Patria
![[Img #51777]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/11_2020/8564_dsc_1881-2.jpg)
Patria es el patio interior del piso donde tiendo la ropa hace ya veintidós años; es la mesa frente al ordenador en la que por las tardes escribo o no escribo, según; es el corral de mi madre donde crecen en tiestos los tomates, el perejil, las fresas, las lechugas, el aloe vera, la clavelina… y hasta un tito de aguacate que, desahuciado, buscó su querencia en esa tierra impropia. En este punto, dice mi amigo tudense Manuel Vázquez de la Cruz, agrónomo y dueño del mismo, que es imposible que el aguacate germine y prospere, pero yo prefiero creer a Antoine Saint-Exupéry cuando afirma que “las semillas duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre despertarse”.
Patria es el sonido de la filarmónica del afilador llamando al reclamo de navajas-cuchillos-tijeras que, de puro desgaste, precisan ser ’amolados’; es la cuesta del instituto de mi pueblo que subí mil veces cuando estudiaba; es el suelo de piedrecillas y barro del camino Los Maragatos que crepitan a nuestro paso en un intento de conquistar, mientras lo recorremos, la necesaria calma; es la Cruz al comienzo o final del mismo, según por donde empecemos, que un familiar dedicó, en 1822, a su hijo arriero fallecido, y sobre la que mi padre y yo, pusimos, no hace tanto, la mano.
Patria es el cielo uniformemente azul de mi pueblo, es el cielo festoneado por amorosas nubes de mi pueblo, es el cielo turbio, atormentado, que trae rayos y centellas de mi pueblo, es el cielo rasgado por la lluvia de mi pueblo, es el cielo que se esconde tras la silente niebla de mi pueblo. Patria son, en realidad, todos y cada uno de los cielos que diviso desde unas coordenadas geográficas únicas, las de mi pueblo, con especial consideración a las puestas de sol. Un día me dijeron que la Tierra de Campos daba las mejores puestas del sol del mundo, y aunque estoy segura que las hay mucho mejores, me lo creo a pies juntillas y, sentada en un banco del Altafría, algunas veces, las aguardo.
Patria es el agujero de la cocina económica en el que mi abuela guardaba la piel mudada y amarilla de una culebra, y las pastillas Vichi con sabor a menta que venían de la France y las muestras de ganchillo de colores vivos. También es la despensa, bajo la escalera, con permanente olor a humedad y a cal, donde guardaba los huevos, el jamón, las hamacas, los chorizos dentro de garrafones embadurnados de aceite, las pastas y un tablero de ajedrez con algunas piezas algo maltrechas. Dicen que el olfato es el sentido con más memoria que tenemos y hasta aquí llega el olor después de cuarenta años.
Patria es el tono cariñoso de mi sobrina cuando por wasap me escribe ‘Mari’ y no dice más pero yo sé que quiere algo; es el rosa rosae de la declinación latina, es la R y la O y M y la A de Roma o mejor, mucho mejor, su palíndromo; son las palabras brasero, cernada, corral, caedizo, pocilga o borratajo; es la risa que, tras quedarse un momento suspendida en el aire, vuela a otros lugares y de esos a otros y, así, hasta recorrer el universo entero; es la caricia del sol en la cara; es el ramo de avena que sostengo en mi mano; es la flor del almendro al que todos los febreros, cuando el campo germina, te requiero.
Patria son más cosas, claro.
Pero en esencia es todo lo que hace contacto conmigo, todo lo que me toca. También el lugar al que en momentos de confusión, convulsión o angustia, volvemos en busca de seguridad, consuelo, protección y amparo.
Todos tenemos, es verdad, muchos cachitos de patria repartidos aquí y allá.
Patria, palabra de origen latino, es el país del padre.
Patria es el patio interior del piso donde tiendo la ropa hace ya veintidós años; es la mesa frente al ordenador en la que por las tardes escribo o no escribo, según; es el corral de mi madre donde crecen en tiestos los tomates, el perejil, las fresas, las lechugas, el aloe vera, la clavelina… y hasta un tito de aguacate que, desahuciado, buscó su querencia en esa tierra impropia. En este punto, dice mi amigo tudense Manuel Vázquez de la Cruz, agrónomo y dueño del mismo, que es imposible que el aguacate germine y prospere, pero yo prefiero creer a Antoine Saint-Exupéry cuando afirma que “las semillas duermen en el secreto de la tierra hasta que a una de ellas se le ocurre despertarse”.
Patria es el sonido de la filarmónica del afilador llamando al reclamo de navajas-cuchillos-tijeras que, de puro desgaste, precisan ser ’amolados’; es la cuesta del instituto de mi pueblo que subí mil veces cuando estudiaba; es el suelo de piedrecillas y barro del camino Los Maragatos que crepitan a nuestro paso en un intento de conquistar, mientras lo recorremos, la necesaria calma; es la Cruz al comienzo o final del mismo, según por donde empecemos, que un familiar dedicó, en 1822, a su hijo arriero fallecido, y sobre la que mi padre y yo, pusimos, no hace tanto, la mano.
Patria es el cielo uniformemente azul de mi pueblo, es el cielo festoneado por amorosas nubes de mi pueblo, es el cielo turbio, atormentado, que trae rayos y centellas de mi pueblo, es el cielo rasgado por la lluvia de mi pueblo, es el cielo que se esconde tras la silente niebla de mi pueblo. Patria son, en realidad, todos y cada uno de los cielos que diviso desde unas coordenadas geográficas únicas, las de mi pueblo, con especial consideración a las puestas de sol. Un día me dijeron que la Tierra de Campos daba las mejores puestas del sol del mundo, y aunque estoy segura que las hay mucho mejores, me lo creo a pies juntillas y, sentada en un banco del Altafría, algunas veces, las aguardo.
Patria es el agujero de la cocina económica en el que mi abuela guardaba la piel mudada y amarilla de una culebra, y las pastillas Vichi con sabor a menta que venían de la France y las muestras de ganchillo de colores vivos. También es la despensa, bajo la escalera, con permanente olor a humedad y a cal, donde guardaba los huevos, el jamón, las hamacas, los chorizos dentro de garrafones embadurnados de aceite, las pastas y un tablero de ajedrez con algunas piezas algo maltrechas. Dicen que el olfato es el sentido con más memoria que tenemos y hasta aquí llega el olor después de cuarenta años.
Patria es el tono cariñoso de mi sobrina cuando por wasap me escribe ‘Mari’ y no dice más pero yo sé que quiere algo; es el rosa rosae de la declinación latina, es la R y la O y M y la A de Roma o mejor, mucho mejor, su palíndromo; son las palabras brasero, cernada, corral, caedizo, pocilga o borratajo; es la risa que, tras quedarse un momento suspendida en el aire, vuela a otros lugares y de esos a otros y, así, hasta recorrer el universo entero; es la caricia del sol en la cara; es el ramo de avena que sostengo en mi mano; es la flor del almendro al que todos los febreros, cuando el campo germina, te requiero.
Patria son más cosas, claro.
Pero en esencia es todo lo que hace contacto conmigo, todo lo que me toca. También el lugar al que en momentos de confusión, convulsión o angustia, volvemos en busca de seguridad, consuelo, protección y amparo.
Todos tenemos, es verdad, muchos cachitos de patria repartidos aquí y allá.
Patria, palabra de origen latino, es el país del padre.