Te arrepentirás
![[Img #50780]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/08_2020/3268__dsc0173.jpg)
“¿Es algo más que el día lo que muere esta tarde?
El viento
¿qué se lleva,
qué aromas arrebata?
Desatadas de golpe, las hojas de los árboles
ciegas van por el cielo”
(Ángel González)
Lo sé, estoy seguro. Te arrepentirás. Lamentarás no haber vivido estos momentos dichosos que te ofrece la vida. Pronto, antes de lo que crees, pero ya tarde, te dirás, como el poeta: “¿Por qué callé aquel día?” Y llorarás. Después, cuando pase el tiempo, mucho tiempo, y creas que ya está todo olvidado, una noche, una de esas noches en las que el sueño se muestra esquivo y no acaba de llegar, te vendrá a la memoria este momento, y te verás como estás ahora, callada, orgullosa de tenerme a tus pies, todo sumiso. Me verás a mí hablándote, y oirás incluso mis palabras, esas que hace nada te he dicho: “Déjame que te recite un poema, o al menos un verso. Si no, solo una palabra, aunque nada más sea. La palabra que más me gusta. Permíteme que te la diga, quiero ver cómo la escuchas. Si relumbran tus ojos. Mejor, te cuento una historia, que sé muchas, y algunas muy conmovedoras. Te gustará, ya lo verás”.
“Si no quieres que te hable, baila conmigo. Enséñame, que no sé. Dime cómo he de cogerte, en qué parte de ti he de posar mis manos. Llévame tú. Haz que la música me arrebate y pierda el sentido. Pero si mi cuerpo, enloquecido, se pega demasiado al tuyo, regáñame. Amenázame con olvidarme”.
“Si tampoco quieres bailar, podemos dar un paseo. Venga, ven, que salimos. Afuera se está mejor, corre el aire. Si lo prefieres, vamos calle arriba, hasta la arboleda, donde está el estanque. En el estanque miramos las estrellas, la luna, el cielo oscuro. Nos vemos también nosotros. Después, seguimos el sendero que bordea el estanque y que lleva al río sorteando los chopos. Por las sombras y los claros de la luna. Es posible que me atreva a cogerte de la mano, a apretarla entre mis dedos. Perdona si te hago daño. No quiero lastimarte sino decirte todo cuanto estoy dispuesto a hacer por ti. Créeme. Acaso también tú aprietes mi mano, quién sabe. Antes de que se haga tarde, para que no te riñan, te acompañaré a casa. Sé que me costará soltarte, pero lo haré, y te diré adiós. Me iré sin pedirte nada más”.
Entonces, querrás cambiar lo que ya no se puede cambiar, pues el tiempo es irreversible. Ante esta frustración, solo te quedará el consuelo del sueño. El sueño de los despiertos. En ese sueño hablarás. Te verás pidiéndome que te declame un poema, con todos sus versos, desde el primero hasta el último, sin dejarme ni una palabra. Después del poema, querrás una historia. Cuando termine de contarte la historia, te empeñarás en enseñarme a bailar: “Esta mano aquí, la otra allí; mueve las caderas así; cuidado con los pies; déjame que te lleve; no te dejas; fíjate cómo me muevo yo; venga, que lo intentamos otra vez”. Y será tu cuerpo el que se volverá loco y buscará el mío. Acabada la canción, me cogerás de la mano y me sacarás a la calle. No me soltarás en toda la noche. Me llevarás al estanque por la calle nueva. En el círculo de luz amarilla de las farolas, veré el deseo en tus ojos, lo notaré en tu mano. Un deseo contenido, apenas contenido. Tú modo de caminar, de pararte, de hablarme, de mirar las cosas, todos tus ademanes, me irán sacando de mí. En el estanque, se dibujarán nuestras siluetas, que se tocarán, y a veces se superpondrán. Caminaremos por el sendero. Tú corazón se habrá colmado, y me pedirás que te ame. Te amaré. En el cielo la luna se derramará. Sin duda, llegaremos tarde a casa y a ti te reñirán.
Sí, pese a todo, con esta fantasía habrás logrado succionarle a la vida algunas gotas de gozo. Pero ¿qué es ese gozo en comparación con aquel otro que te puso en la palma de la mano y desdeñaste? Es sombra, ceniza. Apenas nada. Y por eso, llorarás otra vez, otra más.
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“¿Es algo más que el día lo que muere esta tarde?
El viento
¿qué se lleva,
qué aromas arrebata?
Desatadas de golpe, las hojas de los árboles
ciegas van por el cielo”
(Ángel González)
Lo sé, estoy seguro. Te arrepentirás. Lamentarás no haber vivido estos momentos dichosos que te ofrece la vida. Pronto, antes de lo que crees, pero ya tarde, te dirás, como el poeta: “¿Por qué callé aquel día?” Y llorarás. Después, cuando pase el tiempo, mucho tiempo, y creas que ya está todo olvidado, una noche, una de esas noches en las que el sueño se muestra esquivo y no acaba de llegar, te vendrá a la memoria este momento, y te verás como estás ahora, callada, orgullosa de tenerme a tus pies, todo sumiso. Me verás a mí hablándote, y oirás incluso mis palabras, esas que hace nada te he dicho: “Déjame que te recite un poema, o al menos un verso. Si no, solo una palabra, aunque nada más sea. La palabra que más me gusta. Permíteme que te la diga, quiero ver cómo la escuchas. Si relumbran tus ojos. Mejor, te cuento una historia, que sé muchas, y algunas muy conmovedoras. Te gustará, ya lo verás”.
“Si no quieres que te hable, baila conmigo. Enséñame, que no sé. Dime cómo he de cogerte, en qué parte de ti he de posar mis manos. Llévame tú. Haz que la música me arrebate y pierda el sentido. Pero si mi cuerpo, enloquecido, se pega demasiado al tuyo, regáñame. Amenázame con olvidarme”.
“Si tampoco quieres bailar, podemos dar un paseo. Venga, ven, que salimos. Afuera se está mejor, corre el aire. Si lo prefieres, vamos calle arriba, hasta la arboleda, donde está el estanque. En el estanque miramos las estrellas, la luna, el cielo oscuro. Nos vemos también nosotros. Después, seguimos el sendero que bordea el estanque y que lleva al río sorteando los chopos. Por las sombras y los claros de la luna. Es posible que me atreva a cogerte de la mano, a apretarla entre mis dedos. Perdona si te hago daño. No quiero lastimarte sino decirte todo cuanto estoy dispuesto a hacer por ti. Créeme. Acaso también tú aprietes mi mano, quién sabe. Antes de que se haga tarde, para que no te riñan, te acompañaré a casa. Sé que me costará soltarte, pero lo haré, y te diré adiós. Me iré sin pedirte nada más”.
Entonces, querrás cambiar lo que ya no se puede cambiar, pues el tiempo es irreversible. Ante esta frustración, solo te quedará el consuelo del sueño. El sueño de los despiertos. En ese sueño hablarás. Te verás pidiéndome que te declame un poema, con todos sus versos, desde el primero hasta el último, sin dejarme ni una palabra. Después del poema, querrás una historia. Cuando termine de contarte la historia, te empeñarás en enseñarme a bailar: “Esta mano aquí, la otra allí; mueve las caderas así; cuidado con los pies; déjame que te lleve; no te dejas; fíjate cómo me muevo yo; venga, que lo intentamos otra vez”. Y será tu cuerpo el que se volverá loco y buscará el mío. Acabada la canción, me cogerás de la mano y me sacarás a la calle. No me soltarás en toda la noche. Me llevarás al estanque por la calle nueva. En el círculo de luz amarilla de las farolas, veré el deseo en tus ojos, lo notaré en tu mano. Un deseo contenido, apenas contenido. Tú modo de caminar, de pararte, de hablarme, de mirar las cosas, todos tus ademanes, me irán sacando de mí. En el estanque, se dibujarán nuestras siluetas, que se tocarán, y a veces se superpondrán. Caminaremos por el sendero. Tú corazón se habrá colmado, y me pedirás que te ame. Te amaré. En el cielo la luna se derramará. Sin duda, llegaremos tarde a casa y a ti te reñirán.
Sí, pese a todo, con esta fantasía habrás logrado succionarle a la vida algunas gotas de gozo. Pero ¿qué es ese gozo en comparación con aquel otro que te puso en la palma de la mano y desdeñaste? Es sombra, ceniza. Apenas nada. Y por eso, llorarás otra vez, otra más.






