El body rosa
![[Img #52444]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2021/6481_underwood-a-tergo-010.jpg)
Cuando pensaba la manera de solucionar el capítulo de ‘El Body rosa’ me vino como por casualidad a la mente la pregunta por el tipo de cine que vería Manuel en aquel momento, tiendo a llamarlo época como si 30 años hubieran hecho de mi pasado la vida de otro, y ciertamente me parece la vida como la de otro, aunque no se deba al tiempo transcurrido, sino a otra cosa, tal vez otra manera de estar.
Veíamos mucho cine expresionista alemán de la época de entreguerras y enseguida me acuerdo de una película misteriosa y emblemática para nosotros por aquel entonces: "El gabinete del doctor Caligari". Suena su nombre como un enigma cuando rebusco en mi memoria una explicación sobre cómo apareció en el bolsillo de mi gabardina el ‘body rosa’.
¿Existe algún paralelismo mental entre un enigma y otro enigma? ¿Me he sentido alguna vez sonámbulo a satisfacción de los deseos de un Caligari loco? ¿Fui yo el abrumado y enloquecido que creyó ver en los equilibrados consejos de un amigo la intención de ventaja, el juego sin más que deja abierto un resquicio a la locura, si se practica con demasiada seriedad?
Debió de ser por el 20 de diciembre, un día en el que Manuel tenía que acudir a la oficina del INEM para actualizar su tarjeta de paro, ya que mantenerla al día producía beneficios como ciertos derechos para realizar cursillos, algunas prelaciones para ser elegido entre los parias recién llegados. Ese día se pasó la noche en blanco, posiblemente recordando algún proverbio relacionado con la reciente huelga general: "Salí a la calle y no vi a nadie. / Salí a la calle y no vi a nadie. / Oh, Dios desciende por fin / ya que en el infierno ya no hay nadie."
Salir a la calle con la barriga vacía, con unas ganas de dormir la mañanada, salir con tiempo para pasear el sueño y no caer derrotado, situarse con media hora de antelación ante la puerta de la oficina del INEM para entrar a una tasca, tomar un café, salir al frío, tal vez fumar el último porro, cinco minutos todavía... ocupar la minúscula cola de la madrugada tras la mesa de la funcionaria. Entregar la tarjeta y salir hasta dentro de tres meses. No recuerdo qué hizo luego en toda la mañana boba de sonámbulo, no sé qué asesinatos, que locas imposturas, qué libro llevaba en el bolsillo. Más tarde, sería la 1:00 del mediodía, lo recuerdo apoyado en un bocoy, en una taberna en la que se bebía Ribeiro en palomitas de porcelana blanca, otros barriles estaban ocupados por parroquianos de edad avanzada. En una pared por detrás de la barra, a una considerable altura, una televisión gritaba la palabra tranquila apaciguadora del Sr. Suárez González: "Señor Presidente, yo creo que es retórico hablar de eficacia económica si no existe al mismo tiempo eficacia y respaldo social; y no cabe ocultar una situación social en regresión con unos indicadores macroeconómicos más o menos llamativos aparte de injustos. Porque el paro, las desigualdades injustificables, las bolsas de marginación y pobreza, son realidades extendidas que subyacen todavía en todo el territorio español. La mayoría de la sociedad española, yo creo, ha pedido el día 14 un planteamiento social diferente.
Creo que también pide nuevos talantes de actitudes a la hora de gobernar y un comportamiento distinto a la hora de administrar el dinero público. Son estas consideraciones señor González las que a mi juicio, dan los acontecimientos del 14 de diciembre una triple significación".
Iban ya un par de palomitas bebidas y el discurso televisivo le era ya ininteligible, sin embargo aunque entre murmullos, se hacía más patente el bullir de los clientes de la taberna que se habían ido emocionando al transcurrir de la perorata de Suárez.
"Termino, señor Presidente. En definitiva señor González, o cambia de política o elecciones anticipadas; no hay otra opción real. Muchas gracias."
Toda la taberna prorrumpió en aplausos; un parroquiano comentó de manera audible: tenía que ser el presidente. Se lo debemos todo.
El alcohol estaba haciendo estragos en el cerebro de Manuel, se sentía fraternal, agradecido a Suárez, amistoso con el anciano que acababa de brindar por él, solidario con los aplausos. Ahora tendría que ir a comer a casa, ahí al lado. Quería otra palomita, pero eso contraindicaba el pasar por casa, mejor beber otra palomita, aprovechar la sinergia con el paisanaje, beber aún de esa pequeña distancia de bocoy a bocoy la amistad; avisar a casa, eso: ¡Qué comeré con Santi!, ¡qué voy a comer con Santi! No me esperéis. Colgó el teléfono y pidió la palomita... Es cierto que luego intervinieron el señor Calero Rodríguez por Coalición Popular y otros más a los que respondió el presidente del Gobierno González Márquez, y que la sesión se prolongó hasta las 2:20 minutos de la tarde, pero de nada de eso se acordaría, como si tras la tercera palomita una voz espirituosa se hubiera ocupado de él y le hubiera dicho, ve...
Salió Manuel, cegado, camino a casa de Santi; tal vez pasó antes por la puerta de la oficina de su trabajo, como queriendo recogerlo fresquito, pero es seguro que no llegó a tiempo. Es muy probable que, zombi, bebiera unas cuantas tazas más. Quiero recordar que una de ellas en el bar en el que solía comer su amigo. Aquel día no había pasado a comer por allí, le dijeron. Enfiló la calle del Príncipe y casi al final de la misma arrampló con una silla plegable con asiento y respaldo de tela, se la llevó de la manera más natural del mundo. Enseguida tomó la cuesta que subía por entre dos preciosos edificios modernistas de principio del siglo XX y en la primera bocacalle a la izquierda, la que se metía en el corazón del putiferio, torció y enseguida estuvo a la puerta de la casa de Santi a quién le regaló la silla.
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"Hola, mira lo que te traigo”. "Pero, de dónde la has sacado", dijo Santi.
"Nada, no te preocupes, ahí de una terraza de la calle Príncipe", respondió Manuel. "Es un regalo de cine, para que descanses, luego de poner tu nombre en el respaldo, como los grandes directores."
"¡Cómo te pasas!", dijo Santi, "Tienes que tener cuidado, así sin control, te van a pillar..."
"Te fui a esperar a la puerta del trabajo". "No sé, tal vez llegué un poco tarde ", dijo Manuel, "ya habías salido". "Me encontré con Eduardo y me dijo que te habías ido un rato antes". “Entonces fui al bar X y tampoco sabían de ti. Así que tiré para acá, no quería llegar con las manos vacías."
Aquella tarde bebieron sin tasa, atravesados en la cama de Santi, apoyados uno en la cabecera y otro en la pared sobre la que se apoyaba el borde de la cama. Enfrente de Manuel una foto de Nabokov que miraba desde el otro lado de un expositor transparente una mariposa. Un espejo de coche sujeto a la pared con dos pernos y una fotografía de una muchacha preciosa en ropa interior eran el resto de los adornos de la habitación.
¿De qué hablaron? De lo divino y de lo humano, de las futuras vacaciones navideñas en Astorga, del reciente enfrentamiento de Manuel con Manolo y Mary, de la cita con Blanca en Santiago después de diez años, la cual había perdido todo su encanto al haber tenido que recordársela por teléfono. Si hubiera sido Carlos hubiera dicho: "Bueno pero le echaste o no un polvo”. Pero Santi no era así de primario, así que pudo haber dicho: "Si no queda ya nada entre ella y tú a qué se debe esa devoción a la palabra dada.” “¿A la palabra de quién?” “Todavía te sientes identificado con el que dijo: “Ahora sabemos que esto no puede ya continuar, así que dentro de diez años estés donde estés, esté donde esté, en avión, en autobús en tren, a las doce del mediodía del 7 de diciembre tenemos una cita. Apúntalo ahí en ese libro, en este otro lo apunto yo..." " ¡Qué tipo de promesa es está!” “¿A quién se hace una promesa así?” “Si no sabías ni creo que sepas quién es, lo mismo te daría encontrarte con ella o con otra,” “Mejor que fuera otra.”
Aquellos años no tienen fecha, no tienen día, no tienen mañana, no tienen trama ni continuidad para con su vida. Aquellos años son el estallido del tiempo, el no vivir, ya que nada iba a ninguna parte y cada paso daba a un lugar movedizo, apenas una isla sin ni siquiera un terreno sobre el cual edificar una casa, sin un yo que pudiera asegurarla contra toda pretensión del enemigo.
Santi bebía desde su llegada a Vigo de manera compulsiva. Su vida diaria consistía en ejercer su trabajo de funcionario por la mañana, hasta las tres, luego comía en una taberna bar, casi siempre en la misma, que servía comidas abundantes y variadas, mayormente a obreros, y al finalizar se iba para casa. Allí cuanto menos se bebía dos litros de vino espumoso hasta la hora de la cena, que consistía casi siempre en algo de fiambre. Pero podía ocurrir que saliera, bien porque hubiera aparecido su amigo Manuel, bien porque le entrara la gana y entonces podía beber cuatro o seis carajillos más casi sin inmutarse. Santi comenzaba a padecer a juicio de Manuel y de sus amigos de Astorga un problema de alcoholismo. Unos meses atrás había padecido una polineuritis alcohólica con parálisis facial, pero, como parece que es común entre los adictos, él negaba tener ninguna dependencia, reconocía un problemilla pero afirmaba que la opinión de sus amigos era muy exagerada, producto de su enfrentamiento con Samuel y Susana los cuales no hacían sino proyectar el problema de Samuel en Santi.
Aquella tarde del mes de diciembre se perdió rápido en la memoria como es posible que nunca llegara a imprimirse en la de Manuel. Cuando se acabaron las botellas del blanco espumoso salieron a dar un paseo y comprar más. Ascendieron el tramo de la calle Cruz Verde y salieron a la Calle Lumbar, donde una tienda de nuevo cuño vendía productos variados: chaquetas, recuerdos turísticos, vinos de Ribeiro, cerámicas etcétera. Compraron un par de botellas y se fueron de vuelta a casa...
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“¿Qué haces últimamente a qué te dedicas, además de escribir algo?” Preguntó Santi a la vez que servía en los mismos vasos que usarán para el espumoso.
“Nada, Santi nada, estoy ahí, leo, escribo poemas, voy al cine y debería de estudiar las oposiciones, pero ya ves que no lo hago... No sé, no soy capaz, no tengo la constancia que se necesita para ello”.
“Bueno”, dijo Santi “es algo más que voluntad, casi una forma de vida hoy en día, y yo diría que la forma de vida más dura que conozco. Oye y ¿qué hay de lo de las bibliotecas?”
“De lo de las bibliotecas, como tú le llamas, hay que me iré a Madrid a partir de enero a realizar un cursillo de 250 horas y pretendo luego poder opositar a una biblioteca de un ayuntamiento o similar sin que me pase lo que me pasó en Cangas, que solo te preguntan por la titulación, y así a bote pronto, qué como organizaría una biblioteca, y yo claro, por temas, alfabéticamente, y según el número de libros por el CDU. Y me dicen, puede salir, ya le avisaremos y eso es todo... no sé, lo veo complicado.”
Vivían en un mundo devastado, un mundo ilusorio donde la ilusión era imposible de materializar, sin embargo tenían miedo de hacer lo que habría sido necesario para comprobar su imposibilidad, que en el caso de Manuel era ponerse a escribir y lanzar sus escritos al mundo con el riesgo de que fueran rechazados. Desde la crítica más negadora, más radical, tenía miedo a la menor crítica sobre lo que él hiciera. Aunque seguramente la verdad fuera más complicada y Manuel no podía estudiar, no podía escribir, no podía insistir en nada que requiriera constancia, pues ella la ocupaba completamente "su posesión", como él la llamaba, en su laberinto psíquico.
Unos años más tarde acudió a una consulta psicológica y en la primera entrevista le entregaron un folio en blanco con preguntas en su parte superior izquierda: ¿Qué le está sucediendo actualmente? ¿Qué le ha llevado a pedir consulta? ¿Qué tipo de ayuda espera encontrar? A lo que Manuel respondía: pedir ayuda por lo que me sucede ahora, es pedir ayuda por lo que me viene sucediendo, con mayor intensidad de catorce años para acá. Pedir ayuda supone poder pedirla y diez años atrás por ejemplo no podría haberlo hecho. Alguna vez rabié de angustia, de silencio y dije: esto que es la vida tal vez vida no sea. El goce de vivir no se recobra con la ingenua compañía de una u otras pastillas... por muy recetadas que estuviesen.
Me sucede lo que me sucedía, no igual por supuesto, algo diferente, lo justo para que no sea igual, en menor intensidad, por supuesto, si no, no pediría ayuda. Resolvería primero mi falso problema. Quizás la frecuencia también sea ahora menor.
¿Qué es lo que me sucedía? Lo que me sucede, solo que más intensamente, es decir el pensamiento, pero no el pensamiento, sino una disección del mismo, la parálisis del mismo una y otra vez echada andar para demostrar su agilidad. Trabaja la cabeza sin descanso para lograr por fruto un ligero descanso entre trabajo y trabajo y nada más. Falsos problemas que tendría que disolver, que desechar, mientras que yo me empeño desgraciadamente en resolver. Continuamente el "como sí’" impidiendo actuar al "sí" verdadero. El verdadero problema sin resolver, esa afirmación de vida.
No espero milagros, ya que esto tiene poco o nada de sobrenatural. Lo que pueda esperar lo diría mejor pasado un tiempo. Un disolvente como una técnica que me sirviera de escudo..."
No nos dejemos engañar por la aparente lucidez de Manuel, dominaba la palabra y sabía que el pensamiento es hijo de la palabra, que el pensamiento surge en la boca como gustaba de decir a Tzara. ¿Hasta dónde la conciencia de su situación de nada en el momento en que hablaba con Santi al terminar la segunda botella de Ribeiro? Hasta donde se lo permitiera su palabra.
No olvidemos que diez días más tarde escribiría el poema que dedicó a Susana, el cual terminaba con una reflexión personal:
"Caballo sobre la sien / galopando los jardines con fuego. / A horcajadas sobre tu mente / el agua se represa. // Tu dedo nada puede tapar. / Yo llorando. / Yo no siendo. Yo desde aquí hacia atrás / contando en la noche mi vacío.”
El verdadero problema sin resolver y no obstante, ahondando en la imposibilidad de resolverlo, viviendo esa imposibilidad como solución y adoptando figuras problemáticas.
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Sirvió Santi de la segunda botella en los mismos vasos.
“¿Cómo te va con lo de la UNED?”, preguntó Manuel a Santi.
“Bah, lo tengo un poco dejado. Apenas he ido a clase, pero bueno a partir de enero lo pienso retomar en serio”. “No lo dejes”, dijo Manuel. “Aprovecha, se te da muy bien. ¿De cuántas asignaturas te has matriculado?
“De las dos de primero que me quedan y de todo segundo. No es difícil pero hay que ir a clase, ser constante. La puta constancia”.
A Santi le sobraban tantas capacidades como copas... En el curso anterior el día antes del examen de Derecho Romano, repasando con unos compañeros de trabajo y de carrera, los había dejado estupefactos ante la resolución de un problema legal. Los apuntes de Santi consistían en un folio lleno de conceptos interconectados aparentemente de forma caótica. Aquella tarde previa al examen repasó algo cargado de vino, para superar luego el examen de forma brillante.
Manuel se sentía agradecido por la amistad de Santi. Manuel seguía en paro y su cuota apenas si daba para un par de cervezas. Solo que cada vez que daban una vueltecita consumían una media docena cada uno como mínimo. Se sentía agradecido y con lo que habían bebido no le importaba ya mostrar su amor, decírselo, aún sabiendo que podía desatar el equívoco.
“Mira, Santi”, le dijo Manuel a la vez que le apretaba la mano, que Santi retiró con urgencia: "No te asustes, no es lo que crees, solo que te agradezco tu paciencia conmigo, tu ayuda, el continuo gasto en copas que te supone mi compañía. Yo no podré olvidar nunca esta situación y tu comportamiento”. Le quería coger la mano, decírselo. Santi se mostraba esquivo, desconfiado: "No te mosquees." Le decía Manuel, “tonto”.
“Tranquilo, Manuel, no es necesario tales manifestaciones, no así amariconándote. Tranquilízate”, respondía Santi.
“No Santi, no son mariconadas, no te mosquees, es mi manera de agradecerte. Está bien que se manifieste el afecto, que surja espontáneo, como con Jose en Astorga. ¿No lo entiendes?”
“No, no, quédate quieto, puedo entenderlo sin que me toques, sin que me sonrojes”.
No sé cuánto tiempo pasó ni de qué siguieron hablando, tal vez planearon las futuras vacaciones navideñas en Astorga, el caso es que Manuel se vio en la calle a las diez, sin un duro para poder comprar hachís, por el que estaba rabiando. Marchó tambaleante hacia su casa y tuvo que hacer tiempo para entrar en ella sin que sus padres supiesen el estado en que se encontraba,
A eso de las doce abrió la puerta de su casa, saludó a su padre que aún veía el final de una película y se dirigió a su habitación. Se echó en la cama sin ponerse el pijama y se quedó dormido.
Al día siguiente en uno de los bolsillos de su gabardina encontró un body de color rosa. Pensó de dónde podría haber salido, de dónde lo habría cogido. Y no pudo darse respuesta exacta. Quizás lo hubiera cogido de alguno de los cajones de la cómoda que había en una de las habitaciones de la casa de Santi.
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Por la tarde, volvió a casa de Santi y le contó el hallazgo del body en el bolsillo.
“¿Sabes de dónde saqué yo ese body?”
“No sé”, respondió Santi.
“¿No lo habré cogido de algún cajón de estos de la casa?·, dijo Manuel.
“No sé”, respondió Santi. “Mira a ver”.
Manuel fue a mirar la cómoda y en ninguno de los cajones se encontró ropa de ningún tipo.
No hay nada de ropa·, dijo Manuel, “¿De verdad que no te acuerdas de dónde lo saqué?”
“No”, dijo Santi enigmáticamente. “Tal vez lo cogieras por ahí fuera”, y señaló la calle de las putas, “de algún tendedero de ropa. Tal vez se lo quitaras a una de las chicas”.
“Pero, estuvimos con chicas”, preguntó Manuel.
“No conmigo”, le respondió Santi. “Pero te fuiste pronto y yo no sé lo que hiciste luego, ni tú tampoco pareces saberlo; pero no es descartable”.
“Sí, sí es descartable”, dijo Manuel, dada mi costumbre y que no tenía ningún dinero, no parece nada probable”.
“Así parece”, dijo Santi, y volvía a sonreír enigmáticamente. “Yo no sé nada”.
Aquella noche ya en su casa, Manuel sacó el body rosa del cajón donde lo había guardado y se lo ajusto al cuerpo. El body le apretaba y le ceñía los genitales, busco una revista pornográfica que tenía por ahí escondida y se excitó enormemente. Sus genitales se manifestaban tenazmente por debajo del body rosa, se empezó a frotar por encima de la tela. Se sentía cada vez más arrobado. Se imaginó que explosionaba en la vagina de su propietaria. Nunca pudo averiguar nada del asunto.
Al otro día se encargó de tirar la prenda a la basura. Se le imaginó, no obstante, antes de olvidarlo todo, la posibilidad de que el body estuviera contaminado y de que pudiese transmitirle alguna enfermedad. Pensó en el SIDA, pero lo descarto al instante. Se acordó de la putita portuguesa a la que un mes antes Santi le había sugerido que se acostase con los dos a un tiempo como si fueran uno, a mitad de precio, y de la suerte de que no aceptase su propuesta.
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Cuando pensaba la manera de solucionar el capítulo de ‘El Body rosa’ me vino como por casualidad a la mente la pregunta por el tipo de cine que vería Manuel en aquel momento, tiendo a llamarlo época como si 30 años hubieran hecho de mi pasado la vida de otro, y ciertamente me parece la vida como la de otro, aunque no se deba al tiempo transcurrido, sino a otra cosa, tal vez otra manera de estar.
Veíamos mucho cine expresionista alemán de la época de entreguerras y enseguida me acuerdo de una película misteriosa y emblemática para nosotros por aquel entonces: "El gabinete del doctor Caligari". Suena su nombre como un enigma cuando rebusco en mi memoria una explicación sobre cómo apareció en el bolsillo de mi gabardina el ‘body rosa’.
¿Existe algún paralelismo mental entre un enigma y otro enigma? ¿Me he sentido alguna vez sonámbulo a satisfacción de los deseos de un Caligari loco? ¿Fui yo el abrumado y enloquecido que creyó ver en los equilibrados consejos de un amigo la intención de ventaja, el juego sin más que deja abierto un resquicio a la locura, si se practica con demasiada seriedad?
Debió de ser por el 20 de diciembre, un día en el que Manuel tenía que acudir a la oficina del INEM para actualizar su tarjeta de paro, ya que mantenerla al día producía beneficios como ciertos derechos para realizar cursillos, algunas prelaciones para ser elegido entre los parias recién llegados. Ese día se pasó la noche en blanco, posiblemente recordando algún proverbio relacionado con la reciente huelga general: "Salí a la calle y no vi a nadie. / Salí a la calle y no vi a nadie. / Oh, Dios desciende por fin / ya que en el infierno ya no hay nadie."
Salir a la calle con la barriga vacía, con unas ganas de dormir la mañanada, salir con tiempo para pasear el sueño y no caer derrotado, situarse con media hora de antelación ante la puerta de la oficina del INEM para entrar a una tasca, tomar un café, salir al frío, tal vez fumar el último porro, cinco minutos todavía... ocupar la minúscula cola de la madrugada tras la mesa de la funcionaria. Entregar la tarjeta y salir hasta dentro de tres meses. No recuerdo qué hizo luego en toda la mañana boba de sonámbulo, no sé qué asesinatos, que locas imposturas, qué libro llevaba en el bolsillo. Más tarde, sería la 1:00 del mediodía, lo recuerdo apoyado en un bocoy, en una taberna en la que se bebía Ribeiro en palomitas de porcelana blanca, otros barriles estaban ocupados por parroquianos de edad avanzada. En una pared por detrás de la barra, a una considerable altura, una televisión gritaba la palabra tranquila apaciguadora del Sr. Suárez González: "Señor Presidente, yo creo que es retórico hablar de eficacia económica si no existe al mismo tiempo eficacia y respaldo social; y no cabe ocultar una situación social en regresión con unos indicadores macroeconómicos más o menos llamativos aparte de injustos. Porque el paro, las desigualdades injustificables, las bolsas de marginación y pobreza, son realidades extendidas que subyacen todavía en todo el territorio español. La mayoría de la sociedad española, yo creo, ha pedido el día 14 un planteamiento social diferente.
Creo que también pide nuevos talantes de actitudes a la hora de gobernar y un comportamiento distinto a la hora de administrar el dinero público. Son estas consideraciones señor González las que a mi juicio, dan los acontecimientos del 14 de diciembre una triple significación".
Iban ya un par de palomitas bebidas y el discurso televisivo le era ya ininteligible, sin embargo aunque entre murmullos, se hacía más patente el bullir de los clientes de la taberna que se habían ido emocionando al transcurrir de la perorata de Suárez.
"Termino, señor Presidente. En definitiva señor González, o cambia de política o elecciones anticipadas; no hay otra opción real. Muchas gracias."
Toda la taberna prorrumpió en aplausos; un parroquiano comentó de manera audible: tenía que ser el presidente. Se lo debemos todo.
El alcohol estaba haciendo estragos en el cerebro de Manuel, se sentía fraternal, agradecido a Suárez, amistoso con el anciano que acababa de brindar por él, solidario con los aplausos. Ahora tendría que ir a comer a casa, ahí al lado. Quería otra palomita, pero eso contraindicaba el pasar por casa, mejor beber otra palomita, aprovechar la sinergia con el paisanaje, beber aún de esa pequeña distancia de bocoy a bocoy la amistad; avisar a casa, eso: ¡Qué comeré con Santi!, ¡qué voy a comer con Santi! No me esperéis. Colgó el teléfono y pidió la palomita... Es cierto que luego intervinieron el señor Calero Rodríguez por Coalición Popular y otros más a los que respondió el presidente del Gobierno González Márquez, y que la sesión se prolongó hasta las 2:20 minutos de la tarde, pero de nada de eso se acordaría, como si tras la tercera palomita una voz espirituosa se hubiera ocupado de él y le hubiera dicho, ve...
Salió Manuel, cegado, camino a casa de Santi; tal vez pasó antes por la puerta de la oficina de su trabajo, como queriendo recogerlo fresquito, pero es seguro que no llegó a tiempo. Es muy probable que, zombi, bebiera unas cuantas tazas más. Quiero recordar que una de ellas en el bar en el que solía comer su amigo. Aquel día no había pasado a comer por allí, le dijeron. Enfiló la calle del Príncipe y casi al final de la misma arrampló con una silla plegable con asiento y respaldo de tela, se la llevó de la manera más natural del mundo. Enseguida tomó la cuesta que subía por entre dos preciosos edificios modernistas de principio del siglo XX y en la primera bocacalle a la izquierda, la que se metía en el corazón del putiferio, torció y enseguida estuvo a la puerta de la casa de Santi a quién le regaló la silla.
![[Img #52443]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/01_2021/4441_autofoto-munecas-011.jpg)
"Hola, mira lo que te traigo”. "Pero, de dónde la has sacado", dijo Santi.
"Nada, no te preocupes, ahí de una terraza de la calle Príncipe", respondió Manuel. "Es un regalo de cine, para que descanses, luego de poner tu nombre en el respaldo, como los grandes directores."
"¡Cómo te pasas!", dijo Santi, "Tienes que tener cuidado, así sin control, te van a pillar..."
"Te fui a esperar a la puerta del trabajo". "No sé, tal vez llegué un poco tarde ", dijo Manuel, "ya habías salido". "Me encontré con Eduardo y me dijo que te habías ido un rato antes". “Entonces fui al bar X y tampoco sabían de ti. Así que tiré para acá, no quería llegar con las manos vacías."
Aquella tarde bebieron sin tasa, atravesados en la cama de Santi, apoyados uno en la cabecera y otro en la pared sobre la que se apoyaba el borde de la cama. Enfrente de Manuel una foto de Nabokov que miraba desde el otro lado de un expositor transparente una mariposa. Un espejo de coche sujeto a la pared con dos pernos y una fotografía de una muchacha preciosa en ropa interior eran el resto de los adornos de la habitación.
¿De qué hablaron? De lo divino y de lo humano, de las futuras vacaciones navideñas en Astorga, del reciente enfrentamiento de Manuel con Manolo y Mary, de la cita con Blanca en Santiago después de diez años, la cual había perdido todo su encanto al haber tenido que recordársela por teléfono. Si hubiera sido Carlos hubiera dicho: "Bueno pero le echaste o no un polvo”. Pero Santi no era así de primario, así que pudo haber dicho: "Si no queda ya nada entre ella y tú a qué se debe esa devoción a la palabra dada.” “¿A la palabra de quién?” “Todavía te sientes identificado con el que dijo: “Ahora sabemos que esto no puede ya continuar, así que dentro de diez años estés donde estés, esté donde esté, en avión, en autobús en tren, a las doce del mediodía del 7 de diciembre tenemos una cita. Apúntalo ahí en ese libro, en este otro lo apunto yo..." " ¡Qué tipo de promesa es está!” “¿A quién se hace una promesa así?” “Si no sabías ni creo que sepas quién es, lo mismo te daría encontrarte con ella o con otra,” “Mejor que fuera otra.”
Aquellos años no tienen fecha, no tienen día, no tienen mañana, no tienen trama ni continuidad para con su vida. Aquellos años son el estallido del tiempo, el no vivir, ya que nada iba a ninguna parte y cada paso daba a un lugar movedizo, apenas una isla sin ni siquiera un terreno sobre el cual edificar una casa, sin un yo que pudiera asegurarla contra toda pretensión del enemigo.
Santi bebía desde su llegada a Vigo de manera compulsiva. Su vida diaria consistía en ejercer su trabajo de funcionario por la mañana, hasta las tres, luego comía en una taberna bar, casi siempre en la misma, que servía comidas abundantes y variadas, mayormente a obreros, y al finalizar se iba para casa. Allí cuanto menos se bebía dos litros de vino espumoso hasta la hora de la cena, que consistía casi siempre en algo de fiambre. Pero podía ocurrir que saliera, bien porque hubiera aparecido su amigo Manuel, bien porque le entrara la gana y entonces podía beber cuatro o seis carajillos más casi sin inmutarse. Santi comenzaba a padecer a juicio de Manuel y de sus amigos de Astorga un problema de alcoholismo. Unos meses atrás había padecido una polineuritis alcohólica con parálisis facial, pero, como parece que es común entre los adictos, él negaba tener ninguna dependencia, reconocía un problemilla pero afirmaba que la opinión de sus amigos era muy exagerada, producto de su enfrentamiento con Samuel y Susana los cuales no hacían sino proyectar el problema de Samuel en Santi.
Aquella tarde del mes de diciembre se perdió rápido en la memoria como es posible que nunca llegara a imprimirse en la de Manuel. Cuando se acabaron las botellas del blanco espumoso salieron a dar un paseo y comprar más. Ascendieron el tramo de la calle Cruz Verde y salieron a la Calle Lumbar, donde una tienda de nuevo cuño vendía productos variados: chaquetas, recuerdos turísticos, vinos de Ribeiro, cerámicas etcétera. Compraron un par de botellas y se fueron de vuelta a casa...
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“¿Qué haces últimamente a qué te dedicas, además de escribir algo?” Preguntó Santi a la vez que servía en los mismos vasos que usarán para el espumoso.
“Nada, Santi nada, estoy ahí, leo, escribo poemas, voy al cine y debería de estudiar las oposiciones, pero ya ves que no lo hago... No sé, no soy capaz, no tengo la constancia que se necesita para ello”.
“Bueno”, dijo Santi “es algo más que voluntad, casi una forma de vida hoy en día, y yo diría que la forma de vida más dura que conozco. Oye y ¿qué hay de lo de las bibliotecas?”
“De lo de las bibliotecas, como tú le llamas, hay que me iré a Madrid a partir de enero a realizar un cursillo de 250 horas y pretendo luego poder opositar a una biblioteca de un ayuntamiento o similar sin que me pase lo que me pasó en Cangas, que solo te preguntan por la titulación, y así a bote pronto, qué como organizaría una biblioteca, y yo claro, por temas, alfabéticamente, y según el número de libros por el CDU. Y me dicen, puede salir, ya le avisaremos y eso es todo... no sé, lo veo complicado.”
Vivían en un mundo devastado, un mundo ilusorio donde la ilusión era imposible de materializar, sin embargo tenían miedo de hacer lo que habría sido necesario para comprobar su imposibilidad, que en el caso de Manuel era ponerse a escribir y lanzar sus escritos al mundo con el riesgo de que fueran rechazados. Desde la crítica más negadora, más radical, tenía miedo a la menor crítica sobre lo que él hiciera. Aunque seguramente la verdad fuera más complicada y Manuel no podía estudiar, no podía escribir, no podía insistir en nada que requiriera constancia, pues ella la ocupaba completamente "su posesión", como él la llamaba, en su laberinto psíquico.
Unos años más tarde acudió a una consulta psicológica y en la primera entrevista le entregaron un folio en blanco con preguntas en su parte superior izquierda: ¿Qué le está sucediendo actualmente? ¿Qué le ha llevado a pedir consulta? ¿Qué tipo de ayuda espera encontrar? A lo que Manuel respondía: pedir ayuda por lo que me sucede ahora, es pedir ayuda por lo que me viene sucediendo, con mayor intensidad de catorce años para acá. Pedir ayuda supone poder pedirla y diez años atrás por ejemplo no podría haberlo hecho. Alguna vez rabié de angustia, de silencio y dije: esto que es la vida tal vez vida no sea. El goce de vivir no se recobra con la ingenua compañía de una u otras pastillas... por muy recetadas que estuviesen.
Me sucede lo que me sucedía, no igual por supuesto, algo diferente, lo justo para que no sea igual, en menor intensidad, por supuesto, si no, no pediría ayuda. Resolvería primero mi falso problema. Quizás la frecuencia también sea ahora menor.
¿Qué es lo que me sucedía? Lo que me sucede, solo que más intensamente, es decir el pensamiento, pero no el pensamiento, sino una disección del mismo, la parálisis del mismo una y otra vez echada andar para demostrar su agilidad. Trabaja la cabeza sin descanso para lograr por fruto un ligero descanso entre trabajo y trabajo y nada más. Falsos problemas que tendría que disolver, que desechar, mientras que yo me empeño desgraciadamente en resolver. Continuamente el "como sí’" impidiendo actuar al "sí" verdadero. El verdadero problema sin resolver, esa afirmación de vida.
No espero milagros, ya que esto tiene poco o nada de sobrenatural. Lo que pueda esperar lo diría mejor pasado un tiempo. Un disolvente como una técnica que me sirviera de escudo..."
No nos dejemos engañar por la aparente lucidez de Manuel, dominaba la palabra y sabía que el pensamiento es hijo de la palabra, que el pensamiento surge en la boca como gustaba de decir a Tzara. ¿Hasta dónde la conciencia de su situación de nada en el momento en que hablaba con Santi al terminar la segunda botella de Ribeiro? Hasta donde se lo permitiera su palabra.
No olvidemos que diez días más tarde escribiría el poema que dedicó a Susana, el cual terminaba con una reflexión personal:
"Caballo sobre la sien / galopando los jardines con fuego. / A horcajadas sobre tu mente / el agua se represa. // Tu dedo nada puede tapar. / Yo llorando. / Yo no siendo. Yo desde aquí hacia atrás / contando en la noche mi vacío.”
El verdadero problema sin resolver y no obstante, ahondando en la imposibilidad de resolverlo, viviendo esa imposibilidad como solución y adoptando figuras problemáticas.
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Sirvió Santi de la segunda botella en los mismos vasos.
“¿Cómo te va con lo de la UNED?”, preguntó Manuel a Santi.
“Bah, lo tengo un poco dejado. Apenas he ido a clase, pero bueno a partir de enero lo pienso retomar en serio”. “No lo dejes”, dijo Manuel. “Aprovecha, se te da muy bien. ¿De cuántas asignaturas te has matriculado?
“De las dos de primero que me quedan y de todo segundo. No es difícil pero hay que ir a clase, ser constante. La puta constancia”.
A Santi le sobraban tantas capacidades como copas... En el curso anterior el día antes del examen de Derecho Romano, repasando con unos compañeros de trabajo y de carrera, los había dejado estupefactos ante la resolución de un problema legal. Los apuntes de Santi consistían en un folio lleno de conceptos interconectados aparentemente de forma caótica. Aquella tarde previa al examen repasó algo cargado de vino, para superar luego el examen de forma brillante.
Manuel se sentía agradecido por la amistad de Santi. Manuel seguía en paro y su cuota apenas si daba para un par de cervezas. Solo que cada vez que daban una vueltecita consumían una media docena cada uno como mínimo. Se sentía agradecido y con lo que habían bebido no le importaba ya mostrar su amor, decírselo, aún sabiendo que podía desatar el equívoco.
“Mira, Santi”, le dijo Manuel a la vez que le apretaba la mano, que Santi retiró con urgencia: "No te asustes, no es lo que crees, solo que te agradezco tu paciencia conmigo, tu ayuda, el continuo gasto en copas que te supone mi compañía. Yo no podré olvidar nunca esta situación y tu comportamiento”. Le quería coger la mano, decírselo. Santi se mostraba esquivo, desconfiado: "No te mosquees." Le decía Manuel, “tonto”.
“Tranquilo, Manuel, no es necesario tales manifestaciones, no así amariconándote. Tranquilízate”, respondía Santi.
“No Santi, no son mariconadas, no te mosquees, es mi manera de agradecerte. Está bien que se manifieste el afecto, que surja espontáneo, como con Jose en Astorga. ¿No lo entiendes?”
“No, no, quédate quieto, puedo entenderlo sin que me toques, sin que me sonrojes”.
No sé cuánto tiempo pasó ni de qué siguieron hablando, tal vez planearon las futuras vacaciones navideñas en Astorga, el caso es que Manuel se vio en la calle a las diez, sin un duro para poder comprar hachís, por el que estaba rabiando. Marchó tambaleante hacia su casa y tuvo que hacer tiempo para entrar en ella sin que sus padres supiesen el estado en que se encontraba,
A eso de las doce abrió la puerta de su casa, saludó a su padre que aún veía el final de una película y se dirigió a su habitación. Se echó en la cama sin ponerse el pijama y se quedó dormido.
Al día siguiente en uno de los bolsillos de su gabardina encontró un body de color rosa. Pensó de dónde podría haber salido, de dónde lo habría cogido. Y no pudo darse respuesta exacta. Quizás lo hubiera cogido de alguno de los cajones de la cómoda que había en una de las habitaciones de la casa de Santi.
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Por la tarde, volvió a casa de Santi y le contó el hallazgo del body en el bolsillo.
“¿Sabes de dónde saqué yo ese body?”
“No sé”, respondió Santi.
“¿No lo habré cogido de algún cajón de estos de la casa?·, dijo Manuel.
“No sé”, respondió Santi. “Mira a ver”.
Manuel fue a mirar la cómoda y en ninguno de los cajones se encontró ropa de ningún tipo.
No hay nada de ropa·, dijo Manuel, “¿De verdad que no te acuerdas de dónde lo saqué?”
“No”, dijo Santi enigmáticamente. “Tal vez lo cogieras por ahí fuera”, y señaló la calle de las putas, “de algún tendedero de ropa. Tal vez se lo quitaras a una de las chicas”.
“Pero, estuvimos con chicas”, preguntó Manuel.
“No conmigo”, le respondió Santi. “Pero te fuiste pronto y yo no sé lo que hiciste luego, ni tú tampoco pareces saberlo; pero no es descartable”.
“Sí, sí es descartable”, dijo Manuel, dada mi costumbre y que no tenía ningún dinero, no parece nada probable”.
“Así parece”, dijo Santi, y volvía a sonreír enigmáticamente. “Yo no sé nada”.
Aquella noche ya en su casa, Manuel sacó el body rosa del cajón donde lo había guardado y se lo ajusto al cuerpo. El body le apretaba y le ceñía los genitales, busco una revista pornográfica que tenía por ahí escondida y se excitó enormemente. Sus genitales se manifestaban tenazmente por debajo del body rosa, se empezó a frotar por encima de la tela. Se sentía cada vez más arrobado. Se imaginó que explosionaba en la vagina de su propietaria. Nunca pudo averiguar nada del asunto.
Al otro día se encargó de tirar la prenda a la basura. Se le imaginó, no obstante, antes de olvidarlo todo, la posibilidad de que el body estuviera contaminado y de que pudiese transmitirle alguna enfermedad. Pensó en el SIDA, pero lo descarto al instante. Se acordó de la putita portuguesa a la que un mes antes Santi le había sugerido que se acostase con los dos a un tiempo como si fueran uno, a mitad de precio, y de la suerte de que no aceptase su propuesta.






