Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 30 de Enero de 2021

Ni a casta alcanzan

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El idioma español se dota de abundante terminología de doble y hasta triple o cuádruple significación. Referido a nuestra clase política, desde algún partido emergente, presunto dinamitero del bipartidismo de décadas, se ha pretendido clasificar la concurrencia instalada en los cenáculos de poder como casta en su acepción tribal o clasista. Quién esgrimió la ocurrencia se ha mimetizado en la misma con absoluta naturalidad en cuanto se deslumbró con los oropeles del mando y dispongo de la (co)gobernanza. Bien que se batió por porciones del pastel. Casta también alude a valía y bravura; pero, por ahí, no busquen. Todo es baldío. En uno u otro sentido pueden ser compatibles. Pero el quehacer de estos regidores se aposenta en la más fea de las identidades de la palabra.

 

Los políticos de este país, los que gobiernan y los que se oponen, dualidad antónima, pero básica en democracia, se han retratado a la perfección en carencias y miserias durante este azote pandémico que empieza a tomar cariz de plaga bíblica o de guerra de nuevo cuño, que la semiología al uso, ha bosquejado ausente de armamentos convencionales. Por resumir, a lo que parece o nos cuentan los noticiarios, ni ven, ni sienten, ni padecen las angustias de una ciudadanía sumida en temores a contagios galopantes, ahora en lo físico y, a no tardar, en lo psíquico. Esto es como el amor: se puede sentir en el amador, pero, para redondearse como emoción, ha de llegar sin interferencias al amado. Y de eso último, nada de nada.

 

En aras a todo buen discernimiento, quizás seamos en exceso exigentes. Al comienzo de estos duros tiempos, se pudo ser injusto en la aceleración de descalificaciones ante una catástrofe que no podía estar en la agenda de gobierno alguno. Normal, pues, los palos de ciego y el alud de improvisaciones. Pero, a punto de un año de sufrimientos, los foros de poder de este país siguen a lo suyo, presos de autismo. Dan la sensación de un nulo aprendizaje o de errada asimilación de lo peor de la travesía.

 

Desde la gobernanza, la descentralización de la toma de decisiones ha sido un continuo pasarse la pelota entre administraciones de distinto signo ideológico, en el medio campo de las vaguedades, sin pisar el área donde se pueda meter gol a la tragedia. Nadie quiere tirar a puerta  porque el miedo al error es más denso y asfixiante, en interpretación electoral interna, que el pasotismo. Claro que es posible  fallar el penalti decisivo, pero solo puede hacerlo el lanzador, y la asunción de esa responsabilidad debe guardar puertas afuera su dosis de indulgencia. Ninguna merece el no intentarlo, y dejar que los problemas se pudran en la creencia pueril de que son biodegradables.

 

Peor que esa actitud es la de los juegos malabares ejecutados no para asombrar, sino para engañar. Jugar a la política ordinaria desde el ojo del huracán de una tragedia extraordinaria, es añagaza de tahúres de los más cochambrosos garitos. El espectáculo del Ejecutivo, con su cara más visible de la pandemia poniendo rumbo a las urnas electorales de un territorio estratégico, y el relevo en el ministerio clave, en lo peor de la punta de los contagios, no es más que indicativo de que sus prioridades están en escenarios próximos a sus intereses, pero lejanos, mucho, de las congojas populares. ¿Es eso la vocación de progresismo y de servicio público que marcan como meta inalienable de su cometido?

 

Lo más enojoso de la casta asoma en la grosería de las demostraciones de creerse que están por encima del común de los mortales. Son habituales muescas de una corrupción que va más allá de llenarse los bolsillos con dinero sucio. Saltarse el protocolo de turnos de vacunación envueltos en el relumbrón y la supuesta providencia de sus quehaceres, no es picaresca, es desvergüenza. La primera era, y es, una fórmula de supervivencia en situaciones límites de pobreza o de abandono. La segunda…se responde por sí misma. Un alto cargo no es salvoconducto para eludir las obligaciones morales para lo que no están en esa pomada de aristocracia burocrática. Cierto es que este capítulo de deslealtad a la verdadera vocación de la política no ha sido prolijo, pero se atiene al mensaje evangélico de la cizaña entre la buena hierba que es necesario, a la par que urgente, separar. Y no se es muy activo en la acción.

 

Quedó entreabierta la cuestión al principio. La de los dos dignificados de casta. Valor y bravura no es denominador común de esta clase política atenazada por la ramplonería y la riña de gatos en las perspectivas de asunción de poder, con la histeria de las descalificaciones y sin la osadía de las alternativas y de la imaginación. La estirpe tribal y/o aristocrática, que se deja ver en la otra acepción, no está reñida con loables significados. Se puede ser elitista con nobleza. Pero la trayectoria de unos y otros en lo peor de la pandemia, sugiere que, incluso, la casta huérfana de valores, les viene grande.

                                                               

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