Bruno Marcos
Domingo, 06 de Septiembre de 2020

Unas vacaciones con Scott-Fitzgerald

[Img #50866]

 

 

El verano pasado me quedé sin lecturas en un hotel de Marrakech en medio del palmeral. Sólo había cargado una novedad en el libro electrónico, ‘El ruletista’ de Cartarescu, que acabé en una tarde. Así que tuve que inspeccionar la biblioteca del aparato para ver si había algo que no hubiera leído y me apeteciera. Allí estaban los cuentos de Scott-Fitzgerald. Había intentado leerlos varias veces pero me disuadía siempre lo que se decía en el prólogo donde se aseguraba que el propio Scott no los consideraba literatura, que habían sido encargos muy bien pagados de revistas de la época y que, además, habían sido expoliados por el autor para alimentar sus novelas. No obstante esta vez seguí adelante. En el hotel de Marrakech no había otra cosa que hacer que vivir una vida parecida a la de los personajes de esos cuentos: acudir al desayuno en la terraza, ponerse al sol en las tumbonas bajo las palmeras, darse un chapuzón en la piscina, tomar un cóctel, almorzar, volver a la piscina, coger un taxi al anochecer hacia la medina para pasear por el zoco y subir a contemplar la gran plaza de Jemaá El-Fna desde el balcón del antiguo Café Glacier, cenar, ver algún espectáculo nocturno y seguir en el hotel con los cócteles.

 

 

Pronto me vi retrasando la hora de ir a la piscina en los sofás del bar para ver qué les pasaba a los exquisitos personajes scottfitzgeraldianos de los años 20. Uno de esos cuentos precisamente tiene una escena en Marruecos en la que uno de los protagonistas dice que el auténtico viajero no debe conocer los lugares a los que va ya que lo importante es quién hay en esos lugares. Creo que el día en que leí eso fue el mismo en el que me habló el único amigo que hice en esas vacaciones de camino a la mítica plaza: Un rifeño que vivía en Alemania y que me recordó a ese italiano que representa el vitalismo mediterráneo en ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann, pues los días siguientes observé que era, con mucho, el que más partido sacaba a todas las amenidades expresándose con enormes carcajadas que retumbaban de una punta a otra del hotel a todas horas.

 

 

[Img #50865]

 

 

Hace años que leí la novela cumbre de Scott, ‘El gran Gatsby’, y recuerdo haber visto la película mucho antes, tal vez varias veces, incluso de niño. El libro me pareció extraordinario y volví a ver la película, la de los años setenta. El problema de hacer esto es que los recuerdos de la película se van superponiendo a los de la novela y sustituyéndolos. La película está bien, aunque la perspectiva de la época la hace presentar un laberinto sentimental mientras en la novela está más clara la tensión entre las clases sociales. Scott siempre usaba un esquema similar: alguien que se adentra en la clase social más elevada y contempla lo que la extrema riqueza obra en las personas. Lo que más me fascinó a mí siempre fue la fiesta, que Gatsby convoque diariamente una fiesta descomunal a la que todo el mundo está invitado con la esperanza de que una mujer concreta vaya, con la convicción de que el pasado puede repetirse o corregirse.

 

 

Los cuentos de Scott están llenos de chicos distinguidos, ricos, bien vestidos, educados y sensibles, que son rechazados por mujeres más ricas todavía. Donde se extrema su visión hasta ser muy crítica con los millonarios es en ‘Un diamante tan grande como el Ritz’, cuento que al parecer fue rechazado por las revistas bienpagantes al poner a los millonarios como seres malvados. Hay puntos en esta historia de comicidad pero, sobre todo, una fábula nítida del poder gigantesco de la riqueza descontrolada hasta el punto de crear otro mundo. Una familia encuentra un diamante más grande que una montaña y crea una ciudad disparatada y secreta sobre él que dura desde el final de la guerra de secesión americana hasta el presente. Tienen a un batallón de esclavos negros y a sus descendientes engañados durante varias generaciones creyendo que el sur ha ganado la contienda, mantienen presos en un hoyo excavado en la tierra a aviadores que accidentalmente les han descubierto y, para no privarse de la amistad, invitan a conocidos a sus mansiones a los que asesinan sistemáticamente a la hora de partir para que no revelen la existencia de la portentosa mina, una mina de diamantes que podría hacer desplomarse la economía mundial y que les obligaba a vivir ocultos. Cuando son descubiertos el desvarío es tal que intentan comprar a Dios.

 

 

[Img #50867]

 

 

Paseando por la mítica plaza de Marrakech cuando caía la noche, entre los cuentistas que sostienen un cráneo de cabra en la mano, las serpientes, los monos, los tambores del desierto y las humaredas de los caracoles hirviendo me pregunté un instante si Francis Scott-Fitzgerald habría estado allí. Como respuesta hallé la cara sonriente de mi amigo rifeño que me saludaba cubierto de una larga chilaba en los puestos de zumo de naranja, cómo no, disfrutando de uno de ellos. Las narraciones orales de los bereberes estarán seguramente llenas de mitología ancestral pero los cuentos de Scott manejan también dos mitos siempre, el amor y el dinero. Los elegantes chicos que entran como invitados en la alta sociedad inician idilios con grandes herederas que finalmente los abandonan. Pero: ¿no se enamorarían estos muchachos -Gatsby también- del mundo que asomaba a través de ellas, de la elevadísima clase social a la que pertenecían las muchachas millonarias que los rechazaban? ¿No mitificarían el amor como sublimación pura que ocultaba la palanca con la que deseaban ser propulsados al diamante tan grande como el Ritz?

 

Con tu cuenta registrada

Escribe tu correo y te enviaremos un enlace para que escribas una nueva contraseña.