León Martín Granizo
Domingo, 22 de Septiembre de 2013

Los fenicios y el oro astur

Prólogo al libro ‘Maragatería, el Bierzo, Galicia, Siria y Palestina en antigua y desconocida ligazón histórica’. Julio Carro y Carro; Madrid 1955.

Sabido es que, desde hace años, abundan entre los profesionales de la medicina quienes simultanean sus actividades propias con otras sociales, políticas o críticas, distintas a las suyas habituales, que les despreocupan y alivian. Los casos de músicos, pintores y ensayistas afamados que se dan entre ellos son de todos bien conocidos para que se necesite citar nombres y casos.

Pues bien; formando parte de los mismos, nuestro estimado amigo y paisano D. Julio Carro y Carro es uno de esos españoles tesoneros que, sin desmayos ni interrupciones, casi durante medio siglo, sin ayuda oficial ni particular alguna, excepto la prestada por su dignísima esposa, D.ª Pura Agosti, ha logrado descubrir unas importantes ruinas de una villa-factoría romana, en donde se distingue la piscina, el hipocastum y hasta un columbario, así como restos de vidrio industrial plano y curvo de distintas épocas; todo lo cual demuestra la existencia de importantes edificaciones, como puede apreciarse en el plano que el Sr. García Bellido ha reproducido íntegramente en su precioso libro 'La España del siglo I de nuestra era', según P. Mela y C. Plinio.

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Detalle de las termas halladas en Santa Colomba de Somoza, recogidas en el libro de Julio Carro.

Pero si este descubrimiento y estudio minucioso del mismo, al que ya dedicó otra obra suya, tiene un gran interés, este sube de punto cuando, al continuar sus trabajos, ha llegado a la convicción de que allí, en Santa Colomba, a un kilómetro de la citada villa, existió otra estación prerromana, en donde han aparecido, a cinco metros de profundidad, unos sepulcros rectangulares de piedra, orientados a naciente con la misma traza y disposición que los de Ibiza. Estos sepulcros que desde luego no corresponden a enterramientos iberos, celtas ni romanos, son propios de un pueblo semita, con una gran semejanza a los hallados en Cádiz. Por desgracia tales enterramientos estaban vacíos, pero en su proximidad aparecieron unas estatuillas de piedra tallada, de una altura de 50 a 60 centímetros, cubiertas con una especie de plato o disco, idénticas a las que  abundan en la citada isla balear.

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Imagen extraída del libro de Julio Carro.

Aparte de estas pruebas fehacientes, fundadas en la semejanza de los usos y costumbres y objetos hallados en las tumbas de la raza púnica, el Sr. Carro, al referirse al propio castillo de Ponferrada, próximo a las médulas bercianas, recoge la hipótesis de que este castillo –como indudablemente, a mi juicio, lo fue el de La Coruña- sean de origen cartaginés. Opinión que, si no recuerdo mal, también compartió el ilustre general D. Severo Gómez Núñez, hijo del país, que estudió con cariño todo lo relacionado con el arte militar en su región. Con tal motivo, también este autor hace alusión a la proximidad con las enormes explotaciones auríferas de las médulas bercianas, distintas a las de Santa Colomba, que, como es sabido, antes de ser explotadas por los romanos lo fueron por otros pueblos, en especial por los fenicios, y en cuyas proximidades se libraron grandes batallas. Esta sospecha parece avalorada por el ilustre director de la Academia de Ciencias y Artes de Cádiz, Sr. Pelayo Quintero, al estimar que la civilización fenicia pudo llegar por el oeste de la provincia de León en busca de oro, del que fueron acaso los primero explotadores, siendo después en mayor cantidad y con mejores medios, los romanos. En ella es donde estos últimos extrajeron inmensas cantidades, parte de las cuales trabajaron en Lancia, ciudad situada en Villasabariego, según los descubrimientos del doctor Gago, cerca de Mansilla, llevándose una gran cantidad a Roma, probablemente por vía marítima.

Habla después el Sr. Carro, siguiendo a Silo Itálico, de la estancia de Aníbal, el caudillo cartaginés en esta región, acaso para vigilar y asegurar las explotaciones, poniéndose en contacto con sus habitantes, quienes le obsequiaron con una armadura de acero con incrustaciones de oro; así como más tarde participaron en la lucha contra los romanos, hasta que ya en el año 28 a de J.C., el propio emperador Octavio, acompañado de sus mejores generales, vino a Astúrica con el fin de combatir a cántabros y astures, que se resistían a la romanización, y consiguió dominarles, y de otras particularidades de interés, relacionadas con su importantísimo descubrimiento arqueológico, tal como el de la ubicación de las Islas Casitérides, que quizá promovieron la venida de los fenicios al noroeste de España, y de la existencia en Galicia de grandes explotaciones de estaño, confirmada por Obermaier. A la explotación de este metal siguió la extracción del oro, que hallaron en abundancia en las tierras leonesas, no solo en las médulas bercianas, sino en las de Astorga. Todo ello dio lugar, según él, a un grupo semita en Galicia, situado en las magníficas ensenadas de la Ría de Arosa, en las que establecieron fábricas de salazones de pescado, como en Andalucía, y otras industrias; aunque al parecer, siempre su interés principal se concentró en la explotación del oro.

En relación con este hecho, se refiere a la probable evangelización que realizara el Apóstol Santiago y la existencia de sus restos en su sepulcro en Iria, y se extiende en consideraciones sobre aquella, a la que va unida la aparición posterior de la Secta Prisciliana, que tuvo su raíz en Galicia y llegó a Astorga, como parece comprobarse por una lápida de mármol esculpida con una mano abierta y su inscripción, encontrada en plena Maragatería, en Quintanilla de Somoza, y que constituye uno de los ejemplares más antiguos encontrados en España. Dicha secta, que se extendió por todo el noroeste de España, persistió hasta que acabaron con ella San Ambrosio y Santo Toribio, cuyas vidas relata.

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Pero quizá donde se encuentra el interés mayor del documentado trabajo de este ilustre investigador leonés, que titula: ‘Maragatería, el Bierzo, Galicia, Siria y Palestina, en antigua y desconocida ligazón histórica’, está en las consideraciones étnicas que hace, para tratar de descubrir la procedencia del pueblo maragato, habida cuenta de sus elementos raciales, refutando a varios tratadistas, entre ellos al docto profesor D. Federico Aragón Escacena, aún reconociendo su valor, y se inclina por la solución ecléctica de que el maragato es el resultado de una encrucijada de linajes, con características indelebles ya que lo mismo se revela en España que en América, donde, como es sabido, se han distinguido y se distinguen por su resistencia física y honradez acrisolada, hasta darse el caso curioso, según Matías Alonso Criado y Prieto del Egido afirman, que ellos han poblado y colonizado una parte de la Patagonia y de Rosario Oriental en el Uruguay.

Otras muchas consideraciones particulares hace el doctor Carro, en esta nueva obra suya, sobre la etimología de la palabra Astorga, palabra de origen hebreo, acaso derivada del nombre de la diosa Astoret; así como de su heráldica y sobre alguna de sus típicas costumbres. También alude al paso por ella de los peregrinos a Santiago, de los que apunta datos y observaciones desconocidos. Todo lo cual hace de este libro una obra curiosa, que revela una parte ignorada de la provincia de León y, sobre todo, de su ‘Enigmática Maragatería’, que D. Julio Carro y Carro conoce muy a fondo, como ha dado muestras repetidas en diversos estudios.

Es por ello por lo que, a mi juicio, ya que se trata de una obra original y no solo de trascendencia para la región, sino para España entera, que la Academia de la Historia no haría nada de más si le concediera el título, bien merecido, de académico correspondiente, como una recompensa a sus muchos, desinteresados y constantes trabajos.
                                                                                                   
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