Salir de Génova y meterse en Genovón
La propensión a meterse en líos en este país tiene su dicho descriptivo, como todo. Lo de salir de Málaga y meterse en Malagón, a la mayoría, suena familiar. Es frase recurrente, casi tópica. La errabunda clase (o casta) política española no para de superarse a sí misma en la batahola de sus incoherencias, la más visible, la incapacidad para sacar enseñanzas de sus abundantes y chirriantes fracasos, junto a la nula asunción de responsabilidades de mal liderazgo en los descalabros. Es un continuo tránsito hacia el aumentativo.
Las recientes elecciones catalanas han consolidado los augurios de las encuestas. Mayoría absoluta en representación parlamentaria de los secesionistas; triunfo en votos del partido de gobierno nacional jugándolo todo a la carta de un rostro, es decir, imagen más que resultados; y debacle de los grupos de centro derecha que, en ideología se mimetizan a doble banda, y en estrategias a la contra, hacen posible otro dicho muy nuestro, como el no hay dos sin tres, por el concurso de un partido extremista de ese mismo costado, que no se sabe muy bien si suma o si resta, pero que sabe dejar huella de su presencia en escenarios de acritud como el catalán o el nacional, en esta tesitura de política de trincheras y no de tribunas.
La verdad es que las posibilidades de un partido nacional de derecha moderada en el avispero catalán eran nulas. Ciudadanos triunfó sorprendentemente en los anteriores comicios con un resultado en escaños que no ha superado el pasado domingo ninguna otra fuerza soberanista o constitucionalista. Pero la gestión de aquella victoria fue una penosa sucesión de desatinos que dejaron en la más absoluta soledad al ya achantado bloque en pro de la convivencia en orden y paz con el resto de España.
El Partido Popular (PP) ya tiene para muchas generaciones de catalanes el estigma de haber sido gobierno de España en el proceso culminante de las ensoñaciones independentistas. Bajo su mandato, pero con el apoyo del otro gran partido de la Transición, el PSOE, se aprobó el artículo 155 de la Constitución, que suspendió las garantías de autogobierno del territorio, hecho posterior a un golpe a la vía legislativa del Parlament que configuró la mascarada de referéndum del 1-O. Posiblemente, aquella medida llegó mal y tarde.
Los socialistas, mecidos en el eufemismo del federalismo asimétrico, han jugado bazas en distintas mesas del casino electoral. Mantienen un pacto de legislatura global con ERC, partido de referencia histórica del independentismo catalán, aunque éste haya sido firmante en campaña electoral de un compromiso de los soberanistas de sellar cualquier pacto de gobierno con la sucursal catalana del PSOE. ¿Por qué en España sí y en Cataluña no? ¿Alguien me ata esa mosca por el rabo? En cuanto al candidato, abundo en lo expresado. Más ha parecido una promoción, vía televisión, por obligadas y frecuentes apariciones, que dibujaron un rostro familiarizado a marchamartillo al socaire de la pandemia, que una apuesta política con las letras mayúsculas de la eficacia.
Las elecciones que se suponía iban a destejer el ovillo de la cuestión catalana han enredado más el problema y transmitido al resto del país la constatación de que ensoñaciones o emociones, como las que se desprenden de la rutina de esta región, no se rigen por talantes ortodoxos de tiras y aflojas y, mucho menos, por la tradicional confrontación entre ideologías conservadoras o progresistas. Una polarización tan acusada impone más víscera que sesera.
Lo que va ocurriendo es la reacción al día después. Lógica euforia entre ganadores y, como siempre en este país, total ausencia de perdedores. Nadie se ha dado por aludido. La derrota interpretada como debacle, siempre acarrea secuela de cabezas cortadas. Es así de cruel, pero también de connatural a las reglas del juego. No han rodado.
Gloriosa novedad de cabeza de turco la del PP. La culpa del sopapo recae en la amalgama de cemento y ladrillo de su sede nacional, en Génova, 13, convertida de la noche a la mañana, en casa de los espíritus al esotérico estilo de Isabel Allende. La ingeniería financiera de Bárcenas vaga por sus pasillos y despachos, ahuyentando los posados de la plana mayor al completo, en la balconada noble, las noches de vino y rosas, en conjunción con la coreografía de banderas al viento agitadas por la militancia. Hay que vender para borrar el hechizo de tantas cuentas del Gran Capitán. Mientras tanto, excesos y gesticulaciones con nombres propios, se acogen al derecho de bula de su casta brahmánica. Falta de delicadeza esta iniciativa, sobre todo, por el momento en que se propone, como desenfoque de un fracaso sin paliativos. Eso de los tiempos de la política no parece hacer mella en dirigentes atentos solo a las correrías, como pollos sin cabeza, por el poder.
En fin, que el PP sale de Génova, ¿para meterse en Genovón? Ocurrencia facilona de columna periodística; puede que, metáfora de futuro. El dictamen popular es de más enjundia. Con esto de Cataluña, ¿habremos salido de Málaga para meternos en Malagón? Más galones tiene la segunda.
La propensión a meterse en líos en este país tiene su dicho descriptivo, como todo. Lo de salir de Málaga y meterse en Malagón, a la mayoría, suena familiar. Es frase recurrente, casi tópica. La errabunda clase (o casta) política española no para de superarse a sí misma en la batahola de sus incoherencias, la más visible, la incapacidad para sacar enseñanzas de sus abundantes y chirriantes fracasos, junto a la nula asunción de responsabilidades de mal liderazgo en los descalabros. Es un continuo tránsito hacia el aumentativo.
Las recientes elecciones catalanas han consolidado los augurios de las encuestas. Mayoría absoluta en representación parlamentaria de los secesionistas; triunfo en votos del partido de gobierno nacional jugándolo todo a la carta de un rostro, es decir, imagen más que resultados; y debacle de los grupos de centro derecha que, en ideología se mimetizan a doble banda, y en estrategias a la contra, hacen posible otro dicho muy nuestro, como el no hay dos sin tres, por el concurso de un partido extremista de ese mismo costado, que no se sabe muy bien si suma o si resta, pero que sabe dejar huella de su presencia en escenarios de acritud como el catalán o el nacional, en esta tesitura de política de trincheras y no de tribunas.
La verdad es que las posibilidades de un partido nacional de derecha moderada en el avispero catalán eran nulas. Ciudadanos triunfó sorprendentemente en los anteriores comicios con un resultado en escaños que no ha superado el pasado domingo ninguna otra fuerza soberanista o constitucionalista. Pero la gestión de aquella victoria fue una penosa sucesión de desatinos que dejaron en la más absoluta soledad al ya achantado bloque en pro de la convivencia en orden y paz con el resto de España.
El Partido Popular (PP) ya tiene para muchas generaciones de catalanes el estigma de haber sido gobierno de España en el proceso culminante de las ensoñaciones independentistas. Bajo su mandato, pero con el apoyo del otro gran partido de la Transición, el PSOE, se aprobó el artículo 155 de la Constitución, que suspendió las garantías de autogobierno del territorio, hecho posterior a un golpe a la vía legislativa del Parlament que configuró la mascarada de referéndum del 1-O. Posiblemente, aquella medida llegó mal y tarde.
Los socialistas, mecidos en el eufemismo del federalismo asimétrico, han jugado bazas en distintas mesas del casino electoral. Mantienen un pacto de legislatura global con ERC, partido de referencia histórica del independentismo catalán, aunque éste haya sido firmante en campaña electoral de un compromiso de los soberanistas de sellar cualquier pacto de gobierno con la sucursal catalana del PSOE. ¿Por qué en España sí y en Cataluña no? ¿Alguien me ata esa mosca por el rabo? En cuanto al candidato, abundo en lo expresado. Más ha parecido una promoción, vía televisión, por obligadas y frecuentes apariciones, que dibujaron un rostro familiarizado a marchamartillo al socaire de la pandemia, que una apuesta política con las letras mayúsculas de la eficacia.
Las elecciones que se suponía iban a destejer el ovillo de la cuestión catalana han enredado más el problema y transmitido al resto del país la constatación de que ensoñaciones o emociones, como las que se desprenden de la rutina de esta región, no se rigen por talantes ortodoxos de tiras y aflojas y, mucho menos, por la tradicional confrontación entre ideologías conservadoras o progresistas. Una polarización tan acusada impone más víscera que sesera.
Lo que va ocurriendo es la reacción al día después. Lógica euforia entre ganadores y, como siempre en este país, total ausencia de perdedores. Nadie se ha dado por aludido. La derrota interpretada como debacle, siempre acarrea secuela de cabezas cortadas. Es así de cruel, pero también de connatural a las reglas del juego. No han rodado.
Gloriosa novedad de cabeza de turco la del PP. La culpa del sopapo recae en la amalgama de cemento y ladrillo de su sede nacional, en Génova, 13, convertida de la noche a la mañana, en casa de los espíritus al esotérico estilo de Isabel Allende. La ingeniería financiera de Bárcenas vaga por sus pasillos y despachos, ahuyentando los posados de la plana mayor al completo, en la balconada noble, las noches de vino y rosas, en conjunción con la coreografía de banderas al viento agitadas por la militancia. Hay que vender para borrar el hechizo de tantas cuentas del Gran Capitán. Mientras tanto, excesos y gesticulaciones con nombres propios, se acogen al derecho de bula de su casta brahmánica. Falta de delicadeza esta iniciativa, sobre todo, por el momento en que se propone, como desenfoque de un fracaso sin paliativos. Eso de los tiempos de la política no parece hacer mella en dirigentes atentos solo a las correrías, como pollos sin cabeza, por el poder.
En fin, que el PP sale de Génova, ¿para meterse en Genovón? Ocurrencia facilona de columna periodística; puede que, metáfora de futuro. El dictamen popular es de más enjundia. Con esto de Cataluña, ¿habremos salido de Málaga para meternos en Malagón? Más galones tiene la segunda.