Gregory Zambrano: Viaje silencioso y secreto a la poesía
Siempre recordaré el curso de literatura griega con mi entrañable profesor, León Algisi. Sobremanera, aquel donde dedicamos todo un semestre a leer y reflexionar sobre la obra de Melesígenes, Meles, Meón o Altes (apodado, Homero, el cegato), y su Odisea. Lo recuerdo hoy porque releyendo parte de la obra de Gregory Zambrano (Mérida, 1963), me queda una sensación de movimiento continuo, de un viaje eterno al centro de uno mismo. Porque si bien es cierto que Odiseo realiza su aventura de regresar a su amada patria, Ítaca, donde Penélope teje y desteje en su interminable ovillo esperando a su héroe, el viaje es doble: un desplazamiento interior donde se enfrenta a sus propios demonios.
Así también Zambrano ejecuta parte de su interminable viaje, donde el paisaje es constantemente fotografiado desde una mirada, un ojo que capta ángulos, resquicios de luz, perspectivas que son traducidos al lenguaje poético. Poeta del silencio, generoso y discreto, Gregory Zambrano construye una de las obras poética más complejas y densas en la literatura venezolana de los últimos años.
Sea en poesía como en ensayo, cultiva una escritura soportada en experiencias de vida y como acucioso lector, investigador y docente universitario. Gregory Zambrano es doctor en Literatura Hispánica. Magíster en Literatura Hispánica, y Magíster en Literatura Iberoamericana. Licenciado en Letras de la Universidad de Los Andes, donde fue director de la Escuela de Letras. Es profesor Titular jubilado de esa universidad, donde ha sido, además, docente e investigador adscrito al Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres”.
Desde 2011 es investigador en el Departamento de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tokio, Japón.
De su extensa obra publicada mencionamos las siguientes: Poesía. Víspera de la ceniza, (1990); Dominar el silencio, (1994); Ciudad sumergida, (1997); Desvelo de Ulises y otros poemas, (2000); Memorial del silencio, (2002); Los mapas secretos, (2005); Paisajes del insomnio, (2015). Ensayos y crítica literaria. Los verbos plurales, (1993); El lugar de los fingidores y otros estudios sobre literatura hispánica, (1999); Mariano Picón-Salas y el arte de narrar; (2003); Hacer el mundo con palabras. Los universos ficcionales de Kobo Abe y Gabriel García Márquez, (2011). Compilaciones. Odiseo sin reposo. Mariano Picón-Salas y Alfonso Reyes, correspondencia 1927-1959; Mariano Picón-Salas y México, (2002). Mantiene una página web: https://gregoryzambrano.com/
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De sus trabajos inéditos presentamos el siguiente poema.
Los cielos de la noche
Rendidas están las armas, mientras sueño. Cerrado el puño
sobre las espadas.
La hora oscura acecha y entre las sombras de la noche se teje
una emboscada.
Arde el fuego de la memoria, repaso los días, los rostros, los
paisajes.
Alguien se esconde en una esquina, también la duda y la
sospecha.
¡Ay luna! ¡Ay luna!
Déjame guardar el extravío, deja que te vea desde esta
trinchera de palabras
frágiles que el tiempo borra. Silencio, ecos, nadie respira.
La ciudad deslumbra en la mañana fatídica, aurora silenciosa
que descubre
los nardos insomnes, callados y sin esperanza.
Afuera hay un hombre triste y solo, envuelto en una música
inaudible.
Mi madre le suplica que se marche, pero al mirarnos, lo
sabemos: ese hombre soy yo,
a punto de partir hacia el abismo. No hay tiempo.
Vencer la noche, vencer las sombras. Amanece y los cielos
intuyen el reverberar de la canícula. Estoy solo y salgo al
encuentro del oscuro heraldo.
Romper el silencio no es un acto de valor. Miro y avanzo
resuelto entre las dudas.
No estoy vencido, acaso la mañana teje su último balbuceo.
Solo queda el rastro de unas huellas ligeras sobre el camino,
ni el humo del primer fogón que se despierta, ni el olor del
arestín.
Mi voluntad sigue intacta, pero mi cuerpo está ya mutilado.
Los huesos sacan fuerzas, los dedos son enjambres, lirios
desolados.
Viene en mi auxilio el niño que fui imaginando el cielo, con
nubes limpias y fugaces.
Amanece, pero ya es tarde, tarde.
Ahora, yo soy la noche que se derrumba sin piedad. Es el
naufragio. Nadie duerme.
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Juan Guerrero: Varios son los temas que marcan tu poética. Sin embargo, la visión de un viaje es una constante en tu obra. ¿Por qué esa mudanza, ese viaje continuo?
Gregory Zambrano: Viajar fue un anhelo que me acompañó desde la infancia. Comencé a hacer viajes cortos por los pueblos de los Andes en compañía familiar, y eso me abrió las puertas a la contemplación del paisaje. Después, cuando salí de las montañas, uno de esos viajes de la infancia más impresionantes para mí fue recorrer en pequeñas embarcaciones los caños que desembocan en el Lago de Maracaibo, acompañando a mi abuela paterna, Irene, que fue siempre muy viajera. Tendría yo unos seis o siete años. Quería siempre saber qué había más allá y mi abuela me contaba cosas fascinantes que me llevaron después a la lectura. Los libros de viajes también me gustaron desde que comencé a leer. Así que tal vez esas primeras andanzas fueron marcando mi experiencia contemplativa y de lector.
Después vino la escritura y la fotografía, que también me interesa mucho. Así que la experiencia del viaje me ha acompañado en la escritura poética, es uno de mis motivos.
Diversas circunstancias me han llevado a cambiar de paisajes y de alguna manera estos se van quedando impregnados en la memoria, que después se han volcado en algunos poemas.
Te pregunto sobre esa visión del ‘viaje’, Gregory, porque siento una doble intención en ello. Cierto que hay un viaje físico, lo marcan textos, por ejemplo, en Ciudad sumergida, donde la mirada describe un paisaje urbano bien delimitado. Pero también existe otro viaje, un descenso a la interioridad del ser de las cosas. ¿Es una especie de doble viaje odisíaco?
El viaje como desplazamiento también lleva un sentido hacia la introspección. Mirar, pensar, asombrarse, sumergirse en las voces que vienen del silencio. Y esto no corresponde a una dinámica que parte de la compañía o la soledad, sino a una especie de otra voz que está fuera de uno mismo, y que es al mismo tiempo como un espejo que permite mirar hacia el interior.
Esto solo lo podemos revelar –o por lo menos intentarlo- con la palabra. En ese sentido te diría que sí hay un viaje hacia la interioridad y lo que se puede extraer de él es un lenguaje cifrado, a veces críptico, que obliga a establecer conexiones y relaciones con hechos guardados en la memoria, que detonan ciertos sentidos.
Por eso a veces en el poema quedan solo pinceladas, trazos, puntos suspensivos, porque el lenguaje todavía no se ha vaciado del todo. Es probable que la recurrencia en este tema se deba a un intento que tal vez siempre sea inconcluso.
En tu obra es palpable una variedad de temas: la nostalgia, la mujer y su resplandor amoroso, sensual, el suicidio y la muerte. Sin embargo, es la memoria y su andar, su nostálgico transitar que se hace y a la vez, se detiene para recomenzar. ¿Acaso transitas (reescribes) un mismo y continuo texto?
Algunos poemas han surgido de experiencias inmediatas. Dominar el silencio surgió como parte de una reflexión sobre el tema del suicidio. Muchos habitantes de la ciudad de Mérida, donde crecí, han sido tocados directa o indirectamente, por este fenómeno de la muerte volitiva. Algunos atribuyen a las montañas, a su presencia avasalladora, cierto poder asfixiante. Para mí las altas montañas ejercieron y ejercen más bien mucha fascinación.
Desde la literatura quise hacer una especie de acompañamiento, ver en ese hecho tan complejo, una forma de reafirmar la vida. Quise escribir desde la obra de algunos suicidas que fueron artistas y que de alguna manera siguen viviendo en sus obras. Por eso los llamo con sus nombres propios. Pero este tema se cerró allí.
Otros temas, como los que mencionas, creo que tienen asidero en los juegos de la memoria. Recuerdos de hechos que vuelven y a veces se convierten en sombras, y sin que sea muy consciente del proceso, vuelven a ser el fondo de la escritura. Pero cambia la circunstancia, el paisaje, los rostros o los gestos de muchas personas, el momento emotivo. Pero no quiero decir con ello que siempre hay reescrituras.
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Percibo una estrecha relación entre tu mirada poética y la mirada (ojo) fotográfica. Planos, perspectivas colman tu geografía poética. Son líneas, ángulos en lo externo que capturas con tu mirada. ¿Es igual ese ‘ojo’ en lo interno, en tu viaje secreto?
Cada poema surge como una imagen, primero no muy definida que va poco a poco haciéndose más clara. A veces se puede ver de manera íntegra, pero no siempre es así. La imagen se disipa, huye, y solo queda una huella, es decir un trazo con palabras, un boceto al que se puede retornar, pero en la mayor parte de los casos desaparece.
Cuando capturo una imagen fotográfica que me inquieta, trato de describirla con palabras. Lo he hecho como un ejercicio, trato de leer la imagen poéticamente. Hay elementos que no pueden representarse, a veces las palabras no alcanzan. Es como tratar de decir exactamente la idea que tenemos de lo efímero, o de la eternidad. Es un ejercicio de búsqueda interior, pero sabemos que esto le sucede a mucha gente, solo que pasa tan rápido que no nos percatamos. Entonces quedan las palabras esperando un mejor momento para revelar ese misterio. Yo lo veo como un juego y en eso la búsqueda de las palabras se dilata y no emerge el poema. Y al contrario también sucede, cuando leo un poema que me inquieta, y trato de desmontar cada una de las imágenes que ese poema me revela.
Por eso es que leer poesía es fascinante, por lo inacabado, lo caleidoscópica que puede resultar la mirada. Por cierto, esta es una palabra que me gusta mucho para acercarme a las diferentes capas –colores y formas- que busco descifrar en una fotografía, lo que me sugiere para un verso o un poema.
Hace tiempo organicé un conjunto de fotografías con este juego, la titulé “Caleidoscopio del paisaje japonés”, que tenía la intención de ver con mirada poética el cambio de las estaciones en este país. Y eso también podría verse como un viaje, por el paisaje, pero sobre todo por los estados de ánimo asociados con el paso de las estaciones.
Hace años, en 1981, conversando con Oswaldo Trejo, ese escritor de la incertidumbre del verbo, me mostró en su casa cómo era el proceso de su hasta ese momento, última obra. Sacó de una gaveta unos dibujos con colores pasteles pintados en unos cartoncitos cuadrados. Les daba cierto orden y de seguidas, hablaba sobre el cuerpo de su escrito. Luego, ordenaba de otra manera los dibujos y su comentario giraba sobre otro inicio. Así lo hizo varias veces. Años después publicó su novela, Metástasis del verbo.
A lo que deseo llegar, Gregory, es a esa intencionalidad, ese efecto tan particular y hasta misterioso que tienen las imágenes y colores sobre la escritura. ¿Te has encontrado con ello en tu estancia en Japón?
Oswaldo Trejo es un caso muy interesante, porque él en sus novelas y cuentos busca desentrañar formas no convencionales de la escritura, agotar los significados de las palabras al punto de crear sonoridades retorciendo la sintaxis o haciendo juegos de palabras. Era un proceso experimental, de decantación que luego ponía reto a sus lectores, sobre todo en sus últimas obras.
Interesante que te haya mostrado el proceso. Para muchos autores ese laboratorio suele ser intransferible por lo personal y único. Como te comenté, me gusta también jugar con las imágenes. Suelo ser muy observador y frecuentemente me detengo a mirar, y trato de reconstruir sentidos a partir de lo que las imágenes evocan.
En Japón hay muchos contrastes, entre el vértigo de las ciudades grandes, con su trasiego de gente movida por la prisa y el afán de puntualidad, pero también por los espacios serenos, donde todo parece detenerse y entrar en otro sentido del tiempo y eso lo puedes encontrar en espacios coexistentes con apenas cambiar de ruta y dejarte llevar. Grandes avenidas o autopistas, y al lado un jardín, un estanque, el silencio y la placidez de los paseantes. Así que esos contrastes, esos cambios permanentes, que están afuera, también están moldeando la manera que uno tiene para relacionarse con el ambiente. Ahí entran en juego todos los sentidos, solo que la mayor parte de las veces ese proceso es inconsciente.
Hay varios grupos de poetas que escriben haiku, son prácticamente clubes de poetas, y se reúnen en algunos parques y jardines. Pasan un buen tiempo en la contemplación y la experiencia no siempre se logra captar en la escritura. Pero el disfrute está en la búsqueda, en el proceso que también es una forma de plenitud. Esto lo experimenté directamente en ocasión de trabajar con un grupo de poetas y traductores. Ellos iban compartiendo experiencias estéticas mientras buscaban darle al nuevo poema que surgía del esfuerzo colectivo de traducción todos los sentidos posibles de un ideograma para que el resultado fuera satisfactorio. Las conversaciones eran fascinantes, pero el proceso podía tornarse infinito. Esa complejidad tal vez explique el hecho de que aparte de haiku y tanka, hay relativamente poca poesía, digamos, moderna, en traducciones directas.
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En esos contrastes que mencionas, ¿cómo concibes la obra de un autor, como Kobo Abe, y tu propia experiencia como creador?
Entre los narradores japoneses es posible encontrar ciertos puntos en común, sobre todo en la manera como se aproximan a su propia tradición literaria y cultural que, metafóricamente, es una atmósfera envolvente. Si analizamos a los narradores de finales del siglo XIX y comienzos del XX, el peso de la tradición japonesa es muy fuerte en autores como S?seki Natsume, Yasunari Kawabata, Junichiro Tanizaki, Ry?nosuke Akutagawa, Osamu Dazai, e incluso, Yukio Mishima, entre otros. Pero en la narrativa de Kobo Abe –que también fue poeta y dramaturgo- se percibe que su principal empeño fue alejarse de esos moldes para dialogar con otras tradiciones, principalmente la francesa e inglesa, y tal vez por eso sus novelas y cuentos derivan hacia la literatura fantástica o la ciencia ficción científica.
Abe se aleja del realismo para adoptar posturas críticas sobre fenómenos políticos de su tiempo, como los totalitarismos, y se interesa por los problemas del individuo, como la identidad o la otredad, la alienación, el pesimismo y el absurdo, que reflejan muy bien la incertidumbre que vivía Japón después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Este hecho coincide con su madurez intelectual y sobre estos temas también reflexiona en los ensayos que publicaba frecuentemente en la prensa. Era un intelectual muy agudo, intuitivo y muy creativo literariamente.
A mí me llamó la atención el modo como le entusiasmó la novela Cien años de soledad, que leyó cuando recién se publicó en japonés, gracias a la traducción del profesor Tadashi Tsuzumi y me pareció interesante su sentido del humor, y sobre todo su interés en comprender esa otredad misteriosa que es América Latina vista desde Japón. La obra de Abe me interesó por esa búsqueda de comprensión a partir de los contrastes. He disfrutado mucho leyendo a Abe, pero me inquieta esa fuerte dosis de ‘ingrimitud’ que hay en sus personajes. En ese sentido, me siento lejos de esa ‘poética’ hablando literariamente, pues para mí es muy importante el diálogo, el acompañamiento, la fraternidad, el sentido de la amistad.
La mayor parte de los personajes de Abe viven solos, angustiados y con poca esperanza. Pero su lenguaje, y aquí me parece uno de sus mayores logros, es directo, con una sintaxis precisa, despojado de retórica, muchas veces en esa aparente sencillez se esconde la belleza de su escritura llana y tan personal.
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Me llama la atención el término ‘humor’, como contraste, en Abe, tal y como lo indicas. No dudo que sonrían y exista entre ellos cierta alegría, pero, ¿no te parece extraño esta característica en la literatura japonesa?
El humor está presente en varios autores japoneses, pero en el caso de Kobo Abe es una de sus características más interesantes. Normalmente podemos encontrar mucha ironía, sarcasmos y todas las variantes del humor, desde la exasperante intriga de un personaje que se dice marciano y no deja descansar a su interlocutor con los argumentos más retorcidos, hasta el humor negro que se expresa cuando un personaje encuentra en su casa un cadáver y no sabe cómo deshacerse de él, asumiendo de entrada la culpa por un delito no cometido, y en ese dilema el personaje sufre mientras el lector se divierte ante sus peripecias. Luego, podemos pasar al humor político que se desprende de una reunión internacional de pulgas que se dan cita en un bar de Shinjuku para hablar sobre la Guerra Fría, o la crítica al sistema de salud japonés que trata las enfermedades como un tabú. Este mundo hospitalario lo conocía muy bien pues él era un médico que no ejercía su profesión.
En muchas de sus novelas y cuentos hay una veta muy rica de estos recursos expresivos, que habría que valorar en su función lúdica, más que un afán correctivo, que sería el papel de la sátira. Por esta razón para muchos lectores japoneses contemporáneos de Abe su escritura resultaba inquietamente, fuera de ciertos paradigmas muy comprometidos con los valores ancestrales de la tradición japonesa y eso también ocasionó que, leído con los patrones occidentales, se le asociara con la escritura de Edgar Allan Poe, Rainer María Rilke, Franz Kafka o Samuel Beckett.
Me gustaría tu opinión sobre la obra de Mariano Picón Salas y su actualidad en el contexto sociopolítico venezolano. Visto tu amplio conocimiento sobre la vida y obra de este destacado intelectual venezolano.
Mariano Picón Salas tuvo desde muy joven una conciencia clara sobre los valores de la democracia. Cuando se trasladó a Caracas para estudiar en la Universidad Central de Venezuela en 1922, pudo percibir el miedo y la zozobra que sus contemporáneos vivían bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez. En Mérida, tal vez por la dinámica conservadora de la ciudad y el protectorado familiar esta tensión tenía atenuantes. Su salida hacia Chile el año siguiente, para buscar nuevos rumbos y formarse intelectualmente, también tuvo que ver con escapar de lo que él consideraba los únicos destinos posibles para los jóvenes de esa época: la cárcel o la enfermedad, que veía casi como una encrucijada. Y todo lo que correspondió a la formación de su conciencia política e intelectual fue luchar por valores como la libertad, la justicia, la tolerancia, la verdad, el respeto por el otro. A ello sumó otros caminos, como la búsqueda y expresión de la belleza. En sus escritos hay abundantes reflexiones sobre estos temas. Y en lo político, combinó aquellos valores con la idea de equidad, por eso siempre creyó en la democracia, y fue enemigo de los totalitarismos, de derecha o de izquierda.
En su libro, Los malos salvajes fustiga a los líderes mesiánicos y cuestiona la devastación que causaron sobre Europa. Picón Salas reflexionó mucho sobre Venezuela, no solo sobre su pasado, sino también sobre su devenir; pienso que es uno de los intelectuales más visionarios en la medida que pudo figurarse a una Venezuela desarrollada, sostenida en un conjunto de valores, principalmente, de libertad y justicia. Por eso le dio una importancia fundamental a la educación. Su obra como pensador y como creador de instituciones tiene mucho que ver con su interés en fomentar la ciudadanía. Por esta razón, en diversos ensayos Picón Salas no solo llama la atención sobre el estudio y conocimiento acerca del pasado, sino sobre las tareas de su presente. Por ejemplo, su libro Comprensión de Venezuela atesora una mirada optimista hacia el país, que habría de construirse una vez superadas las dictaduras militares.
Quizás era demasiado optimista en 1948 ante la llegada de un civil como Rómulo Gallegos a la presidencia de la República. Lamentablemente, esos proyectos fueron truncados otra vez por las intervenciones militares que vinieron luego a consolidar nuevas dictaduras. Pero su pensamiento, en su etapa de madurez, estuvo afianzado en las posibilidades de la democracia, con todo y sus carencias e imperfecciones. Quizás el balance que leemos en sus memorias, Regreso de tres mundos, lo muestran a veces un tanto decepcionado con su presente, pero visto el conjunto de su obra institucional e intelectual, podríamos decir que pensaba la Venezuela del futuro como un proyecto a largo plazo, basado en la educación civil y civilista. Esto, entre muchas otras convicciones, sigue vigente.
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La visión que generalmente se aspira e impone sobre el país gira alrededor del ‘bolivarianismo’ y su figura central, totémica, Simón Bolívar. De hecho, marcando su huella militar de tragedias. ¿Qué destino vislumbras en una nación donde la visión humanística de hombres civilistas, como Andrés Bello, Luis Castro Leiva, Cecilio Acosta, o Picón Salas, permanece aislada del proceso educativo nacional?
En países como el nuestro, el culto al héroe es un problema endémico. Y lo peor es que se han intentado aplicar modelos que fueron pensados para un tiempo preciso, para ciertas coyunturas que demandaron decisiones y acciones muy puntuales. Los modelos de acción política no son intercambiables.
Obviamente, persiste el respeto y la consideración a la memoria de los héroes y la valoración de una gesta, con sus aciertos y carencias. Esto se constituye como memoria y herencia. Hay hechos que ya están superados, cronológicamente, mas no culturalmente, como el caudillismo, por ejemplo.
La educación de la Venezuela que vendrá, porque tendremos que refundarla entre todos, deberá replantearse en muchos sentidos, y se darán intensos debates al respecto. La discusión sobre los fenómenos históricos requiere de visiones amplias, que estudien y replanteen el fenómeno del culto al héroe, y no solo acerca de Simón Bolívar y otros héroes de la Independencia; también del gendarme necesario, del ideal nacionalista o del caudillo vengador.
Habrá que plantear otras maneras no dogmáticas de enseñar la Historia, retomar la educación moral y cívica, formar ciudadanos y replantear la idea de pueblo, en cuyo nombre se han cometido las peores injusticias e inexcusables crímenes. Sobre eso ya alertaba, a finales del siglo XIX, Cecilio Acosta. Y eso implica volver sobre los principales pensadores, educadores e historiadores de los siglos pasados. Y no podemos soslayar a intelectuales que en el siglo XX trataron de alertar y proponer modelos, que lamentablemente no fueron atendidos.
Hay que volver a Mario Briceño Iragorry, a Mariano Picón Salas, a Augusto Mijares, que pensaron al país en una coyuntura de cambios y transformaciones y que perfilaron el país hacia su modernización. A Carlos Rangel, que avizoró los peligros que estaban en puerta y no logramos visualizar. A Enrique Bernardo Núñez, a Juan Liscano, a Luis Alberto Machado. Y por supuesto a los pensadores contemporáneos, de distinto signo político, como corresponde, que los hay de gran valía.
En la Venezuela que vendrá, libre de tiranías, con un amplio abanico de posturas y enfoques será necesario el concurso de nuestros historiadores, educadores, sociólogos, comunicadores, intelectuales de visión amplia, comprometidos con la idea de que el país es una tarea común, como decía Picón Salas. Por supuesto, el papel de las escuelas de Humanidades y Educación será fundamental. En general se deberá revisar la función del maestro que se necesita a la luz del modelo que se quiera construir. Y eso hay que planificarlo desde ahora.
El papel de las universidades será esencial, pero tenemos que recuperarlas y garantizarles el funcionamiento y el reconocimiento a la dignidad de su labor, que ha sido reducido a un nivel de supervivencia. Este es un espacio clave como formador de conciencia. Tendremos que aprender del pasado remoto, sí, pero urge hacerlo del pasado reciente para superar las profundas cicatrices que dejará este proceso de destrucción del Estado y sus instituciones.
Los héroes, en el panteón con el respeto debido a su memoria, pues cumplieron su papel a la altura del tiempo que les tocó vivir. Pero hay que tener cuidado con los falsos héroes, los que destruyeron en lugar de edificar.
Ahora, al alba de una nueva década, hay muchos retos para reconstruir y refundar las bases de un Estado moderno, que sea justo, que garantice la vida digna al ciudadano, en todos los sentidos, y que supere el resentimiento, que ha sido uno de los propulsores de la tragedia que hoy vive Venezuela.
¿Cuál sería ese lenguaje que logre identificarse con esto que planteas, que privilegie en la Educación Idiomática lo cívico, que construya ciudadanía?
Me refiero a un programa amplio que refunde los valores a través de la educación. En eso también hay que lograr el concurso de los medios de comunicación, de los comunicadores. Es necesario articular alternativas para fortalecer la comunicación, cuidar el idioma, resistir ante la retórica que encierra ideologías engañosas. Tú mismo has reflexionado sobre el lenguaje y el totalitarismo. En Venezuela se ha impuesto una neo lengua, que se ha adoptado de una manera natural, como consecuencia de la repetición sistemática. Y eso no ha sido casual. Y el lenguaje se ha despojado de su fuerza constructiva, conciliadora y conductora de valores positivos. El lenguaje se ha empobrecido y la comunicación se ha hecho banal y precaria, lo cual en muchos casos deviene avasallamiento, negación y lo que es peor, falsificación de los hechos. Esto se ve también y no pocas veces en las redes sociales, donde se evidencian estos métodos negativos.
Por supuesto que no hay fórmulas mágicas para revertir esta erosión en el lenguaje. Es un proceso a largo plazo, que convoca enormes retos para los liderazgos. Pienso en la gran responsabilidad de los educadores, que pueden ser aliados por su condición de líderes transformadores, pero por supuesto también tendríamos que exigirlos en otros liderazgos que están profundamente conectados, como el político y el comunicacional, entre otros.
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Realizaste un largo viaje que te llevó hasta Japón. ¿En qué proyectos trabajas?
Me gusta trabajar en varios proyectos al mismo tiempo. Normalmente escribo artículos con temas literarios para revistas académicas; colaboro con la revisión de traducciones del japonés al español, y con la elaboración de libros de texto para la enseñanza del español. Atiendo mis cursos de literatura latinoamericana y de español en la Universidad de Tokio. Todo el año escolar del 2020 se realizó en línea. Este año, probablemente, se pueda llevar a cabo la modalidad híbrida, con algunos cursos presenciales, pero todavía no se ha decidido. Estoy revisando las antologías de poesía venezolana más recientes. Procuro mantenerme informado sobre las tendencias que van apareciendo y las propuestas de los poetas más jóvenes, y también de los narradores. Así que buena parte del día lo dedico a leer, escribir y estudiar.
¿Cuál es la apreciación que tiene la crítica japonesa sobre la literatura venezolana?
Es una pregunta difícil de responder porque no tengo parámetros para afirmar con certeza si nuestra literatura se conoce en Japón o hay interés en algunos autores y obras. Desafortunadamente hay muy pocas traducciones de obras literarias nuestras. Por lo menos entre algunos hispanistas que conozco, hay interés en obras contemporáneas y algunos autores son conocidos, pero es un sector de especialistas bastante reducido. En algunos cursos podemos leer, principalmente cuentos, ensayos y poesía en español. En mis programas procuro incluir autores venezolanos. Pero es todavía una labor pendiente, dar a conocer a nuestros autores de una manera más amplia y para ello son necesarias las traducciones. Creo que eso pasa no solo con el japonés, sino con muchas otras lenguas. Hace falta mayor disposición de las editoriales para encargar traducciones y lograr que nuestros autores circulen en estos rumbos. Es un trabajo lento, pero hay que seguir poco a poco sembrando la semilla entre lectores jóvenes que estudian español o cultura hispánica para que se estimulen y eventualmente se animen a leer obras directamente en español. Hay mucha tarea por hacer en ese sentido.
Como investigador de la literatura venezolana, y sobre todo como lector, me gustaría tu valoración de la nueva poesía nacional, autores y obras.
Gracias a la generosidad de varios poetas recibo libros de poesía en formato digital. También recibo narrativa y ensayos. Estoy pendiente de las publicaciones virtuales que se hacen actualmente. No solo por las limitaciones propias de editar libros impresos en Venezuela, debo reconocer a las editoriales que han estado haciendo esfuerzos en otros países para divulgar la poesía venezolana.
Recientemente he podido obtener la antología Rasgos comunes. Antología de poesía venezolana del siglo XX, que organizaron Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni, publicada en España en 2019. A pesar de las ausencias he vuelto a releer a autores entrañables para mí. Antes había leído Cantos de fortaleza. Una antología de poetas venezolanas, compilada por David Malavé y Artemis Nader, publicada también en España, en 2016. Igual me ha pasado con la antología El puente es la palabra, que organizaron Kira Kariakin y Eleonora Requena. Publicada por Cáritas de Venezuela, en 2019. Me he reencontrado con voces conocidas y otras muchas nuevas, unidas por el fuero de la nostalgia, la memoria y el desarraigo, la experiencia migrante y la huella que ha dejado en la escritura lo que en líneas generales se ha denominado la diáspora.
El año pasado apareció otra antología, preparada por Les Quintero y Graciela Bonnet, titulada Pasajeras, una reunión estupenda de autoras. Por otra parte, es impresionante la cantidad y calidad de la obra de autores noveles. Los concursos literarios han revelado nuevas voces, gracias a la labor de iniciativas privadas, como la Poeteca, en Caracas, un espacio que espero conocer algún día, pues me parece un milagro en estos tiempos. Gracias a esta labor he podido leer voces noveles y consagradas. No querría hacer una nómina como tal, pero tengo cercanía con la obra de Jairo Rojas, su libro reciente, Geometría de la grieta me ha gustado mucho; con Jesús Montoya y su poemario Rua São Paulo, o Canto de chicharra, de Carlos Iván Padilla. Con los autores descubiertos por el Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, que arrancó en 2016 y ha hecho una labor sostenida, publicando a los ganadores y a los poetas reconocidos con menciones, hasta 2020.
Así otras líneas de divulgación que generosamente comparte La Poeteca en formatos digitales a través de sus distintas colecciones. Debo agregar también el magisterio que siguen ejerciendo poetas, como Rafael Cadenas, Alfredo Chacón, Rafael Castillo Zapata, Yolanda Pantin, Arturo Gutiérrez Plaza, Gabriela Kizer, Armando Rojas Guardia, lamentablemente fallecido en 2020, entre otros. La labor de los talleres que imparten algunos poetas, como Gabriela Rosas y Miguel Marcotrigiano, por ejemplo, es fundamental. Me acompañan las iniciativas digitales de divulgación, como @TeamPoetero, impulsado por Oriette D’Angelo, @Autoresvzlanos, que anima Tibisay Guerra o la revista literaria El Cautivo, que lleva desde hace varios años la poeta María Antonieta Flores, y el blog de Silvia Navarro, “Vomité un conejito”. De igual manera la revista Letralia, que alienta Jorge Gómez Jiménez, entre muchas otras iniciativas.
Sin embargo, me gustaría saber qué se hace no solo en Caracas sino también en otros estados de Venezuela. Es muy potente la voz poética venezolana, esto se ha reconocido en distintos momentos y en diversos ámbitos y creo que la poesía tiene mucho que decir de estos tiempos convulsos.
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¿Qué rasgos significativos encuentras en esta etapa de la poesía venezolana que puedas destacar?
Para responder con eficacia a esta pregunta tendría que dedicar tiempo a una reflexión más detenida. Creo que no es sencillo resumirlo en pocas palabras. Podría decir, solo como una impresión de lector, que hay una conciencia del manejo del lenguaje poético, depurado de artificios retóricos, lejos de convenciones que rindan culto a las tendencias del pasado, pero sin ignorar la tradición. De hecho, hay explícitos homenajes a poetas precedentes o contemporáneos a través de los paratextos citados como epígrafes, temas y recurrencias formales, así como una tendencia hacia los versos breves y los poemas sintéticos. Es decir, hay un diálogo continuo con la tradición. Encuentro una búsqueda de expresión desde la interioridad, más que el exteriorismo o las réplicas del lenguaje conversacional que tiene buena parte de la poesía de los años 80 y 90 del siglo pasado.
Hay una mirada hacia la introspección, a los temas del mundo cotidiano, ínsito, sutil. Y también existe la marca textual del desplazamiento, el viaje, la nostalgia y el desarraigo. En general encuentro una poesía de aliento y búsquedas, no de derrota. Sin duda, la coyuntura histórica en la que se han formado muchos de los poetas ha influido. La mayoría de los poetas venezolanos, que hoy en día tienen menos de treinta años, han crecido entre el desconcierto y la desesperanza, entre la simulación y el miedo, entre la carencia y la mentira. Eso deja sus huellas en la sensibilidad, en el sentido de realidad, en la búsqueda y necesidad de certeza. Esto es interesante, también constatar cómo algunos autores han combinado formas de expresión, es decir, a la poesía han sumado el intento narrativo, la fábula irónica, la música, el collage y la fotografía.
En esas coyunturas expresivas de nuevos lenguajes y estéticas, ¿dónde sitúas tu poesía?
Mi primer poemario está impregnado de un afán por decir. Tiene mucho que ver con la experiencia del taller literario, con la lectura colectiva y la escucha permanente; con el magisterio de poetas con quienes intercambiaba de manera directa, porque algunos fueron mis profesores, como José (Pepe) Barroeta, Ramón Palomares, Ángel Eduardo Acevedo, Armando Rojas Guardia y Julio Miranda, entre otros.
Con Dominar el silencio la experiencia fue más contenida, más sintética, con más silencios. Luego vinieron otras coyunturas, como mi viaje y residencia durante un lustro en México, el contacto con una tradición muy rica y estimulante, que ya me acompañaba como experiencia de lectura, desde poesía náhuatl, hasta la obra de José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines y muchos otros. Pero también la lectura de los clásicos españoles y los poetas de la llamada ‘generación del 27”. Y así otras tradiciones latinoamericanas, como la argentina, principalmente Oliverio Girondo, Roberto Juarroz y Juan Gelman. La peruana, con César Vallejo, César Moro, Jorge Eduardo Eielson o Blanca Varela. La chilena, con Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra. Y por supuesto los poetas venezolanos de distintas épocas.
He sido un lector de poesía a lo largo de mi vida y creo que mi escritura está impregnada de todas esas voces; lo digo con humildad, porque he querido siempre rendir un homenaje a esos poetas cuya obra ha sido para mí una especie de compañía en muchos sentidos. Tal vez por eso no tengo una manera de situar mi escritura en relación con un lenguaje o una estética específica, porque sigo en un proceso de búsquedas y continúo un camino de diálogo y aprendizaje.
Así también Zambrano ejecuta parte de su interminable viaje, donde el paisaje es constantemente fotografiado desde una mirada, un ojo que capta ángulos, resquicios de luz, perspectivas que son traducidos al lenguaje poético. Poeta del silencio, generoso y discreto, Gregory Zambrano construye una de las obras poética más complejas y densas en la literatura venezolana de los últimos años.
Sea en poesía como en ensayo, cultiva una escritura soportada en experiencias de vida y como acucioso lector, investigador y docente universitario. Gregory Zambrano es doctor en Literatura Hispánica. Magíster en Literatura Hispánica, y Magíster en Literatura Iberoamericana. Licenciado en Letras de la Universidad de Los Andes, donde fue director de la Escuela de Letras. Es profesor Titular jubilado de esa universidad, donde ha sido, además, docente e investigador adscrito al Instituto de Investigaciones Literarias “Gonzalo Picón Febres”.
Desde 2011 es investigador en el Departamento de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Tokio, Japón.
De su extensa obra publicada mencionamos las siguientes: Poesía. Víspera de la ceniza, (1990); Dominar el silencio, (1994); Ciudad sumergida, (1997); Desvelo de Ulises y otros poemas, (2000); Memorial del silencio, (2002); Los mapas secretos, (2005); Paisajes del insomnio, (2015). Ensayos y crítica literaria. Los verbos plurales, (1993); El lugar de los fingidores y otros estudios sobre literatura hispánica, (1999); Mariano Picón-Salas y el arte de narrar; (2003); Hacer el mundo con palabras. Los universos ficcionales de Kobo Abe y Gabriel García Márquez, (2011). Compilaciones. Odiseo sin reposo. Mariano Picón-Salas y Alfonso Reyes, correspondencia 1927-1959; Mariano Picón-Salas y México, (2002). Mantiene una página web: https://gregoryzambrano.com/
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De sus trabajos inéditos presentamos el siguiente poema.
Los cielos de la noche
Rendidas están las armas, mientras sueño. Cerrado el puño
sobre las espadas.
La hora oscura acecha y entre las sombras de la noche se teje
una emboscada.
Arde el fuego de la memoria, repaso los días, los rostros, los
paisajes.
Alguien se esconde en una esquina, también la duda y la
sospecha.
¡Ay luna! ¡Ay luna!
Déjame guardar el extravío, deja que te vea desde esta
trinchera de palabras
frágiles que el tiempo borra. Silencio, ecos, nadie respira.
La ciudad deslumbra en la mañana fatídica, aurora silenciosa
que descubre
los nardos insomnes, callados y sin esperanza.
Afuera hay un hombre triste y solo, envuelto en una música
inaudible.
Mi madre le suplica que se marche, pero al mirarnos, lo
sabemos: ese hombre soy yo,
a punto de partir hacia el abismo. No hay tiempo.
Vencer la noche, vencer las sombras. Amanece y los cielos
intuyen el reverberar de la canícula. Estoy solo y salgo al
encuentro del oscuro heraldo.
Romper el silencio no es un acto de valor. Miro y avanzo
resuelto entre las dudas.
No estoy vencido, acaso la mañana teje su último balbuceo.
Solo queda el rastro de unas huellas ligeras sobre el camino,
ni el humo del primer fogón que se despierta, ni el olor del
arestín.
Mi voluntad sigue intacta, pero mi cuerpo está ya mutilado.
Los huesos sacan fuerzas, los dedos son enjambres, lirios
desolados.
Viene en mi auxilio el niño que fui imaginando el cielo, con
nubes limpias y fugaces.
Amanece, pero ya es tarde, tarde.
Ahora, yo soy la noche que se derrumba sin piedad. Es el
naufragio. Nadie duerme.
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Juan Guerrero: Varios son los temas que marcan tu poética. Sin embargo, la visión de un viaje es una constante en tu obra. ¿Por qué esa mudanza, ese viaje continuo?
Gregory Zambrano: Viajar fue un anhelo que me acompañó desde la infancia. Comencé a hacer viajes cortos por los pueblos de los Andes en compañía familiar, y eso me abrió las puertas a la contemplación del paisaje. Después, cuando salí de las montañas, uno de esos viajes de la infancia más impresionantes para mí fue recorrer en pequeñas embarcaciones los caños que desembocan en el Lago de Maracaibo, acompañando a mi abuela paterna, Irene, que fue siempre muy viajera. Tendría yo unos seis o siete años. Quería siempre saber qué había más allá y mi abuela me contaba cosas fascinantes que me llevaron después a la lectura. Los libros de viajes también me gustaron desde que comencé a leer. Así que tal vez esas primeras andanzas fueron marcando mi experiencia contemplativa y de lector.
Después vino la escritura y la fotografía, que también me interesa mucho. Así que la experiencia del viaje me ha acompañado en la escritura poética, es uno de mis motivos.
Diversas circunstancias me han llevado a cambiar de paisajes y de alguna manera estos se van quedando impregnados en la memoria, que después se han volcado en algunos poemas.
Te pregunto sobre esa visión del ‘viaje’, Gregory, porque siento una doble intención en ello. Cierto que hay un viaje físico, lo marcan textos, por ejemplo, en Ciudad sumergida, donde la mirada describe un paisaje urbano bien delimitado. Pero también existe otro viaje, un descenso a la interioridad del ser de las cosas. ¿Es una especie de doble viaje odisíaco?
El viaje como desplazamiento también lleva un sentido hacia la introspección. Mirar, pensar, asombrarse, sumergirse en las voces que vienen del silencio. Y esto no corresponde a una dinámica que parte de la compañía o la soledad, sino a una especie de otra voz que está fuera de uno mismo, y que es al mismo tiempo como un espejo que permite mirar hacia el interior.
Esto solo lo podemos revelar –o por lo menos intentarlo- con la palabra. En ese sentido te diría que sí hay un viaje hacia la interioridad y lo que se puede extraer de él es un lenguaje cifrado, a veces críptico, que obliga a establecer conexiones y relaciones con hechos guardados en la memoria, que detonan ciertos sentidos.
Por eso a veces en el poema quedan solo pinceladas, trazos, puntos suspensivos, porque el lenguaje todavía no se ha vaciado del todo. Es probable que la recurrencia en este tema se deba a un intento que tal vez siempre sea inconcluso.
En tu obra es palpable una variedad de temas: la nostalgia, la mujer y su resplandor amoroso, sensual, el suicidio y la muerte. Sin embargo, es la memoria y su andar, su nostálgico transitar que se hace y a la vez, se detiene para recomenzar. ¿Acaso transitas (reescribes) un mismo y continuo texto?
Algunos poemas han surgido de experiencias inmediatas. Dominar el silencio surgió como parte de una reflexión sobre el tema del suicidio. Muchos habitantes de la ciudad de Mérida, donde crecí, han sido tocados directa o indirectamente, por este fenómeno de la muerte volitiva. Algunos atribuyen a las montañas, a su presencia avasalladora, cierto poder asfixiante. Para mí las altas montañas ejercieron y ejercen más bien mucha fascinación.
Desde la literatura quise hacer una especie de acompañamiento, ver en ese hecho tan complejo, una forma de reafirmar la vida. Quise escribir desde la obra de algunos suicidas que fueron artistas y que de alguna manera siguen viviendo en sus obras. Por eso los llamo con sus nombres propios. Pero este tema se cerró allí.
Otros temas, como los que mencionas, creo que tienen asidero en los juegos de la memoria. Recuerdos de hechos que vuelven y a veces se convierten en sombras, y sin que sea muy consciente del proceso, vuelven a ser el fondo de la escritura. Pero cambia la circunstancia, el paisaje, los rostros o los gestos de muchas personas, el momento emotivo. Pero no quiero decir con ello que siempre hay reescrituras.
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Percibo una estrecha relación entre tu mirada poética y la mirada (ojo) fotográfica. Planos, perspectivas colman tu geografía poética. Son líneas, ángulos en lo externo que capturas con tu mirada. ¿Es igual ese ‘ojo’ en lo interno, en tu viaje secreto?
Cada poema surge como una imagen, primero no muy definida que va poco a poco haciéndose más clara. A veces se puede ver de manera íntegra, pero no siempre es así. La imagen se disipa, huye, y solo queda una huella, es decir un trazo con palabras, un boceto al que se puede retornar, pero en la mayor parte de los casos desaparece.
Cuando capturo una imagen fotográfica que me inquieta, trato de describirla con palabras. Lo he hecho como un ejercicio, trato de leer la imagen poéticamente. Hay elementos que no pueden representarse, a veces las palabras no alcanzan. Es como tratar de decir exactamente la idea que tenemos de lo efímero, o de la eternidad. Es un ejercicio de búsqueda interior, pero sabemos que esto le sucede a mucha gente, solo que pasa tan rápido que no nos percatamos. Entonces quedan las palabras esperando un mejor momento para revelar ese misterio. Yo lo veo como un juego y en eso la búsqueda de las palabras se dilata y no emerge el poema. Y al contrario también sucede, cuando leo un poema que me inquieta, y trato de desmontar cada una de las imágenes que ese poema me revela.
Por eso es que leer poesía es fascinante, por lo inacabado, lo caleidoscópica que puede resultar la mirada. Por cierto, esta es una palabra que me gusta mucho para acercarme a las diferentes capas –colores y formas- que busco descifrar en una fotografía, lo que me sugiere para un verso o un poema.
Hace tiempo organicé un conjunto de fotografías con este juego, la titulé “Caleidoscopio del paisaje japonés”, que tenía la intención de ver con mirada poética el cambio de las estaciones en este país. Y eso también podría verse como un viaje, por el paisaje, pero sobre todo por los estados de ánimo asociados con el paso de las estaciones.
Hace años, en 1981, conversando con Oswaldo Trejo, ese escritor de la incertidumbre del verbo, me mostró en su casa cómo era el proceso de su hasta ese momento, última obra. Sacó de una gaveta unos dibujos con colores pasteles pintados en unos cartoncitos cuadrados. Les daba cierto orden y de seguidas, hablaba sobre el cuerpo de su escrito. Luego, ordenaba de otra manera los dibujos y su comentario giraba sobre otro inicio. Así lo hizo varias veces. Años después publicó su novela, Metástasis del verbo.
A lo que deseo llegar, Gregory, es a esa intencionalidad, ese efecto tan particular y hasta misterioso que tienen las imágenes y colores sobre la escritura. ¿Te has encontrado con ello en tu estancia en Japón?
Oswaldo Trejo es un caso muy interesante, porque él en sus novelas y cuentos busca desentrañar formas no convencionales de la escritura, agotar los significados de las palabras al punto de crear sonoridades retorciendo la sintaxis o haciendo juegos de palabras. Era un proceso experimental, de decantación que luego ponía reto a sus lectores, sobre todo en sus últimas obras.
Interesante que te haya mostrado el proceso. Para muchos autores ese laboratorio suele ser intransferible por lo personal y único. Como te comenté, me gusta también jugar con las imágenes. Suelo ser muy observador y frecuentemente me detengo a mirar, y trato de reconstruir sentidos a partir de lo que las imágenes evocan.
En Japón hay muchos contrastes, entre el vértigo de las ciudades grandes, con su trasiego de gente movida por la prisa y el afán de puntualidad, pero también por los espacios serenos, donde todo parece detenerse y entrar en otro sentido del tiempo y eso lo puedes encontrar en espacios coexistentes con apenas cambiar de ruta y dejarte llevar. Grandes avenidas o autopistas, y al lado un jardín, un estanque, el silencio y la placidez de los paseantes. Así que esos contrastes, esos cambios permanentes, que están afuera, también están moldeando la manera que uno tiene para relacionarse con el ambiente. Ahí entran en juego todos los sentidos, solo que la mayor parte de las veces ese proceso es inconsciente.
Hay varios grupos de poetas que escriben haiku, son prácticamente clubes de poetas, y se reúnen en algunos parques y jardines. Pasan un buen tiempo en la contemplación y la experiencia no siempre se logra captar en la escritura. Pero el disfrute está en la búsqueda, en el proceso que también es una forma de plenitud. Esto lo experimenté directamente en ocasión de trabajar con un grupo de poetas y traductores. Ellos iban compartiendo experiencias estéticas mientras buscaban darle al nuevo poema que surgía del esfuerzo colectivo de traducción todos los sentidos posibles de un ideograma para que el resultado fuera satisfactorio. Las conversaciones eran fascinantes, pero el proceso podía tornarse infinito. Esa complejidad tal vez explique el hecho de que aparte de haiku y tanka, hay relativamente poca poesía, digamos, moderna, en traducciones directas.
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En esos contrastes que mencionas, ¿cómo concibes la obra de un autor, como Kobo Abe, y tu propia experiencia como creador?
Entre los narradores japoneses es posible encontrar ciertos puntos en común, sobre todo en la manera como se aproximan a su propia tradición literaria y cultural que, metafóricamente, es una atmósfera envolvente. Si analizamos a los narradores de finales del siglo XIX y comienzos del XX, el peso de la tradición japonesa es muy fuerte en autores como S?seki Natsume, Yasunari Kawabata, Junichiro Tanizaki, Ry?nosuke Akutagawa, Osamu Dazai, e incluso, Yukio Mishima, entre otros. Pero en la narrativa de Kobo Abe –que también fue poeta y dramaturgo- se percibe que su principal empeño fue alejarse de esos moldes para dialogar con otras tradiciones, principalmente la francesa e inglesa, y tal vez por eso sus novelas y cuentos derivan hacia la literatura fantástica o la ciencia ficción científica.
Abe se aleja del realismo para adoptar posturas críticas sobre fenómenos políticos de su tiempo, como los totalitarismos, y se interesa por los problemas del individuo, como la identidad o la otredad, la alienación, el pesimismo y el absurdo, que reflejan muy bien la incertidumbre que vivía Japón después de la derrota en la Segunda Guerra Mundial. Este hecho coincide con su madurez intelectual y sobre estos temas también reflexiona en los ensayos que publicaba frecuentemente en la prensa. Era un intelectual muy agudo, intuitivo y muy creativo literariamente.
A mí me llamó la atención el modo como le entusiasmó la novela Cien años de soledad, que leyó cuando recién se publicó en japonés, gracias a la traducción del profesor Tadashi Tsuzumi y me pareció interesante su sentido del humor, y sobre todo su interés en comprender esa otredad misteriosa que es América Latina vista desde Japón. La obra de Abe me interesó por esa búsqueda de comprensión a partir de los contrastes. He disfrutado mucho leyendo a Abe, pero me inquieta esa fuerte dosis de ‘ingrimitud’ que hay en sus personajes. En ese sentido, me siento lejos de esa ‘poética’ hablando literariamente, pues para mí es muy importante el diálogo, el acompañamiento, la fraternidad, el sentido de la amistad.
La mayor parte de los personajes de Abe viven solos, angustiados y con poca esperanza. Pero su lenguaje, y aquí me parece uno de sus mayores logros, es directo, con una sintaxis precisa, despojado de retórica, muchas veces en esa aparente sencillez se esconde la belleza de su escritura llana y tan personal.
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Me llama la atención el término ‘humor’, como contraste, en Abe, tal y como lo indicas. No dudo que sonrían y exista entre ellos cierta alegría, pero, ¿no te parece extraño esta característica en la literatura japonesa?
El humor está presente en varios autores japoneses, pero en el caso de Kobo Abe es una de sus características más interesantes. Normalmente podemos encontrar mucha ironía, sarcasmos y todas las variantes del humor, desde la exasperante intriga de un personaje que se dice marciano y no deja descansar a su interlocutor con los argumentos más retorcidos, hasta el humor negro que se expresa cuando un personaje encuentra en su casa un cadáver y no sabe cómo deshacerse de él, asumiendo de entrada la culpa por un delito no cometido, y en ese dilema el personaje sufre mientras el lector se divierte ante sus peripecias. Luego, podemos pasar al humor político que se desprende de una reunión internacional de pulgas que se dan cita en un bar de Shinjuku para hablar sobre la Guerra Fría, o la crítica al sistema de salud japonés que trata las enfermedades como un tabú. Este mundo hospitalario lo conocía muy bien pues él era un médico que no ejercía su profesión.
En muchas de sus novelas y cuentos hay una veta muy rica de estos recursos expresivos, que habría que valorar en su función lúdica, más que un afán correctivo, que sería el papel de la sátira. Por esta razón para muchos lectores japoneses contemporáneos de Abe su escritura resultaba inquietamente, fuera de ciertos paradigmas muy comprometidos con los valores ancestrales de la tradición japonesa y eso también ocasionó que, leído con los patrones occidentales, se le asociara con la escritura de Edgar Allan Poe, Rainer María Rilke, Franz Kafka o Samuel Beckett.
Me gustaría tu opinión sobre la obra de Mariano Picón Salas y su actualidad en el contexto sociopolítico venezolano. Visto tu amplio conocimiento sobre la vida y obra de este destacado intelectual venezolano.
Mariano Picón Salas tuvo desde muy joven una conciencia clara sobre los valores de la democracia. Cuando se trasladó a Caracas para estudiar en la Universidad Central de Venezuela en 1922, pudo percibir el miedo y la zozobra que sus contemporáneos vivían bajo la dictadura de Juan Vicente Gómez. En Mérida, tal vez por la dinámica conservadora de la ciudad y el protectorado familiar esta tensión tenía atenuantes. Su salida hacia Chile el año siguiente, para buscar nuevos rumbos y formarse intelectualmente, también tuvo que ver con escapar de lo que él consideraba los únicos destinos posibles para los jóvenes de esa época: la cárcel o la enfermedad, que veía casi como una encrucijada. Y todo lo que correspondió a la formación de su conciencia política e intelectual fue luchar por valores como la libertad, la justicia, la tolerancia, la verdad, el respeto por el otro. A ello sumó otros caminos, como la búsqueda y expresión de la belleza. En sus escritos hay abundantes reflexiones sobre estos temas. Y en lo político, combinó aquellos valores con la idea de equidad, por eso siempre creyó en la democracia, y fue enemigo de los totalitarismos, de derecha o de izquierda.
En su libro, Los malos salvajes fustiga a los líderes mesiánicos y cuestiona la devastación que causaron sobre Europa. Picón Salas reflexionó mucho sobre Venezuela, no solo sobre su pasado, sino también sobre su devenir; pienso que es uno de los intelectuales más visionarios en la medida que pudo figurarse a una Venezuela desarrollada, sostenida en un conjunto de valores, principalmente, de libertad y justicia. Por eso le dio una importancia fundamental a la educación. Su obra como pensador y como creador de instituciones tiene mucho que ver con su interés en fomentar la ciudadanía. Por esta razón, en diversos ensayos Picón Salas no solo llama la atención sobre el estudio y conocimiento acerca del pasado, sino sobre las tareas de su presente. Por ejemplo, su libro Comprensión de Venezuela atesora una mirada optimista hacia el país, que habría de construirse una vez superadas las dictaduras militares.
Quizás era demasiado optimista en 1948 ante la llegada de un civil como Rómulo Gallegos a la presidencia de la República. Lamentablemente, esos proyectos fueron truncados otra vez por las intervenciones militares que vinieron luego a consolidar nuevas dictaduras. Pero su pensamiento, en su etapa de madurez, estuvo afianzado en las posibilidades de la democracia, con todo y sus carencias e imperfecciones. Quizás el balance que leemos en sus memorias, Regreso de tres mundos, lo muestran a veces un tanto decepcionado con su presente, pero visto el conjunto de su obra institucional e intelectual, podríamos decir que pensaba la Venezuela del futuro como un proyecto a largo plazo, basado en la educación civil y civilista. Esto, entre muchas otras convicciones, sigue vigente.
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La visión que generalmente se aspira e impone sobre el país gira alrededor del ‘bolivarianismo’ y su figura central, totémica, Simón Bolívar. De hecho, marcando su huella militar de tragedias. ¿Qué destino vislumbras en una nación donde la visión humanística de hombres civilistas, como Andrés Bello, Luis Castro Leiva, Cecilio Acosta, o Picón Salas, permanece aislada del proceso educativo nacional?
En países como el nuestro, el culto al héroe es un problema endémico. Y lo peor es que se han intentado aplicar modelos que fueron pensados para un tiempo preciso, para ciertas coyunturas que demandaron decisiones y acciones muy puntuales. Los modelos de acción política no son intercambiables.
Obviamente, persiste el respeto y la consideración a la memoria de los héroes y la valoración de una gesta, con sus aciertos y carencias. Esto se constituye como memoria y herencia. Hay hechos que ya están superados, cronológicamente, mas no culturalmente, como el caudillismo, por ejemplo.
La educación de la Venezuela que vendrá, porque tendremos que refundarla entre todos, deberá replantearse en muchos sentidos, y se darán intensos debates al respecto. La discusión sobre los fenómenos históricos requiere de visiones amplias, que estudien y replanteen el fenómeno del culto al héroe, y no solo acerca de Simón Bolívar y otros héroes de la Independencia; también del gendarme necesario, del ideal nacionalista o del caudillo vengador.
Habrá que plantear otras maneras no dogmáticas de enseñar la Historia, retomar la educación moral y cívica, formar ciudadanos y replantear la idea de pueblo, en cuyo nombre se han cometido las peores injusticias e inexcusables crímenes. Sobre eso ya alertaba, a finales del siglo XIX, Cecilio Acosta. Y eso implica volver sobre los principales pensadores, educadores e historiadores de los siglos pasados. Y no podemos soslayar a intelectuales que en el siglo XX trataron de alertar y proponer modelos, que lamentablemente no fueron atendidos.
Hay que volver a Mario Briceño Iragorry, a Mariano Picón Salas, a Augusto Mijares, que pensaron al país en una coyuntura de cambios y transformaciones y que perfilaron el país hacia su modernización. A Carlos Rangel, que avizoró los peligros que estaban en puerta y no logramos visualizar. A Enrique Bernardo Núñez, a Juan Liscano, a Luis Alberto Machado. Y por supuesto a los pensadores contemporáneos, de distinto signo político, como corresponde, que los hay de gran valía.
En la Venezuela que vendrá, libre de tiranías, con un amplio abanico de posturas y enfoques será necesario el concurso de nuestros historiadores, educadores, sociólogos, comunicadores, intelectuales de visión amplia, comprometidos con la idea de que el país es una tarea común, como decía Picón Salas. Por supuesto, el papel de las escuelas de Humanidades y Educación será fundamental. En general se deberá revisar la función del maestro que se necesita a la luz del modelo que se quiera construir. Y eso hay que planificarlo desde ahora.
El papel de las universidades será esencial, pero tenemos que recuperarlas y garantizarles el funcionamiento y el reconocimiento a la dignidad de su labor, que ha sido reducido a un nivel de supervivencia. Este es un espacio clave como formador de conciencia. Tendremos que aprender del pasado remoto, sí, pero urge hacerlo del pasado reciente para superar las profundas cicatrices que dejará este proceso de destrucción del Estado y sus instituciones.
Los héroes, en el panteón con el respeto debido a su memoria, pues cumplieron su papel a la altura del tiempo que les tocó vivir. Pero hay que tener cuidado con los falsos héroes, los que destruyeron en lugar de edificar.
Ahora, al alba de una nueva década, hay muchos retos para reconstruir y refundar las bases de un Estado moderno, que sea justo, que garantice la vida digna al ciudadano, en todos los sentidos, y que supere el resentimiento, que ha sido uno de los propulsores de la tragedia que hoy vive Venezuela.
¿Cuál sería ese lenguaje que logre identificarse con esto que planteas, que privilegie en la Educación Idiomática lo cívico, que construya ciudadanía?
Me refiero a un programa amplio que refunde los valores a través de la educación. En eso también hay que lograr el concurso de los medios de comunicación, de los comunicadores. Es necesario articular alternativas para fortalecer la comunicación, cuidar el idioma, resistir ante la retórica que encierra ideologías engañosas. Tú mismo has reflexionado sobre el lenguaje y el totalitarismo. En Venezuela se ha impuesto una neo lengua, que se ha adoptado de una manera natural, como consecuencia de la repetición sistemática. Y eso no ha sido casual. Y el lenguaje se ha despojado de su fuerza constructiva, conciliadora y conductora de valores positivos. El lenguaje se ha empobrecido y la comunicación se ha hecho banal y precaria, lo cual en muchos casos deviene avasallamiento, negación y lo que es peor, falsificación de los hechos. Esto se ve también y no pocas veces en las redes sociales, donde se evidencian estos métodos negativos.
Por supuesto que no hay fórmulas mágicas para revertir esta erosión en el lenguaje. Es un proceso a largo plazo, que convoca enormes retos para los liderazgos. Pienso en la gran responsabilidad de los educadores, que pueden ser aliados por su condición de líderes transformadores, pero por supuesto también tendríamos que exigirlos en otros liderazgos que están profundamente conectados, como el político y el comunicacional, entre otros.
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Realizaste un largo viaje que te llevó hasta Japón. ¿En qué proyectos trabajas?
Me gusta trabajar en varios proyectos al mismo tiempo. Normalmente escribo artículos con temas literarios para revistas académicas; colaboro con la revisión de traducciones del japonés al español, y con la elaboración de libros de texto para la enseñanza del español. Atiendo mis cursos de literatura latinoamericana y de español en la Universidad de Tokio. Todo el año escolar del 2020 se realizó en línea. Este año, probablemente, se pueda llevar a cabo la modalidad híbrida, con algunos cursos presenciales, pero todavía no se ha decidido. Estoy revisando las antologías de poesía venezolana más recientes. Procuro mantenerme informado sobre las tendencias que van apareciendo y las propuestas de los poetas más jóvenes, y también de los narradores. Así que buena parte del día lo dedico a leer, escribir y estudiar.
¿Cuál es la apreciación que tiene la crítica japonesa sobre la literatura venezolana?
Es una pregunta difícil de responder porque no tengo parámetros para afirmar con certeza si nuestra literatura se conoce en Japón o hay interés en algunos autores y obras. Desafortunadamente hay muy pocas traducciones de obras literarias nuestras. Por lo menos entre algunos hispanistas que conozco, hay interés en obras contemporáneas y algunos autores son conocidos, pero es un sector de especialistas bastante reducido. En algunos cursos podemos leer, principalmente cuentos, ensayos y poesía en español. En mis programas procuro incluir autores venezolanos. Pero es todavía una labor pendiente, dar a conocer a nuestros autores de una manera más amplia y para ello son necesarias las traducciones. Creo que eso pasa no solo con el japonés, sino con muchas otras lenguas. Hace falta mayor disposición de las editoriales para encargar traducciones y lograr que nuestros autores circulen en estos rumbos. Es un trabajo lento, pero hay que seguir poco a poco sembrando la semilla entre lectores jóvenes que estudian español o cultura hispánica para que se estimulen y eventualmente se animen a leer obras directamente en español. Hay mucha tarea por hacer en ese sentido.
Como investigador de la literatura venezolana, y sobre todo como lector, me gustaría tu valoración de la nueva poesía nacional, autores y obras.
Gracias a la generosidad de varios poetas recibo libros de poesía en formato digital. También recibo narrativa y ensayos. Estoy pendiente de las publicaciones virtuales que se hacen actualmente. No solo por las limitaciones propias de editar libros impresos en Venezuela, debo reconocer a las editoriales que han estado haciendo esfuerzos en otros países para divulgar la poesía venezolana.
Recientemente he podido obtener la antología Rasgos comunes. Antología de poesía venezolana del siglo XX, que organizaron Antonio López Ortega, Miguel Gomes y Gina Saraceni, publicada en España en 2019. A pesar de las ausencias he vuelto a releer a autores entrañables para mí. Antes había leído Cantos de fortaleza. Una antología de poetas venezolanas, compilada por David Malavé y Artemis Nader, publicada también en España, en 2016. Igual me ha pasado con la antología El puente es la palabra, que organizaron Kira Kariakin y Eleonora Requena. Publicada por Cáritas de Venezuela, en 2019. Me he reencontrado con voces conocidas y otras muchas nuevas, unidas por el fuero de la nostalgia, la memoria y el desarraigo, la experiencia migrante y la huella que ha dejado en la escritura lo que en líneas generales se ha denominado la diáspora.
El año pasado apareció otra antología, preparada por Les Quintero y Graciela Bonnet, titulada Pasajeras, una reunión estupenda de autoras. Por otra parte, es impresionante la cantidad y calidad de la obra de autores noveles. Los concursos literarios han revelado nuevas voces, gracias a la labor de iniciativas privadas, como la Poeteca, en Caracas, un espacio que espero conocer algún día, pues me parece un milagro en estos tiempos. Gracias a esta labor he podido leer voces noveles y consagradas. No querría hacer una nómina como tal, pero tengo cercanía con la obra de Jairo Rojas, su libro reciente, Geometría de la grieta me ha gustado mucho; con Jesús Montoya y su poemario Rua São Paulo, o Canto de chicharra, de Carlos Iván Padilla. Con los autores descubiertos por el Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, que arrancó en 2016 y ha hecho una labor sostenida, publicando a los ganadores y a los poetas reconocidos con menciones, hasta 2020.
Así otras líneas de divulgación que generosamente comparte La Poeteca en formatos digitales a través de sus distintas colecciones. Debo agregar también el magisterio que siguen ejerciendo poetas, como Rafael Cadenas, Alfredo Chacón, Rafael Castillo Zapata, Yolanda Pantin, Arturo Gutiérrez Plaza, Gabriela Kizer, Armando Rojas Guardia, lamentablemente fallecido en 2020, entre otros. La labor de los talleres que imparten algunos poetas, como Gabriela Rosas y Miguel Marcotrigiano, por ejemplo, es fundamental. Me acompañan las iniciativas digitales de divulgación, como @TeamPoetero, impulsado por Oriette D’Angelo, @Autoresvzlanos, que anima Tibisay Guerra o la revista literaria El Cautivo, que lleva desde hace varios años la poeta María Antonieta Flores, y el blog de Silvia Navarro, “Vomité un conejito”. De igual manera la revista Letralia, que alienta Jorge Gómez Jiménez, entre muchas otras iniciativas.
Sin embargo, me gustaría saber qué se hace no solo en Caracas sino también en otros estados de Venezuela. Es muy potente la voz poética venezolana, esto se ha reconocido en distintos momentos y en diversos ámbitos y creo que la poesía tiene mucho que decir de estos tiempos convulsos.
![[Img #52629]](http://astorgaredaccion.com/upload/images/02_2021/1842_chnan-image-3.jpg)
¿Qué rasgos significativos encuentras en esta etapa de la poesía venezolana que puedas destacar?
Para responder con eficacia a esta pregunta tendría que dedicar tiempo a una reflexión más detenida. Creo que no es sencillo resumirlo en pocas palabras. Podría decir, solo como una impresión de lector, que hay una conciencia del manejo del lenguaje poético, depurado de artificios retóricos, lejos de convenciones que rindan culto a las tendencias del pasado, pero sin ignorar la tradición. De hecho, hay explícitos homenajes a poetas precedentes o contemporáneos a través de los paratextos citados como epígrafes, temas y recurrencias formales, así como una tendencia hacia los versos breves y los poemas sintéticos. Es decir, hay un diálogo continuo con la tradición. Encuentro una búsqueda de expresión desde la interioridad, más que el exteriorismo o las réplicas del lenguaje conversacional que tiene buena parte de la poesía de los años 80 y 90 del siglo pasado.
Hay una mirada hacia la introspección, a los temas del mundo cotidiano, ínsito, sutil. Y también existe la marca textual del desplazamiento, el viaje, la nostalgia y el desarraigo. En general encuentro una poesía de aliento y búsquedas, no de derrota. Sin duda, la coyuntura histórica en la que se han formado muchos de los poetas ha influido. La mayoría de los poetas venezolanos, que hoy en día tienen menos de treinta años, han crecido entre el desconcierto y la desesperanza, entre la simulación y el miedo, entre la carencia y la mentira. Eso deja sus huellas en la sensibilidad, en el sentido de realidad, en la búsqueda y necesidad de certeza. Esto es interesante, también constatar cómo algunos autores han combinado formas de expresión, es decir, a la poesía han sumado el intento narrativo, la fábula irónica, la música, el collage y la fotografía.
En esas coyunturas expresivas de nuevos lenguajes y estéticas, ¿dónde sitúas tu poesía?
Mi primer poemario está impregnado de un afán por decir. Tiene mucho que ver con la experiencia del taller literario, con la lectura colectiva y la escucha permanente; con el magisterio de poetas con quienes intercambiaba de manera directa, porque algunos fueron mis profesores, como José (Pepe) Barroeta, Ramón Palomares, Ángel Eduardo Acevedo, Armando Rojas Guardia y Julio Miranda, entre otros.
Con Dominar el silencio la experiencia fue más contenida, más sintética, con más silencios. Luego vinieron otras coyunturas, como mi viaje y residencia durante un lustro en México, el contacto con una tradición muy rica y estimulante, que ya me acompañaba como experiencia de lectura, desde poesía náhuatl, hasta la obra de José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Gilberto Owen, Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines y muchos otros. Pero también la lectura de los clásicos españoles y los poetas de la llamada ‘generación del 27”. Y así otras tradiciones latinoamericanas, como la argentina, principalmente Oliverio Girondo, Roberto Juarroz y Juan Gelman. La peruana, con César Vallejo, César Moro, Jorge Eduardo Eielson o Blanca Varela. La chilena, con Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra. Y por supuesto los poetas venezolanos de distintas épocas.
He sido un lector de poesía a lo largo de mi vida y creo que mi escritura está impregnada de todas esas voces; lo digo con humildad, porque he querido siempre rendir un homenaje a esos poetas cuya obra ha sido para mí una especie de compañía en muchos sentidos. Tal vez por eso no tengo una manera de situar mi escritura en relación con un lenguaje o una estética específica, porque sigo en un proceso de búsquedas y continúo un camino de diálogo y aprendizaje.





