Sol Gómez Arteaga
Sábado, 22 de Agosto de 2020

De palabras

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Tras la presentación de mi novela ‘El vuelo de Martín’ el viernes 14 de agosto en Astorga, la ilustradora de la misma, Carla Lozano Martínez, al hilo de una conversación acerca del uso y manipulación del lenguaje, puso el foco de atención en la palabra hereje, procedente del latín hereticus, que significa “el que es libre para elegir”. Cuando en el siglo IV el cristianismo se jerarquizó prohibiendo la libre elección de creencias, la palabra pasó a adquirir tintes negativos y, después de diecisiete siglos y muchas lluvias, continua muy alejada de su acepción original. Hoy hereje se utiliza en el sentido de blasfemo, apóstata, renegado, sectario, ateo, impío, insolente, infiel, incrédulo o pagano. Se trata de una palabra pervertida por la conveniencia del poder eclesiástico -quien controla el lenguaje controla el poder-. Y lo mismo ocurre con muchas otras.

  

Hay palabras que producen vergüenza al pronunciarlas, y que cuando uno las dice mira ansioso al receptor comprobando su efecto, o bien baja evitativo la vista. Son palabras prohibidas, censuradas socialmente y autocensuradas por nosotros mismos, como parte  de la sociedad en la que vivimos. Una buena ristra de estas palabras tienen que ver con la designación de las partes íntimas de nuestro cuerpo. Esto lo cuenta muy bien Carla en la magistral puesta en escena de TodasAuna (escenificación que incide sobre esa lacra social que es la violencia de género), al hacer un repaso por los sinónimos, curiosamente vilipendiados, de nuestro órgano reproductor femenino. Para nombrar la vagina usamos, entre otros muchos términos, concha, chocho, chucha, cuca, cuquina, chocho, pochala, panocha, fandango o chichi. Pero haciendo un recorrido por los sustantivos que se usan para designar el aparato sexual masculino la lista es también demoledora (polla, cola, pito, picha, minga, cipote, carajo, chorra, pilila, pijo, nabo). Lo que pone de relieve, a mí entender, el gran tabú que en pleno siglo XXI sigue siendo hablar de sexo.

 

Hay palabras propias del terruno relacionadas con actividades y oficios perdidos (me vienen a la cabeza adil, aparvar, balago, bielda, bimar, cernada, celemín, cuajo, chisquero, desborcillar, dril, escocotar, emina, fuchiquera, golilla, husmia, interín, jabonada, lumbre, lebrel, mazarrón, mielga, morceña, ojituerto, pozaleta, purridera, queco, reblar, rodea, rebusco, satullel, torva, tempero, urmiento, varear, zancajo) que estaría bien recuperar, como se recuperan las cosas que un día quisimos y que forman parte del patrimonio inmaterial nuestro.   

 

En cambio, hay otras nuevas que aparecen con los nuevos tiempos y dan una pista de quienes somos, en qué momento histórico estamos y hacia dónde vamos, como wasap, mp3, empoderar, influencer, troll, casoplón, agendar, globalización, nueva normalidad, confinamiento…, tan feistas en mi opinión -pero las opiniones ya se sabe, son como los colores-, que espero que no vengan para quedarse.  

 

Hay palabras que en sí mismas son sencillas (mar, mapa, agua, pececillos, sombra, plata) pero que pegadas a otras: “Dentro le canta/ un mar de mapa./ Mi corazón/ se llena de agua/con pececillos/ de sombra y plata./“ se convierten en pura poesía. Y es que a veces un ramillete de palabras sin compuertas puede resultar mucho más potente que un tratado de quinientos folios para conectarnos con el mundo y sus misterios.  

 

Y así podría seguir… hablando de palabras cuya lista es tan inmensa como la imaginación alcanza. Y sino que se le pregunten al diccionario.

 

Hoy a mí, por alguna razón que desconozco, me apetecía llenar el folio con éstas.

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