Ángel Alonso Carracedo
Sábado, 13 de Febrero de 2021

Respirar hondo

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Sé que todos lo hacen con la mejor intención, con la de hacer llevadera la maldición  de los aislamientos, con la de arrancar la sonrisa, ahora que se cotizan por todo lo alto, en la bolsa de las emociones personales y grupales. Proceden de familiares, amigos o desconocidos, con la sana voluntad, entiendo,  de intentar el acercamiento moral, imposible de llevar a cabo ahora el físico en las dimensiones de una socialización sana y verdadera, anhelada como evasión de este adefesio. Pero, por el amor de Dios, dejad de bombardear nuestros teléfonos móviles con vídeos y memes repartidos, más o menos al cincuenta por ciento, entre la humorada y el manual casero de autoayuda.

 

No sé cuantos puedo recibir al día. Decenas. Muchos, repetidos por uno o varios canales. De leerlos o escucharlos todos, emplearía buen número de horas, con el resultado de vacío o cabreo, según. Caben las carcajadas, también. Los hay de segundos, como un zumbido, y no faltan los que se explayan en amplio minutaje de oralidad monocorde de púlpito arrebatada de deje moralizante. Gente habrá que los reciba con los brazos abiertos, que se satisfaga con el atracón de buenos propósitos que transmiten. Pero apelo a mi opción del derecho a asirme al dicho de lo poco endulza  y lo mucho empacha. Y, con triste sinceridad, es demasiado.

 

La soledad impuesta se expresa y se combate en múltiples modalidades. Difícil dar con la nota justa. El equilibrio emocional está pasando por la prueba de fuego de un entorno de patio de vecindad en el que se entrecruzan voces que hacen imposible el debate en pro de la didáctica, del disfrutar de la escucha de la palabra ajena bien modulada en el conocimiento profundo de las cosas. Al contrario, parece que si no cotorreas, no existes. El refugio vociferante en dicción e imagen de las redes sociales ha multiplicado exponencialmente las nóminas de predicadores de berrea e informadores intrusos. Mensajes aeriformes sin un miligramo de solidez.

 

Como quien dice, en segundos, aplicada la escala histórica del tiempo, se ha pasado de un déficit de información a un superávit imposible de asimilar. El alud de noticias, ocurrencias,  imágenes del pasado, elucubraciones del futuro, medias verdades (no se pierda de vista, las peores mentiras) del presente, todo sin su preceptivo tamiz selectivo, es de tal magnitud, que la muchedumbre queda sepultada en  el caos mental. No es de extrañar la proliferación de paranoias conspirativas  que azotan a una sociedad metida de hoz y coz en un laberinto de  imposible acceso a una verdad factible, por simple y evidente que sea. Y en este galimatías de todo intelecto, una pandemia fortalece el aquelarre. 

       

Las circunstancias sanitarias universales han impuesto modos de vida para los que no estábamos preparados en ninguna de las latitudes del orbe. Esto ha tomado el cariz de lo doméstico, donde se originan las revoluciones más contundentes. Recibimos a domicilio ingente información en unos dispositivos llamados teléfonos móviles. Chocante el sustantivo que designa el objeto, pues hace de todo, pero lo mínimo, de teléfono. Se ha convertido con aquiescencia global en la vía de escape de las miserias asociadas a esta pandemia, no otras que el miedo y la angustia, y la superior necesidad de escapatoria. Ahí está nuestro adictivo analgésico en las conjugaciones activa y pasiva.

 

Recuerdo la cínica frase de algún tránsfuga de la política: ahí fuera (de la política) hace mucho frío. Hoy, aquí dentro, hay mucho ruido, tanto que nos aturde, que no nos deja discernir, ni mucho menos, pensar. Habrá que ejercer la osadía de salir fuera y dejarnos hipnotizar por el silencio o por el maravilloso diálogo con uno mismo. Lo que Sócrates definió como la ímproba tarea del autoconocimiento.  Eso que se llamó meditación, y ahora es práctica engullida en la maldición de los anacronismos de la nueva ola del modernismo de rebaño. El silencio no es solo ausencia de ruido. Así empieza Alain Corbin su deliciosa Historia del Silencio.  

 

Mi combate contra los fantasmas de la pandemia han cavado las trincheras defensivas de la lectura. La conversación con un libro nunca tendrá las connotaciones de corrala que emanan de las redes sociales, todos hablando al unísono, trabajando con la boca y postergando el oído. Me acojo también a la hoja en blanco como figuración de sofá del psicoanálisis. Con ella platico conduciendo mi pluma, bolígrafo o lápiz por unos senderos que llevan al destino de las verdades incómodas, por auténticas. Y cuando el recorrido por estos caminos vislumbra final, solo respiro hondo. Aparquen un rato el teléfono móvil, lean, escriban y respiren hasta lo más profundo en la amigable compañía del silencio. Prueben.

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