Publio Red
Domingo, 28 de Febrero de 2021

No soy una mujer de la cama

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Aquella mañana, me encontré con un hombre que me leyó las manos y me dijo tantas verdades que me estremecí y no pude decirle nada. Sus palabras me dejaron fría, boquiabierta, con ganas de que la tierra me tragara. Hasta adivinó mis oscuros pensamientos y tú sabes que a mí no me gusta que sepan mi pasado, que guardo como lo único cierto que tengo y eso a ti te consta, porque ni siquiera a ti te lo he dicho y mira que varias veces indagaste perversamente para que te lo contara, porque te serviría para escribir la novela que nunca me escribiste.

 

Bueno, muchas cosas me prometiste, hasta el cielo con todas sus estrellas juraste un día bajármelo y ni siquiera pudiste cumplir con tu palabra, que vana fue como el poco tiempo que vivimos.

 

Tantas cosas soñamos hacer juntos que terminamos cada quien por su lado y eso me dijo ese señor un día, que por arte de magia, apareció en mi camino. Con decirte, poeta, que me dijo hasta del mal que me iba a morir y me asusté. Te juro que en ese momento intenté irme de allí, escaparme, huir de la verdad que no podía ocultar con un dedo, aunque muchas veces intenté ocultar para guardar las apariencias. Hice como la gata que maúlla en el tejado: le eché tierrita a la caca para que su tufo de esos malos momentos que pasé contigo no pegara en público.  Yo andaba contigo como si fuera la última coca cola del desierto y mira que me la creí, hasta llegué a creer que era la señora del poeta y ahora sé que me caí de un coco, que todo fue mentira, que a decir verdad todo esto iba a terminar como terminó: cada quien por su lado, ajenos el uno del otro, indiferentes y fíjate que estoy escribiendo estas cosas y nada sé de ti y tú nada sabes de mí; vamos por rumbos diferentes y distantes.

 

A veces sé de tus andanzas cuando compro el diario local y te veo por casualidad que estás aquí o allá, que andas en lo tuyo, en lo que siempre anduviste y te gustó: La poesía, ah, sí, el mundo de los poetas locos y lunáticos, de los poetas traidores e infieles como  tú, eso es  lo tuyo, la bohemia, el amor dejado en cada puerto como dice tu poeta preferido, el alcahuete que amó el amor de los marineros que besan y se van y a veces vuelven porque nunca dicen adiós, porque hay hombres que nunca se van, siempre están allí, como caimanes en boca de caño, a la espera de un silbido, de una señal invitadora para caer sobre la tonta presa que siempre cae y tú, poeta, pensaste que no te dejaría y mira que te salió el tiro por la culata, aunque un día me hiciste la promesa de que jamás te irías con otra porque me amabas de verdad y resulta que nunca fuiste mío.

 

Quién sabe de quién serás ahora que ya estás un poco viejo; pero déjame contarte: ese señor me dijo que yo había tenido tantos tropiezos en la vida, que había tenido tantos sinsabores y derrotas en el amor porque nunca me tomaba las cosas con seriedad y siempre andaba pensando que nada era duradero, que todo era breve como el mismo instante que vivimos; que no había que aferrarse a nada, porque un día lo tienes todo y más tarde ya no es tuyo y a decir verdad jamás me tomé ningún amor en serio; será por eso que siempre andaba del tingo al tango, buscando lo que nunca hallé, brincando de aquí para allá, buscando al que nunca llegó.

 

 

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Ya no soy la misma de antes y no tengo las mismas ganas de vivir que antes. Pensé que ese hombre que había soñado eras tú y resultaste un fraude; sí, eso fuiste: una mentira más de mi patética vida y eso me lo dijo el que leyó mi mano y me dijo que no sabía lo que quería y por eso había tenido una hija de un carnicero que se la tiraba de playboy, de galán remojado en colonia de Pacorabán en el liceo donde estudié el bachillerato.

 

Ahora me doy cuenta que he perdido el tiempo buscando un hombre inexistente. A veces tus sueños te estropean la vida y uno se esfuerza por llevarlos a cabo, por cumplirlos a como dé lugar, a lo que cueste y a mí me ha costado tanto darle sentido a mi vida, darle realidad a mi sueño, pero lo que soñé está muy lejos de ser y por eso, puedo decirte que me siento frustrada, pero me niego a creer que yo no pueda ser feliz, me niego a pensar que me moriré desdichada, sola, sin nadie que me dé un abrazo, que me apriete las carnes flácidas en las noches más frías y oscuras; me niego a creer que Dios se haya olvidado de mí.

 

Cuando ese señor me leyó las manos supe que todo lo nuestro iba a cambiar porque me iba a dar cuenta más temprano que tarde que lo nuestro terminaría en el fracaso, que no tendría futuro porque el amor verdadero, ése que nunca traiciona, está vedado para mi corazón, que ahora es una piedra. ¿Te acuerdas, poeta?, ¿te acuerdas de aquellos malos poemas que una vez dijiste que me escribiste y después descubrí que se los mandabas a todas?

 

En uno de tus poemas me decías que yo tenía corazón de piedra, porque jamás me conmovía con nada y nunca te decía que te amaba, pero lo que no sabes era que sí, que me moría y lloraba todas las noches por ti, lloraba en silencio por las cosas que me hacías, por los engaños y mentiras que todos los días me decías pensando que porque no te decía nada y reclamaba nada te creía y mira que no: no te creía ni esto y sabía que tú, poetica de provincia, eras el perfecto cretino, el que cree que se la está comiendo: tus mentiras eran tan burdas que se les veían las costuras.

 

Ese señor me dijo esa mañana que tú eras un mentiroso que hasta sentías el amor que de veras no sentías. Eres un malabaristas del lenguaje, de esos que engañan con tantas palabras bonitas que terminan solos, oscuros, leyéndose a sí mismo, pero déjame contarte, porque ¿era eso lo que querías o no?, que te contara mi vida, pues bien ahí te va, como la recuerdo o creo haber vivido, te diré que nunca he tenido un solo hombre: soy una mujer de muchos hombres a la vez, pero cuando me enamoro me echo a perder, me encabrono, me vuelvo media pendeja y contigo me puse así, porque tú eras mi hombre, el único que amaba y todavía amo, el que me sacaba la piedra y fue por eso que nunca te pegué cachos, pero déjame decirte que cuando vivía con el carnicero que era ciclista y después terminó como una bola de grasa, también vivía con su amigo, con el que terminé yéndome y no me importó nada hacerle eso al carnicero que también se acostaba con mi mejor amiga, no me importaron las gentes, que siempre hablan, ni las habladurías de las chismosas que se dan golpes de pecho, no, no me importó el qué dirán.

 

Me fui un día de mi casa, que era mi única patria, mi tierra conquistada, mi guarida donde todo me lo daban, donde nada me faltaba, pero me fui con él, me monté en su camioneta verde y me fui a recorrer los campos verdosos y húmedos de Monagas y él se fue conmigo sin pensar en nada, se fue alegre como quien se lleva una reina y eso me gustó, poeta, porque en la vida hay que asumir los riesgos, hay que dar un paso hacia delante sin temerle al fracaso, hay que saltar el vacío, echarse a los caminos, arrojarse a la mar con todos sus peligros y él me montó en su nave, me montó con mucha delicadeza para que no fuera a ajarme ni estropearme y me llevó lejos de allí y no pensó en lo que dejaba atrás ni en lo que podía perder pues nada perdía y me llenó por un momento de alegría, de amor, ternura y me hizo creer que era la mujer más importante del universo, la más hermosa, porque toda mujer eso es lo que quiere: que la respeten, que la amen, que le den de todo, que le den seguridad, comodidad y la traten con delicadeza, con educación, con caballerismo y ése fue un caballero conmigo y yo le hice creer que lo amaba, aunque en verdad el hombre me gustaba, me daba nota, me ponía a volar, me sacaba de mis cabales, pero un día ya no me gustó la aventura que estaba viviendo con él y lo dejé por allá más solo y enamorado que chacumbele cuando más enamorado e ilusionado estaba conmigo.

 

 

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Mi mamá me dijo una vez que yo no era una mujer de estarme para siempre con un solo hombre, de sentar cabeza con uno solo, de tener un hogar, de quedarme quieta en casa cocinando, lavando o tejiendo como Penélope a la espera de mi Ulises y ahora sé que ella siempre tuvo razón, como la odio por eso, porque siempre tuvo razón, ah, cómo me hubiese gustado que se hubiese equivocado, pero no, a mí me aburren las relaciones largas, las que se vuelven muy serias y fastidiosas, las que no tienen ese toque de locura del que habla cantando José Luis, sí, yo me cansé de ese amor que se babea, me cansé de que me tuviera mimando todo el tiempo.

 

Yo echaba de menos la rudeza del carnicero, sus manos mal cuidadas y por eso lo dejé ese día, pero al rato y ya en mi patio, donde era una conejita picarona y traviesa, me di a la tarea de quitarme esa pava, de soltarme el moño y bebí y gocé para desquitarme de tanto encierro a que me tenía sometida el que siempre andaba hediondo a petróleo porque se la pasaba montado en los taladros en Punta de Mata para ganarse la vida y tener buena lana y eso, la buena lana que me daba para gastar a manos llenas, es lo que echo de menos, porque una cosa buena sí tengo: no soy pichirrona: cuando tengo me voy de compras hasta que ya no me queda ni medio partido por la mitad.

 

Pero tú, poeta, en eso de dar a manos llenas no te distinguías, nunca me diste lo que pedí, siempre andabas con los bolsillos limpios, inventándome excusas para que no te pidiera lo que tampoco podías darme; a veces pienso que lo único que me llevó a ti fue en realidad tu halo de poeta, porque encantas con tus palabras, que lanzas como anzuelos para pescar a las pobres tontas que se acercan a ti. Y esto que te estoy contando me lo dijo ese señor que nunca olvido, que siempre está en mis pesadillas, en mis sueños y si ahora escribo estas cosas es porque quiero olvidar ese trago amargo que todavía recuerdo, quiero que salgas de mi vida definitivamente.

 

 

Yo sabía que lo nuestro no era en serio, que era sólo una aventura que estábamos viviendo, como dice la canción. Sabía que tú eras casado y por eso no me hacía muchas ilusiones. Pero, de la noche a la mañana te volviste mujeriego y perdiste la cabeza.

 

Yo siempre aprecié mi libertad y me gustó hacer lo que se me viniera en ganas; nunca quise tener compromisos con nadie para no tener que rendirle cuentas a nadie. Tú me conoces y sabes que fuimos tan diferentes. Tú en cambio te entregabas a las mujeres, no sabías poner límites a esas relaciones fugaces y además eras débil  y meloso y eso jamás me gustó. No sabías hacer las cosas bien, todo lo echaste a perder. Por eso te dejé y no volviste a verme, poeta, aunque en varias ocasiones lo intentaste, en vano.

 

Ese día yo escuché a ese señor tan callada sin entender porqué sabía tanto de mí. Con decirte que le pregunté muchas cosas para cerciorarme de que no estaba engañándome. Yo te amé con locura poeta, tanto te amé que incluso hubiese dejado a mi hija con mis padres para irme contigo. Recuerdo aquel día cuando volviste, después de varios años de ausencia a tu ciudad natal y regresaste como quien llega triunfante después de una larga travesía por el mundo de las vanidades, volviste a tu casa y a lo mejor pensaste que yo me iba a arrastrar a tus pies, pero no, tengo orgullo, todo cambió para mí, aunque seguí amándote en silencio hasta el día en que me di cuenta que había sido una tonta al fijarme en ti.

 

Yo estaba cansada de andar tras de ti, de buscarte en los bares de mala muerte, de sacarte de los hoteles donde tirabas a escondidas con otras mujeres; yo me cansé, me cansé de ser otra más de tu harén. Cuando te conocí no me molestó ser tu amante porque me dabas caché y me encantaba que me buscaras de vez en cuando y me llevaras a comer, a pasear; pero me cansé un diciembre después de haber hecho el amor, me cansé poetucho.

 

Ese hombre me dijo muchas cosas, me dijo que veces sentía ganas de volver con el carnicero sobre todo cuando lo veía pasar en su automóvil frente a mi casa y en verdad en ocasiones sentí ganas de volver con él, de regresar al pasado o detener el tiempo. Esos recuerdos felices me atormentaban, me reprochaban. Hay noches que las paso en vela recordando los momentos más intensos que he vivido. ¿Era eso lo que quería que te contara? Bueno, te quedarás con las ganas porque esos recuerdos son míos y no los comparto con nadie, ni siquiera contigo que fuiste sólo un compañero más en el viaje de mi vida.

 

 

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Después de ese encuentro con ese señor yo me metía en la cabeza que el compromiso contigo no era para siempre. Ahora me estoy poniendo vieja y comienzo a sentir dolores en mis piernas; ya estoy pintando algunas canas, aunque las disimulo muy bien con tintes. Yo siempre he dicho que me voy a morir de vieja, pero a esta edad que tengo todavía espero mi último amor. No estoy de retirada: aún me quedan muchos años por vivir y sé que no se cumplirá mi sueño, pero no entregaré mis armas, no me dejaré por vencida.

 

Y si ahora te estoy contando esto es porque era necesario que te lo dijera. Me hice esa promesa, pero esto no va a terminar aquí: tengo tantas cosas que contar que hasta te has convertido en un pretexto para darle formas a mis historias.

 

De noche, poeta, tengo pesadillas contigo y no puedo dormir y lloro. Sueño que me eres infiel, que te acuestas con muchas mujeres. Sueño que me dejas, que te burlas de mí, que te ríes de mis sentimientos. Y ya no lo soporto, no lo aguanto más. Tú sabes que yo no soy una mujer de la cama. Las veces que he estado con un hombre lo he disfrutado al máximo y tú sabes que es así. Contigo yo disfruté bastante, pero aunque me hacías feliz nunca me llenabas, yo siempre quise más.

 

Yo me entregué con pasión desenfrenada al que me apreta­ba con dureza, al que me hundía las uñas en mi espalda, al que me hacía gritar, gemir, sudar como una diabla. Yo era furiosa en la cama y cabalgaba como la más salvaje de las amazonas. Y ahora ya ves, poeta, han pasado tantas cosas. Decidí vivir los últimos años que me restan sola y ya me cansé de tanta correría.

 

En estos días me llegó un recado del carnicero. Él todavía me busca, me manda mensajes para que yo vuelva con él, pero yo no doy mi brazo a torcer, me hago la fuerte, si hace años no lo hice ahora menos que estoy pasadita de años y no tengo las mismas ganas, aunque te confieso que en más de una oportunidad tuve tentada a buscarlo y si no lo hice fue porque te amaba demasiado como para traicionar ese amor, que fue causa de mi desvelo y tristeza de hoy.

 

Y el hombre que me leyó las manos debió haber leído todo esto que te estoy diciendo. Yo sé que es así y te digo todo esto porque quiero que antes que mueras sepas que te amé como nunca había amado y te amaré hasta que llegue el día de irme al seno de mi Señor, que me está esperando. Porque todas las almas buenas van al Cielo.

 

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