Aidan Mcnamara
Sábado, 29 de Agosto de 2020

Una reflexión. (A María Antonia Reinares)

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Nunca he entendido la palabra sencillo. Somos todos complejos. Eso sí, entiendo la dignidad, la honradez, el amor, la humildad y la decencia. Y sé que entender no garantiza el cumplir. Nadie es experto en el campo del luto si tiene corazón. La muerte de un ser querido es demoledora por todas las razones que sabemos los adultos y por todas las razones que ya no somos capaces de imaginar con la empatía exacta si todavía somos niños.

 

La imaginación es un ente o una facultad que tiene un prestigio casi sagrado en nuestra civilización y eso está bien. Produce espacio en el alma y nos confirma como animales simbólicos, es decir, criaturas conscientes de las fronteras de la existencia y las limitaciones humanas.

 

Pero la imaginación no nos prepara para ciertas realidades que nos puedan pasar o para las que sí nos acaecerán.

 

El cine, la literatura y el arte en general pueden darnos una sensación o incluso un anticipo de las cosas que no hemos vivido, pero no actúan como una forma de gimnasia preparativa para los grandes cambios o conmociones, ni siquiera para las sorpresas más bellas como cuando tu bebé te sonríe por la primera vez (sin indigestión).

 

Cuando me entero de la muerte de un amigo o de uno de sus allegados me entra siempre el mismo pánico: ¿Qué digo? Y, curiosamente, (y sin cinismo) me consuela y me alivia pensar que, a pesar de mi afecto por la expresión lingüística que, a veces, se me da bien, por ejemplo en una fiesta o un encuentro emocionalmente seguro, es decir, familiar, acotado por ritos que controlo, los tópicos que ofrecemos a manera de compartir nuestras condolencias no ofenden: nos brindan la oportunidad de saber, irónicamente, que no nos acostumbramos a la muerte, los funerales y el dolor y por lo tanto nos ocultamos detrás de las convenciones sociales y eso nos quita todo tipo de protagonismo… que es completamente redundante en tales circunstancias, sobre todo en las horas más tristes para los familiares del fallecido. Pero hay que estar, aunque callado.

 

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