Manuel Casal
Miércoles, 02 de Diciembre de 2020

¿Era Maradona Dios?

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Dios muere, al parecer, de vez en cuando. En realidad, mueren los dioses, porque hay muchos y en muchas épocas y lugares, aunque sus feligreses respectivos, salvo en los politeísmos, apuestan por que el suyo es el único dios verdadero. Fue célebre y tuvo su trascendencia la afirmación de Frederich Nietzsche, en La gaya ciencia, de 1882, de que “Dios ha muerto”. Más tarde, sería contestada por la revuelta estudiantil de Paris, de 1968, en la célebre pintada callejera que decía: “Dios ha muerto. Viva Nietzsche. Nietzsche ha muerto. Viva Dios”. Ahora, con la desaparición del futbolista Diego Armando Maradona, hay quienes vuelven a titular en los periódicos que 'Ha muerto Dios', haciendo referencia al genial futbolista.

 

¿Por qué se asocia a Maradona con Dios? ¿Cómo es ese Dios con el que se quiere vincular al astro argentino? Hay una ciencia, la fenomenología de las religiones, que es muy útil para entender el hecho religioso como un aspecto integrante de nuestra cultura. Ignoro si en la actualidad se sigue cultivando o no, pero me parece que sería muy interesante saber de ella, tanto para creyentes como para quienes no lo son.

 

En el ámbito de las religiones existentes en nuestro momento histórico y en nuestra cultura (piénsese, por ejemplo, en el cristianismo, el islamismo, el judaísmo o el hinduismo), el dios es un ser que, cuando aparece, rompe los comportamientos ordinarios del ser humano y se sitúa más allá de lo que consideramos como la normalidad. Se muestra en el ámbito del misterio como un ser todopoderoso, que supera al ser humano de manera absoluta y para quien resulta inabarcable. Es un ser no solo superior, sino absolutamente superior, absolutamente diferente. Esto quiere decir que el dios no mantiene ninguna dependencia de las realidades mundanas, puesto que se sitúa más allá de ellas. Es un ser, por tanto, trascendente a este mundo: está más allá de él.

 

Ese dios trascendente se manifiesta, según Rudolf Otto (1869-1937), filósofo y teólogo que realizó un célebre estudio comparativo de las religiones -Lo santo-, con dos rasgos propios de cualquier divinidad: como algo tremendo y como algo fascinante.

 

El carácter tremendo del dios hace sentir al ser humano que nunca llegará a ocupar el nivel de existencia que posee el dios. Es un ser tan superior y posee tal grandeza que le produce un profundo sentimiento de sobrecogimiento y de empequeñecimiento ante su plenitud.

 

El aspecto fascinante del dios produce en el ser humano admiración y asombro. Este queda maravillado y desconcertado ante lo que no es habitual. Este dios tan sublime aparece como lo que es totalmente otro.

 

 

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¿Se ajusta la personalidad de Maradona a este breve bosquejo de lo que un dios representa en el ámbito que le es propio, el religioso? Evidentemente, no. En la esencia de las religiones está la insalvable distancia entre el dios y el mejor de los hombres, el más completo o el más grande. ¿Por qué, entonces, no solo se le trata por muchos como a un dios, sino que hasta los periódicos expresan en sus portadas que 'Dios ha muerto'?

 

Creo que, por una parte, nos estamos acostumbrando a hacer un uso poco riguroso del lenguaje, cosa que conduce a una representación de la realidad con similar falta de rigor. Hablamos muy a la ligera, sin precisar ni lo que vemos ni lo que decimos, aunque con evidentes deseos de tener razón. Por otra parte, vamos adoptando una especie de restricción de nuestra mirada, de renuncia a lo que supera nuestras posibilidades de conocimiento y nuestras expectativas sobre lo que puede que exista en la realidad. Nos autolimitamos a lo que vemos, a lo que tocamos o, a lo sumo, a lo que nos imaginamos, negando la posibilidad de que más allá de ello pueda existir algo. En el mejor de los casos, admitimos que puede existir algo diferente a lo que conocemos, con tal de que no sea “absolutamente” diferente. Aceptamos que pueda haber algo superior a lo que vemos, pero rechazamos que pueda ser “absolutamente” superior. Reconocemos que en la vida hay muchos problemas, pero no damos el salto a aceptar que, más allá de ellos, haya algo que no sea solo problemático, sino “misterioso”.

 

Es comprensible que en nuestra cultura no estemos acostumbrados a dar estos “saltos” de un nivel de realidad a otro, porque la racionalidad y la ciencia han ocupado buena parte del espacio de desconocimiento que antes ocupaban las religiones. Lo misterioso, lo absoluto, lo trascendente han dejado hoy de tener el sentido que no hace mucho tiempo era tan habitual y tan general en la mentalidad de los seres humanos.

 

 

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¿Por qué, entonces, en un mundo en el que parece que no hay dioses, no solo se asocia a un futbolista (o a un cantante. Véanse las reacciones y las peregrinaciones que genera, por ejemplo, Camarón de la Isla) con un dios, sino que se producen reacciones inhabituales, exageradas y estridentes, como si de verdad se estuviera en presencia de algún ser superior?

 

Es difícil responder certeramente a esta pregunta y quizá haya que limitarse al campo de las hipótesis. Es posible que, aunque el ser humano no sea capaz hoy, en general, de dar un salto hacia lo misterioso o hacia lo trascendente, sí tenga una cierta necesidad de salir hacia lo otro, hacia lo que se admite como superior y diferente. No somos capaces de concebir lo “absolutamente” superior, pero lo que nos resulta “tremendo” y “fascinante” lo reconocemos como algo que nos sobrepasa, aunque no sea de manera absoluta ni nos sumerja en el mundo del misterio.

 

Hemos reducido a dios al nivel del mejor de los seres humanos, aunque este se sitúe a mucha distancia de nuestro mundo habitual. Pero el mejor de los seres humanos no es un dios. Es probable que los dioses no existan y que la manera que algunos usan para referirse a los mejores seres humanos sea una forma de identificación con algún ídolo o de ver realizadas en otro algunas expectativas insatisfechas. O puede que sea una manera de hablar que usa conceptos cuyo significado se desconoce, pero que son los de mayor alcance valorativo de los que se dispone. En estos momentos de transición entre una sociedad mayoritariamente religiosa y otra laica parece que se ha creado un ancho pasillo por donde transitan las palabras llenas de sentimientos, pero vacías de contenido racional.

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