Luis Miguel Suárez Martínez
Domingo, 29 de Noviembre de 2020

El epistolario de Ricardo Gullón

Javier Domingo Martín, Las secretas galerías de Ricardo Gullón, León, Diputación Provincial / Instituto Leonés de Cultura, 2020, 255 pp.

 

 

 

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La Biblioteca Municipal de Astorga alberga más de tres mil quinientas cartas del insigne crítico y escritor Ricardo Gullón. A su estudio y clasificación ha consagrado Javier Domingo diversos trabajos que culminan ahora en Las secretas galerías de Ricardo Gullón, volumen editado en la colección Breviarios de la Calle del Pez, la misma donde el maestro astorgano publicó La juventud de Leopoldo Panero y reeditó Cisne sin lago y su novela Fin de semana. Como su subtítulo indica, se trata de «Una lectura crítica de su epistolario».  En el prólogo (pp. 11-19) el catedrático Javier Huerta, gran conocedor de Gullón, sintetiza los rasgos más destacados de su obra y sus aportaciones más notables, y reivindica su figura ejemplar en la crítica española.

 

En el primer capítulo, “Historia literaria y epistolarios” (pp. 21-24), Javier Domingo presenta brevemente el fundamento teórico de su estudio, basado en los nuevos enfoques metodológicos que contemplan los epistolarios —del mismo modo que las revistas— como elementos inexcusables para el estudio de la literatura. Igualmente, señala el propósito de su trabajo: describir de forma minuciosa el contenido de las cartas de don Ricardo atesoradas en la Biblioteca Municipal de Astorga y profundizar, al hilo de este epistolario, en su trayectoria biográfica y literaria, y en su relación con la vida cultural de España entre las décadas de los treinta y los cincuenta (p. 24).

 

En el siguiente capítulo, “Ricardo Gullón y su epistolario” (pp. 25-36), se repasa de manera concisa la bibliografía sobre su figura y se divide, a partir de esas fuentes, su trayectoria biográfica en seis periodos de los que ofrece una sucinta relación de los acontecimientos personales y literarios más significativos (pp. 28-31). Asimismo, se ofrece una primera aproximación a sus cartas, en la que se compendia su distribución cronológica —recogida en un útil cuadro (p. 33)—, y se subraya la importancia de aquellas que permiten “profundizar en aspectos de la figura de Gullón, hasta ahora desconocidos” (p. 33), ayudan a conocer numerosos detalles de importantes empresas culturales en las que participó y dan noticia de algunas obras inéditas o todavía no localizadas.

 

En las secciones siguientes se profundizará en el examen del epistolario siguiendo las etapas cronológicas anteriormente establecidas. Así, “Ricardo Gullón editor de revistas literarias: los años treinta” (pp. 37-98) tiene como hilo conductor el repaso de su intensa actividad cultural hasta antes de la guerra civil en numerosas publicaciones en las que tomó parte: desde las juveniles La Saeta y Humo, pasando por Brújula y Boletín último (pp. 49-60), que muestran ya su interés por superar el localismo de las anteriores e integrarse en el panorama nacional, hasta la fundamental Literatura y la Pen colección, asociada a la revista (pp. 61-78). También se da cuenta de las cartas recibidas de los editores de revistas de 1936: Mediodía, Isla, Ágora, Noroeste… (pp. 87-98). La información que aportan las misivas son en ocasiones valiosísimas para la historia literaria española: por ejemplo, las de Ildefonso Manuel Gil incluyen poemas con variantes o dan cuenta minuciosa de la historia de la revista Literatura (de la que conocemos hasta los datos de su distribución…). De esta época hay que destacar el inicio del intercambio epistolar con Guillermo de Torre, luego amigo entrañable, o las ocho cartas que le envía Jarnés, cuyo magisterio asume durante estos años.

 

El siguiente bloque (pp. 99-170), tras el hiato de la guerra civil, se corresponde con los años santanderinos del autor (1941-1958), en los que se convirtió en el gran animador cultural de la ciudad. De este periodo se conservan cerca de mil cartas, que, según Javier Domingo, “se encuentran ente lo más interesante del archivo” (p. 102). En ellas, además de las de escritores de posguerra (empezando por Blas de Otero y Celaya) y otras sobre la cuestión de la poesía pura que surgen como consecuencia del impacto de su libro sobre Jorge Guillén, sobresalen las relacionadas con las actividades de la Escuela de Altamira (pp. 129-150). Este acontecimiento fundamental en el panorama artístico español de posguerra aparece detalladamente documentado en las misivas, pero también recibe algunas de artistas ajenos a la escuela, entre las que Javier Domingo destaca, por su interés, las once de Antonio Saura (p. 145). Las cartas de este periodo se completan con las de “editores de posguerra” (pp. 150-159), —que documentan trabajos fundamentales de Gullón, por ejemplo la edición de Miau o los diversos estudios sobre Juan Ramón— y las de otros remitentes con los que intercambia impresiones y libros de literatura extranjera, como Domingo Ynduráin o la hispanista Edith Helman, quien, además de libros norteamericanos, le proporciona noticias sobre los exiliados españoles.

 

La riqueza epistolar de aquel periodo contrasta con su práctica inexistencia —apenas se conservan tres cartas— en la etapa de Puerto Rico (1953-1955 y 1958-1960). Y, sin embargo, se trata de un momento crucial, pues en estos años se encuentra en la isla con Juan Ramón, y decide abandonar su profesión jurídica y consagrarse a su verdadera vocación, la literatura. A partir de 1960 comienza su periplo americano, primero en la universidad de Austin, donde permanecerá hasta 1975, y luego en las de Chicago (1974-1985) y Davis, en California (1985-1989). Las cartas de este periodo americano, que corresponden con su consagración como crítico, abordan sobre todo “asuntos profesionales, sin demasiado interés para el lector”  (p. 178). No obstante, también recibe muchas de poetas españoles (desde Gamoneda a Carnero, Gimferrer, etc.) e hispanoamericanos (Gonzalo Rojas), y de numerosos colegas y editores españoles, entre las que Domingo resalta las de Jesús Aguirre (p. 185).

 

El último capítulo (pp. 189-198) se consagra a los años finales de Gullón (1988-1991), tras su regreso a España, donde se acumulan los reconocimientos a su trayectoria ejemplar: Premio Príncipe de Asturias de las Letras, académico de la Lengua… Lógicamente, las cartas de felicitación por estos reconocimientos son numerosas, y muchas proceden de las principales figuras de la cultura española. Entre las demás, pueden subrayarse las que atañen a su último gran proyecto el Diccionario de literatura española e hispanoamericana. Según muestra Javier Domingo, por su número y detalle suponen un material imprescindible para conocer los pormenores de esta gran empresa.

 

El volumen se cierra con la pertinente bibliografía (pp. 201-212) y tres anexos: un completo índice alfabético de corresponsales (pp. 213-238), unos utilísimos cuadros con la distribución de las cartas correspondiente a cada periodo cronológico —ordenadas, además por carpetas— (pp. 239-246) y un álbum fotográfico (pp. 247-250) con materiales procedentes también del archivo astorgano.

 

En definitiva, este trabajo de Javier Domingo constituye una excelente síntesis  de la lectura del epistolario de Gullón. Además de poner de manifiesto su papel capital en la historia de la cultura española del pasado siglo, se convierte en obra de referencia y punto de partida ineludible, como ya destacaba en el prólogo Javier Huerta (p. 19), para otros trabajos de gran envergadura aún pendientes: la edición del epistolario completo y la escritura de la biografía de don Ricardo.

 

 

 

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