Manuel Casal
Viernes, 18 de Septiembre de 2020

El paraíso

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Todos tenemos un paraíso en la mente. Aunque no seamos muy dados a la reflexión, siempre llevamos escondida entre nuestros deseos o entre nuestros pensamientos la idea de un mundo que nos parece mejor que el que tenemos, que nos gustaría que fuera real, pero que no encontramos en la vida concreta. De aquí que, en cualquier circunstancia y en cualquier momento, y aunque no seamos conscientes de ello, actuemos como si eso que hacemos fuera lo mejor que pudiéramos hacer, lo que acercara más nuestro mundo al paraíso soñado.

 

Pero ese paraíso que cada uno sueña no existe fuera de nuestra mente. Si existiese en la realidad, ¿cuál sería? ¿El que tú deseas, el que desea él o el que deseo yo? ¿El que quieren los ricos o al que aspiran los pobres? ¿El del dueño del palacio o el de quienes trabajan en él? ¿El de quien ama el fútbol o el de quien lo aborrece? ¿El de quien es feliz viviendo en un pueblo o el de quien disfruta en una ciudad? Puede que incluso alguien, dado que aquí parece bastante imposible encontrar tal paraíso, se lo imagine en otro mundo, o que acepte uno en cuyo diseño él no haya participado. El caso es que si cada cual tiene su propia idea de paraíso y este existiera, la vida en él terminaría siendo una horrible frustración para casi todo el mundo.

 

No tiene ninguna viabilidad, ningún sentido, querer hacer real una idea individual, particular, de un paraíso posible. No somos, por naturaleza, seres individuales, a pesar de lo que vemos, ni podemos aspirar sensatamente a un paraíso particular. Lo razonable parece que sería, primero, intentar construir uno aquí; y, segundo, procurar que nos pusiésemos de acuerdo el mayor número posible de personas para construir un paraíso aceptable para la totalidad de los seres humanos o, al menos, para una mayoría. En eso consiste la política. O debería consistir.

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