Domingo, 06 de Octubre de 2013

'Luces Rojas' de Rodrigo Cortés

Javier Gutiérrez, Saberius


Un hombre joven y una mujer madura, avanzan por una carretera solitaria y se detienen ante una vivienda aislada. Les espera allí un colega de profesión, una pareja y una serie de personajes que se van identificando como ‘mediums’ y ‘psíquicos’, que se preparan para analizar la actividad paranormal que se está produciendo en el piso de arriba, dentro de la habitación de la hija.


Disponen su instrumental para medir los efectos. Sobre la mesa ante la cual se ubican, se encuentra colocada una ‘luz roja’. Tratan de convocar alguna presencia del más allá, uniendo sus manos (“suceda lo que suceda, no rompan el círculo”). A partir de entonces, la mesa comienza a levantarse misteriosamente y a agitarse en lo alto.


Se escuchan extraños ruidos…


Poco después, la mujer madura, presentada como la Doctora Matheson, increpa a la niña sobre todo aquello que les ha hecho creer. Ha detectado su engaño, aunque ella lo niega insistentemente.


Es la inquietante secuencia de apertura de ‘Luces rojas’.


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El guión trepidante, la acción incesante, los diálogos intensos y poderosos, los personajes ambivalentes, complejos, al más puro estilo del cine de investigación y denuncia social, a medio camino entre la seguridad de lo cierto y la ambigüedad de lo incierto, apenas cesan de aportar información sobre las cuestiones más trascendentales: ¿Arrojan certezas nuestras percepciones? ¿Y la interpretación del mundo exterior? ¿Y la interacción con los seres que nos rodean? ¿Se trata de un vano espejismo de nuestra propia mente? ¿Realmente “la verdad es la más engañosa de las ilusiones”?...


Pero también… ¿Hay algo al otro lado? ¿Existen las curaciones milagrosas? ¿Son eficaces los ilusionismos, la imposición de manos y otros métodos que en ocasiones parecen llenar de convicción, superación y esperanza a quienes los reciben?... ¿Se trata tan sólo de un lucrativo negocio que convoca a las masas a semejantes exhibiciones?...


Se aprecia un extremo cuidado con los pequeños detalles, en torno a los procedimientos de los investigadores de fraudes (el instrumental utilizado, la adquisición de nuevos trucos para combatir otros), en la intuición y experiencia que despliegan ante tan avezados contrincantes.


Se desarrolla una propia terminología como el reconocimiento de “luces rojas” respecto a la aparición de sujetos u objetos que no concuerdan, que están de más, o que marcan determinadas alertas (aludiendo al símbolo más universal de peligro).


Los actores abordan sus papeles en su mejor estado de gracia, con Robert De Niro encarnando a un personaje camaleónico y escurridizo que recuerda a sus mejores interpretaciones (de la mano de Coppola o del propio Scorsese), pero también a “Zelig”, con permiso de Woody Allen (en un homenaje oblicuo realizado por Cortés con su propio corto ‘15 días’ y que aquí rubrica con la incorporación del mismo actor –Óscar Rodríguez- como 'luz roja' o tipo desubicado; o hacia ‘Concursante’, con un Leonardo Sbaraglia ahora curtido en ciertas lides, doctorado en picardía tras el varapalo de su otrora traumática experiencia); un verdadero ‘encantador de serpientes’ que triunfa por la influencia que ejerce sobre su público / cliente / paciente / víctima, que basa su afán de lucro en la necesidad ajena por las creencias y doctrinas; una mujer luchadora, de elevada inteligencia e independencia emocional, hecha a imagen y semejanza de la misma Sigourney Weaver, y un despierto joven con mirada de más allá, como el propio Cillian Murphy.


Rodrigo Cortés aparece tras la planificación como otro personaje más, próximo a la figura del prestidigitador (esta vez en el montaje, en la disposición de las secuencias y en la sucesión de los acontecimientos narrados). No en vano alentaba en la première, cual maestro de ceremonias, a ver la película como un viaje iniciático, “sin esperar nada, sin ponerse a favor o en contra, tan sólo dejándose llevar…”


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Y nos dejamos envolver, no sólo por el uso excelso de los efectos ambientales que procuran la más adecuada creación y recreación de atmósferas, y sus consiguientes  sensaciones verdaderamente envolventes; el ‘setting’ de la propia ciudad de Toronto ofrece un microcosmos entre metrópoli futurista y con desusada modernidad de pretérito, parábola de avezadas piruetas cronológicas, mostrando referentes en el pasado de los personajes oscuros mientras proporciona a los del presente su entorno universitario, como en “Concursante” ya ocurría (aunque con las teorías económicas y los secretos o trucos del sistema financiero).


   “Luces Rojas” nos muestra cómo, al otro lado del océano, se estudia una curiosa especialidad que algunos consideran acientífica y cómo se pueden detectar rastros de personalidades cuya transmisión de conocimiento automático produce una forma de interacción más veloz con los seres de su entorno, por la propia configuración de sus conexiones sinápticas cerebrales, capaces de funcionar consecutivamente, volcando al mismo tiempo experiencias emocionales y sensoriales.


   Más allá de la psicología cognitiva o diferencial, de la inteligencia emocional o artificial, se encuentra todo un campo del saber, aún por descubrir, y que muchos insisten en catalogarlo dentro del ocultismo, en las llamadas, con minúscula, ciencias ocultas. Aunque el caldo de cultivo a su vez puede resultar propicio para todo tipo de fiascos…


   El propio director explica cómo la película se mueve entre “dos conceptos antitéticos obligados a colisionar: lo paranormal, es decir, lo ignoto, extraño e inexplicado, y el fraude, y como puente entre ambos se halla el ilusionismo, que hace aparecer como verdadero lo que es falso, en similitud con el propio trabajo del cineasta”.


   En ‘Luces rojas’ se aprecian guiños a numerosas producciones del subgénero de fenómenos paranormales, como ‘Poltergeist’ de Tobe Hooper, ‘El exorcista’ de William Friedkin, el ‘El Orfanato’ de Bayona, o ‘Los otros’ de Amenábar (en la secuencia previa a los títulos, cuando convocan a las presencias del más allá, pero también en el símbolo del pájaro muerto o de las pantallas como mensaje y vehículo hacia el otro lado, el desplazamiento o traslación  de los objetos, a veces su posicionamiento, la interacción mediante una niña, los cubiertos doblados, los fenómenos meteorológicos, la captación de las cámaras de proceso lento, la luz al final del túnel, los centros de energía o los agujeros capaces de absorber la materia).


   Hay algunos más evidentes, como las recurrentes alusiones temáticas a ‘El truco final (El prestigio)’, de Christopher Nolan, con resonancias a ‘El gran Houdini’ de George Marshall, junto a otros ‘thrillers’ diabólicos y sobre el más allá como ‘Fallen’ (en la secuencia de la viandante que le hace la señal para que se detenga o si no cruzará una peligrosa línea, en los personajes siniestros e inducidos que le salen al paso), y a películas en torno a la influencia de determinados individuos con un amplio dominio de la palabra y su exposición al público, multiplicada exponencialmente por las ondas catódicas y la presencia todopoderosa de la televisión (como ‘Network, un mundo implacable’ de Sidney Lumet), cuyo cenit aparece retratado en la soberbia intervención postrera de De Niro y en el final abierto, colmado de interrogantes.


Precisamente esta referencia se enmarca a su vez dentro del ‘thriller’ político con resonancias a Alan J. Pakula o a Sidney Pollack, sin olvidar al mencionado Lumet, con un trabajo de investigación dentro del guión casi desconocido desde los años setenta, salvo por excepciones como Costa Gavras u Oliver Stone, Redford o Eastwood.


También late el afán por revelar las trampas de un mundo que presenta como modelos sociales e incluso héroes a individuos con ilimitada capacidad de corrupción, como ocurría en ‘Fraude’ de Orson Welles, o en ‘Sangre sabia’ de John Huston.


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Según explicaba el propio Cortés, “existen claros referentes a ‘thrillers’ con vocación científica o experimental, y otros más difíciles de identificar (los políticos), ya que la película posee un sentido dramático, riguroso y tenso, y también un sentido conspirativo, global, en forma de amenaza, y se aprecia cómo esa conspiración va consumiendo a sus personajes, oscureciéndoles y haciéndoles entrar en terrenos peligrosos…”


En este sentido, aunque en la primera parte también podemos rastrear el ímpetu científico de producciones como ‘Contact’, y por tanto evoca a Carl Sagan y a determinados capítulos de  su legendaria serie ‘Cosmos’, los programas de Iker Jiménez o los libros de Javier Sierra; apenas podemos obviar la influencia latente de las películas de Pakula: ‘Klute’, ‘El último testigo’, ‘El informe pelícano’ o ‘Todos los hombres del presidente’. Existe un homenaje en el apellido de la doctora Matheson respecto al escritor de novela de intriga social y política Richard Matheson, cuyas influencias fueron reconocidas por el propio realizador.


Según el citado ‘modus operandi’, la trama termina ramificándose y desembocando en un final que algunos han considerado abrupto, aunque Rodrigo Cortés declara haber conferido este estilo para la conclusión de la película con la voluntad de interpelar y desafiar al espectador, antes que complacerle.


En el personaje de Simon Silver resuenan ecos añejos: desde el predicador iluminado por el vil metal en ‘El fuego y la palabra’ de Richard Brooks, pasando por el maléfico de ‘La noche del cazador’, hasta el alucinado patrio de ‘No somos nadie’, de Jordi Mollá. Se trata de un ilusionista cuya finalidad es alcanzar el prestigio, haciendo pasar por natural algo que no lo es, logrando que el espectador se deje llevar más por el alma que por la razón y atrayéndole así hacia su consecución definitiva: el dominio absoluto de su propia mente y voluntad.


La pareja de investigadores nos retrotraen a Sculder y Mully de ‘Expediente X’, y la exposición de sus tesis, antítesis e hipótesis, valerosas y arriesgadas, lúcidas y críticas a un tiempo, nacidas en ocasiones de la vacilación, pero profundamente documentadas y honestas, rememoran las inolvidables disquisiciones del profesor que protagonizaba ‘Leones por corderos’ de Robert Redford.


La película, sin embargo, se encuentra decididamente desprovista de toda similitud respecto a vacuas experiencias fílmicas, alejada estéticamente de insulsas propuestas, de paradójica aceptación masiva, como ‘Paranormal Activity’.


En cuanto a la puesta en escena y montaje, con un sentido de la narrativa fílmica muy personal, se dibuja en el horizonte la herencia de los admirados Martin Scorsese y David Fincher, tanto como en el uso de la banda sonora de Víctor Reyes, en ocasiones provista de matices a lo Bernard Hermann (responsable acústico de ‘Taxi Driver’).


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También existen afiliaciones con las propias películas de Cortés: el archivo biográfico audiovisual de Silver y sus reflexiones en torno al éxito, al clamor de las multitudes y a la perfeccionada retórica que lo mantiene (presente asimismo en ‘Concursante’ por medio de las respuestas acertadas); la disposición de los monitores y su presencia dentro del desarrollo de la trama como un personaje más (aparecida en su corto “Dentro”), o como testigos insobornables de las pruebas más concluyentes (como la secuencia de la grabación objetiva, en la culminación del análisis al que se somete Simon).

  

Se pueden adivinar otros temas paralelos, como  el interés material que ocultan muchos de los montajes aludidos, lo que apunta inexcusablemente a las empresas piramidales, a las estructuras sociales y políticas regidas por el esquema ponzi, a los engañosos sistemas de inversión financiera de alto riesgo encubierto y a todo tinglado cuyo artífice acaba arrebatando a los recién llegados lo poco que han logrado atesorar mediante sus febriles y azarosos empleos cotidianos; la confusión y el vértigo creados por la multiplicidad de versiones, presente como metáfora en los diversos reporteros televisivos, cada uno de los cuales narra su propia versión de los hechos (depende mucho de dónde venga, de quién y cómo lo cuente)…; las tendencias preestablecidas, la necesidad  colectiva de seguir a determinados ídolos de masas o líderes multitudinarios que encarnan esperanza, confianza en su sanación o en el futuro…


Su éxito y permanencia se retroalimenta continuamente con nuevos allegados…


Esto apunta a una nítida reflexión: lo más nocivo para nuestra conciencia es la manipulación y lo más poderoso lo llevamos dentro de nosotros mismos, cuando somos capaces de controlar nuestro propio destino…


En este sentido la película encierra una ambición mucho mayor: lograr quizás algún día que todos los individuos seamos capaces de alcanzar un estado de conciencia crítica capaz de transformar las tendencias irracionales de quienes aún necesitan de la presencia de causas, iconos o creencias dogmáticas para dotar de sentido a su existencia.


Los adivinos e iluminados, agoreros y arribistas financieros, nuevos ilusionistas de nuestro tiempo, brotan como champiñones en las épocas de crisis, al término de los ciclos económicos o en las fases de cambio social o de reciclaje de culturas. Llegados a este punto, cada cual podría sacar sus propias conclusiones…


Aunque si estas imágenes, retratos fieles de la existencia y de nuestros más íntimos interrogantes, verdaderas ‘lecciones de vida’, expuestas de un modo casi naturalista, apenas nos inquietaran, es posible que pronto apreciemos cómo en esta civilización, o en nuestra propia sociedad, comienzan a encenderse sigilosamente sus propias ‘luces rojas’…


Ficha Técnica

Guión, dirección y montaje: Rodrigo Cortés

Productores: Adrián Guerra y Rodrigo Cortés

Producción ejecutiva: Cindy Cowan y Lisa Wilson

Dirección de producción: Tony Novella

Dirección de fotografía: Xavi Giménez

Dirección de arte: Antón Laguna

Música: Víctor Reyes


Ficha Artística

Tom Buckey: Cillian Murphy

Margaret Matheson: Sigourney Weaver

Simon Silver: Robert de Niro

Paul Shackleton: Toby Jones

Sally Owen: Elizabeth Olsen

Monica Handsen: Joel Richardson

Palladino: Leonardo Sbaraglia

Ben: Craig Roberts

Simon Silver Joven: Eugenio Mira

Benedict Cohen: Burn Gorman

Dana: Karen David 


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