Aidan Mcnamara
Sábado, 16 de Enero de 2021

David Bowie (1) (para aguantar el frío y la espera)

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Hasta ahora nunca había escrito nada (publicado) sobre David Bowie. Primero, porque es un campo muy saturado y segundo porque la mayor parte de esa saturación es como una nevada teñida de gasolina estancada. En tercer lugar, normalmente huyo del periodismo rocanrolero, ya que la mayoría de los periodistas dedicados a este género no saben nada de música, e incluso tú, querido lector, puede que no conozcas todos los significados de la palabra melisma. En cuarto lugar, casi todos los que comienzan sus artículos sobre Bowie escriben mucha mierda sobre maquillaje, personajes camaleónicos …  Y me callo porque ya estoy pecando de lo mismo.

 

El hecho es, sin embargo, que este hombre escribió muchas canciones bellas y excelentes, a pesar de rollos de vestuario, de videoclips, de drogas y de esa otra constante de la industria del rock and roll: casi ningún álbum suyo está libre de relleno, es decir, de canciones que producen una completísima sensación de vergüenza ajena debido a una flagrante falta de control de calidad, común en un negocio lleno de prisas y exigencias comerciales.

 

Dicho todo esto, y como estoy cansado y harto (como muchos) de la vida actual desde el juicio político/proceso de destitución (impeachment) hasta la nieve y la pandemia etc., pensé en dedicar unos párrafos a este músico/cantante/compositor, ya que estas fechas coinciden con el torrente de hagiografía que saturó los medios de comunicación hace cinco años, cuando Bowie murió un poco prematuramente, aunque la muerte siempre es prematura ya que casi nunca te consulta antes de llegar.

 

Como toda labor lingüística sobre la música en particular y la vida en general, el autor está a la merced de la fe, la confianza y el respeto del lector. Es casi imposible saber dónde empezar, porque uno no quiere aburrir al lector con más de lo que ya es fácilmente disponible en la Wiki, ni ser paternalista de cara a los gustos ajenos. Lo bueno es que no estoy aquí para convertir a nadie: eso es para la adolescencia o para los solitarios que coleccionan pines.

 

Por cierto, es obvio que el lector pueda pensar: “y a mí qué me cuentas, si no controlo ni el inglés de Gibraltar”. No importa: las letras de Bowie, con algunas excepciones, no tienen nada que ver con las de Dylan. No digo que sean feas o superficiales, pero en muchos casos son impresionistas, vagas de contenido netamente semántico o, como los sueños, fragmentos necesitados de un buen regidor. No pasa nada: el arte es mucho más que narrar y Bowie plasma de manera caprichosa, pero con un don sobresaliente: supo escoger sus músicos colaboradores.

 

No acudo a Bowie por la poesía, sino por la canción: una buena melodía además del placer musical, a menudo, rescata la sorpresa de lo verbal sobreimpuesto y, guste o no, (desde el punto de vista de la igualdad, la fraternidad y la libertad) las letras cobran más intensidad según el contexto y el caché reputacional que tenga el autor. No es lo mismo escuchar a Martin Luther King decir Tengo un sueño que soportar el mismo conjunto obvio de términos por parte de un expresidente tunante y peligroso o un Puigdemont. (¿Quién?)

 

Pero volvamos al grano. Es tan divertido como arduo enfrentarse a un cuerpo de música e intentar escuchar las canciones con oídos frescos. Digo cuerpo de música -sólo el cantante está muerto- pero debo matizar: Bowie abordó muchos estilos, desde la canción de rock de toda la vida (es decir, a partir de la invención de la guitarra eléctrica, más o menos), o sea, tres acordes con actitud, hasta las composiciones influidas por el jazz o el ‘ambiental’ (véase la biografía de uno de sus productores / técnicos de estudio, Brian Eno y, si te cansa, la de Stockhausen, que cansará más). Sé que es una convicción muy optimista, pero creo que el arte – el arte más allá del entretenimiento pasajero – no tiene fronteras culturales y, por lo tanto, me planteo la idea de recomendar algunas de sus canciones desde el punto de vista de la Sagrada Familia, la mía.

 

Mi madre, a quien debo mi amor por la música, está a punto de cumplir 90 años. Apuesto los huevos (blandos) de Mike Pence que a ella le gustará mi primera recomendación, Wild isTheWind, una balada grabada en el año 1976. Aquí hago trampa: la canción no es de Bowie, pero ejemplifica el poderío y el alcance de su voz. Para mi hermano, un organista profesional, el tema Aladdin Sane que tiene unos arreglos para piano locamente estupendos, dignos de Brad Mehldau. Y como desconozco los detalles de la vida amorosa de mis hermanas sugiero para todos los amantes de la pasión genética Rock ‘n’ Roll With Me.

 

- ¿Sólo tres?

 

- Sí. Es que una buena canción no es un chicle. Y si no te gustan, tendrás tiempo de sobra para disfrutar de la quinta sinfonía de Shostakóvich.

 

Continuará.

 

 

 

 

 

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