cultura, la historia, el pasado, los encuentros, las despedidas, las letras, las palabras -hace unos días un gran lector y amigo me descubría el verbo atalantar precisamente como sinónimo de cuidar, sacado del libro del filósofo Joaquín Araujo, “Los árboles te enseñarán a ver el bosque”; se cuidan las aficiones, esos pequeños intereses y gustos que nos llenan de vida la vida… En este sentido, mi cuidadosa madre tiene la máxima de que hay que hacer las cosas muy bien -no importa el tiempo que nos lleven, eso nadie nos lo va a preguntar- para que parezcan regular.
Respecto al más primigenio de los cuidados, el de la madre al hijo, mi compañera Liliana me contaba hace meses en uno de esos desayunos que tanto echo de menos, que durante los primeros años de crianza, tu identidad como persona desaparece para dedicarte en exclusiva al ser que has engendrado. “Te vuelves invisible, te desdibujas, y tu cabeza está modo naranja, pera, manzana; o manzana, pera, plátano, en función de lo que en ese momento le toque comer a tu hijo…, y si alguien te dice qué niño tan hermoso, babeas, sin importarte llevar la blusa llena de lamparones por sostenerlo en tu regazo”.
Con los mayores pasa otro tanto, solo que en este caso es un cuidado menos gratificante y mucho más doloroso, al ver cómo la persona que cuidamos pierde facultades, y en vez de mejorar, se dirige a un camino sin retorno.
Ocurre que a costa de cuidar, a veces, nos descuidamos a nosotros mismos. Acaso entonces toque vaciarse, vacacionarse, distanciarse, para luego volver, seguir cuidando. Hay momentos en los que se ayuda mejor en la distancia.
Cuidar implica también cuidarse, pilar o basamento de la autoestima, que no es otra cosa que quererse y atenderse a uno mismo como se quiere y atiende a lo que más se quiere. Ya el Talmud (escrito en los siglos III y V) planteaba una serie de cuestiones:
Si no soy para mí mismo, ¿Quién será para mí?
Si soy para mí solamente, ¿Quien soy yo?
Y si no ahora, ¿Cuándo?
Yo, los otros, ahora, y ese compromiso personal de tratar las cosas importantes, que no grandes, como quien asara un pez pequeño, tal vez sean una de las claves más importantes de la vida.






