III. Cartas telénicas
![[Img #51626]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2020/7759_telenicas-_dsc0019.jpg)
El valle amaneció, padre, con una melena de brumas cual hada soñolienta desperezándose por las faldas de El Teleno. Fue entrando poco a poco, danzando sinuosa, recorriendo sin pausa, pero frenéticamente, toda la cordillera hasta abrazarla.
El valle amaneció con los ojos tan abiertos que no quería perderse ni un solo minuto de este día tan gris, en un soliloquio entre la lluvia y la bruma hasta que esta última se volvió nube y cubrió el monte, el valle entero, cada pueblo y lugar, el alto de Los Robles; todos los campanarios: Las campanas de niebla tocaban dulcemente sin ningún arrebato y su voz se escuchaba en la lejanía, como despertando a los que se fueron para indicarles el camino.
Se encapotó de pronto el cielo en mil negruras y la lluvia, que es sanación para el campo y la atmósfera, nos visitó suavemente aferrándose a las retamas, las encinas y los pinos de los bosques cercanos. Y el día parecía noche, se hizo invisible, como si nada existiera, desaparecido en la espesura de lo que no alcanzas a ver.
La niebla es la bocina del claxon de aquél coche vetusto que tenía la voz de un ganso estrangulado y que hacías sonar para que juntos riéramos un rato. Tus nietas felices brincaban en los baches, el paisaje se ralentizaba y tú eras un maestro en saborear esos minutos placenteros como si no hubiera un mañana. ¡Carpe Diem!
Añoro la estela de tu presencia invisible, visible aún en el alma, como entonces.
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El valle amaneció, padre, con una melena de brumas cual hada soñolienta desperezándose por las faldas de El Teleno. Fue entrando poco a poco, danzando sinuosa, recorriendo sin pausa, pero frenéticamente, toda la cordillera hasta abrazarla.
El valle amaneció con los ojos tan abiertos que no quería perderse ni un solo minuto de este día tan gris, en un soliloquio entre la lluvia y la bruma hasta que esta última se volvió nube y cubrió el monte, el valle entero, cada pueblo y lugar, el alto de Los Robles; todos los campanarios: Las campanas de niebla tocaban dulcemente sin ningún arrebato y su voz se escuchaba en la lejanía, como despertando a los que se fueron para indicarles el camino.
Se encapotó de pronto el cielo en mil negruras y la lluvia, que es sanación para el campo y la atmósfera, nos visitó suavemente aferrándose a las retamas, las encinas y los pinos de los bosques cercanos. Y el día parecía noche, se hizo invisible, como si nada existiera, desaparecido en la espesura de lo que no alcanzas a ver.
La niebla es la bocina del claxon de aquél coche vetusto que tenía la voz de un ganso estrangulado y que hacías sonar para que juntos riéramos un rato. Tus nietas felices brincaban en los baches, el paisaje se ralentizaba y tú eras un maestro en saborear esos minutos placenteros como si no hubiera un mañana. ¡Carpe Diem!
Añoro la estela de tu presencia invisible, visible aún en el alma, como entonces.






