Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 06 de Febrero de 2021

Reflexiones para después

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Bastante tenemos con sacudirnos el día a día en estos atribulados tiempos. Es el afán universal. La cabeza no para de dar vueltas sobre lo que ha caído encima, va hacer ya un año.  El maldito bicho nos hace vivir la idolatrada valía del presente, pero en clave ciertamente negativa. Porque el reglamentario carpe diem de esta época, no se traduce en el significado obligatorio de disfrutar, sino en el de padecer o sobrevivir.

 

Es fácil colegir que ante la incomodidad que arrastra todo lo actual, las mentes se trasladen a un imaginario de augurios en el que contienden optimismos y pesimismos. Visto que se parte de una situación más acorde con los segundos, el futuro apunta a idealizaciones que se basan en ensoñaciones escapistas. Presentes opresivos siempre esbozan porvenires dulces, y viceversa. Pura autodefensa.

 

Hablas con el amigo, al que hace meses que no ves, por imperativo del confinamiento obligado, y la conversación discurre en continua sucesión de planes de prontos reencuentros gozosos y alegres, pero no del todo creíbles, porque en las rutinas sociales del antes, aquellas mismas palabras se las llevó el viento o el previsible protocolo que la educación imponía. Las más de las veces no tuvieron lugar, porque, poco o nada se hizo para concretarlos, o se creyó que solo con la declaración de intenciones ya se cubría el expediente de las recíprocas urbanidades. Son cosas que se dicen, pero no se hacen, sin que, afortunadamente, pase nada. Solo hasta la próxima y a seguir la rueda.

 

Sin embargo, hoy se ven como la escala que te lanzan para rescatarnos del naufragio. Palabras y deseos sintonizan en cómodos sinónimos o se transmutan unas en otros, porque un encuentro amistoso, incluso familiar, cuñados y suegras incluidos, es verificación de una libertad recuperada, aunque sea condicional. Sucedió el verano y en las recientes navidades, cuando la tregua del virus devino en un espejismo de retorno a las relaciones personales como siempre se han entendido, empujadas por el natural deseo de volver a ver rostros casi pixelados por el óxido del encierro y los imperativos de salvar el consumo como motor de la economía. No importó, aún  dándonos cuenta, por la acusica estadística, de que estábamos preparando la pista de aterrizaje a la nueva oleada que nos abofetea sin piedad. Ahí está la insidiosa recuperación del carpe diem.

 

La pandemia nos ha cerrado este presente. Estamos en la obligación de construir uno nuevo, que a lo mejor (o peor) tampoco se diferencia tanto. Parte del gran problema de que la cimentación peca de excesos y de defectos, excluyendo, por ahora, las dosis adecuadas  para dar el justo sabor al cocinado de la receta original.

 

Para todos, la máxima urgencia se prefigura en nuestras rutinas: las reuniones familiares sin acotaciones y a cara descubierta; los besos, abrazos y apretones a los cercanos;, la celebración onomástica en restaurantes devueltos al reservado el derecho de admisión y despojados del antipático aforo, palabra inocente a la que auguro connotaciones malsanas; la ronda de vinos y cervezas en primera, segunda, tercera…fila de barra; el visionado de película entre los chist airados a ocupantes de butacas cercanas que destripan sin pudor la trama; el desplazamiento tranquilo y confiado en el transporte público, donde a lo mejor los apretujones adquieren el encanto de lo próximo, ahora que todo se percibe tan lejano; la simple movilidad de escaparse a la casa de campo o de playa, para abrir las válvulas de la angustia y domesticar las ansiedades. Sencilleces que toda esta hechicería de lo invisible ha convertido en usos extraordinarios, cuando no, prohibidos.

 

La vida próxima se atendrá a una clasificación más nítida entre lo macro y lo micro de nuestros aconteceres. Expresados los primeros, más propios de nuestro albedrío, de nuestra microexistencia, habrá que convivir con los de mayor enjundia, las macrodecisiones que, la mayoría, están fuera de nuestro control y se encuadran en la colectividad más que en la individualidad.  Se partirá de cero en muchos aspectos. Preocupante por la querencia no oculta de líderes seducidos por las distopías literarias que helaron la sangre una par de siglos atrás.

 

Puestos a pensar habrá que detenerse en el orden de nuestras prioridades grupales y, sobre todo, en las enseñanzas que se pueden sacar del trauma mundial. No dejo de imaginarme un cambio radical en conceptos de defensa nacional, en el reemplazo de los ejércitos de uniforme por batallones de batas blancas, con similar vocación de repeler enemigos tan letales o más que las armas convencionales. La sanidad, sin duda, está llamada a ser un nuevo Estado Mayor de movimientos estratégicos.

 

Las nuevas tecnologías han avanzado su papel en la nueva sociedad. Bondades y maldades  se solapan bajo su concurso. Se aprecian como herramientas de servicio en la superficie, pero por sus alcantarillas se entrevé la voluntad de dominio en el mayor poder del ser humano: la razón y su hijo, el pensamiento. Revelador: mientras el mundo se empobrece a pasos agigantados, las empresas de este sector se enriquecen con dimensiones lucrativas de PIB nacional. Dura prueba para un  futuro óptimo.

                                                                                                             

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